Galeano: uno de los nuestros
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Ahora que emprendió la partida, dispuesto a dar guerra en otras latitudes, sobrevendrán todo tipo de homenajes. Algunos, los más, sentidos, sinceros y agradecidos por todo lo que Eduardo Galeano significa para la literatura y el pensamiento crítico de este continente. Fijados en el imaginario de cuánto ha dado de sí ese manual de usos, costumbres, iniquidades y rebeldías que es “Las venas abiertas de América Latina”. Sobre todo en aquellas noches pletóricas de sueños y no pocas utopías de los años 70, en que el continente no era, para la intelectualidad de la época, un capítulo tan presente como lo es actualmente. Galeano, García Márquez y Rodolfo Walsh, fueron adelantados a su tiempo, como antes lo habían sido Manuel Ugarte, Mariátegui y el puertorriqueño Pedro Albizu Campos. Auténticos próceres de la cultura y el accionar político con mayúsculas, que apuraban el tren de la conciencia descolonizadora en territorios impregnados de capitalismo.
Galeano convirtió la realidad doliente de los condenados de la tierra en poesía respondona y prosa sencilla y no menos filosa, recortando imágenes y leyendas de un territorio que pujaba -a pesar de los pesares, como él solía decir- por consolidar su emancipación.
Hacedor irreverente de textos cuestionadores del poder y sus eunucos, cuando la oscura noche de la dictadura se apoderó del Uruguay, cruzó el charco buscando más oxígeno para su noble escritura, y de esos tiempos perduran aún, como trofeos, algunos ejemplares de la revista “Crisis”, una publicación irrepetible e indispensable a la hora de querer rastrear la cultura y contra-cultura de los 70.
Después vino el exilio europeo, la lejanía, la nostalgia, pero jamás la parálisis. Por allí rondaban también Mario Benedetti, Augusto Roa Bastos, Vicente Zito Lema, por citar sólo algunos de los brillantes colaboradores de otra publicación que sirvió de rescate del exilio cultural y denuncia de las atrocidades dictatoriales: "Resumen de la Actualidad Argentina y Latinoamericana", que tuve el honor de dirigir y en la que Galeano no sólo escribió inolvidables textos, sino que nos insuflaba ánimos con los simpáticos dibujos de chanchitos (casi siempre con una flor en la boca) que enviaba con sus artículos.
No hay duda que Eduardo pasará a la historia como un talentoso hombre de la cultura, pero en este sencillo homenaje, quienes lo conocimos y admiramos, preferimos recordarlo como un revolucionario valiente y decidido que jamás se dejó encandilar por las tentaciones de la politiquería ni se dejó cooptar por los discursos altisonantes de los de arriba. Siempre se movió por "el abajo y a la izquierda", como sostienen sus hermanos zapatistas a los que tanto defendió. Decidido compañero de la Revolución Cubana, de la causa bolivariana y de la reciente irrupción de la cosmogonía indígena en el gobierno de Bolivia que preside otro de sus grandes admiradores, Evo Morales. Ese es otro aspecto fundamental a recordar de este hombre imprescindible que tuvo la dicha en vida de observar por TV como el Comandante Hugo Chávez le amargaba la siesta a Bush, el genocida, regalándole (para que se desasne) un ejemplar de “Las venas abiertas…”, provocando que las nuevas ediciones de libro se agotaran, nuevamente, a nivel mundial.
Otro de los aspectos que marcaron la trayectoria de Galeano es su persistente defensa de la tierra y del ecosistema. Por eso no retrocedió a la hora de condenar la implantación en su “paisito” oriental de gigantescas fábricas de papel llegadas de la mano de trasnacionales devastadoras y con la anuencia vergonzosa del Frente Amplio. Ante semejante involución, el escritor no se quedó en declamar obedientes susurros, sino que invocó a lo mejor de su verbo punzante para denunciar a las temidas pasteras, como Botnia, que contaminaban al territorio uruguayo y al río que arrastraba veneno hasta la localidad argentina de Gualeguaychú. En homenaje a su trayectoria, no dudó en levantar como tantos otros el “NO” a la muerte medio-ambiental, y por eso mismo, los jerarcas del Frente (¿de izquierda?), con Tabaré Vázquez a la cabeza, lo censuraron y denostaron. Hoy seguramente, habrán de sumarse hipócritamente a las muestras de dolor por la partida de quien ningunearon, pero esa mácula, no habrán de borrarla con discursos de ocasión y mucho menos con falsos arrepentimientos.
Por último, Galeano siempre afirmaba, que cuando llegara la hora de partir iba a mirarse en un espejo y preguntarse si en realidad había sido coherente con su forma de pensar y hacer, y que esta misma receta se la recomendaba a sus amigos y compañeros. Seguro que él lo hizo, y ese simbólico espejo le habrá devuelto el saludo: "eres uno de los nuestros, viejo poeta, de los que se paran siempre de este lado de la vereda, de los que no renuncian jamás a sus orígenes y mucho menos a las lealtades ideológicas". Su legado seguirá facilitando el tránsito hacia ese mundo menos al revés que el actual.
Fuente: Resumen Latinoamericano
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