El Foro de São Paulo es un olmo: no podemos pedirle peras
12/08/2012
- Opinión
A raíz del XVIII Encuentro del Foro de São Paulo, efectuado en Caracas en los primeros días de julio de 2012, se suscitó una polémica en Internet entre dos compañeros a quienes profeso el mayor respeto: Atilio Borón y Valter Pomar, enriquecida a partir de una carta de otros compañeros también de mi más alta estima, Piedad Córdoba y Carlos Lozano, de Colombia, y de un mensaje de Julio Gilberto Ríos, de Honduras. A partir de la situación creada, Jacob Blinder propone retomar el debate sobre la creación de una internacional revolucionaria. El objetivo de este artículo no es emitir juicios sobre lo ocurrido en un evento en el cual no estuve presente. Me siento motivado a escribirlo porque la polémica desatada me resulta idéntica a otras muchas en las que participé durante los casi veinte años (1990‑2009) en los que asistí a las actividades del Foro.
El propósito de estas líneas es socializar mi punto de vista sobre por qué el Foro es como es, por qué ha existido más de veintidós años siendo como es, y por qué este tipo de polémicas, lejos de ser una excepción o un accidente, son consustanciales a su existencia misma. Abrigo la esperanza de que estas opiniones estimulen a otros compañeros y compañeras a socializar las suyas, de manera que todos y todas contribuyamos a la difícil, y en ocasiones ríspida, pero imprescindible, búsqueda de medios y métodos para construir la unidad dentro de la diversidad de las fuerzas políticas, sociales y social‑políticas de la izquierda latinoamericana y caribeña. Parto de que, en un tema como este, nadie tiene la «verdad absoluta». Por el contrario, cada cual lo ve desde su experiencia personal y/o de grupo, y de las condiciones y características concretas de la lucha que libra. Por eso, todos y todas debemos hablarnos, escucharnos y debatir. Esto nos permite captar elementos razonables de las posiciones de los demás en los cuales no habíamos reparado, e incorporarlos a las nuestras. Con ese espíritu es que se escribe y se divulga este trabajo.
En este punto debo decir que si el Foro São Paulo fuera como muchos quisiéramos, Piedad Córdoba no tendría que pedir la palabra en sus Encuentros: sería el mismo Foro, por iniciativa propia, quien la colocaría en la lista de los principales oradores y oradoras de la sesión inaugural o de clausura. El Foro que muchos quisiéramos, haría o no haría, según el caso, muchas de las cosas que el actual Foro São Paulo no hace o sí hace, pero, como dice el refrán: no se le pueden pedir peras al olmo.
«No pedirle peras al olmo» es una idea a tener presente al analizar la actuación del Foro. ¿En qué sentido emplea aquí esa metáfora? Ante todo, aclaremos que no se le utiliza en forma despectiva, a manera de «eso es lo que hay, y a eso tenemos que resignarnos», sino como imagen gráfica para llamar la atención sobre el hecho de que estamos hablando de un foro, concepto que implica reconocer su amplitud, diversidad y heterogeneidad, es decir, comprender que sus acciones y declaraciones son productos de complejos procesos de aproximación, negociación y convergencia, cuyos resultados ninguno de sus miembros puede esperar que satisfagan en un 100% sus posiciones o intereses políticos particulares.
Hay una diferencia fundamental entre un foro y una internacional de partidos y movimientos políticos. Por muchas y muy agudas discrepancias políticas e ideológicas que existan dentro de una internacional, sus miembros se reconocen como expresiones provenientes de una matriz común. Por ejemplo, los miembros de la Internacional Socialista se reconocen como provenientes de la vertiente del movimiento obrero y socialista europeo del último tercio del siglo XIX que optó por la reforma del sistema capitalista como horizonte estratégico. A partir de esa matriz, de la que hace mucho se desgajaron las pretensiones de identidad obrera y socialista, unos se definen como socialdemócratas, otros como «socialistas democráticos» y otros como laboristas.
El Foro de São Paulo no posee una matriz común: por su amplitud y diversidad, es un agrupamiento político único en la historia de las fuerzas de izquierda desde que ese término fue acuñado. Se trata de un espacio donde convergen corrientes representativas de un amplio espectro político e ideológico de la izquierda latinoamericana y caribeña, que incluye, entre otras, a corrientes democrático burguesas, nacionalistas y socialdemócratas, junto a corrientes socialistas y comunistas de diversas identidades. Así que, con la metáfora de no pedirle peras al olmo, lo que se grafica es la idea de no pedirle a un foro que actúe como una internacional.
¿Cómo y por qué surgió el Foro de São Paulo?
¿De quién fue la idea original de convocar a una reunión de los partidos y movimientos políticos de izquierda y progresistas de América Latina y el Caribe? Fue una iniciativa conjunta de Fidel Castro Ruz y Luiz Inácio Lula da Silva, surgida después de la elección presidencial brasileña de 1989, con el fin de aprovechar la capacidad de convocatoria con la que emergió el Partido de los Trabajadores (PT) de aquel proceso, para fomentar un diálogo y una interacción que sacaran a la izquierda latinoamericana y caribeña del marasmo en que la sumieron la crisis terminal del «socialismo real» y la avalancha universal del neoliberalismo.
La iniciativa de Fidel y Lula cuajó en la convocatoria, hecha por el PT, al Encuentro de Partidos y Organizaciones Políticas de Izquierda de América Latina y el Caribe, nombre original de lo que conocemos como Foro de São Paulo, celebrado entre el 4 y el 6 de julio de 1990 en el ya desaparecido Hotel Danubio de la ciudad brasileña cuyo nombre asumió. Debido a que el PT estaba integrado por muchas corrientes internas, todas ellas presionaron a la Secretaría de Relaciones Internacionales de ese partido para que invitara a sus respectivos homólogos de otros países. Por ello, el resultado de esa convocatoria fue la convergencia sin precedentes de corrientes socialistas y no socialistas, y de corrientes de identidades socialistas diversas, muchas de las cuales, hasta entonces, se repelían entre ellas.
El Encuentro de São Paulo fue un acontecimiento histórico porque por primera vez coincidieron, en un mismo evento, partidos y movimientos políticos que abarcaban a todo un mosaico ideológico de la izquierda latinoamericana. De esa convergencia se derivaron dos hechos inéditos: uno fue la participación de virtualmente todas las corrientes de orientación socialista; otro fue la yuxtaposición de las corrientes socialistas con corrientes socialdemócratas y otras de carácter progresista. Sin desmeritar la trascendencia de ese hecho, que sentó la pauta de la pluralidad del Foro, es preciso aclarar que no hubo una participación equilibrada que reflejase la fuerza e inserción social de cada una de las vertientes de la izquierda. Fue mayoritaria la presencia socialista, génesis de enfrentamientos posteriores entre, por una parte, los interesados en redefinir la orientación política y la composición del naciente Foro –mediante la exclusión de los grupos más pequeños y radicales, y la inclusión de los partidos socialdemócratas y de partidos progresistas menos representados en el Encuentro de São Paulo– y, por la otra, quienes defendían la orientación socialista y la composición original. Entre ambas posturas se abrió un precario equilibrio, consistente en atraer a los partidos y movimientos políticos socialdemócratas y progresistas que no asistieron a la reunión del Hotel Danubio, pero sin excluir a ninguna de las fuerzas participantes en él.
La asistencia al Encuentro de São Paulo de representantes de todas las corrientes ideológicas de la izquierda latinoamericana obedeció a una combinación de factores. La crisis terminal de la URSS provocó un cambio en la configuración geopolítica del mundo, que no solo alteró las condiciones y las premisas de la lucha de los partidos comunistas, sino de toda la izquierda. Desde los movimientos guerrilleros hasta los partidos socialdemócratas y progresistas, sentían la necesidad de intercambiar criterios. Pero no solo era momento de intercambio, sino también de mutación de identidades políticas, lo que presuponía un «diálogo exploratorio» entre quienes hasta entonces eran adversarios y en lo adelante podrían ser aliados.
El acercamiento entre corrientes divergentes de la izquierda revolucionaria y socialista fue posible por el cisma ocasionado por la descomposición de la URSS. Sin duda, ese proceso avivó la polémica sobre cuál era el «pecado original» del socialismo soviético. Sin embargo, la ya previsible desaparición de la «manzana de la discordia», es decir, del Estado soviético, y la coincidencia general en la necesidad de construir nuevos paradigmas socialistas, hacían pasar a planos secundarios las divisiones históricas del movimiento comunista. Si bien las diferencias no desaparecieron, sí se abrió un espacio de diálogo y convergencia entre ellas.
Además del intercambio de criterios y la mutación de identidades, en la yuxtaposición entre fuerzas socialdemócratas, progresistas, revolucionarias y socialistas, también desempeñó un papel determinante el elemento fortuito de que el Encuentro de São Paulo fue concebido como un evento que se celebraría solo una vez. Si hubiese existido conciencia de que al hacer esa convocatoria abierta a corrientes tan disímiles, se estaba formando la identidad de un agrupamiento permanente, hubiesen surgido aprehensiones de todas las partes.
¿Cuándo estallan sus contradicciones internas y cómo logró sobrevivirlas?
No es casual que las discrepancias sobre su composición, objetivos y correlación de fuerzas empezaran a aquejar al Foro de São Paulo tan pronto como se decidió institucionalizarlo. Fue entonces cuando comenzó la peor parte de la odisea, incluido el rechazo al nombre original por una corriente que proponía rebautizarlo como Encuentro de Partidos y Organizaciones Políticas Democráticas de América Latina y el Caribe, a partir del supuesto de que no se podía aspirar a ser electos al gobierno con una identidad de izquierda. Así es como aparece el nombre Foro de São Paulo en la convocatoria al II Encuentro: como fórmula de compromiso entre quienes defendían y quienes objetaban la identidad de izquierda. Incluso, fue difícil imponer esa fórmula, debido a que quienes rechazaban la identidad de izquierda la consideraban alusiva a la Declaración de São Paulo, de clara orientación socialista.
El II Encuentro de lo que hoy conocemos como Foro de São Paulo se efectuó en la Ciudad de México, del 12 al 15 de junio de 1991. En aquel evento fue necesario apelar a la autoridad política y moral de Lula como fundador, y a la de Cuauhtémoc Cárdenas como anfitrión, para que acuñaran ese nombre y, al hacerlo, dieran por finalizada la tenaz resistencia de quienes insistían en caracterizar al Foro solo como «democrático». Insisto en que la lucha en torno al nombre y la identidad del agrupamiento político que se estaba construyendo, fue apenas la punta del iceberg de las contradicciones que amenazaban con hacerlo estallar en las primeras etapas del proceso de convergencia de tan heterogéneo espectro político e ideológico.
En el III Encuentro del Foro, realizado en Managua, entre el 16 y el 19 de julio de 1992, su «crisis de la infancia» llegó a la máxima expresión. A raíz de ella, sus miembros tuvieron que plantearse, por primera vez, la relación costo‑beneficio de salvarlo o dejarlo morir. Se optó por salvarlo, lo que implicó que todos y todas aceptaran reconocer, al menos en forma parcial y a regañadientes, que pertenecían a un foro, no a una internacional. Ello derivó en un proceso de negociación y aprobación de «reglas del juego», en el cual voy a destacar dos reuniones muy importantes, aunque no fueron las únicas:
- Una fue la reunión del Grupo de Trabajo del Foro realizada en Montevideo los días 16 y 17 de octubre de 1992, donde los anfitriones uruguayos, inventores de la ingeniería política y organizativa que permitió la formación y el funcionamiento del Frente Amplio, desempeñaron un papel fundamental, que permitió destrabar la elaboración del proyecto de Normativas para el funcionamiento del Foro de São Paulo y su Grupo de Trabajo.
- Otra fue el IV Encuentro del Foro realizado en La Habana, del 21 al 24 de julio de 1993, que contó con la presencia activa y permanente del primer secretario del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro Ruz. El prestigio de la Revolución Cubana, cuya resistencia se convertía en prueba de que la globalización neoliberal no constituía un destino inexorable, explica la participación cuantitativa y cualitativa que se registró en ese evento, al que asistieron 112 partidos y movimientos políticos miembros, 25 observadores de América Latina y el Caribe, y 48 observadores de otras regiones, para un total de 185 fuerzas políticas de todo el mundo. En ese sentido, la Declaración de La Habana dice:
La elección durante el III Encuentro, celebrado en Managua, Nicaragua, de la ciudad de La Habana como sede de este Encuentro se transformó en una decisión trascendente. Logró la incorporación de 31 fuerzas políticas, entre las que se incluyen 21 partidos y movimientos anticolonialistas, populares y democráticos del Caribe, que fortalecen este esfuerzo unitario.
En el IV Encuentro del Foro, múltiples debates y enfrentamientos mediante, finalmente, se logró aprobar las normas que, en su esencia, se mantienen vigentes hasta hoy. La aprobación de esas normas y la inmaculada transparencia con que el Partido Comunista de Cuba las cumplió en su calidad de anfitrión de ese crucial Encuentro, fueron esenciales para la supervivencia del Foro.
Nada más lejos de la intención de este artículo que adjudicarles a uruguayos y cubanos la «exclusiva» en el «salvataje» del Foro. Por una parte, fue un proceso tenso, agobiante y extenuante en el que participaron todos los partidos y movimientos políticos del Grupo de Trabajo, proceso reconocido y avalado en la plenaria por los 112 partidos y movimientos políticos miembros participantes en el IV Encuentro. Por la otra, no fueron estas las dos únicas reuniones realizadas para establecer las «reglas del juego», pero sí hay que destacarlas porque en Montevideo se destrabó la construcción de consensos, y en La Habana esos consensos fueron democráticamente oficializados y comenzaron a funcionar, entre ellos, el consenso sobre la identidad, ya no solo de izquierda, sino explícitamente antiimperialista y antineoliberal del Foro.
La decisiva actuación de Lula y Cárdenas en el Encuentro de México celebrado en 1991, puso fin al enfrentamiento sobre el nombre del naciente agrupamiento político, y aquellos que entonces temían ser identificados como «de izquierda» ya no tienen esa aprehensión, debido a que ese término se ha relegitimado hasta el punto que, cobijados tras él, hoy se lanzan a la contienda electoral hasta algunos que no encajan en su definición más laxa. Además, el arduo proceso de elaboración y aprobación de las Normativas para el funcionamiento del Foro de São Paulo y su Grupo de Trabajo sentó las reglas para dirimir las discrepancias y contradicciones políticas, tanto las que se manifiestan abiertamente, como las que se ventilan como cuestiones de carácter organizativo. Sin embargo, el problema de fondo, que no es otro que la histórica contradicción entre reforma o revolución, no ha desaparecido: está replanteada en las condiciones actuales del mundo y de América Latina y el Caribe. Esa contradicción, que por momentos dormita latente y por momentos estalla en el Foro, no tiene ni tendrá solución dentro de él. Hay que resolverla en todos los frentes de lucha social, política y social‑política, a lo largo y ancho de toda América Latina y el Caribe. Y es el resultado de esa lucha en todos los frentes el que modifica, en uno u otro sentido, la correlación de fuerzas dentro del Foro.
Hoy, cuando partidos y movimientos latinoamericanos y caribeños orgullosos de sus identidades socialistas ocupan espacios sociales, políticos y político‑institucionales sin precedentes, incluido el control de gobiernos nacionales, estaduales y locales, y la elección de bancadas parlamentarias, quizás sea un shock para las nuevas generaciones saber que, hace no tanto tiempo, afirmar la identidad de izquierda, y más aún, la identidad antiimperialista y antineoliberal del Foro de São Paulo fue un logro extraordinario en una batalla librada «cuesta arriba».
¿Qué podemos pedirle al olmo?
De su identidad antiimperialista y antineoliberal debemos partir para saber qué se puede esperar y qué no se puede esperar del Foro de São Paulo. Con otras palabras, el Foro es antiimperialista y antineoliberal; no es anticapitalista y socialista. Una parte de sus miembros sí lo son, pero otra no, y el Foro solo podría ser anticapitalista y socialista si todos sus miembros lo fueran.
Hay que aclarar que el Foro no es anticapitalista ni socialista en el sentido que a esos términos le asignan las corrientes marxistas, pero el agravamiento de la crisis sistémica del capitalismo, la ya generalizada convicción de que el futuro socialismo latinoamericano no será «calco ni copia» y el fortalecimiento de las corrientes socialistas de la izquierda latinoamericana y caribeña –muy maltrechas en los primeros años del Foro– hacen que se incremente la utilización esos términos dentro de él, términos que en los primeros tres lustros de su historia eran en extremo polarizadores y provocaban «batallas campales». Téngase en cuenta que hubo momentos en que incluso esa identidad antiimperialista y antineoliberal, que fue tan difícil establecer y que para muchos de nosotros «se queda corta», fue necesario defenderla «a capa y espada» de los embates de quienes decían que en la «nueva época» no se debe ser «anti», sino «pro».
La diversidad no es un atributo exclusivo del Foro de São Paulo en su conjunto. No solo el Foro como tal, sino también muchos de los frentes, partidos y movimientos políticos que lo componen son de naturaleza plural, lo que implica que dentro de ellos coexisten corrientes cuyo objetivo es la trasformación social revolucionaria y la construcción de sociedades socialistas, con corrientes cuyo horizonte histórico es la reforma social progresista dentro de los acotados márgenes del capitalismo irreversiblemente depredador de nuestros días. De ello se deriva una constante interacción y lucha política e ideológica entre todos ellos y dentro de cada uno de ellos, lucha que, en dependencia del tema y de la coyuntura, adquiere mayor o menor grado de fiereza y tensión, hecho que repercute en el flujo y reflujo de las correlaciones de fuerzas y, por tanto, en la letra y en el espíritu de lo que se aprueba o no se aprueba, en uno y otro momento, tanto en sus Encuentros como en las reuniones del Grupo de Trabajo.
A lo anterior se suma que los acuerdos, resoluciones y declaraciones del Foro se adoptan por consenso, salvo excepciones en las que, por consenso, se acuerde someter un tema a votación. Esta es la única forma de garantizar su continuidad y funcionamiento. Como una parte de sus miembros, por demás, una parte importante, no son de identidades socialistas, no se puede esperar que el Foro adopte acuerdos, resoluciones o declaraciones de fundamento socialista en un sentido clásico. Por carácter transitivo, es inevitable que surjan discrepancias en el abordaje de cualquier tema político, económico o social en el que la contradicción antagónica entre capitalismo y socialismo esté presente, sea de forma explícita y directa, o de forma implícita e indirecta.
Por cuanto la aprobación y la interpretación de las normas y los procedimientos se prestan para variar las correlaciones de fuerzas, y debido a que las más reiteradas y «cruentas» batallas políticas e ideológicas del Foro se han librado tras esa cobertura, la norma del consenso también se aplica a cuestiones organizativas: ¿qué partidos y movimientos políticos pueden ingresar al Foro? ¿Qué partidos y movimientos políticos pueden ingresar al Grupo de Trabajo? ¿Quiénes pueden asistir como invitados a los Encuentros del Foro? ¿Qué invitados pueden hacer uso de la palabra en las sesiones plenarias? ¿Quién toma estas decisiones?
Las Normativas para el funcionamiento del Foro de São Paulo y su Grupo de Trabajo aprobadas en el IV Encuentro establecen que esas decisiones las adopta la plenaria del Foro, a propuesta del referido Grupo de Trabajo. La mayor parte de los miembros de este Grupo son de identidades socialistas muy bien definidas pero estos miembros, igual que los de identidades no socialistas, tienen que respetar la norma del consenso. Históricamente, tras bambalinas, lo usual ha sido que cada cual intente «halar la brasa para su sartén». Cuando ambos «polos» halan simultáneamente y con igual fuerza, se neutralizan entre sí, y se cumple la letra y el espíritu de la norma del consenso, pero cuando ello no ocurre, el «pulseo» favorece al «polo» que más rápido y más fuerte «hale».
¿Cómo se expresa el flujo y reflujo de la correlación de fuerzas, entremezclado con la adopción de acuerdos por consenso? Utilicemos como ejemplo la definición de antiimperialista y antineoliberal, y los cuestionamientos a ella. Esta definición fue asumida en las postrimerías de la etapa de formación del Foro, y el cuestionamiento a ella se hizo abierto y directo cuando las reiteradas derrotas iniciales de las candidaturas presidenciales de izquierda provocaron el debate sobre si eran resultado de un excesivo o de un insuficiente corrimiento al «centro». En este caso, como se trataba de revertir un acuerdo previo, quienes cuestionaban tal definición no podían tener éxito porque les resultaba imposible lograr un consenso a favor de cambiarlo. De no haber existido un acuerdo previo, hubiese sido a la inversa y hoy el Foro no sería antiimperialista y antineoliberal, sino quizás pro-humanidad, pro-igualdad, pro-justicia, pro-desarrollo sustentable, y algún que otro «pro» más.
¿Cuál es la moraleja? Que la norma del consenso no solo rige para la adopción de nuevos acuerdos, sino también para la modificación de los acuerdos anteriores. En este episodio que utilizamos como ejemplo, esa norma sirvió para defender la identidad del Foro de la presión de quienes pretendían diluirla.
En esencia, al Foro de São Paulo no se le puede pedir que actúe como una internacional, pero sí se le puede y se le debe pedir que actúe con el mayor rigor, sistematicidad, eficiencia y transparencia como lo que es: un foro antiimperialista y antineoliberal.
¿Tiene el Foro derecho a seguir existiendo?
¿Tiene derecho a seguir existiendo este agrupamiento latinoamericano de partidos y movimientos políticos, con sus pocas o muchas virtudes y con todos sus defectos, limitaciones e insuficiencias? A esta pregunta habría que añadir otra: ¿A quiénes les correspondería responder esta interrogante? Obviamente, en primera instancia, les correspondería a sus miembros.
Entre los días 2 al 4 de diciembre de 2002, cuando se celebró el XI Encuentro del Foro en Antigua Guatemala, y los días 1 al 4 de julio de 2005, durante los cuales se celebró el XII Encuentro del Foro por segunda vez en São Paulo, transcurrieron dos años y medio. Además, entre el XII y el XIII Encuentros, este último realizado en San Salvador, del 12 al 14 de enero de 2007, transcurrió un año y medio. ¿Por qué hubo esos «baches» si está establecido que la periodicidad de sus Encuentros sea anual? Si bien la periodicidad anual del Foro no siempre puede cumplirse por muy diversas razones ajenas a él –como el calendario político‑electoral u otras situaciones que se presenten en el país sede–, los «espaciamientos» ocurridos entre finales de 2002 e inicios de 2007 se debieron a que el Foro atravesó por una segunda crisis cuasi terminal, que de nuevo colocó a sus miembros ante la disyuntiva de costo‑beneficio entre salvarlo y dejarlo morir. En esta oportunidad, una parte optó por salvarlo, y otra perdió interés y se alejó…
La crisis de 2002‑2007 estalla debido a que el afianzamiento de la tendencia a la elección de gobiernos de izquierda y progresistas añadía un nuevo elemento de complejidad al Foro: la «cohabitación» entre partidos de gobierno, electos dentro de la institucionalidad democrático burguesa –o democrático neoliberal– y partidos antisistémicos que no conciben o no están en condiciones de acceder al gobierno por la vía electoral. Eso repercute en una gama de problemas y matices imposibles de abordar aquí, entre ellos la aparición del debate de si todos y cada uno de los gobiernos de la región controlados por –o en los que participan– miembros del Foro se ajustan o no a la definición de antiimperialista y antineoliberal. Baste decir que se produjo un cambio cualitativo en su dinámica interna. En los primeros años, los debates y enfrentamientos habían sido más crudos debido a la falta de una cultura de consenso y tolerancia, pero había un mayor margen de acomodo porque esos debates y enfrentamientos eran en términos más abstractos, debido a que ninguna de las corrientes divergentes entre sí había demostrado –o creía haber demostrado– la viabilidad de sus ideas; en lo adelante, los debates y enfrentamientos serían más civilizados pero habría menos margen de acomodo porque una parte de sus miembros piensan y actúan como gobierno, mientras que otra parte sigue pensando y actuando como izquierda opositora.
A pesar de la gravedad de la situación por la que atravesó el Foro entre 2002 y 2007, cuando –a título personal– sugeríamos la posibilidad de que ese agrupamiento podría estar agotado, y que quizás había llegado el momento de hacerle un «entierro de lujo» –con homenaje incluido por sus aportes al debate, el reencauce y la revitalización de la izquierda latinoamericana y caribeña en los años iniciales de la década de 1990–, y así abrirle paso a nuevas formas organizativas que reflejaran los cambios ocurridos desde entonces, nuestros interlocutores guardaban silencio y nos miraban con «ojos de carnero degollado», tanto los ubicados en un «polo» del espectro político e ideológico de izquierda y progresista, como los ubicados en el otro; y con esos mismos ojos nos miraban quienes ocupaban gradaciones intermedias entre ellos, aunque, como ya se dijo, sí hubo una merma en la participación en las actividades del Foro.
El Grupo de Trabajo se siguió reuniendo en los plazos establecidos a lo largo de esos años porque prevalecía el interés de sus miembros en intercambiar informaciones y criterios sobre el desarrollo de los acontecimientos en el mundo, en el continente y en sus respectivos países, y también en llegar a acuerdos sobre los temas en los que era posible hacerlo, todo ello sin que uno u otro «polo» perdiese la esperanza en que eventualmente apareciera una forma de restablecer el consenso sobre los temas que amenazaban su existencia misma, y así poder estabilizar la celebración de sus Encuentros anuales.
Y «se hizo el milagro». El catalizador del cambio fue la crisis por la que atravesó en PT de Brasil en 2005, por las acusaciones de compra de votos de legisladores de la oposición, que provocó un cambio en la correlación interna de fuerzas dentro de la dirección de ese partido, y una modificación de las líneas de conducta que venía siguiendo, tanto en política interna como exterior. Como parte de ese proceso, Valter Pomar fue designado como secretario de Relaciones Internacionales del PT y secretario ejecutivo del Foro. En mi opinión –creo justo decirlo, sin que ello implique inmiscuirme en la polémica en torno al reciente Encuentro de Caracas–, esta designación coadyuvó al restablecimiento del consenso dentro del Foro, ya que Valter asumió el desafío de reparar los puentes entre corrientes divergentes, y de construir puentes entre partidos de gobierno y partidos opositores.
De manera que, por encima de las fortísimas contradicciones que entre 2002 y 2007 colocaron al Foro de São Paulo, por segunda vez, en el punto más cercano a la ruptura, prevaleció el interés de preservarlo como espacio de encuentro, de debate y de convergencia en aquellos puntos en que le es posible converger a todo el abanico de corrientes que lo integran, en esencia, prevaleció el interés de preservarlo como un foro, que no debe confundirse con una internacional.
¿Y si sembramos un árbol de peras?
Como todo organismo político, el Foro de São Paulo está y estará sometido a la influencia de cambiantes circunstancias que pueden prolongar su existencia tal como es, obligarlo a modificarse de manera sustancial o hacerlo desaparecer. Si partimos de que todo nace, se desarrolla, envejece y muere, debemos asumir que esto último eventualmente sucederá. Las interrogantes serían cuándo, cómo y porqué, pero pienso que cualquier respuesta que se les de hoy sería especulativa. No obstante esto último, es legítimo considerar alternativas, aunque sea en forma hipotética. Esas alternativas podrían ser crear otro foro o crear una internacional.
Una cosa es tratar de crear otro foro, con la expectativa de que coexista, compita o sustituya al Foro de São Paulo, y otra cosa es tratar de construir una internacional. Sé que hay opiniones a favor y en contra de cada una de esas variantes, por lo que a continuación expongo algunas consideraciones sobre el tema, derivadas de mi interpretación de la experiencia del Foro.
¿Crear otro foro?
Si una de las principales características y, al mismo tiempo, de los principales problemas del Foro de São Paulo es que abarca a un amplio y heterogéneo conjunto de partidos y movimientos políticos de la izquierda latinoamericana y caribeña, entonces estaríamos hablando de un nuevo foro integrado por una franja de los miembros del foro actual o por una franja de los miembros foro del actual, unida a un nuevo horizonte de movimientos sociales y social‑políticos.
Con respecto a la posibilidad de fundar un nuevo foro, integrado por una franja de los miembros del actual, dado que un foro es por definición un espacio amplio y heterogéneo, creo que mientras sea posible mantener los consensos del foro actual y/o construir los nuevos consensos que se requieran, esta opción es preferible a crear dos o más foros integrados por franjas de él. Es más efectivo discutir cara a cara los problemas, por difícil que eso sea, que discutirlos en espacios separados y luego ventilarlos mediante una «guerra de declaraciones públicas».
Por demás, no se debe asumir que los «foros por franjas» se formarían y actuarían con relativa facilidad. ¿Cuál sería el criterio a partir del cual se formarían esas franjas? ¿Fuerzas que lo apuestan todo o que priorizan la participación política institucional, de un lado, y fuerzas que la rechazan o priorizan otras forma de lucha política y social, del otro? ¿Fuerzas de identidades socialistas, de un lado, y fuerzas de identidades no socialistas, del otro? ¿Fuerzas que reivindican la vigencia de la lucha armada revolucionaria en las actuales condiciones, de un lado, y fuerzas que no la reivindican, del otro? ¿Acaso todos los miembros potenciales de una y otra franja están de acuerdo en todos y cada uno de estos temas? ¿Estarán de acuerdo en muchos otros temas, imposibles de mencionar aquí, que serán objeto de interacción y debate cotidiano? ¿En cuál de las dos franjas encajarían los partidos multitendencias en cuyo seno se desarrollan esos mismos debates? ¿Tendrían que fraccionarse esos partidos o que permitirle a sus corrientes internas que cada una se afilie al foro de su elección?
Con respecto a la posibilidad de fundar un nuevo foro, integrado por una franja de los miembros del actual junto con movimientos social‑políticos y sociales, en primer lugar, sería conveniente tener en cuenta las consideraciones hechas en los párrafos anteriores sobre los problemas que plantearía la división por franjas y, en segundo término, también sería bueno valorar las complejidades inherentes a la creación de un espacio permanente en el cual interactúen partidos, movimientos políticos, movimientos social‑políticos y movimientos sociales.
No es que considere indeseable la interacción sistemática entre fuerzas políticas y fuerzas sociales. Muy por el contrario, estoy convencido de que sería lo ideal porque la lucha política y la lucha social son dos formas de lucha complementarias que deben interactuar con la mayor armonía posible. En rigor, el Foro de São Paulo promueve esa interacción desde que comenzó a organizar seminarios‑talleres con diversos sectores de los movimientos sociales latinoamericanos y caribeños, y también por medio de su participación en el Foro Social Mundial, el Foro Social Américas, y otras redes y campañas.
Lo que sucede es que si difícil es construir y mantener un foro de partidos y movimientos políticos, más difícil aún es construir y mantener un foro integrado, tanto por partidos y movimientos políticos, como por movimientos sociales, entre otras razones, porque aún no ha desaparecido la contradicción dicotómica entre «lo político» y «lo social», es decir, la supuesta contradicción y la competencia entre la forma organizativa partido y la forma organizativa movimiento, cuyo punto más álgido podemos situar desde mediados de la década de 1980 hasta finales de la década de 1990.
Entre los factores que inciden en la exacerbación de la contradicción dicotómica entre «lo político» y «lo social», resaltan: la manipulación que, desde sus orígenes, la democracia burguesa trató de hacer de los movimientos sociales, en función de insertarlos y de acotar su espacio dentro de un sistema jerarquizado de alianzas; las aprehensiones derivadas de la subordinación a los partidos de izquierda tradicional de la cual fueron objeto en etapas anteriores, debido a la vulgarización del concepto leninista de poleas de transmisión; la diversidad y la heterogeneidad de los movimientos populares, muchos de ellos nucleados en torno a un tema único y con un enfoque reivindicativo, que en ocasiones es difícil sintetizar con otros temas y enfoques, tarea que está llamado a cumplir el partido y el movimiento político; la erosión de la capacidad de intermediación social de los partidos y movimientos políticos, resultante de la impermeabilización neoliberal del Estado, que estimula a los movimientos sociales a incursionar en la política; y, el alejamiento de sus bases de algunos partidos y movimientos políticos de izquierda, con la esperanza de alcanzar sus metas electorales, devenidas fin en sí mismo, en función del cual se pliegan al statu quo neoliberal.
Está claro que la dicotomía entre «lo político» y «lo social», incentivada a su máxima expresión como uno de los componentes fundamentales de la avalancha universal del neoliberalismo, se ha ido debilitando. Ello se expresa, por una parte, en la aparición de movimientos social‑políticos, como el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil (MST) y el Movimiento al Socialismo de Bolivia (MAS) y, por otra, en la decisiva participación de los movimientos sociales en las luchas político‑electorales que han tenido como resultado los triunfos de gobiernos de izquierda y progresistas en la región. Sin embargo, resulta obvio que el problema no ha desaparecido. Además, nuevos temas y focos de tensión siguen apareciendo en forma constante. Eso se manifiesta, por ejemplo, incluso en el caso del más genuino movimiento social‑político que ejerce el gobierno, es decir, entre el MAS de Bolivia y su propias bases.
Otra cuestión que debe analizarse antes de pensar siquiera en la creación de otro foro, que coexista, compita o sustituya al Foro de São Paulo, es el sentido de ocasión. ¿Es hoy o está a ojos vista el momento oportuno?
Con relación a las fuerzas sociales, después de haber alcanzado un período culminante en cuanto a convergencia, organicidad, movilización y efectividad en la lucha contra el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), una vez que ese engendro imperialista fue derrotado, los foros, redes y campañas de los movimientos sociales latinoamericanos y caribeños no lograron encontrar otro tema o grupo de temas que poseyera la misma fuerza centrífuga que el ALCA había ejercido, capaz de neutralizar y vencer la tendencia centrípeta de movimientos monotemáticos tan disímiles. Se intentó aglutinarlos en torno a la lucha contra la guerra y contra las bases militares en América Latina y el Caribe, en torno a la lucha contra las causas de la agudización de la crisis sistémica del capitalismo y sus efectos en los sectores populares, y en torno a otros temas de gran actualidad e importancia, pero hasta el momento no se ha logrado resultados equivalentes a la lucha contra el ALCA.
Con relación a las fuerzas políticas de izquierda y progresistas, mucho se ha avanzado en la integración y la concertación política en los últimos años. A ellas se debe: la creación de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Libre Comercio de los Pueblos (ALBA‑TCP); el «puntillazo» a la derrota del ALCA dado en la Cumbre de Mar del Plata en 2005; la iniciativa y el impulso decisivo para la fundación de la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR); la iniciativa y el impulso decisivo para el ingreso de Cuba al Grupo de Río –que había sido impedido por los gobernantes neoliberales latinoamericanos de la década de 1990–; la iniciativa y el impulso decisivo para que la Organización de Estados Americanos (OEA) levantara las sanciones impuestas a Cuba en 1962; y la iniciativa y el impulso decisivo para la constitución de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC). A todo lo anterior se suma otro hecho trascendental. Me refiero a que el derrocamiento del gobierno constitucional del presidente Fernando Lugo creó las condiciones para un contragolpe no previsto por el imperialismo norteamericano y la provinciana derecha paraguaya: el ingreso de Venezuela al MERCOSUR, el cual había sido vetado durante una década por lo más retrógrado de lo más retrógrado de esta última. El recién ampliado MERCOSUR, cuyos cuatro países miembros activos son gobernados por fuerzas de izquierda y progresistas, ocupa uno de los primeros lugares entre las grandes economías del mundo, y tiene excelentes condiciones para seguir creciendo, fortaleciéndose y afianzándose como mecanismo de integración y concertación de izquierda y progresista, con el previsible ingreso de países como Bolivia y Ecuador.
Los frentes, partidos y movimientos políticos que ejercen el gobierno en estos países que hoy pertenecen –y en los que pronto pueden pertenecer– al MERCOSUR son fuerzas fundamentales del Foro de São Paulo, como también aquellas que gobiernan en Cuba y Nicaragua, países que comparten con los antes mencionados su membresía en la CELAC y, con una parte de ellos, en el ALBA‑TCP. Cuando hablamos del Grupo de Trabajo del Foro de São Paulo, es decir, de ese grupo que propone a la plenaria qué aprobar y qué no aprobar, estamos hablando de un grupo al que pertenecen las fuerzas que gobiernan en todos esos países. ¿Será que quienes logran avanzar hacia convergencias unitarias como fuerzas de gobierno, no pueden avanzar hacia convergencias unitarias como fuerzas políticas? Cabría preguntarnos: ¿crear qué otro foro? ¿Cuáles de esas fuerzas políticas se ubicarían en un foro y cuáles en el otro? ¿Qué sentido tiene crear otro foro, lo que llevaría a que se dispersen –y hasta a que se enfrenten– las fuerzas cuyos gobiernos avanzan por la senda de la integración, la concertación y la unidad?
A ello se suma que también pertenecen al Foro de São Paulo muchas fuerzas políticas que no ejercen el gobierno pero sí libran una lucha ejemplar en todos los frentes. De ningún modo se puede colocar a estas últimas en un plano de inferioridad, pues hoy está claro que el ejercicio del gobierno no es la única forma de construir poder, e incluso hay quienes argumentan que la construcción de poder desde abajo es la única verdaderamente sólida y duradera. Por tanto, ¿qué sentido tiene crear otro foro, que fomente la división y el enfrentamiento entre las fuerzas políticas de gobierno y las que construyen poder desde abajo, cuando lo que necesitamos es que ambas se complementen?
¿Crear una internacional?
Si un foro no puede construirse a la ligera, mucho menos puede construirse así una internacional. No se trata de convocar a quienes «nos da la impresión» de que tenemos con ellos la afinidad suficiente para involucrarnos en un proyecto de esas características, debido a que coincidimos en los mismos espacios, coreamos las mismas consignas o estamos enfrentados al mismo imperialismo, y de esto último derivamos de que «los enemigos de mi enemigo son mis amigos». Una internacional revolucionaria no se construye sobre esa base, sino a partir de un elevado grado de unidad estratégica y táctica, probado y demostrado, y vuelto a probar y a demostrar, una y otra vez. De no ser así, sus resultados serían contraproducentes.
La creación de una internacional presupone la existencia de una matriz común. Las referencias que tenemos son las de las dos internacionales marxistas fundadas en el siglo XX, la III Internacional y la IV Internacional, ambas erigidas a partir plataformas ideológicas bien definidas, una sobre la base –al menos inicialmente– del pensamiento de Lenin, y la otra sobre la base del pensamiento de Trotski. Lo primero que habría que preguntarse es en qué medida hoy podemos tratar de hacer un remake de internacionales construidas a partir de la identidad ideológica y política en torno a: 1) la supuesta condición de único o principal sujeto social revolucionario inherente a la clase obrera, algo que Marx y Engels afirmaron en el Manifiesto del Partido Comunista (1848) como válido en ese momento, pero que nunca pretendió ser una verdad inmutable; 2) la presunta existencia de un único partido de vanguardia, representante y guía de la clase obrera, criterio que la III y la IV internacionales compartían, aunque disputaban cuál de ellas era la que estaba formada por ese tipo de partidos; y, 3) los objetivos, la estrategia y la táctica de la lucha revolucionaria. Pese a esa pretendida identidad, en estos y otros temas cruciales, son bien conocidos las contradicciones internas, los choques y los fraccionamientos que sufrieron ambas. Así que, ante todo, debemos plantearnos qué entendemos por internacional en una etapa histórica en la cual hablamos de: 1) sujeto social revolucionario plural; 2) construir la unidad dentro de la diversidad de variadas formas de organización y lucha social y política; y, 3) marxismo y leninismo como filosofía de la praxis, en oposición al viejo concepto de doctrina supuestamente poseedora de una verdad cerrada e inmutable sobre objetivos, estrategia y táctica.
De modo que habría que definir es cuál sería la plataforma ideológica y política de una nueva internacional. Por ricos que sean la producción teórica y el debate sobre el Socialismo del Siglo XXI, el Socialismo Comunitario, el Vivir Bien, el Buen Vivir y otros términos semejantes, aún no puede hablarse de un cuerpo teórico lo suficientemente desarrollado y consensuado como para cumplir los requisitos y las exigencias de cimentar una internacional. La complejidad de esta problemática es mucho mayor debido a que ya no estamos, como en el pasado, tratando de lograr la convergencia de fuerzas que provienen de una matriz común, de raíz occidental, europea y obrera, es decir, el marxismo, sino también de una matriz indoamericana que tiene su propia cosmovisión. Esto sería un primer tema que, por supuesto, tendría que irse resolviendo sobre la marcha, pero que de ningún modo podría subestimarse o dejarse de lado, debido a que sin teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario.
Una nueva internacional tendría que estar basada en consensos estratégicos y tácticos, ideológicos y políticos, lo suficientemente sólidos y duraderos como para garantizar la unidad a largo plazo. Estos consensos tienen que existir en dos niveles: entre los frentes, partidos y movimientos políticos y social‑políticos que la integren; y al interior de todos y cada uno de ellos.
Por consenso estratégico entiendo unidad de criterios en torno al desarrollo de procesos de transformación social revolucionaria orientados a la construcción de sociedades socialistas, cada uno de los cuales tendrá, por supuesto, sus propias características nacionales, pero que indefectiblemente están llamados a destruir y sustituir el sistema de producción capitalista, y las relaciones de dominación, explotación y opresión sobre las cuales se sustenta. Por consenso táctico entiendo la unidad de criterios, por una parte, con relación a las batallas cotidianas, de corto y mediano plazo, que la internacional tendría que librar y, por otra, respecto a los principales temas regionales y mundiales sobre los cuales tendrá que fijar una posición y actuar en consecuencia.
En cuanto a los temas regionales, debe haber, por ejemplo, una razonable afinidad de criterios sobre el conflicto colombiano, y sobre la caracterización de cada uno de los llamados gobiernos de izquierda y progresistas existentes en América Latina y el Caribe. En cuanto a temas mundiales, debe haber, por ejemplo, una razonable afinidad de criterios sobre Irán y Siria. ¿Se pronunciará la internacional, por principio, contra la intervención imperialista en cualquier país –incluidos Irán y Siria– o, además de ello, se identificará y actuará en forma solidaria con las fuerzas gobernantes en esas naciones?
De la experiencia histórica se deriva la lección de que una nueva internacional tendría que establecer una plataforma ideológica, política y organizativa capaz de soportar la prueba del tiempo: no solo construir consensos estratégicos y tácticos para el presente, sino sentar las bases para construir consensos estratégicos y tácticos para el futuro, es decir, no solo en torno al conflicto colombiano, a los actuales gobiernos latinoamericanos y caribeños de izquierda y progresistas, a Irán o a Siria, sino con relación a nuevos temas que hoy ni siquiera podemos imaginar.
A priori, el requisito de establecimiento de consensos estratégicos y tácticos, ideológicos y políticos, parecería excluir de la internacional a los partidos y movimientos políticos y social‑políticos de composición plural, multitendencias, que agrupan en su seno a corrientes socialistas y no socialistas, o que no tienen una plataforma doctrinaria medianamente rigurosa. Entiéndase que no se trata de que «alguien» quiera o decida excluirlos, sino de que su composición interna no les permite formar consensos sobre los más delicados temas estratégicos y tácticos. Esto no es un dato menor porque dejaría fuera a la inmensa mayoría de los partidos, movimientos políticos y social‑políticos que cuentan con más fuerza e inserción social, incluidos la casi totalidad de las que hoy ejercen el gobierno. Además, téngase en cuenta que una internacional soportaría, mucho menos que un foro, las diferencias derivadas de la «cohabitación» de partidos de gobierno, que, por solo citar un ejemplo ya mencionado, están obligados a mantener relaciones respetuosas con el gobierno colombiano, y partidos opositores que no tienen restricción institucional alguna para expresar su solidaridad con la insurgencia de ese país.
En las actuales condiciones, que son muy diferentes a las existentes tras el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 o a las existentes en la década de 1960, cuando en Cuba se formaron la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL) y la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), la construcción de una internacional no podría hacerse «por decreto», ni «de golpe», sino mediante un proceso de formación de consensos ideológicos, políticos y organizativos, a mediano y largo plazo.
¿Quiénes convocan y cómo convocan? ¿A quiénes convocan? ¿Se elabora un proyecto de plataforma programática y se convoca a quienes lo suscriban? ¿Qué hacer cuando, como inevitablemente ocurrirá, aparezcan dos o más fuerzas políticas de un mismo país que se sienten convocadas por el documento programático, pero que tienen profundas contradicciones entre ellas? ¿Se elabora una lista de invitaciones para evitar eso? ¿Quién tiene la autoridad política y moral para hacer una lista que incluye a unos y excluye a otros? ¿Qué hacer cuando los excluidos soliciten ingreso? ¿Cuántas más interrogantes como estas habría que responder?
Cualesquiera que sean las soluciones que se den a las interrogantes planteadas en el párrafo anterior, los partidos y movimientos que se incorporen al proceso de construcción de una internacional necesitan tener una fuerte inserción y capacidad de movilización social y política en sus respectivos países, y contar con una organicidad que les permita mantener una participación sistemática y coherente en las reuniones que se convoquen. Viajar y reunirse consume mucho tiempo y dinero, así que los miembros de una internacional también tienen que disponer de los recursos humanos y materiales necesarios para asumir los costos que se deriven de su funcionamiento.
Que yo sepa, nunca dentro del Foro de São Paulo se registró intento alguno de crear una internacional, pero sí de algo mucho menos ambicioso: crear mecanismos de intercambio y coordinación entre partidos con una mayor afinidad ideológica y política. En el caso de los partidos de identidades socialistas y comunistas, esos esfuerzos nunca pasaron del nivel elemental: se producía una reunión del grupo en la que se enunciaban los propósitos generales y se acordaba realizar un próximo encuentro, pero cuando llegaba ese segundo encuentro, había tantos partidos y movimientos ausentes y/o tantos partidos y movimientos representados por compañeros o compañeras que no tenían la más mínima idea de lo previamente acordado, que era necesario volver a enunciar los propósitos generales y volver a acordar la realización de otro próximo encuentro, en el que invariablemente, volvía a suceder lo mismo. Eso se repitió una y otra vez, y así es imposible construir cosa alguna.
Pero, por encima de todo, ¿cabrían todas las fuerzas políticas y social‑políticas que hoy libran batallas decisivas en América Latina y el Caribe por el ojo de la aguja de una internacional como la III o la IV?
Consideraciones finales
Desde su nacimiento, el Foro de São Paulo es criticado por la derecha y por las corrientes más radicales de la izquierda. La derecha lo tilda de promotor de actividades conspirativas y terroristas. Las corrientes más radicales de la izquierda lo acusan de vacilante e inútil. La primera es una falsedad grosera; la segunda es una apreciación desacertada. El Foro no es «bueno» ni «malo» en sí mismo. Sus virtudes y defectos son las virtudes y los defectos de la izquierda latinoamericana y caribeña en su conjunto. Ella es, en definitiva, la que se pronuncia o no, y actúa o no por conducto del Foro. Esos pronunciamientos y actuaciones reflejan una correlación de fuerzas no solo numérica, sino también basada en el peso político de cada uno de sus miembros.
El Foro sirve para medir eso, es decir, sirve como termómetro de la correlación de fuerzas existente dentro de la izquierda latinoamericana y caribeña, tanto en sentido general, como con relación a temas o coyunturas particulares. Y lo cierto es que, hasta hoy, son las corrientes progresistas y socialdemócratas las que ejercen el control de los órganos de dirección de buena parte de los partidos y movimientos políticos de esa izquierda, mientras que en otros lo disputan con mucha fuerza.
El Foro de São Paulo no es y nunca será una internacional, de la que se pueda esperar la formulación de una estrategia para la superación histórica del capitalismo en América Latina y el Caribe: es demasiado amplio y diverso para ello.
El Foro es el principal escenario regional del debate político e ideológico de los partidos y movimientos políticos de la izquierda latinoamericana y caribeña, y el principal mecanismo de coordinación, declaración y acción conjunta de sus miembros con relación a aquellos temas en que logra formar consenso, temas que son muchos y muy importantes, y ello no debe ser desmeritado por aquellos otros temas en que esto no se logra.
Además de las declaraciones y acciones del Foro en su conjunto, la interacción entre sus miembros posibilitó un conocimiento político y personal entre los y las dirigentes de los partidos y movimientos políticos de la región que no tiene precedentes. Esto permite que, en su seno, se establezcan relaciones bilaterales y de grupos entre miembros que tienen una mayor afinidad política e ideológica, incluidos, por supuesto, sus miembros de identidades socialistas y comunistas, sin que ello necesariamente socave o amenace la unidad y el funcionamiento del Foro, sino que, por el contrario, eso lo complementa y llena vacíos que este deja.
Ni el Foro «dirige» a la izquierda latinoamericana y caribeña, ni va a encabezar la revolución que América Latina y el Caribe necesitan, pero conocer mejor al Foro ayuda a conocer mejor a esa izquierda y a calibrar mejor las condiciones necesarias para esa revolución.
En conclusión, el Foro de São Paulo es como es y ha existido más de veintidós años siendo como es por dos razones: 1) porque cumple funciones que parte importante de los partidos y movimientos políticos de América Latina y el Caribe consideran necesarias; y, 2) porque, hasta el momento, no han existido ni existen condiciones para construir un agrupamiento político o social‑político que lo supere.
- Roberto Regalado es Doctor en Ciencias Filosóficas, profesor del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana y coordinador de varias colecciones de la editorial Ocean Sur. Entre otros libros, es autor de Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana: una mirada desde el Foro São Paulo, Ocean Sur, México D.F., 2008, 301 pp.
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