Glifosato: la Organización Mundial de la Salud cede ante empresas

19/09/2016
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Hagamos un pequeño racconto: el glifosato es el herbicida de uso más extendido hoy día. Se venía usando extensivamente, sobre todo para los abundantes céspedes de EE.UU., porque se había verificado que no tenía la virulencia de otros temidos herbicidas, con letalidad inmediata comprobada (el paraquat, el temido “Agente Naranja, por ejemplo, que es una mezcla de 2, 3, 7,8-tetraclorodibenzodioxina (TCDD) y 2-4-5-t. O un “primo” suyo de menor potencia pero aun altamente tóxico, el “abundante” y muy presente en campos argentinos 2-4-d y otros también temibles; atrazina, glufosinato, carbamatos…

 

El glifosato se multiplicó con la implantación de cultivos transgénicos, precisamente preparados para soportar glifosato que tiende a eliminar a los demás vegetales.

 

Por su baja letalidad inmediata, se lo consideró inofensivo. Estuvo durante muchos años considerado no tóxico, atóxico o como el lector prefiera piropearlo.

 

Sin embargo, investigaciones reiteradas de biólogos como el argentino Andrés Carrasco, descubrieron y describieron preocupantes índices de intoxicación… con glifosato.

 

Gilles-Eric Seralini, francés, por ejemplo, retomó las experiencias de la “investigación” que Monsanto había hecho con conejillos de Indias y que le habían dado total inocuidad y así lo había publicado en revistas “científicas” y en comunicados emitidos, no por el laboratorio transnacional que podría considerarse parte interesada sino a través de organizaciones que proclaman ser “sin fines de lucro”, aunque precisamente están fundadas, montadas y financiadas por empresas, como es el ILSI, International Life Sciences Institute, que responde por entero a Monsanto, o Croplife International que está patrocinada, financiada, etcétera por Syngenta, Monsanto, Bayer, Basf, Sumitomo Chemical y otros entre los mayores laboratorios del mundo.

 

Séralini observó que los estudios de Monsanto se habían limitado a tres meses, exactamente. Entonces repitió exactamente la misma hoja de ruta (cantidad de glifosato administrado, mismo tamaño de los conejillos y el mismo tipo de encierro, de comida, etcétera pero lo prolongó después de los tres meses. Y pudo verificar que ya en el mismísimo cuarto mes empezaban a aparecer alteraciones en la salud de los animalitos de prueba, cada vez más patentes, como por ejemplo, enormes tumores. Las conclusiones sobre inocuidad del glifosato quedaban barridas, literalmente.

 

Entre 1996, momento de implantación de cultivos transgénicos (soja, fundamentalmente) y 2014, es decir durante casi dos décadas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) aceptó como inocuo al glifosato pese a que sobre todo en el correr de los años del s. XXI, se empezaron a verificar preocupantes efectos contaminantes desde los campos “transgénicos”. Los ya mencionados hicieron sus verificaciones, Carrasco en 2009 y Séralnii en 2012.

 

No fue, sin embargo, hasta 2014 momento en que finalmente, la OMS (a través de su Agencia Internacional para la Investigación sobre Cáncer, IARC) declaró al glifosato “probablemente cancerígeno”. Durante los años previos su latiguillo había sido que” no estaba suficientemente probado”.

 

2014 se presenta así como condena de muerte para Monsanto. Como dicen los jóvenes, “se les vino la noche”; a Monsanto, Syngenta y a todos los laboratorios comprometidos con la quimiquizaciòn de los campos.

 

Monsanto, por ejemplo (que es el laboratorio con mayor participación en los “negocios transgénicos” del mundo entero) obtenía unos cinco mil millones de dólares anuales por la venta de glifosato (bajo su marca Round Up Ready).

 

Monsanto, y seguramente todo el pool de laboratorios con el mismo enfoque y administración de agroquímicos, se dedicaron a cuestionar e invalidar el resultado asumido por IARC. Observe el lector que el IARC se había tomado su tiempo para el dictamen que invalidaba el uso y abuso de glifosato.

 

Pero la ciencia es hoy día más compleja. O al menos más complicada sus relaciones con los intereses… empresariales.

 

Hemos mencionado a la OMS, al IARC, que es una institución dependiente de la OMS (diríamos una de sus reparticiones); hemos mencionado a ILSI y a CropLife que no son sino pantallas empresariales, naves de campaña de empresas que optan por no presentar sus intereses a través de propaganda sino escondiendo sus intereses a través de sedicentes “organizaciones sin fines de lucro”.

 

Como dice la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza de América Latina (UCCSNAL), “A través de un ejército de ejecutivos de la industria, profesionales de relaciones públicas y científicos de algunas universidades públicas, la empresa despliega su trabajo contra el IARC y sus resultados sobre el glifosato.” (Revista Biodiversidad, nro. 89, julio 2016). La empresa es Monsanto, faltaba más.

 

Así llegamos a una reunión en mayo de 2016 de JMPR en que le vuelve al alma al cuerpo a Monsanto y demás cultores de la transgenetización de los campos.

 

Porque la JMPR declara: “Es poco probable que haya riesgo de que el glifosato sea carcinógeno para los seres humanos, en una exposición a través de la dieta.”

 

Pero ¿qué es JMPR? Es la sigla de Joint Meeting FAO-WHO of Pesticide Residues (Reunión Conjunta FAO/OMS sobre Residuos de Plaguicidas).

 

Como reza su folletería en internet: “La JMPR desempeña funciones de asesoramiento científico para establecer los límites máximos para residuos que pudieran producirse como resultado de la utilización de los plaguicidas”.

 

Y abunda: Examina los datos toxicológicos y conexos. Estima las ingestas diarias admisibles (IDA) de plaguicidas para las personas.” Aquí estamos entrando a un terreno resbaladizo. Cuando se hace “de necesidad virtud”. Los laboratorios no sólo emplean, y abundantemente, tóxicos para ofrecernos alimentos sino que nos quieren hacer creer que eso es saludable.

 

Solo así se explica el término “admisible”. Ingesta diaria resultado de una determinada forma de producir alimentos, que puede ser discutible, que si fuere necesaria habría que reconocer que es tóxica pero que mediante Public Relations nos quieren hacer creer que es admisible.

 

Esta comisión JMPR asesora a la FAO, a la OMS y a sus estados miembros. Ahora empezamos a entender por qué costó tanto tiempo referirse a la toxicidad del glifosato.

 

Tal vez lo más significativo esté en cómo se integra la JMPR.

 

Dice su folletería oficial en internet: “Selección de los miembros. Los expertos desempeñan sus funciones a título personal, y no como representantes de su país u organización.” En una palabra, no responden sino a su interés personal, que es seguramente muy, pero muy bien atendido por laboratorios que ganan miles de millones de dólares anuales. Constituido entonces por una casta de profesionales cooptados.

 

Y observe el lector cuáles son las funciones que la misma JMPR presenta como propias; “Establece las IDA y las dosis agudas de referencia tomando como base los datos toxicológicos y la información conexa disponible;

 

Recomienda límites máximos para residuos de plaguicidas […].”

 

Cuando declaran que “es poco probable que haya riesgo… en una exposición a través de una dieta” ignoran a los que trabajan con dicha sustancia, ignoran a los miles de campesinos que se han suicidado (especialmente en India) con menos de un vaso de glifosato. Está claro: se trata de una comisión organizada desde el mundo empresario, con profesionales adictos, pero investida de autoridad a través de las redes de la ONU como para que se presenten como “ciencia” y se dedica a calibrar cuanto veneno, cuántos tóxicos podemos ingerir… sin caer fulminados tan de inmediato como para que se rastree fácilmente la causa.

 

- Luis E. Sabini Fernández es docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de Futuros.

 

http://revistafuturos.noblogs.org/

 

 

 

 

https://www.alainet.org/pt/node/180351?language=es
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