Presupuesto franciscano
- Opinión
(182 días de confinamiento)
“Un pesimista
es sólo un optimista
bien informado”
Mario Benedetti
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“Ya está en marcha la nueva política económica sustentada en la moralidad, la austeridad y el desarrollo con justicia”. Modelo o fórmula a patentar.
De esta manera se expresó el presidente Andrés Manuel López Obrador en su mensaje en Palacio Nacional, el 1 de septiembre, antes de que se entregara el segundo Informe de Gobierno. En esa línea de interpretación, se presentó el paquete económico para el próximo año de 2021.
Uno de los instrumentos para seguir en esta tarea de transformación es, desde el lado de la política económica, el Presupuesto, que en tiene dos componentes: la Ley de Ingresos (el monto los recursos y de dónde provienen) y el Presupuesto de Egresos (hacia dónde se dirige el gasto). La Ley se complementa con la miscelánea fiscal. Así, el paquete económico en conjunto forma parte del cuerpo social. Por un lado, la Ley es el esqueleto, y por el otro lado, el Presupuesto es el músculo que determina tanto el movimiento como la fuerza del país.
Se subraya el hecho de que, diferencia de la gran mayoría de los países, la recuperación se hará sin recurrir a deuda adicional; que no puede haber gobierno rico con pueblo pobre, haciendo de la deuda un fetiche, una maldición, de la hay que escapar. En consecuencia, se eleva a la austeridad a la condición de una virtud republicana, franciscana, noción empleada por el mismo presidente, que por su formación no puede escapar de ese lenguaje.
La deuda per se no es mala. Todo depende de los niveles y a qué se destina. El sistema capitalista tiene en el crédito (el otro lado de la deuda), uno de sus principales mecanismos, pues impide que los circuitos no se interrumpan y fluyan con ritmo y continuidad. La administración actual la ha convertido en un fetiche.
Además de la deuda que, glotona, se come ya parte del pastel, se hallan las partidas que ya están asignadas de antemano, como las del Fobaproa, por lo que el presupuesto está sumamente acotado. En total, casi 98 por ciento del total. Pero, sólo se pagan los intereses, sin que disminuya el principal, que sigue intacto. Como sucede con el presupuesto familiar, sólo que en grandote.
Al margen de la recuperación (cuánto, dónde y para quién) y de los empleos recuperados (de qué calidad), existe la certeza del espíritu franciscano que domina en esta administración.
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Continuando con tradiciones rotas, desde hace unos cuantos años, ya no hay periodos extraordinarios para discutir y aprobar el paquete del año siguiente. Todavía en el mes de diciembre, en plenas fiestas, incluyendo Navidad y Año Nuevo, para las felicitaciones de rigor, andaban con la copa en una mamo y el voto en la otra…
Hasta el 15 de noviembre habrá una rebatinga, con el propósito de arrancarle una mayor tajada al pastel presupuestal. Todos los actores y todos los sectores se piensan de primera necesidad: sin ellos, el país se paraliza, no funciona, se cae… Si no que le pregunten al Instituto Nacional Electoral, el árbitro de la contienda electoral, y la partidocracia, que se sienten que son los pilares de la democracia.
A un año de su creación, la partida a la Guardia Nacional tendría un aumento de 21.8 por ciento.
En fin, el presupuesto es una hoja de ruta, afirma López Obrador, en la prevalece la austeridad, pero eso sí, respetando la estabilidad macroeconómica.
Así como la Revolución (3T) se hizo sobre rieles, también la 4T se montará en tren… maya.
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¡Quién lo dijera! Tanto se habla del fascismo, desde la cruda y racista de Hitler, pasando por la implementada por la Operación Cóndor en el cono sur latinoamericano –a propósito del 11 de septiembre de 1973 en Chile--, hasta el que vislumbra hoy en Estados Unidos. No únicamente se trata de ciertos signos de autoritarismo y la brutalidad policiaca en las calles, sino a través del sistema de crédito, ese mecanismo que permite que el sistema siga funcionando.
Así lo considera Richard D. Wolf, profesor emérito de economía, por la Universidad de Massachusetts, al advertir que, hoy más que nunca, en el crédito descansan no únicamente el poder adquisitivo de los consumidores y los programas gubernamentales, sino también las grandes empresas transnacionales, “las corporaciones zombis, aquellas cuyas ganancias ya no son suficientes para pagar sus deudas directas”, que se ven obligados a vender sus bonos corporativos a la Reserva Federal (banca central estadunidense). Un ejemplo que siguen otros países.
Del capitalismo financiero, de principios del siglo XX, se pasó a la financierización, que explotó con la crisis de 2008-2009, hasta hoy en día cuando se puede hablar de la financierización del Estado. Quiere decir que la supervivencia del sistema requiere de un gobierno fuerte, en el que la Reserva Federal monetiza las deudas de hogares y empresas.
En esta situación, “el fascismo fusiona el capitalismo privado y el Estado. El poder político hace cumplir las reglas básicas del capitalismo: el dominio económico de los principales accionistas”, dominio que se extiende a lo social y al ámbito de la cultura, hasta llegar a “exaltar algún ideal nacional”. De ahí que el capitalismo se cimenta en el nacionalismo (Economy for All, 9/11/2020).
Sirvan de ejemplos las expresiones después del 11 de septiembre de 2001 y la política comercial de Trump, basado en la necesidad de proteger las inversiones y los empleos de la industria estadunidense, cuando hoy la misma economía de Estados Unidos posee otra composición y dinámica: el 84 por ciento se realiza en el sector de los servicios (Bob Woodward: Fear. Simon & Schuster. 2018).
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Un informe de la Universidad de Brown, bajo el título: Costos de la guerra (Costs of War), desatada a raíz del 9/11 –que contribuyó a la reelección de George W. Bush, revela que, en todo este tiempo, al menos 37 millones de personas en el mundo han sido desplazadas –en su mayoría, civiles— debido a las guerras contra el terrorismo (terror wars) emprendidas por Washington, y que comenzó tres semanas después, el 7 de octubre, con la invasión a Afganistán, el mayor productor de opio, bajo el control, ambos –territorio y producción-distribución—, de EU.
Lo anterior se acompaña de una fobia anti islamista y una política de fronteras cerradas a los refugiados y a los migrantes en general, que se convirtieron, todos, en terroristas.
El número real oscila entre los 48 y 59 millones de personas. El informe no incluye operaciones antiterroristas más pequeñas en Burkina Faso, Camerún, República Centroafricana, Chad, República Democrática del Congo, Malí, Nigeria y Somalia.
David Vine, profesor de Antropología de la American University y principal autor del informe, califica la participación de Estados Unidos de “horriblemente catastrófica” (The New York Times Magazine).
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Aparentemente, Joe Biden lleva la ventaja sobre Trump, pero con lo que sucedió hace cuatro años, el panorama electoral es incierto. Hasta se habla de un autogolpe de Estado. Todo dependerá la capacidad que tengan los demócratas de movilizar de ciertos sectores: los jóvenes, los afroamericanos y las mujeres, hacia el voto.
Hay un sector que podría decidir la votación: la de origen latino. Así lo vislumbra Jorge Ramos: “Sin latinos no hay Casa Blanca”, sentencia.
“Es un ritual predecible y, muchas veces, cargado de cinismo y ambición política. Es como si el Partido Republicano y el Partido Demócrata nos redescubrieran cada cuatro años para, luego, olvidarse de nosotros hasta la siguiente elección. El espectáculo es tan obvio y desvergonzado que hasta le han dado un nombre: el síndrome de Cristóbal Colón” (The New York Times, 9/4/2020).
Históricamente, han sido un bastión demócrata. Pero, recuerda que en los ocho años de la administración Obama-Biden, fueron deportados tres millones de indocumentados.
Trump quiere capitalizar el hecho de que el índice de desempleo entre la población de origen latino es la más baja en la historia, aunque sus referencias sobre los migrantes son discriminatorios y racistas, llamándolos criminales y violadores, y que ha separado a más de cinco mil niños de sus padres en la frontera con México, sin olvidar lo del muro.
Actualmente, hay una población de 61 millones de origen latino, de los que 32 millones están en condiciones de votar. “Somos más del 18 por ciento de la población en Estados Unidos y solo tenemos cuatro senadores latinos. Tenemos que ir de grandes números a un pedacito de poder”.
Jorge Ramos recuerda la frase atribuida a Ronald Reagan: “Los latinos son republicanos. Sólo que no lo saben todavía”.
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Nos encontramos a unas semanas del Súper Martes, el 3 de noviembre, día de las elecciones en Estados Unidos, entre el presidente Donald Trump, en pos de su reelección, y Joe Biden, ex vicepresidente con Barack Obama. Nada novedoso, que no sea la presencia de Kamala Harris, compañera de la fórmula demócrata con Biden.
Una votación crucial con tres crisis a cuestas: la de la pandemia (con 200 mil muertes), la económica y la social, con tinte racial/racista. Además, teñido de naranja: por el color del rostro del presidente y, sobre todo, por el color de los cielos de California, Oregon y Washington debido a los incendios forestales.
Un libro que habla de Trump y sus declaraciones, minimizando los efectos del Covid-19, podría ser mortal. Es el reciente libro de Bob Woodward: Rape (Rabia), donde se cita al presidente, en comentarios a principios de febrero, cuando afirmó que, aun cuando reconocía su gravedad, “no quiero crear pánico”. Y cuando, el 9 de septiembre, le preguntaron sí fueron ciertas sus declaraciones, reiteró: “Yo amo a mi país y no quiero que la gente esté asustada”.
Desde el 28 de enero, su asesor en Seguridad Nacional, Robert O’Brien, le había advertido que el coronavirus “será el más grande desafío en seguridad nacional que enfrentará durante su presidencia” (AlterNet, 9/12/2020). Como vemos, con más 200 mil muertes, fue una advertencia que ignoró o que minimizó para no crear pánico.
Woodward, reportero de The Washington Post, dio a conocer junto a Carl Bernstein, el asunto de Watergate (el espionaje al Partido Demócrata), por lo cual el presidente Richard Nixon tuvo que renunciar. En 2018, ya había publicado un libro sobre Trump: Fear (Miedo), título de una frase de cuando era apenas un candidato: “El poder real –ni siquiera deseo usar la palabra— es (significa) miedo”. Y él se ha dedicado a infundirlo, como una forma de doblegar voluntades y conciencias.
En otro pasaje del libro, Trump le dice a uno de a sus asesores: “Mis chingados generales son un montón de maricas (pussies). Están más preocupados por sus alianzas que por tratados de libre comercio”.
Clausewitz I: La economía, otro frente de guerra…
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“Estados Unidos es un Estado fallido. En menos de cuatro años, Donald Trump ha exacerbado casi cada asunto que ha conmocionado a este país, desde la desigualdad en el ingreso hasta el calentamiento global”, escribe Tom Egelhardt (The Nation, 9/10/2020).
Como en la contienda electoral se vale de todo, incluyendo la histeria contra la izquierda radical, se destaca lo dicho Michelle Backmann, ex representante por Minnesota, pero “extremista religiosa de la extrema derecha”, con mucha influencia, según Monthly Review que recoge su declaración: “al igual que Blacks Lives Matter (La Vida de los Negros Importan), estos marxistas transgénero negros buscan derrocar a los Estados Unidos y la disolución de la familia tradicional”, es decir, “quieren iniciar una revolución comunista para celebrar reuniones para lograr una moneda global” (Monthly Review, 9/11/2020).
Varios despropósitos se desprenden del comentario anterior, pero que llevan a la confusión, que pudiera que la votación se incline por Trump: 1) creer que la dupla Joe Biden-Kamala Harris, representan a la izquierda radical; hecho que no sucede ni dentro del Partido Demócrata ni mucho menos en el espectro social; 2) agrupar en sólo término los que por sí solos representan una amenaza, pero que juntos serían una caricatura de rebelión: en primer lugar, ser marxista; en segundo lugar, ser transgénero, no únicamente homosexual o lesbiana, y por último, ser negro (el color como estigma), frente a una autoridad que simboliza y ejerce por la fuerza la supremacía blanca.
Y están, claro, los últimos desafíos: el de disolución de la familia tradicional, cuando ésta, hace décadas, desapareció, y lograr una moneda global, que terminaría con el imperio del dólar (José Luis Ceceña dixit) y la hegemonía de Estados Unidos, cuando ésta, también, ya no existe, o sólo la ejerce sobre su patio trasero: América Latina.
Allí está su imposición del nuevo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para que quepa la menor duda de quién manda.
Clausewitz II: De la conquista y la ocupación a la intervención y la inversión. Y el despojo y el saqueo como constantes.
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“En él cabía reconocer al Gran Carnicero, a la encarnación misma del capitalismo: era un barco pirata en las aguas del comercio que, tras alzar la bandera negra, había declarado la guerra misma a la civilización. La corrupción y el soborno, saltarse las leyes y desafiar a la constitución constituían sus métodos habituales de trabajo”.
Upton Sinclair. La jungla. Para Leer en Libertad. México. 2016.
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