El hampa y la subversión: el presente bajo la lupa de Domingo Alberto Rangel

25/07/2017
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
libros.jpg
-A +A

Conocí a Domingo Alberto Rangel como uno conoce a aquel primo de su madre que no vive en la ciudad pero que monopoliza la admiración familiar. Por ende, su nombre siempre ha estado allí, en la conversación sobre política e historia, en el plano de los admirables y los dotados de una clarividencia superior. Sus dotes intelectuales, en la opinión de mi madre, fueron tan excepcionales que le perdonó siempre sus diferencias con Chávez, por lo cual, muchos otros de sus queridos quedaron en la casilla de los que la desilusión. Pero él no.

 

Estamos en Caracas, hoy es 25 de julio. Han pasado un par de meses de terror donde hemos superado los cien muertos. En declaraciones de ayer, el Canciller de la República advierte que las horas que vienen son cruciales, lo mismo ha hecho la Embajada Norteamericana. En el presente, ya se han alineado los gobiernos de Colombia, México, Brasil, Argentina y la CIA ha declarado su intención de derrocar a Nicolás Maduro.

 

Caracas está en medio de tantas amenazas intentando lucir su cumpleaños y es allí, donde, he encontrado el libro que me lleva a escribir las siguientes líneas. Se trata de un breve análisis del 2008 publicado, evidentemente, por Domingo Alberto Rangel, denominado “Aquí manda el hampa”.

 

En él, expone su valoración de ciertos hechos que venían ocurriendo, el poder frente a las instituciones que desarrollan los delincuentes, la existencia de dos tipos de malhechores que se corresponden a las dos grandes formas de la ciudad: el barrio o la urbanización, concluyendo que entre la política y la delincuencia, en tiempos donde ya no existe la subversión guerrillera, es el delincuente quien reta toda la institucionalidad que aparece entre la insuficiencia y la indiferencia, salvo algunos puntuales y extraños, episodios violentos.

 

Pensar estas ideas en el presente, cuando han transcurrido casi diez años de esas líneas, ahora que algunas cosas que resultaban quizás plenas exageraciones comienzan a parecer descripciones exactas de lo que vivimos, nos servirá quizás para ver la cara interna del conflicto.

 

¿Son esos dos malhechores, la alianza callada entre el industrial y el bachaquero? ¿Es la delincuencia desde 1990 el talón de Aquiles del Estado venezolano? ¿Es la figura del Ministerio Público la menos capaz de dar respuestas? ¿Si la calidad de vida cambió tanto en estas décadas porqué la delincuencia no se detuvo? ¿Es, el momento actual, la definitiva alianza entre la oposición política y la delincuencia organizada? Pienso que estas son preguntas que se nos atraviesan incluso sino queremos mirarlas de frente y estas estarán allí, pase lo que pase, esta semana o las siguientes como los verdaderos enemigos internos de la República.

 

Primero, los mitos

 

No es el libro que comentamos una obra que dore la píldora al chavismo. Por el contrario, su lenguaje y visión del gobierno de Hugo Chávez Frías es sumamente ácida. No comparte buena parte de las premisas pero tampoco se suma al ejercicio a lo Goebbels, de tantos personeros políticos, que quieren ubicar que la delincuencia nació con el chavismo.

 

Para Domingo Alberto Rangel, la delincuencia está enraizada en la sociedad petrolera. Por eso, afirma con severidad que “ningún país produce dos o tres millones de barriles diarios de petróleo sin sufrir en lo moral y lo político”[1] ubicando en la manera en la que el petróleo modificó el país la génesis del problema.

 

Hay en Venezuela, una falta de sentido de pertenencia, una incapacidad de estabilidad que azota las poblaciones deprimidas y un superávit en el Fisco que hace que, todos los gobiernos, tengan amigos de la clase que considera conforma la delincuencia de las urbanizaciones, experta tan sólo, en obtener contraticos. Por eso, para él, la delincuencia y la corrupción, no tienen una relación de género/especie sino que son la misma cosa, los resultados de una sociedad que caracteriza como hipócrita.

 

Por eso, un personaje crucial en esta guerra es quien ocupe la silla del Ministerio Público de quien dice “El Fiscal General, lo mismo en la República Gomecista que en la República Bolivariana tiene la profesión del gato, tapar para que el mal olor no delate las porquerías de la vida política”.[2]

 

Esta idea, que he decidido reproducir con toda intención es fundamental a la hora de querer mejorar un país. El Ministerio Público que existe, con algunas variaciones, desde la Colonia cuando el cargo era el del Primer Fiscal para Actuar ante la Real Audiencia de Caracas, debe ser sometido a un proceso radical en el que pueda tenerse una verdadera contraloría y conexión con tan importante función. Pues, en el poder de señalar –y sus peligrosas omisiones- se ve la cara real de una democracia donde todos somos –o no- iguales. En este sentido, concluyo mi muy personal apreciación de que la crisis actual no debe malgastarse en una pelea de personeros sino en un proceso de confrontación e interrogación sobre qué instituciones tenemos, cómo funcionan para ver que requerimos de ellas.

 

Ahora, para Rangel la delincuencia como nosotros la vivimos no viene desde los tiempos de Gómez. Aquel país rural, atemorizado, lleno de conflictos interinos no conoció este flagelo y por el contrario, entre las bonanzas de las que se ufanaba estaba en qué salvo a los que les daba por meterse a políticos, ninguno se sentía inseguro.

 

La delincuencia es para él un subproducto petrolero, el hijo de la injusticia y del desplazamiento forzoso. De un país donde las clases trabajadoras no han tenido históricamente derecho al trabajo, ni al descanso, ni a la permanencia. De uno donde los ingenieros construyeron para un puñado de señores mientras los cerros de Caracas y las planicies inhóspitas de Maracaibo y la Costa Oriental del Lago se llenaron de gentes, sin derecho a las formas del derecho ni en el amor, ni en el trabajo ni en la vivienda.

 

Pero para él hay un pico y este se da en los años noventa. A partir de allí, la delincuencia deja de ser ese fenómeno malvado pero justificable –quizás- en las inhóspitas condiciones de vida que tiene un país y se transforma en una fuerza abominable que tiene como mayor trofeo el haber logrado constituirse como el “fantasma de la vida venezolana”[3] capaz de haber impuesto un régimen en el que “donde hubo ruido, impera el silencio, donde campeó la actividad, reina la calma, donde hubo vida, sólo se ven espectros.”[4]

 

Por eso afirma, al ver ese escalón superior del fenómeno desde 1990 “el hampa es tan desfachatada que se atrevió a faltarle el respeto al Dr. Rafael Caldera…[pues] lejos de haber sucumbido, el hampa había cometido el desvarío de derrotar al Dr. Caldera con todo y su prestigio de académico, de profesor y de padre de familia.”

 

Seguido, las consecuencias

 

Uno que otro informe del Ministerio Público y del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores y Justicia, arrojan algunos números sobre la delincuencia permitiendo ver como desde su dimensión dantesca, a veces ha bajado el número de homicidios o de robos, sin que exista en ninguna parte una tendencia sostenida a su disminución con una fuerza suficiente como para que, aquel pueblo que dormía con puertas abiertas, recupere su normalidad.

 

La descripción de las consecuencias del fenómeno para Rangel se centra en un párrafo que tomaremos íntegramente tras considerar algunas otras afirmaciones que consideramos destacables:

 

[Las cifras reales de la delincuencia] es el único secreto de guerra o de Estado existente en un país de gentes tan indiscretas y vocingleras como somos nosotros.[5]

 

Mientras discutimos sin tregua, o sin cansancio, sobre garantías constitucionales o sobre estado de derecho, el hampa nos concede en cuanto a las primeras, aquellas que a bien tenga, y moldea el segundo, de acuerdo con sus intereses.[6]

 

El hampón libra en realidad una guerra contra las instituciones del Estado.[7]

 

El hampa monopoliza la subversión, aunque nos parezca mentira, y sea además un crudo sarcasmo.[8]

 

No hay guerra en la historia que no haya pasado por estas alternativas de tregua o de agudización, de agravamiento o de calma.[9]

 

Con estas ideas en mente, como causas, refuerzos o posibles derroteros de la situación la valoración de Rangel sobre las consecuencias de la delincuencia se resume en este párrafo:

 

El hampa ha suspendido las garantías constitucionales sin tener facultad para ello, por supuesto entre ellas destaca la libertad de tránsito, que con solemnidad de vocero, proclama la constitución nacional como garantía de todos los ciudadanos, no existe ya en la práctica. Si la gente que quisiera salir de noche, tiene que permanecer sin embargo en su casa, la libertad de transitar está anulada.[10]

 

Último, la actualidad

 

Para aquellos años cuando Domingo Alberto Rangel escribía estas líneas, ocurrían en Venezuela varios fenómenos importantes. Uno de ellos es que fue el tiempo donde desde las Universidades tradicionales y/o católicas saldrían a debutar con sus manitas pintadas de blanco los que hoy asumen la dirigencia política nacional como un juego de consola. También desde Maracaibo adelantaba sus observaciones del fenómeno el sociólogo y entonces director de la Policía de Maracaibo, Francisco Delgado Rosales que denunciaba un peligro político de primera línea con estas acciones criminales que se vestían de un hampa de casos específicos, de asuntos incomodos…

 

Ha pasado una década en la cual el Presidente Chávez ya no está al mando de la Revolución bolivariana con su liderazgo personal y la capacidad que tiene, en el imaginario venezolano, un militar de lidiar con estos temas difíciles.

 

La subversión política dormida en los tiempos en los que Domingo Alberto Rangel escribía su libro se ha despertado de una manera muy extraña. Su principal herramienta es la suspensión de la libertad de tránsito. Su más notoria característica es actuar como un teatro de varios escenarios, donde los líderes aparecen por la televisión y sus nuevas variantes, sólo ocasionalmente se asoman a los actos de calle que suelen tornarse en sangrientas operaciones cuando estos se retiran.

 

Lejos quedan entonces aquellos recuentos de luchas políticas en las cuales el líder iba adelante, omnipresente, con el barro a la rodilla y la bandera al hombro. La lucha, la hacen otros.

 

Pero ¿quiénes son esos otros?

 

La mayor parte de los participantes tienen la dolorosa característica de ser jóvenes de escasos recursos que no conocieron otros tiempos políticos, ni siquiera otras épocas donde la delincuencia se limitara, como en otros lugares, a causar una reseña en primera plana del robo de una bicicleta. Para quienes, a cambio de drogas o dinero, son convocados a estos actos, la vida ha sido una ruleta de violencia.

 

¿Son los mismos que han crecido sin abrigo de instituciones jurídicas, ni civiles lo suficientemente fuertes como para permitirles la estabilidad que consideraba Rangel distingue a las clases desfavorecidas de Europa de las que habitan la periferia de Caracas?

 

¿Existe una relación directa, real, entre las motivaciones del bachaqueo y de la guarimba? ¿Es otra forma del acuerdo entre los malhechores de la urbanización y los del barrio?

 

Hace tiempo que venimos denunciando que la guerra económica es un proceso de eliminación del tiempo posterior. La vida se limita a sobrevivir el hoy. ¿Este modelo impuesto, del compre hoy lo que ve porque ayer no había y mañana no sé, no es el combustible del desespero que lleva a la violencia o al exilio de gente que sale sólo por librarse de esa angustia de este país?

 

Para Domingo Alberto Rangel estos son los temas en los cuales se puede observar mejor la hipocresía de esta sociedad y eso me recuerda las pintas que hicieron en Maracaibo “GN anda a matar ladrones y no estudiantes”, tanto como la ambivalencia de los discursos que piden severidad contra el hampa y clemencia con los hampones.

 

¿No hay en esta alianza un aprovechamiento de las lesiones que pudo causar sucumbir a la exigencia de la clase de media de darle con todo a la delincuencia? ¿No es el Valle, por ejemplo, uno de los sectores donde la OLP fue más agresiva, donde hoy hay más guarimbas?

 

Estos temas ameritan sentarnos a observar cómo tras nuestras contradicciones, contra nuestros miedos se ha diseñado un sistema que busca destruirnos sin necesitar tantos marines sino colocándonos en una olla a un fuego, que despierte nuestros propios demonios, los de la sociedad que sobrevive entre el neocolonialismo y la osadía, de ser un país minero que no claudica en su deseo de ser libre.-

 

Notas

 

[1] Página 10

[2] Página 10

[3] Página 13

[4] Página 13

[5] Página 18

[6] Página 18

[7] Página 19

[8] Página 19

[9] Página 21

[10] Página 17

https://www.alainet.org/pt/node/187078?language=en
Subscrever America Latina en Movimiento - RSS