La narratura​ ​del capitalismo

Una de las afirmaciones que más repiten y menos se cuestiona es aquella que afirma que este ha sido el sistema que más riqueza y más progreso ha creado en la historia.

28/07/2017
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¿Realmente le debemos la modernidad al capitalismo?

 

Una de las afirmaciones que los apologistas del capitalismo más repiten y menos se cuestiona es aquella que afirma que este ha sido el sistema que más riqueza y más progreso ha creado en la historia. Le debemos Internet, los aviones, YouTube, las computadoras desde la que escribimos y todo el adelanto médico y las libertades sociales e individuales que podemos encontrar hoy.

 

El capitalismo no es el peor ni el menos criminal de los sistemas que hayan existido, pero esta interpretación arrogante es, además, un secuestro que la ignorancia le hace a la historia.

 

En términos absolutos, el capitalismo es el período (no el sistema) que ha producido más riqueza en la historia. Esta verdad sería suficiente si no consideramos que es tan engañosa como cuando en los años 90 un ministro uruguayo se ufanaba de que en su gobierno se habían vendido más teléfonos móviles que en el resto de la historia del país.

 

La llegada del hombre a la Luna no fue simple consecuencia del capitalismo. Para empezar, ni las universidades públicas ni las privadas son, en sus fundamentos, empresas capitalistas (excepto algunos pocos ejemplos, como el fiasco de Trump University). La NASA tampoco fue nunca una empresa privada sino estatal y, además, se desarrolló gracias a la previa contratación de más de mil ingenieros alemanes, entre ellos Wernher von Braun, que habían experimentado y perfeccionado la tecnología de cohetes en los laboratorios de Hitler, quien invirtió fortunas (cierto, con alguna ayuda económica y moral de las grandes empresas norteamericanas). Todo, el dinero y la planificación, fueron estatales. La Unión Soviética, sobre todo bajo el mando de un dictador como Stalin, ganó la carrera espacial al poner por primera vez en la historia el primer satélite, la primera perra y hasta el primer hombre en órbita doce años antes del Apollo 11 y apenas cuarenta años después de la revolución que convirtió un país atrasado y rural, como Rusia, en una potencia militar e industrial en unas pocas décadas. Nada de eso se entiende como capitalista.

 

Claro, el sistema soviético fue responsable de muchos pecados morales. Crímenes. Pero no son las deficiencias morales las que distinguían al comunismo burocrático del capitalismo. El capitalismo sólo se asocia con las democracias y los Derechos Humanos por una narrativa, repetitiva y abrumadora (teorizada por los Friedman y practicada por los Pinochet), pero la historia demuestra que puede convivir perfectamente con una democracia liberal; con las genocidas dictaduras latinoamericanas que precedieron a la excusa de la guerra contra el comunismo; con gobiernos comunistas como China o Vietnam; con sistemas racistas como Sud África; con imperios destructores de democracias y de millones de habitantes en Asia, África y América latina, como en los siglos XIX y XX lo fueron Inglaterra, Bélgica, Estados Unidos, Francia, etc.

 

La llegada a la Luna como la creación de Internet y las computadoras que se atribuyen al capitalismo fueron básicamente (y, en casos, únicamente) proyectos de gobiernos, no de empresas como Apple o Microsoft. Ninguno de los científicos que trabajaron en esos revolucionarios programas tecnológicos lo hizo como empresario o buscando hacerse ricos. De hecho, muchos de ellos eran ideológicamente anticapitalistas, como Einstein, etc. La mayoría eran profesores asalariados, no los ahora venerados entrepreneurs.

 

A esta realidad hay que agregar otros hechos y un concepto básico: nada de esto surgió de cero en el siglo XIX o en el siglo XX. La energía atómica y las bombas son hijas directas de las especulaciones y los experimentos imaginarios de Albert Einstein, seguido de otros genios asalariados. La llegada del hombre a la Luna hubiese sido imposible sin conceptos básicos como la Tercera ley de Newton. Ni Einstein ni Newton hubiesen desarrollado sus maravillosas matemáticas superiores (ninguna de ellas debidas al capitalismo) sin una plétora de descubrimientos matemáticos introducidos por otras culturas siglos antes. ¿Alguien se imagina el cálculo infinitesimal sin el concepto del cero, sin los números arábigos y sin el algebra (al-jabr), por nombrar unos pocos?

 

Los algoritmos que usan las computadoras y los sistemas de internet no fueron creados ni por un capitalista ni en ningún período capitalista sino siglos atrás. Conceptualmente fue desarrollado en Bagdad, la capital de las ciencias, por un matemático musulmán de origen persa en siglo IX llamado, precisamente, Al-Juarismi. Según Oriana Fallaci, esa cultura no dio nada a las ciencias (irónicamente, el capitalismo nace en el mundo musulmán y el mundo cristiano lo desarrolla).

 

Ni el alfabeto fenicio, ni el comercio, ni las repúblicas, ni las democracias surgieron en el periodo capitalista sino decenas de siglos antes. Ni siquiera la imprenta en sus diferentes versiones alemanas o china, un invento más revolucionario que Google, fueron gracias al capitalismo. Ni la pólvora, ni el dinero, ni los cheques, ni la libertad de expresión.

 

Aunque Marx y Edison sean la consecuencia del capitalismo, ninguna gran revolución científica del Renacimiento y la Era Moderna (Averroes, Copérnico, Kepler, Galileo, Pascal, Newton, Einstein, Turing, Hawking) se debió ese sistema. El capitalismo salvaje produjo mucho capital y muchos Donad Trump, pero muy pocos genios.

 

Por no hablar de descubrimientos más prácticos, como la palanca, el tornillo o la hidrostática de Arquímedes, descubiertas hace 2300 años. O la brújula del siglo IX, uno de los descubrimientos más trascendentes en la historia de la humanidad, por lejos más trascendente que cualquier teléfono inteligente. O la rueda, que se viene usando en Oriente desde hace seis mil años y que todavía no ha pasado de moda.

 

Por supuesto que entre la invención de la rueda y la invención de la brújula pasaron varios siglos. Pero el tan vanagloriado “vertiginoso progreso” del periodo capitalista no es ninguna novedad. Salvo periodos de catástrofe como lo fue la peste negra durante el siglo XIV, la humanidad ha venido acelerando la aparición de nuevas tecnologías y de recursos disponibles para una creciente parte de la población, como por ejemplo lo fueron las diferentes revoluciones agrícolas. No es necesario ser un genio para advertir que esa aceleración se debe a la acumulación de conocimiento y a la libertad intelectual.

 

En Europa, el dinero y el capitalismo significaron un progreso social ante el estático orden feudal de la Edad Media. Pero pronto se convirtieron en el motor de genocidios coloniales y luego en una nueva forma de feudalismo, como la del siglo XXI, con una aristocracia financiera (un puñado de familias acumulan la mayor parte de la riqueza en países ricos y pobres), con duques y condes políticos y con villanos y vasallos desmovilizados.

 

El capitalismo capitalizó (y los capitalistas secuestraron) siglos de progreso social, científico y tecnológico. Por esa razón, y por ser el sistema global dominante, fue capaz de producir más riqueza que los sistemas anteriores.

 

El capitalismo no es el sistema de algunos países. Es el sistema hegemónico del mundo. Se pueden mitigar sus problemas, se pueden desmantelar sus mitos, pero no se puede eliminarlo hasta que no entre en su crisis o declive como el feudalismo. Hasta que sea reemplazado por otro sistema. Eso en caso de que quede planeta o humanidad. Porque también el capitalismo es el único sistema que ha puesto a la especie humana al borde de la catástrofe global.

 

Jorge Majfud

Escritor uruguayo estadounidense, autor de Crisis otras novelas.​

 

https://www.alainet.org/pt/node/187151?language=es
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