Las guerras globales y las potencias emergentes (II)
- Opinión
La semana pasada interrumpimos la primera parte de este artículo cuando analizábamos los aportes de Gramsci a la teoría de la formación del Estado nación.
Una vez consolidados los Estados naciones capitalistas, cada uno se lanzó a la conquista del planeta. Se inició lo que Gramsci llamaría la guerra de movimientos. Los nuevos Estados-naciones pretendieron apoderarse de las rutas comerciales, de los territorios con riquezas naturales y fundar colonias en los diferentes continentes. Las guerras de los siglos XVIII y XIX entre Francia e Inglaterra (apoyada por sus aliados rusos y austro-húngaros) son históricas. Después siguieron las guerras entre Francia y Alemania. En el siglo XX Alemania (y, en parte, Japón) se enfrentó a la alianza anglo-francesa y sus aliados ruso-norteamericanos. Las guerras tenían como objetivo asegurar las rutas comerciales, los recursos naturales y los territorios a escala global para seguir acumulando capital.
En el siglo XXI los objetivos siguen siendo los mismos: el control de las rutas, los recursos naturales y territorios a escala global. En la actualidad, se ha sumado otra potencia capitalista (que conoce y aplica muy bien las reglas) que es China. Una vez consolidada su posición en el Extremo Oriente, la nueva potencia se ha movido trazando nuevas rutas comerciales (las ‘rutas de seda'), firmando acuerdos para tener acceso a recursos naturales y ha logrado hacer sentir su presencia en todos los continentes.
La presencia china en América Latina ha hecho que EE.UU. reaccione preocupada por su monopolio petrolero en Venezuela. Mayor preocupación ha mostrado EE.UU. en el Medio Oriente, donde China se ha convertido en el consumidor principal de petróleo en la región. Washington también está decidida en no ceder su control de las aguas del Pacífico oriental. En África ha logrado desestabilizar varios países del sub-Sahara.
En forma indirecta, EE.UU. ha enfrentado a China en el oriente europeo donde ha hecho retroceder a Rusia. Los países del colapsado Pacto de Varsovia y algunas antiguas repúblicas soviéticas han sido ocupados por la OTAN. Rusia se ha movido en forma desesperada para proteger el Mar Negro y su salida al Mediterráneo.
En el contexto geopolítico que enfrenta a EE.UU. y China, en el Medio Oriente surgió el llamado Estado Islámico. En 2015 consolidó su presencia en Iraq y Siria, donde controla aproximadamente 40 000 kilómetros cuadrados. Al igual que en Afganistán, donde EE.UU. apoyó a los Talibán (Estudiantes del Corán) en la década de 1990, los islamistas en el Medio Oriente tienen una estructura militar, además de una militancia sunita. Su existencia solo se explica gracias al apoyo logístico de Turquía y financiero de Arabia Saudita. Estos últimos, aliados claves de EE.UU. en la región.
Al mismo tiempo, EE.UU. apoya a Iraq en su guerra contra el Estado Islámico y dice entenderse con Rusia que apoya militarmente al Gobierno de Siria en su guerra contra las milicias islámicas. La confusión se aclara solo cuando se identifican los verdaderos actores en este enfrentamiento por los yacimientos de petróleo en la región: EE.UU. y China.
En el caso de América Latina, China se ha convertido en el principal comprador de materias primas (‘commodities') de la región. La reciente pérdida de valor de las exportaciones latinoamericanas, sin embargo, están teniendo un efecto político desestabilizador. Los neoliberales regresaron al poder en Argentina, los conservadores ganaron elecciones parlamentarias en Venezuela y en Brasil el Gobierno tambalea ante acusaciones de corrupción. EE.UU. ha logrado desestabilizar a los países de la cuenca caribeña, comenzando por México, siguiendo por Centro América y Panamá, así como Colombia. Washington ha utilizado como herramienta la política de la ‘guerra contra las drogas' que ha costado miles de vidas y miles de millones de dólares en gastos militares.
Cuba se ha convertido en un eje clave para la política exterior de EEUU. Washington quiere abandonar su política de confrontación con la isla y adoptar una estrategia de acercamiento. El objetivo que persigue sigue siendo el mismo: destruir la Revolución y reemplazar el Gobierno socialista con un régimen neoliberal. Pareciera que los estrategas norteamericanos quieren descartar las propuestas de Brzezinski (confrontación) y adoptar las ideas de Kissinger (acercamiento). Este último insiste en que la Casa Blanca debe aliarse con Rusia para contener a China. En cambio, el primero sostiene que EE.UU. debe acabar de una vez por todas con Rusia y establecer un acuerdo con Pekín para consolidar un nuevo eje de poder global.
- Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA) www.marcoagandasegui14.blogspot.com, www.salacela.net
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