La escalada contra el gobierno del presidente constitucional de Venezuela, Nicolás Maduro, transcurre como los guiones cinematográficos.

Cumple los parámetros que Hollywood exige a sus guionistas: un tiempo de presentación para lo cual revivieron la fantasmal Asamblea Nacional, y la aparición de improviso de un “héroe” salido de la nada, Juan Guaidó, insólito presidente “designado”.

Un punto de viraje importante: la siembra de la matriz de “Guaidó presidente legítimo” en lugar del erróneo “designado”. En paralelo, la de “Nicolás Maduro usurpador”.

A partir de allí, una internacionalización del “conflicto” con un papel más activo de Israel, España y Reino Unido para hacer creíbles esas matrices de opinión que preparan el terreno para un desenlace forzado, incluido el militar.

Después, la búsqueda del climax mediante un gran show mediático de índole épico-emocional como cuando Rambo abate al vietcong y “gana” la guerra en Vietnam.

La escena actual se rueda en Colombia con la “ayuda humanitaria” como leit motiv que nada tiene ni de lo uno ni de lo otro.

De fondo, un concierto para armar bulla con un multimillonario británico al frente vorazmente interesado en el coltan venezolano para su industria de aviación y celulares, Richard Branson.

Por la derecha del encuadre ingresan, como sombras de muñecones de carnaval, ricos y famosos, que toman a Cúcuta como la alfombra roja de los óscares.

La banqueta del director en la Casa Blanca y la claqueta en manos de Pompeo, un bestia, que no distingue un tags de otro.

Pero el final de la película es incierto. No abierto, sino incierto.

Ojo, no porque se trate de un suspense, que no lo es, sino porque actores, productores y directores desconocen cuál va a ser.

¡Ah, caramba! En la lógica del guion no encaja la resistencia del pueblo y de las fuerzas armadas bolivarianas. Ese es el gran problema de todo el rollo, para el director, el productor y el elenco.