La de la justicia es una crisis orgánica del régimen de dominación política oligárquica

La salida es la Constituyente por la paz

25/03/2015
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La explosión de otra crisis (los antecedentes están referidos al hundimiento de una reforma al sistema judicial en el año 2012 y a los escándalos permanentes en el Consejo de la Judicatura) en el aparato judicial colombiano con el caso del paramagistrado uribista Pretel envuelto con su mujer en una cadena de situaciones de corrupción y despojo de tierras a campesinos de Urabá,  no es más que el reflejo de la crisis generalizada del sistema de dominación política de la camarilla oligárquica que controla el Estado colombiano.

 

La crisis y el colapso de la justicia es similar a la de la salud sitiada por los bandidos, a la de la educación universitaria convertida en el mas ruin de los negocios como lo hemos visto en el caso de la U de San Martin, a la de los militares con los “falsos positivos”, a la de la economía con la caída de los precios del petróleo, a la de la corrupción en municipios y departamentos donde hay una cascada de saqueos a los dineros públicos, a la de los partidos políticos, a la del sistema electoral penetrado por la criminalidad, a la de las ciudades arruinadas por el neoliberalismo, a la del campo sitiado por la violencia, a la de los medios de comunicación dominantes plagados de mentiras y promotores de la arremetida propagandística e ideológica, a la de Transmilenio y la movilidad en Bogotá, en fin a la crisis del poder de unas elites contrarias a los intereses de las mayorías nacionales afectadas por la pobreza, la miseria y la negación estructural de los derechos humanos.

 

Con ese panorama no queda más alternativa que acudir a la caja de herramientas de Gramsci para aclarar con el pensamiento crítico qué es esto, hacia dónde marcha el campo político de la sociedad y cuáles son las salidas apropiadas para formular alternativas democráticas y revolucionarias, en la perspectiva del socialismo y el poder popular.

 

Antonio Gramsci definió, para situaciones como la que hoy vivimos, el concepto de "crisis orgánica". Se trata de esos momentos históricos en que a las fuerzas dominantes se le fracturan las relaciones entre la sociedad y el Estado, entre la economía y la política, y no pueden ejercer su dirección del modo habitual.

 

Pero lejos de simplicidades, planteamos profundizar un poco más en el significado de “la crisis” y para ello conviene que examinemos aquellos textos en los que más directa y explícitamente Gramsci analiza tal situación crítica y problemática y que nos entregan luces para interpretar la coyuntura colombiana.

 

Gramsci fija en sus reflexiones algunos elementos fundamentales de una teoría de la “crisis orgánica”.

 

Primer elemento. Con el concepto de “crisis” Gramsci identifica una fase histórica compleja, de larga duración y de carácter mundial, y no uno o más acontecimientos que sean las manifestaciones particulares de ella. El concepto de crisis define, en efecto, aquello que habitualmente se denomina “período de transición”, es decir un proceso crucial en el cual se manifiestan las contradicciones entre la racionalidad histórico-política dominante y el surgimiento de nuevos sujetos históricos portadores de inéditos comportamientos colectivos, que en nuestro caso son los potentes movimientos sociales, uno de los cuales es la resistencia campesina revolucionaria contra la violencia terrateniente, encarnada en las Farc.

 

Se trata de un proceso -escribe Gramsci- que tiene muchas manifestaciones y en el cual las causas y los efectos se complican y se superponen. Se puede decir que la crisis como tal no tiene una fecha de comienzo sino sólo de algunas manifestaciones más clamorosas que suelen identificarse con la crisis, errónea y tendenciosamente. Toda la postguerra es crisis, con intentos de obviarla que algunas veces tienen éxito en este u otro país, nada más. Para algunos, y tal vez no erróneamente, la guerra misma es una manifestación de la crisis, incluso la primera manifestación de la crisis.

 

En primer término debe notarse que la “gran guerra”, o sea la primera guerra mundial, dadas sus dimensiones, manifiesta el carácter mundial de la crisis misma. El carácter mundial de la crisis es destacado por Gramsci en aquél paso en que se puede escapar de ella; ilusión que deriva del hecho que no se comprende que el mundo es una unidad, se quiera o no se quiera, y que todos los países permaneciendo en ciertas condiciones estructurales pasarán por alguna “crisis”.

 

El segundo elemento consiste en la identificación de ella como proceso que involucra al conjunto de la vida social, razón por la cual no puede ser reducida a sus aspectos particulares: crisis financiera, crisis de autoridad, crisis comercial, crisis productiva, crisis judicial, etc. Es difícil en los hechos separar la crisis económica de las crisis políticas, ideológicas etc.

 

Es con el concepto de crisis orgánica que Gramsci define una crisis histórica global. Él contrapone el concepto de crisis orgánica al concepto de crisis coyuntural (como la judicial). Una crisis coyuntural no es de amplia dimensión histórica, y se presenta como ocasional, inmediata, casi accidental, dice y está determinada por factores “variables y en desarrollo”. Una crisis de carácter orgánico, en cambio, afecta a los grandes agrupamientos más allá de las personas inmediatamente responsables y más allá del personal dirigente; en este caso “se verifica una crisis, que a menudo se prolonga por décadas. Esta duración excepcional significa que en la estructura se han revelado (han madurado) contradicciones insanables, aunque las fuerzas políticas que actúan en orden a la conservación y defensa de la misma estructura se esfuerzan por sanar en ciertos límites y superar, con reformas intrascendentes y retoques cosméticos, como los 5 que ahora plantea Santos para la crisis de la justicia.

 

Las crisis (coyunturales u orgánicas) se manifiestan en el terreno del mercado determinado;  Gramsci entiende por mercado determinado, determinada relación de fuerzas sociales en una determinada estructura del aparato de producción, relación garantizada o sea hecha permanente, por una determinada superestructura política, moral jurídica.

 

Pero ¿qué es el mercado determinado y por qué cosa está determinado? Está determinado por la estructura fundamental de la sociedad en referencia, y entonces será preciso analizar esta estructura e identificar en ella aquellos elementos (relativamente) constantes que determinan el mercado, etc., y aquellos otros “variables y en desarrollo” que determinan las crisis coyunturales, hasta que también los elementos (relativamente) constantes sean modificados produciéndose la crisis orgánica.

 

Escribiendo específicamente sobre la “gran crisis”, Gramsci señala que cada vez más la vida económica se ha venido concentrando en torno a una serie de grandes producciones masivas, y éstas son las que están en crisis: controlar esta crisis es imposible precisamente por su amplitud y profundidad, que han llegado a tener tales dimensiones que la cantidad se convierte en cualidad, o sea hay crisis orgánica y no sólo coyuntural.

 

Cuando Gramsci subraya el carácter orgánico de la crisis, toma distancia respecto a la asociación que se hace comúnmente entre el concepto de crisis histórica global y las situaciones de estancación o depresión económica.

 

Otra cuestión vinculada con la anterior -escribe- es la de ver si las crisis históricas fundamentales estén determinadas inmediatamente por las crisis económicas. Se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan acontecimientos fundamentales, que es la tentación de algunos con la crisis económica en curso a raíz de la caída de los precios del petróleo y sus efectos fiscales.

 

A estas consideraciones hace seguir el ejemplo de la gran crisis de 1789 en Francia: ella se desarrollaba en un período en el que la situación económica era más bien buena inmediatamente, por lo cual no se puede decir que la catástrofe del Estado absoluto se haya debido a una crisis de empobrecimiento. La ruptura del equilibrio de fuerzas no sucede por causas mecánicas inmediatas de empobrecimiento del grupo social que tenía interés en romper el equilibrio y que de hecho lo rompe (la clase burguesa), sino que sucede en el contexto de conflictos superiores al mundo económico inmediato, conectados al “prestigio” de clase (intereses económicos futuros), a una exasperación del sentimiento de independencia, de autonomía y de poder. La cuestión particular del malestar o del bienestar económico como causa de nuevas realidades históricas es un aspecto parcial de la cuestión de las relaciones de fuerzas en sus diferentes grados, nos enfatiza Gramsci.

 

La crisis orgánica no es, pues, ni una crisis puramente económica ni una crisis específicamente política: ella consiste precisamente en la contradicción entre las relaciones económicas existentes y las relaciones políticas emergentes, entre economía y política, entre “condiciones” e “iniciativas”, entre estructura y superestructura.

 

En estrecha relación con este segundo elemento, se presenta el tercer elemento de la teoría de la crisis orgánica:

 

“Una de las contradicciones fundamentales es ésta: que mientras la vida económica tiene como premisa necesaria el internacionalismo, o mejor, el cosmopolitismo, la vida estatal se ha desarrollado siempre más en el sentido del “nacionalismo”, “de la autosuficiencia”, etc. Uno de los rasgos más vistosos de la “actual crisis” es nada más que la exasperación del elemento nacionalista (estatal nacionalista) en la economía: racionamientos, restricciones al comercio de divisas, comercio balanceado entre dos países, etc.

 

La crisis se presenta en el período en que el capitalismo había formado un mercado de dimensiones mundiales, y por tanto se había creado la posibilidad de que los grupos económicos dominantes en las naciones particulares, obtuvieran ganancias sustrayéndolas a otras naciones capitalistas; en estas condiciones el mercado económico internacional se constituye como el lugar de competencia entre grupos económicos dominantes nacionales. Siendo el mercado una determinada relación de fuerzas sociales en una determinada estructura del aparato de producción, la conformación del mercado mundial significa: a) que las fuerzas sociales comienzan a actuar a escala mundial, en una estructura del aparato de producción que presenta una interdependencia creciente entre las particulares estructuras productivas nacionales; b) que las fuerzas sociales que enfrentándose entre sí constituyen las relaciones de fuerza se torna mucho más complicado por la sustancial multiplicación de los contenedores.

 

En estas condiciones, los grupos económicos dominantes, respectivamente unificados en los diferentes Estados nacionales, se defienden unos de los otros a través de políticas económicas nacionalistas, proteccionistas.

 

Me parece -escribe Gramsci- que haciendo un análisis de la crisis se debería comenzar enumerando los impedimentos puestos por las políticas nacionales (o nacionalistas) a la circulación: 1) de las mercancías; 2) de los capitales; 3) de los hombres (trabajadores y fundadores de nuevas industrias y nuevas empresas comerciales). La premisa mayor en esta caso es el nacionalismo, que no consiste tanto en la intención de producir en el propio territorio todo lo que se consume (que significaría que todas las fuerzas son orientadas previéndose un estado de guerra), y que se expresa en el proteccionismo tradicional, sino en el tentativo de establecer las principales corrientes comerciales con determinados países, o porque son aliados (y por tanto se los quiere sostener y formar de una manera más apta para una situación de guerra) o porque se los quiere destruir ya desde antes de la guerra militar (y este nuevo tipo de política económica es el de los “racionamientos”, que parte del absurdo de que entre dos países deba haber un balance de intercambios pareja, y no que cada país pueda balancear en paridad sólo comerciando con todos los países indistintamente) .

 

Este nacionalismo de la vida estatal era, pues, resultado directo del internacionalismo de la vida económica (internacionalismo contradictorio y parcial, en cuanto expresión de la ampliación del radio de acción de los grupos económicos que se unifican solamente a nivel nacional). He aquí porqué la primera guerra mundial fue la “primera respuesta de los responsables” de la crisis. Y la segunda guerra mundial mostrará después la insuficiencia de esas respuestas a esta crisis.

 

La contradicción entre el cosmopolitismo de la vida económica y el nacionalismo de la vida estatal está, pues, en el origen de la guerra, en cuanto las relaciones de fuerza a nivel internacional (entre las clases dominantes unificadas en los Estados nacionales particulares) no encontraban un lugar de confrontación política, es decir un lugar de mediación y de recomposición, como pudiera haber sido una institución estatal supranacional. A falta de una dialéctica política de las relaciones de fuerza internacionales, es el momento militar (de las relaciones de fuerza) el que se impone. En este sentido la guerra constituyó un sustituto de un Estado multinacional, o sea un complejo de actividades prácticas y teóricas militares (que definen la guerra, el Estado como guerra) en lugar de aquel conjunto de actividades prácticas y teóricas políticas que faltan a nivel internacional, que definen el Estado. En este sentido debe entenderse la concepción de la guerra como continuación de la política con otros medios.

 

Por eso debe reexaminarse la explicación leninista de la guerra, según la cual la guerra es la lucha interimperialista por el dominio de los mercados coloniales, para la subdivisión y nueva repartición de las colonias.

 

El cuarto elemento de la teoría de la crisis orgánica está implícito en los tres elementos ya expuestos, y consiste en la identificación del origen de la crisis en un cambio global de las relaciones de fuerza entre las clases y entre los Estados.

 

“La crisis” tiene su origen en relaciones técnicas, o sea en las posiciones de clases correspondientes, o en otros hechos” ¿Legislaciones, subversiones, etc.? Cierto, parece demostrable que la crisis tiene orígenes “técnicos”, o sea en las respectivas relaciones de clases, pero en sus inicios, las primeras manifestaciones o previsiones dieron lugar a conflictos de diferentes tipos y a intervenciones legislativas que pusieron en evidencia la crisis misma pero no la determinaron, o sólo le incrementaron algunos factores. Esta no es la simple reafirmación del criterio teórico-metodológico general según el cual todos los procesos históricos son producidos por y pueden ser explicados como- conflictos entre las clases; ella más bien resumen un análisis histórico específico de la “gran crisis” y de sus manifestaciones particulares. En particular, Gramsci proporciona una explicación original de los fenómenos de la inflación y deflación, de la “perturbación” del equilibrio dinámico entre la cuota consumida y la cuota ahorrada del ingreso nacional y el ritmo de la producción como expresión de cambios en las relaciones de fuerza entre las clases y entre los Estados.

 

Sobre los fenómenos “monetarios de la crisis”: cuando en un Estado la moneda cambia (inflación o deflación) se produce una nueva estratificación de clases en el mismo país; pero cuando cambia una moneda internacional (ejemplo la esterlina y, menos, el dólar, etc.) ocurre una nueva jerarquía entre los Estados, lo que es más complejo y lleva a reducciones en el comercio, y a menudo a guerras, es decir, hay un paso “gratuito” de mercaderías y servicios de un país a otro, y no solamente de una clase a otra de la población. La estabilidad de las monedas es una reivindicación, en lo interno, de algunas clases, y en lo externo (para las monedas internacionales en las que se han tomado compromisos) de todos los comerciantes; pero ¿por qué ellas varían? Las razones son muchas, ciertamente: 1. porque el Estado gasta demasiado, o sea no quiere hacer pagar sus gastos a ciertas clases directamente, sino indirectamente a otras y, si le es posible, a países extranjeros; 2. porque no se quiere disminuir un costo “directamente (ejemplo el salario) sino sólo indirectamente y en un tiempo prolongado, evitando conflictos peligrosos, etc. En todo caso, también los efectos monetarios son debidos a la oposición entre los grupos sociales, que es preciso entender no siempre al interior del mismo país en que sucede sino en relación con un país antagonista.

 

Sobre el problema del desequilibrio entre el consumo, el ahorro y la producción en la “gran crisis”, Gramsci comprende además que, en sus raíces, más que de un desequilibrio en las relaciones entre salarios y ganancias se trata del hecho que ha ocurrido en la distribución del ingreso nacional a través del comercio y de la bolsa especialmente, que se ha introducido en la postguerra (o ha aumentado en comparación con el período precedente) una categoría de exactores/depredadores que no representa ninguna función productiva necesaria e indispensable, mientras absorbe una cuota imponente del ingreso.

 

Se trata, pues, de la formación (o de la ampliación más allá de ciertos límites) de un grupo social “parasitario”, que implica la estructuración de una composición demográfica irracional. Surge una crisis cuando crecen las fuerzas del consumo en comparación con las de la producción; pero no se trata solamente de una cuestión cuantitativa.

 

La crisis existe cuando una función intrínsecamente parasitaria (de la clase política, burocrática y militar) se demuestra necesaria dadas las condiciones existentes: ello hace que tal parasitismo sea aún más grave. Precisamente cuando un parasitismo es “necesario” el sistema que crea tal necesidad está condenado en sí mismo.

 

En nuestro caso bien podemos estar hablando del parasitismo de la clase política/judicial/militar que despoja a su antojo todo el excedente controlado por el Estado y su gobierno, con Santos a la cabeza.

 

Estos procesos no dependen naturalmente del desenvolvimiento de los mecanismos económicos, sino que son el resultado de proyectos políticos que tienen en su base el problema de las relaciones de fuerza entre las clases.

 

Aún más      

 

Que no se quiera (o no se pueda) cambiar las relaciones internas (y tampoco rectificarlas racionalmente) aparece en la política de la deuda pública, que aumenta continuamente el peso de la pasividad demográfica, precisamente cuando la parte activa nacional, aumentan los parásitos, el ahorro se restringe y es desinvertido del proceso productivo y desviado hacia el ingreso público, o sea, convertido en la causa de un nuevo parasitismo absoluto y relativo.

 

El quinto elemento de la teoría de la crisis orgánica consiste en la identificación de la ruptura de los automatismos dados y en el surgimiento de nuevos comportamientos colectivos, los cuales sin embargo no alcanzan a expandirse hasta el punto de sustituir a los precedentes. Esta es una situación de contraste entre “representantes y representados”, cuyo contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente, que sucede o porque la clase dirigente ha fallado en alguna gran empresa suya para la cual haya exigido o impuesto por la fuerza el consenso de las grandes masas (como la guerra), o porque vastas masas (especialmente de campesinos y de pequeño burgueses intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto inorgánico constituyen una revolución. Se habla de “crisis de autoridad” y ella es precisamente una crisis de hegemonía o una crisis del Estado en su conjunto.

 

Es una crisis del Estado en su conjunto, en el que la clase dirigente ve puesta en tela de juicio su “autoridad” sea por un fracaso propio en una empresa política de envergadura, sea por la movilización activa y consciente de amplias capas sociales antes inactivas.

 

Estas crisis de hegemonía son una lucha entre “dos conformismos”. Los viejos dirigentes intelectuales y morales de la sociedad sienten que se les hunde el terreno bajo los pies, se dan cuenta de que sus “prédicas” se han convertido precisamente en “prédicas”, es decir, en algo ajeno a la realidad, en pura forma sin contenido, en larva sin espíritu; de aquí su desesperación y sus tendencias reaccionarias y conservadoras: la forma particular de civilización, de cultura, de moralidad que ellos han representado, se descompone y por esto proclaman la muerte de toda civilización, de toda cultura, de toda moralidad y piden al Estado que adopte medidas represivas, y se constituyen en un grupo de resistencia apartado del proceso histórico real, aumentando de este modo la duración de la crisis, porque el ocaso de un modo de vivir y de pensar no puede producirse sin crisis.

 

Este es el elemento decisivo de la teoría gramsciana de la crisis orgánica. El que permite identificar el rol de la crisis económica al interior de la crisis orgánica: Se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan acontecimientos fundamentales; solamente pueden crear un terreno más favorable para la difusión de ciertos modos de pensar, de plantear y de resolver las cuestiones que implican todo el desarrollo posterior de la vida estatal.

 

Una crisis económica consiste en efecto, en un desequilibrio en las relaciones de fuerzas del mercado determinado tal que debilita los automatismos dominantes en los comportamientos colectivos, es decir, tal que hace surgir comportamientos deteriorados, anómalos (especulaciones, acaparamientos, atesoramientos, etc.). Estos comportamientos son de naturaleza regresiva; sin embargo, el debilitamiento de los “automatismos dados” es aquello que hace posible que nuevos comportamientos colectivos se elaboren y difundan, es decir, que frente a los nuevos problemas maduren nuevas respuestas teóricas y prácticas al interior de ciertos grupos y organicen su actividad.

 

Más en concreto, se trata de procesos de movilización y de activación política de determinadas clases, las cuales pasan de la pasividad a la actividad, del consenso pasivo a la autonomía política, de la fase económico-corporativa a la organización en partidos, y que en fin, se ponen el objetivo de la “conquista” del Estado con el fin de que los nuevos comportamientos de los que son portadores se generalicen en toda la sociedad.

 

En suma

 

La crisis orgánica está, pues, en el hecho de que determinadas clases no se reconocen más en la vida estatal, se separan de los grupos dirigentes dados, pero al mismo tiempo todavía no logran imponerse como nuevas clases hegemónicas. Es el sacudimiento del “bloque histórico” completo, la crisis que abarca tanto la pérdida de hegemonía como de la posibilidad de los dominantes de hacer avanzar la economía, afectando a la estructura y a la hegemonía creada.

 

En palabras de Gramsci, si la clase dominante ha perdido el consenso, entonces no es más “dirigente”, sino únicamente dominante, detentadora de la pura fuerza coercitiva, lo que significa que las clases dominadas se han separado de las ideologías tradicionales, no creen más en lo que creían antes. La crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este terreno se verifican los fenómenos morbosos más diversos.

 

Se trata, en la crisis orgánica de la dominación oligárquica, de una disgregación del bloque histórico, en el sentido de que los intelectuales que están encargados de hacer funcionar el nexo estructura-superestructura, se separan de la clase a la que estaban orgánicamente unidos y no permiten que ejerza ya su función hegemónica sobre el conjunto de la sociedad. «La clase dominante ha perdido el consenso.» Es decir, que ya no es dirigente sino únicamente dominante, detentadora de una fuerza coercitiva pura.

 

La crisis orgánica de una clase o grupo social sobreviene en la medida que ésta ha desarrollado todas las formas de vida implícitas en sus relaciones sociales, pero, gracias a la sociedad política y a sus formas de coerción, la clase dominante mantiene artificialmente su dominación e impide que la remplace el nuevo grupo de tendencia dominante.

 

Una tal crisis orgánica bien puede estar provocada por las grandes masas de la población que, pasan súbitamente, de la inactividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su propio complejo inorgánico constituyen una revolución. La crisis orgánica que se manifiesta como desaparición del consenso que las clases subalternas acuerdan a la ideología dominante, no pueden culminar con la aparición de un nuevo bloque histórico, sino en la medida que la clase dominada fundamentalmente, sepa construir, por la mediación orgánica de sus intelectuales, un nuevo sistema hegemónico dominante capaz de oponerse al anterior y eficaz para extenderse por todo el ámbito social. Es decir, capaz de conquistar la sociedad civil como preludio a la conquista de la sociedad política.

 

Hoy lo que tenemos en Colombia es la fuerte sensación social de caducidad de las viejas instituciones en que se asienta el control político, representadas particularmente en el anacrónico y anquilosado poder judicial, el desprestigiado poder legislativo, el corrupto poder ejecutivo y el degenerado poder militar sin que se salven otros estamentos como la policía, los políticos tradicionales y las burocracias sindicales. Por supuesto no sólo son objeto de la protesta popular los sectores de la superestructura política: lo son también entre otros, y esto es nuevo, los bancos, las empresas privadas, el FMI y sus recetas neoliberales, la OCDE, lo que da a la revuelta popular un claro sabor anticapitalista

 

Las viejas y acartonadas instituciones de la representación política funcionales al dominio oligárquico, al menos tal cual están concebidas hasta ahora, no resisten la prueba de los hechos y son sobrepasadas por un pueblo y una opinión que ya no quiere delegar y que proyecta  organizarse con fuertes dosis de autonomía y de rechazo a los poderes constituidos.

 

Son circunstancias en que el bloque ideológico dominante tiende a disgregarse y a perder su capacidad de impulsar el sistema hacia adelante, pero cuenta aún con fuerzas que pueden moderar la crisis e impedir un desenlace revolucionario.

 

Por eso es necesario definir con claridad la correlación de fuerzas y entender que el sistema de dominación no se constituye desde la fachada de la Casa de Nariño hacia adentro, sino que se conforma como un entramado de fuerzas que están detrás del poder y que se reagrupan cuando el "gobierno democráticamente electo" pierde el consenso y se resquebraja y las masas comienzan a ganar el campo político. Es entonces cuando aparecen  las concertaciones, esos reagrupamientos que se verifican con las cumbres de poderes en Palacio integrando el gabinete, la Iglesia, los sindicalistas,  construyendo un mentiroso "diálogo de unidad nacional" del que participan secretamente el FMI, el Banco Mundial, la UE, la OCDE y la Embajada de los EE.UU. Y cuando las fuerzas políticas del sistema abandonan sus diferencias secundarias y se organizan a la vista de todos como "partido único del sistema" en el que se revuelcan la U, los liberales, conservadores y sindicalistas amarillos.

 

Un nuevo sujeto popular

 

Pero también es imprescindible anotar con letras mayúsculas, porque es el fenómeno más trascendente, que el rasgo principal de la situación es que el sujeto popular masivo que gana las calles y el espacio público, deja de aceptar la dirección de los maquinarias politiqueras que hasta ayer no más lo representaban.

 

Una de las características de la crisis orgánica es que la burocracia dirigente ha terminado por separarse de la masa, los partidos tradicionales, con la forma de organización que presentan como empresa electoral, con aquellos determinados hombres que los constituyen, representan y dirigen, ya no son reconocidos como expresión propia de su clase ni de una fracción de ella, dice Gramsci, concluyendo que el partido termina por convertirse en anacrónico y en los momentos de crisis aguda desaparece su contenido social y queda como en las nubes.

 

En la crisis orgánica, el sistema refuerza la presencia de los factores del Estado que no se especializan precisamente en las arquitecturas del consenso o en el ejercicio cuidadoso de la hegemonía cultural, sino en los instrumentos de ejercicio de la coerción y corrupción, para lo cual tiende a territorializar las fuerzas militares, a militarizar las policías y fuerzas de seguridad y a combinar sus acciones con las fuerzas represivas del poder global, como las que giran ahora alrededor de las bases yanquis en nuestro territorio y otras iniciativas militaristas.

 

La crisis no es, y la realidad colombiana así lo confirma, algo surgido de la noche a la mañana. Se abona de un racimo de elementos de deterioro de la dominación oligárquica en el tiempo y en un reguero de luchas populares que adquieren diversas formas y responden a diferentes segmentos del sujeto popular, pero que se van complementando entre sí.

 

Hay una fuerte recuperación de elementos de conciencia colectiva que se encontraban deteriorados por años de ofensiva neoliberal.

 

En las actuales circunstancias, la función histórica de las izquierdas, más que autoproclamarse vanguardias, es propender a fortalecer los elementos de autonomía y de ciudadanía de las masas y la constitución de factores de poder popular asentados en el protagonismo del nuevo sujeto popular.

 

Hay que considerar que en las crisis orgánicas los sectores dominantes no se paralizan, sino que buscan aprovechar la revuelta inorgánica para producir movimientos reaccionarios de derecha buscando el aplastamiento de las movilizaciones y el retorno a la pasividad política.

 

Por ello se torna decisivo proponer en las asambleas y movilizaciones populares y en cada circunstancia, ahora que el momento es propicio, la construcción de una contra hegemonía, de un contrapoder, de un nuevo sistema de instituciones que consoliden la direccionalidad de las fuerzas antagónicas a las de la dominación.

 

Si bien es necesario actuar con rapidez y responder uno a uno a los acontecimientos, debe preverse también que la crisis, que está abierta, tenga una duración prolongada como producto de los esfuerzos del bloque dominante por sostener el régimen.

 

Por lo tanto será crucial el aspecto de la organización popular y su capacidad para que la diversidad prevaleciente pueda manifestarse de manera unificada en las luchas por un período extenso para dar un cauce positivo a la espontaneidad y acumular fuerzas. Junto, pues, a los esfuerzos apuntados a la constitución del sujeto en un nuevo sistema hegemónico serán decisivas las tareas de reforzamiento de las fuerzas definidamente revolucionarias.

 

El elemento decisivo de toda situación -y volvemos a Gramsci- es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde largo tiempo que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable ( y es favorable sólo en la medida que una fuerza tal existe y está impregnada de ardor combativo).

 

En ese sentido, la iniciativa planteada desde La Habana por la delegación de las Farc de convocar una Asamblea Constituyente soberana por la paz es un elemento que puede unificar todos los sectores populares en la idea de un cambio radical del Estado y el régimen social y político en la perspectiva de una democracia ampliada y con justicia social.

https://www.alainet.org/pt/node/168449?language=es
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