La quiebra de un modelo de conducción

29/05/2017
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El lamentable desenlace de la entrevista de José Cárdenas, en Radio Fórmula, con Andrés Manuel López Obrador, evidencia el agotamiento de un modelito de operación periodística del oligopolio radiofónico –extensivo a las tres grandes televisoras del todavía duopolio de la televisión–, y que es preciso revisar, salvo que busquen la reproducción de confrontaciones para ganar rating y anunciantes, con independencia de los nombres y estilos personales que tengan para desenvolverse.

 

Como escucha de fragmentos de una docena de noticiarios, mientras consumo los tres alimentos del día o realizo ejercicio físico, hace un largo rato que lamento el excesivo protagonismo de sus conductores que de por sí lo tienen que hacer para desempeñar su labor informativa y con frecuencia desinformativa, hasta el punto de sustituir la información con propaganda a favor, por ejemplo, de las oposiciones venezolanas (pacífica, beligerante y hasta muy violenta), omitiendo la opinión gubernamental o caricaturizándola. Hablo de informar, nada más, con independencia de los intereses no periodísticos e “ideológicos” del medio.

 

Diferenciaciones necesarias aparte, es notable en casi todos los conductores el uso de la práctica de formular preguntas a los entrevistados que llevan implícita la respuesta, como para provocar que los segundos coincidan con los primeros y para que los conductores aparezcan al aire como “genios”, cuando es una vulgar inducción, para no llamarle manipulación. Y los funcionarios y/o políticos no se atreven a provocar el menor roce con el llamado “líder de opinión”.

 

Hace unas semanas entrevistaron a Cuauhtémoc Cárdenas sobre la propuesta programática que impulsa tanto para formularla como para su deliberación. Resultó grotesco que el “entrevistador” ocupó más de dos tercios del tiempo en formular preguntas con respuestas implícitas, mientras el ingeniero daba concisas respuestas.

 

El enfermizo protagonismo de los conductores llega al extremo de que no terminan aún los reporteros de presentar sus notas, cuando el conductor ya está dando una interpretación con abundantes juicios de valor. Y como es natural, los muy mal pagados reporteros y con frecuencia ni eso, no se atreven más que a darle la razón al jefe.

 

Otra desmesurada práctica es el insistente afán de que los conductores opinen lo mismo de política que de economía, de música que de deportes, de espectáculos que de geopolítica. Y como es natural quien habla mucho está más propenso a cometer dislates. Allí está el ejemplo del secretario “ler” y del conductor que la semana pasada confundió la catedral de San Basilio con el Kremlin. Por supuesto que es de humanos equivocarse, pero estos genios no saben disculparse al aire porque se toman demasiado “en serio”. No fue el caso del secretario Aurelio Nuño quien de varias maneras se disculpó, hasta ganarse una melodía de los Tres Tristes Tigres y la niña Andrea Lomelí.

 

Y, finalmente, la costumbre de ignorar que los políticos tienen “amigos de a mentiritas y adversarios de adeveras”, como dice Beltrones Rivera. Pero a los conductores les encanta llamar por su nombre de pila a los políticos: “Mi querido Manlio” y “mi querido Diego” (Fernández) dicen en forma zalamera y sin inmutarse. No quieren entender que en privado les pueden picar el ombligo, pero en público están trabajando para las audiencias, no para sus bolsillos y la treintena de familias que dominan en el oligopolio mediático. Y éste es el problema estructural de fondo, mas no es la materia de esta nota.

 

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