¿Por qué la gente huye de los países capitalistas?
- Opinión
En la mesa de una radio en Estados Unidos, alguien lanzó la vieja pregunta “¿Por qué la gente huye de los países socialistas y no de los países capitalistas?” No es una pregunta sino una apuesta por lo seguro que, a lo largo de los años y las décadas, se ha convertido en el martillo del juez que sentencia y resuelve toda disputa ideológica. Es la misma pregunta que yo solía escuchar de chico en las radios de mi país, bajo dictadura primero y bajo una democracia tutelada después. Esas radios y esos medios latinoamericanos que eran apoyados no solo por las grandes empresas que, a su vez, eran protegidas de las dictaduras militares, sino que solían recibir dinero de la misma CIA para repetir historias escritas en una oficina de Nueva York, Washington o Miami.
Para empezar habría que recordar que dentro de palabras como capitalismo y socialismo caben realidades radicalmente opuestas, como pueden serlo Estados Unidos y Perú, Noruega y la ex República Democrática Alemana del otro. (Muchos países europeos pueden tener gobiernos socialistas o conservadores, pero el sistema económico y social de algunos, como los países escandinavos, independientemente del Primer ministro de turno, se basa en una abrumadora participación del Estado en la economía y en la vida social.)
La RDA, por ejemplo, es uno de los caballitos de batalla más usados por las consecuencias que produjo el Muro de Berlín en el corazón de las superpotencias mundiales, construidas sobre siglos de colonialismo voraz. La RDA también recibió miles de inmigrantes, aunque es cierto que muchos más huían hacia el lado de la Alemania Federal. Incluso uno de los casos trágicos, en que un fugitivo fue asesinado a balazos por un guardia comunista, se convirtió en la canción Libre de Nino Bravo. Luego de la muerte del cantor español, la canción fue secuestrada y convertida como himno de otra dictadiura de corte nazi fascista en Chile. Como la comunista República Democrática Alemana, todas las sangrientas dictaduras pro capitalista se definían como democráticas o por su lucha por la libertad.
Durante la Gran Depresión, miles de estadounidenses emigraban cada mes a la Unión Soviética del dictador Stalin, no al revés, hecho que nadie recuerda a pesar de que era reportado por diarios como el New York Times. Otra prueba de que más que la ideología o la fe política, es la necesidad la que mueve a la gente común, tanto como la ambición sin límites mueve a los poderosos capitalistas que no tienen ningún problema para entenderse con gobiernos comunistas o nazis, como Henry Ford se entendió e hizo grandes negocios con Hitler y su archienemigo Stalin, como los grandes capitalistas de hoy (y hasta los más pequeños con chance) se entienden a las mil maravillas con el gobierno comunista de China o con dictaduras autárquicas como la de Arabia Saudi, mientras criminalizan a los países no alineados.
De las sangrientas dictaduras capitalistas que debió sufrir América Latina (incluso antes que existiera la Unión Soviética como excusa de oro), casi todas fueron promovidas, organizadas y apoyadas por Washington. Cientos de miles de personas cada generación, desde su clase profesional hasta los menos privilegiados, debieron huir al exilio. Con la excepción de Cuba, todos los demás exiliados procedían de dictaduras capitalistas, no comunistas. Incluso si se aceptase la exageración de que Venezuela es una dictadura comunista, y pese al brutal acoso internacional que debió sufrir ese país desde antes del golpe de estado fallido de 2002, los millones de refugiados venezolanos no superan a los millones de refugiados colombianos (de hecho una parte de los refugiados venezolanos son colombianos expatriados). Pero ni los Señores del Norte ni sus mayordomos del Sur hablan de los desplazados del capitalismo y de un régimen paramilitar disfrazado de democracia (fundado por Washington antes que existieran las FARC y el ELN) y responsable del 80 por ciento de las víctimas.
Llamar “dictadura capitalista” a las dictaduras militares que sembraron el caos, las violaciones, la muerte y la corrupción, puede sonar ideologizado, pero es la definición correcta: los militares (y paramilitares) establecieron decenas de regímenes de terror desde el Río Grande hasta Tierra del Fuego con el principal objetivo de proteger los grandes capitales, las inversiones y las finanzas de las grandes empresas nacionales e internacionales. La guerra contra el comunismo se dio en países donde el comunismo casi no existía (según militares y agentes de la CIA) y, no en pocos casos, ni siquiera estaba de acuerdo con la participación en guerrillas armadas, la mayoría de las cuales surgen como consecuencia de las dictaduras y el paramilitarismo promovido por Washington, cuyo objetivo consistía en mantener la influencia política y económica que había sido amenazada por la ola de democracias que recorrió América Latina la década anterior a la Guerra Fría y terminó, luego de las millonarias ayudas económicas y “académicas” a sus ejércitos en los años cincuenta, con una ola de dictaduras en los años sesenta.
Si nos venimos al presente, fácilmente podemos ver que de los millones de maldecidos inmigrantes en Estados Unidos, en su abrumadora mayoría son inmigrantes de país capitalistas. Una minoría procede de Cuba, a pesar de cuarenta años de la ley “Pies secos, pies mojados” que incentivaba el arribo masivo de cubanos ilegales con una legalidad automática. Hoy en día, pese a las barreras impuestas a los desheredados de la tierra, la mayoría también son inmigrantes de países capitalistas como El Salvador, Honduras y Guatemala, tres países que sufrieron el terror de las dictaduras amigas y de los Escuadrones de la muerte financiados por Washington y por algunas mega iglesias protestantes.
A pesar del terror de los Contras en Nicaragua en los ochenta, a pesar del publicitado mal gobierno del último Daniel Ortega, Nicaragua tiene un índice de homicidios seis veces menor y sus exiliados son muy pocos en comparación.
En Haití, en cambio, luego de la brutal dictadura amiga de los Duvalier y de los Escuadrones de la muerte, el presidente electo Jean-Bertrand Aristide fue depuesto dos veces por dos golpes de Estado apoyados por Washington. Su economía, basada en el arroz, fue destruida por Bill Clinton (quien terminó reconociendo su “error”) al forzar la desprotección de aranceles en nombre del “libre mercado” y en beneficio de los arroceros subsidiados de Estados Unidos. Desde entonces, Haití es uno de los países capitalistas donde los ciudadanos más desesperadamente buscan emigrar y sus ahogados en el Caribe no se cuentan como víctimas de ningún régimen represivo.
Luego del golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras en 2009, golpe nacido de la mega base militar de Estados Unidos en ese país por impulsar un referéndum sobre una reforma constitucional (que poco más tarde un aliado de Washington llevará a cabo en su beneficio, la reelección), se convertirá en la capital del crimen mundial y de la emigración. ¿A dónde van a emigrar los pobres sino a donde haya trabajo y el cambio monetario de la superpotencia que imprime la divisa global sirva para ayudar a sus familias del otro lado?
Como lo hemos repetido desde hace décadas, la clave narrativa y económica no radica tanto en si un país es socialista, capitalista o nazi. El ganador, la potencia dominante dictará la narrativa basada en hechos forzados. Cualquier alternativa a su dominio moral, ideológico, económico y militar será destrozado y luego presentado como ejemplo de que no funciona, que sólo produce miseria y sus estrategias de defensa son sólo autoritarismo contra la libertad de sus ciudadanos.
JM, setiembre, 2020
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