Trans-nacional
- Opinión
El prefijo “trans” se refiere a aquello que está “al otro lado” o “a través de” y solemos en nuestro idioma actual usarlo para pensar en las personas que están en la búsqueda o que han encontrado una discordancia entre su cuerpo, su género y su sexo. Este tema, complejo, doloroso, enlodado con prejuicios y tradiciones no es el que me ocupa hoy sino que quiero usar la fuerza semántica de estas cinco letras para hablar de quienes son hoy trans-nacionales. Con n, como concepto distinto al trasnacional que nos hace pensar en economía.
Me refiero al asunto de las personas y las migraciones. La construcción de su personalidad en medio de estos conflictos geopolíticos que muerden la autoestima de los seres del sur que a veces parecen sentir como verdaderas desgracias su identidad nacional.
El asunto seguramente siempre ha existido, siempre se ha alimentado en la construcción de un ideal de belleza que apunta que el catire es el guapo y que ojalá alguna pudiera tener un poco más de Marilyn Monroe y un poco menos de esa genérica Pocahontas que tan poco hace de protagonista en el cine.
Sobre ese tema ha escrito con mucho detalle el francés, de origen tunesino Albert Memmi que nos cuenta que eso de casualidad no tiene nada y ocurre porque la colonia es también un mecanismo que enseña a venerar al opresor y avergonzarte del nativo, del originario, que se dibuja como el que perdió la pelea, el vago, el vivo, el sinvergüenza.
Esa pena, con la que se nació, que perfeccionaron las escuelas y las madres recomendando mejorar la raza, cuidar el blanquito de la piel, usar tintes y maquillaje que destaquen o perfilen se empeora en nuestro ciudadano, que ahora o antes, vivió para emigrar.
No es ese neovenezolano que empalaga con un kit de bandera o una obsesión con el cocosete o el pirulin sino aquél que transita su adaptación a un nuevo país como un recorrido que profundiza la vergüenza por su origen.
Estos seres, aun no han pisado el Aeropuerto de Barajas o se han decidido si será Ecuador, Perú o Chile su próxima estación pero ya han descubierto todas las cualidades afirmativas, admirables de aquellos, las mismas que nunca encontraron en los suyos. Si les da por irse a algún Reino irán a visitar al Monarca, saludaran dando vítores aunque nunca se han detenido a analizar ni siquiera quien en ese país, en definitiva, es quien manda.
¡Vaya sufrimiento! ¡A la penuria de la lejanía le suman el impuesto de la vergüenza! ¡Del no encontrarse! Todos los que hemos vivido un rato, al menos, fuera de nuestro país sabemos que uno nunca termina de ser del país que le recibe. Una se va como acoplando pero le da por las noches esa necesidad de un saborcito de casa, de una doña que le diga cuatro cosas o de un vecino que remate sus abrazos.
Esa necesidad de olvido, de borrar los vínculos con la vida previa, de tener que dejar de ser quienes son es una necesidad tan difícil como la de todos aquellos que pasan por el duelo de la muerte de su primera personalidad.
Construir la segunda, duele, algunos lo alcanzaran mejor otros tendrán ese aspecto de caricatura que suele ocurrirle a quienes sienten vergüenza de quienes son. Algunos habrán cargado con esto desde que apagaban el televisor y veían que sus casas no se parecían a los suburbios ni nadie vendía comida china a domicilio; a otros, se les presentó como espejos, a cambio de algún patrocinio de publicidad, economía o política. La verdad es que es una hoja triste de otro ser que vive en este momento de la humanidad.
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