Tiene razón el titular del Ejecutivo federal cuando subraya ante la 21 reunión del Centro Paley, que congrega a los principales medios electrónicos de la aldea, que la relación de México y Estados Unidos es tan profunda que va más allá de los vínculos entre los gobiernos. Lo que por supuesto incluye al gobierno que dentro de dos meses encabezará Donald Trump.

Muchísimo más allá de los vínculos entre los dos gobiernos. Y no puede ser de otra manera con más de un millón de cruces fronterizos legales diarios –los no lícitos son incontables, este redactor los realizó decenas de ocasiones con un simple saludo en inglés mientras vivió en Matamoros, pero también desde el Distrito Federal–, lo que convierte a esta frontera en la más transitada del mundo, además de que une a 10 estados de los dos países y en los que radican 95 millones de personas. 35 millones son de origen mexicano y de ellos sólo un tercio son migrantes.

Pero no resulta tan razonable que 17 días después del súper martes 8 que llevará al magnate neoyorquino a despachar en la Casa Blanca, Enrique Peña insista en el discurso de las generalidades, cuando Trump paulatinamente empieza a sustituir su voluntarista e intransigente retórica electoral por otra que corresponda más al de presidente electo. Ya no es un “muro” –existente en la tercera parte de la frontera, por cierto– el que construirá sino una “reja” que, además, será pagado con recursos estadunidenses; tampoco expulsará a 3 millones de indocumentados, sólo a los que tengan “antecedentes criminales”, que él estima son 500 mil.

Reculamiento de John Donald que tiene posibilidades de ser todavía más pronunciado, en la medida en que la sociedad civil ocupe más y mejor el espacio público frente a lo que juzga como graves amenazas a la naturaleza multirracial de la sociedad, la diversidad y la tolerancia. Apoyados como están por los alcaldes de Boston, Providence, Chicago, Nueva Jersey, Seattle, Filadelfia, Los Ángeles, San Francisco y Washington, ciudades santuarios que no persiguen a indocumentados por haber violado la ley migratoria federal. Sus pares de Nueva York y Chicago pintaron su raya con los planes de Trump.

Mientras la resistencia se multiplica en calles y condados de EU, Peña Nieto insiste en el discurso de la integración y sus ventajas para ambos países por medio del TLCAN con 22 años de vida y Trump amenaza con revisarlo. Para el mexicano “Con ese mecanismo se ha logrado una relación comercial muy balanceada pero, sobre todo, de grandes sinergias, ya que Estados Unidos y México producen juntos para venderle al resto del mundo”.

También, asegura Peña, porque México “es el segundo destino de las exportaciones de Estados Unidos. México le compra más a Estados Unidos que todos los países europeos en conjunto. Y también más que lo que le compran en conjunto los llamados (sic) Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) juntos”.

Hacer de la dependencia casi completa de México respecto de EU una virtud, no parece ser la política más oportuna cuando los mexicanos son prisioneros de la incertidumbre, pues conocen el lugar común de que cuando a USA padece una gripe, a México le da pulmonía. Sólo a Agustín Carstens se le ocurrió, en 2008, pronosticar “un catarrito”.

“Diálogo será el camino” con el nuevo gobierno de Trump, jura una y otra vez Enrique Peña. Y augura que se “iniciará una era de nuevos retos, pero también de grandes oportunidades para encontrar nuevos caminos de cooperación y prosperidad compartida”. Amén.

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