Descaro supremo

25/05/2017
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El no sumarse o negarse a ser parte de la histeria anti Trump pretenden convertirlo en grave falta, casi en pecado original. Sin contar a los incautos, los adoradores del imperio usa-americano y los que repiten, sin destemples ni sonrojos, lo que los controlados medios transmiten arremeten, lanza en ristre, con iracundia contra todo aquello que se salga del libreto. De nada sirven las explicaciones, menos aún las mesuradas reflexiones sobre lo que acontece en la potencia situada al norte del Río Bravo. La infundida intolerancia, casi talibánica, contra quienes prefieren pensar con cabeza propia o se resisten a obedecer los dictámenes de un imperio que persiste en sus intentos de dominación mundial, a cualquier costo, pasa por la mofa, la descalificación y la inquisidora condena.

 

Discrepar con un establishment que se enfrenta al actual Presidente de los Estados Unidos no significa necesariamente un apoyo, en todo lo que este término implica, al máximo representante de una potencia imperial que se resiste a renunciar a sus propósitos de imponer ese dominio global.

 

Valga la anterior disgregación para aclarar la oposición y condena contra quienes, desde el día siguiente del triunfo electoral e hipócritamente afirmándose en la democracia, se niegan a reconocer sus resultados. Las variadas y cambiantes razones que se esgrimen no han logrado camuflar la principal discrepancia con las anunciadas pretensiones del escogido presidente: la de variar las estrategias geopolíticas intervencionistas de la gran potencia militar, para avanzar hacia un multilateralismo que privilegie el diálogo, las negociaciones y los acuerdos internacionales sobre objetivos comunes de protección de la vida y de la paz mundial. Esa nueva visión y propósito ha generado reacciones virulentas de todo tipo contra el actual mandatario entre las cuales se reviven las campañas de demonización de los rusos. Quienes a diario asesinan la verdad e inventan absurdas historias, pretenden regresar a un histerismo colectivo contra el país eslavo.

 

Las temerarias y hasta demenciales persistentes afirmaciones, sin prueba alguna, sobre la supuesta intervención rusa en las últimas elecciones para favorecer al actual presidente insultan la inteligencia. Felizmente pierden fuerza por persistentes y absurdas. Creerlas sería como reconocer un supremo poder, casi divino, de Rusia para lograr tan ambicioso cometido.

 

Pero al margen de lo anterior. Si se llegara a comprobar tales temerarias presunciones a través de las anunciadas investigaciones, a partir de contactos entre ciudadanos usa- americanos y rusos durante la pasada campaña electoral, ¿cuál es la tan terrible falta? Quienes desde siempre han venido interviniendo en los asuntos internos de otros países a través no solo de esos simples contactos, que se vienen dando tanto en Washington como en Moscú, sino de abiertas intervenciones para desestabilizar gobiernos, realizar Golpes de Estado, asesinatos de líderes y las conocidas invasiones ¿tienen autoridad moral para montar estos reclamos repugnantes a la razón, propios de una mala comedia? ¿O es que lo que es bueno para el ganso no lo es para la gansa? Si “descarada “, como atrevidamente se la ha señalado, es la supuesta y aún no probada, “interferencia” rusa en las últimas elecciones, ¿cómo calificar las señaladas cruentas intervenciones de los Estados Unidos contra países insumisos que protegen su soberanía territorial, su derecho a gobernarse y a vivir de acuerdo a sus tradiciones su cultura y sus creencias? Pongámosle nombre a lo que a todas luces sí es un descaro supremo, ¿o es algo mucho más que eso?

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