Guerra Fría y guerrillas
26/10/2014
- Opinión
La Institución Universitaria Los Libertadores convocó al 16 de octubre pasado a un dinámico conversatorio que tituló “La Guerra Fría y las guerrillas colombianas” con el ánimo fundado de analizar ese duro y crítico periodo que se continuó después de finalizada la II Guerra Mundial, lapso temporal en el cual aparecieron los grupos y movimientos guerrilleros en América Latina, fundamentalmente en Colombia, Venezuela y Centro América.
Para el desarrollo de esta actividad académica y como panelistas fuimos invitados: el Ex. Ministro de Estado y Ex. Alcalde de Bogotá Rafael Pardo Rueda; el Ex. Defensor del Pueblo y actual Decano de la Facultad de Derecho, Ciencia Política y Relaciones Internacionales de Los Libertadores Vólmar Pérez Ortiz, y este servidor en su condición de Ex. Embajador de Colombia y Director del Programa Paz de la Universidad Pedagógica Nacional.
Dada la oportunidad que el Ex. Ministro Pardo acaba de publicar un texto sobre esta temática titulado: “Entre dos poderes. De cómo la Guerra Fría moldeó América Latina” aprovechó para expresar ante la comunidad universitaria los ejes centrales de su reflexión y manifestar que el término “Guerra Fría” fue popularizado por el influyente comentarista político norteamericano Walter Lipmann, en una serie de escritos en 1947, que fueron titulados “The Cold War”. Sin embargo, el padre del término fue Bernard Baruch, asesor del Presidente Harry S. Truman, quien lo usó en los debates del Congreso en Washington, para tratar la política exterior con la potencia opuesta: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
En concreto podemos decir que la “Guerra Fría” fue el periodo que siguió a los acuerdos de Yalta y Potsdam, donde los nuevos soberanos que surgían después de la derrota de Alemania y Japón, se terminaron repartiendo el mundo. Las dos potencias globales –Estados Unidos y la URSS - salieron fortalecidas de la Segunda Guerra Mundial: EE.UU. en lo económico y con la exclusividad del poder nuclear, y la URSS con una capacidad militar convencional descomunal.
El mundo emergía de un desastre humanitario como la Segunda Guerra Mundial que le significó más de 70 millones de muertos, una verdadera hecatombe y no podía permitirse, bajo ninguna circunstancia, que los poderosos fueran a utilizar su desproporcionada fuerza para doblegar a sociedades humanas. Ya había sido más que suficiente el doloroso castigo nuclear infringido al pueblo japonés al ser víctima la población civil de dos desastres pavorosos: Hiroshima y Nagasaki. Por tal razón, las tensiones entre los dos nuevos dueños de la guerra nunca terminaron en un enfrentamiento “caliente” entre ellos, pero si la fuerza e influencia la hicieron sentir en todo el mundo, especialmente en el sudeste asiático Vietnam, Corea, Indochina.
Si bien Cuba fue el ejemplo más significativo de la Guerra Fría en América Latina, no se puede negar que fueron muchas y diversas las agresiones de los EE.UU. contra la Cuba revolucionaria, que la obligaron, contra viento y marea, a buscar la ayuda y la protección de la Unión Soviética. EE.UU. debe una explicación sobre su sistemática agresión a Cuba, irrespetando ese principio fundamental que es “El derecho a la libre determinación de los Pueblos” base fundamental jurídica de la Organización Mundial de las Naciones Unidas (ONU). Afortunadamente y a buena hora se levantan voces muy autorizadas de la sociedad estadunidense, como el periódico The New York Times, pidiendo el fin del bloqueo económico contra Cuba, que es una rara y persistente violación a los derechos de un pueblo y que se mantiene como lacra de ese oscuro periodo de Guerra Fría. Con sobrada razón el Secretario General de UNASUR Ernesto Samper Pizano, escribió que “Hasta la opinión pública norteamericana está en contra del embargo a Cuba, que más que ilegal es inmoral”. Si bien Cuba mantuvo su presencia y ayuda a movimientos insurreccionales en América Latina, este tuvo más que ver con la vigencia de su ejemplo libertario y la confianza y esperanza que despertó en los jóvenes latinoamericanos, cansados de soportar la vigencias de modelos dictatoriales en algunos países, y en otros, cansados de la vigencia sistemática de oligarquías y grupos de terratenientes que se habían apoderado del control político de sus países, cerrando posibilidades democráticas de transformación y renovación.
Decir que fue solo por la guerra fría que surgieron las guerrillas en Colombia, es desconocer una parte muy importante de nuestra nacionalidad. La vocación hacia los hechos insurreccionales acompañan nuestros pasos desde antes de la guerra de Los Mil Días, convocada por el Partido Liberal y conducida por dos colombianos ejemplares, entre otros, Benjamín Herrera y Rafael Uribe Uribe, de quien conmemoramos cien años de su doloroso magnicidio cerca al Capitolio Nacional, cuando se desempeñaba como emblemático Senador de la oposición Liberal. La confrontación de principios del siglo XX, responde a lucha por el rescate y/o consolidación de logros obtenidos en la revolución del liberalismo radical de 1848-1885, que había decretado la abolición de la esclavitud y puesto en vigencia la educación laica, la libertad de palabra, de conciencia, de prensa y de cultos, creó la Expedición Botánica, promovió la mapificación del territorio nacional a cargo de la Misión Corográfica encabezada por Agustín Codazzi y Manuel Ancízar e instituyó el sistema federal, creó la Universidad Nacional, entre otros muchos logros, tendientes a democratizar la sociedad poscolonial -como bien lo anota el Profesor Alpher Rojas-. Aquí están las raíces de la centenaria confrontación violenta que vive la nación, indiscutiblemente acrecentadas por y durante el periodo de la Guerra Fría. La parte más comprometida de la sociedad colombiana ha estado batallando por lograr un proyecto de nación ético, solidario e incluyente, desde mucho antes del triunfo de la Revolución Bolchevique en Octubre de 1917.
Alonso Ojeda Awad
Ex. Embajador de Colombia
Director Programa Paz de la Universidad Pedagógica Nacional
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