Las causas de la pobreza son obvias, pero se ignoran
- Opinión
Las causas de la pobreza son obvias, pero se ignoran. Normalmente se cree que ella es consecuencia directa del tipo de actitud de las personas que la sufren, sumidas en un submundo carente de autoestima, de conciencia y de aptitud para el trabajo. Esto lo repiten quienes, a su vez, creen que sólo el sistema capitalista es el más idóneo para sacar a la humanidad de la pobreza. Otros, como en el pasado, atribuyen esta condición a lo predeterminado -inapelablemente- por su «dios», lo que equivaldría a la condena recibida por las personas por su poca fe y sus pecados; siendo el caso contrario de aquellos que disfrutan la dicha del éxito y la opulencia (de ahí la expansión de la llamada teología de la prosperidad que tan pingües dividendos les produce, especialmente, a sus predicadores).
Ciertamente, la pobreza es un asunto que cuestiona el funcionamiento del régimen capitalista y representa para este un serio desafío. Ella ha obligado a gobiernos y al sector privado de la economía a plantearse la manera de hacerle frente, de reducirla y de eliminarla permanentemente, de una manera que no se produzca una situación de zozobra y, eventualmente, un estallido social que ponga en peligro la estabilidad del Estado, de la sociedad y del mercado. No obstante, en vez de entenderlo como un problema macroeconómico y/o estructural, algunos gobernantes y economistas llegan a creer que la pobreza es, simplemente, un malestar de tipo administrativo o gerencial que puede paliarse mediante la implementación de algunos programas sociales puntuales; pasando por alto su verdadero origen y su naturaleza, manteniéndola inalterable, conformando un círculo vicioso que apenas es afectado.
Para quienes gustan de estadísticas, según datos del Banco Mundial, habría en la actualidad alrededor del planeta unos 760 millones de personas (quizás más) en condiciones de pobreza extrema. La mayoría de ellas sobreviviendo con un ingreso inferior equivalente a 1,90 dólares estadounidenses. Una cuestión de graves consecuencias que tiende a incrementarse cada vez más desde hace treinta años, estimándose en unas 4 mil millones de personas que padecen a diario las vicisitudes derivadas de la pobreza, en especial las concernientes a la seguridad alimentaria, a la educación y al estado óptimo de salud que debieran disfrutar en todo momento.
La pobreza resulta ser, por tanto, un agudo problema estructural del tipo de sociedad en que nos desenvolvemos. Y, como tal, tiene que ser asumida en contraste con la idea extendida que la misma es superable si solo el individuo se lo propone, sin esperar dádivas del Estado, de una organización benéfica o de cualquier entidad divina, lo que la convertiría en un asunto rigurosamente personal. Eso sería admitir que no existe ninguna pobreza involuntaria. Muchos “olvidan” que la política fiscal, la apertura comercial y financiera, y los salarios estancados que favorecen ciertos regímenes para colocar a sus países en la órbita del capitalismo neoliberal globalizado, aparentemente orientados a sacar a sus pueblos de la pobreza, sólo han servido para acentuar la brecha existente entre ricos y pobres; lo que, por cierto, deja muy mal parados a sus auspiciadores. A esto hay que sumarle el papel asignado a cada uno de nuestros países “tercermundistas” de simples proveedores de materias primas en la división internacional del trabajo que beneficia pródigamente a Estados Unidos y las naciones desarrolladas de Europa, sin que haya una retribución en materia científica y tecnológica que permita igualar, por lo menos, su etapa inicial de desarrollo económico.
En su libro «Capital e ideología», Thomas Piketty propone una serie de cambios profundos en la estructura del capitalismo contemporáneo. Según lo expone, se podría lograr un arreglo social en sintonía con el momento histórico en que se encuentra la humanidad, cercada por amenazas de toda índole que representan su total extinción como especie y, en un menor grado, el colapso del modelo civilizatorio erigido desde hace unos seiscientos años. Una de las medidas recomendadas por Piketty es la de otorgar el 50 por ciento de los asientos en los consejos de administración de las empresas a los empleados y trabajadores; lo cual disminuiría, en cierta forma, el nivel de separación entre los salarios percibidos por estos en relación con las ganancias de quienes son propietarios y accionistas, al mismo tiempo que habría un enfoque mejor dirigido a cubrir las necesidades reales de la sociedad y no a elaborar productos que incentiven, como es habitual, el consumismo y el lucro. Esto es algo que plantea junto con la implementación de una profunda reforma fiscal a la que se someta la riqueza extrema, dada su desproporción en relación con los presupuestos acumulados de varios países, lo que haría factible financiar un programa de renta básica universal. No obstante, aun llevando a cabo exitosamente estas propuestas, el problema estructural de la pobreza seguiría presente, incólume, si no se emprenden medidas que coadyuven a sustentar y elevar la confianza de los pobres en sus propias capacidades, lo que debiera concretarse en la apertura de espacios comunitarios para la autodeterminación y el trabajo productivo bajo una perspectiva completamente distinta a la de la lógica capitalista.
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