El ave que devora la serpiente (I)

15/07/2012
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
Para una arqueología de los símbolos primarios
 
No podemos pensar que los mitos y los símbolos centrales de un cultura y mucho menos una civilización puedan ser irrelevantes, casuales o consecuencia de meras circunstancias históricas, como por ejemplo el triunfo de un tótem familiar sobre otro y su posterior hegemonía. Creo que es legítimo sospechar que todos provienen y conducen a las verdades centrales de cada cultura y de cada civilización.
Partiendo de esta hipótesis podemos considerar por un momento el dragón, uno de los símbolos centrales de la civilización oriental. Cuando pasamos a América, encontramos esta misma figura pero con variaciones: tradicionalmente no se habla de dragones sino de serpientes.
La más importante de estas serpientes es la serpiente emplumada, Quetzalcóatl. De no ser por la enorme distancia temporal que los separa, podríamos imaginar que se trata de una memoria de la evolución que llevó a algunos reptiles a convertirse en aves. El Archaeopteryx, por ejemplo, vivió hace más de cien millones de años. Podríamos especular, por ejemplo, que hace unas pocas decenas de miles de años existió alguna especie con estas características de transición, o que el descubrimiento de alguno de aquellos fósiles más antiguos impregnó la imaginación de los humanos en el paleolítico, pero esto es sólo una especulación sin indicios que la sostengan hasta ahora.
A partir de aquí es interesante observar varios puntos problemáticos. El carácter híbrido de Quetzalcóatl no radica solamente en su figura mitológica como serpiente y como animal emplumado sino en su ambigüedad ontológica también: fue un dios y fue un hombre. En la traición occidental, cristiana, se podría hablar de un hombre dios o de un dios hecho hombre, humanizado. En la civilización Quetzalcóatl no se trata del hijo de un dios ni del creador del Universo sino del re-creador de la humanidad, lo que lo aproxima a la figura de Jesús pero, sobre todo, de los revolucionarios y rebeldes amerindios y latinoamericanos desde los primeros años después de la conquista española hasta, por lo menos, la Guerra Fría. Como ya lo analizamos en el libro El eterno retorno de Quetzalcóatl, Ernesto Che Guevara es uno de esos Quetzalcóatl, semidiós barbado que recrea el mundo imperfecto y luego renuncia al poder; muere y renace, no en el cielo sino en el cosmos natural.
 
Pero esta simbología tiene aún implicaciones más profundas desde un punto de vista histórico.  Se han rastreado los orígenes asiáticos de los primeros pobladores conocidos en América, sobre todo usando el análisis genético y lingüístico (como el número de fonemas, etc.). Pero un análisis aparte también podría considerar las sorprendentes similitudes asiáticas de muchas esculturas y retratos olmecas (una de las primeras civilizaciones que se desarrollaron en el continente). Dejemos de lado la fuerte posibilidad de que podamos hacer lo mismo con el origen polinésico de los habitantes de la isla de Pascua y de la franja peruano-chilena del continente americano. También sería de gran interés estudiar las altamente posibles civilizaciones americanas (y sus conexiones con Europa) que se desarrollaron más o menos hace 10.000 años y que inevitablemente quedaron bajo los océanos al finalizar la gran glaciación, la que significó un dramático ascenso de los niveles del mar en varios metros con consecuencias topológicas imprevistas por un simple cálculo geométrico realizado por cualquier software de computadora. (No pocos han observado coincidencias lingüísticas entre la mítica Atlantis de Platón y Aztlan, Azatlan, Tulan, y Tenochtitlan, aunque los diversos autores han estado más preocupados por una Atlantis localizada en los Azores que por la más probables franjas costeras de México y el Caribe, algo que se puede intuir fácilmente explorando en Google map.)
 
Observemos que lo que en algunas ruinas mayas se identifica como la cabeza de la serpiente emplumada de Quetzalcóatl coincide increíblemente con las representaciones de los dragones coreanos. Por ejemplo, las cabezas de dragones que salen de las paredes del templo de Naksan en la costa este sudcoreana, cuyos orígenes no son tan antiguos (año 676) pero sugieren una fuerte conexión con las representaciones de Kukulcan (años 600-900), origen maya de la versión azteca más conocida de Quetzalcóatl. La cabeza del dragón coreano, aparte de escamas posee plumas, dientes y fauces de un dragón, todo representado con el mismo estilo que las deidades mexicanas. También es muy probable que los colores originales sean los mismos, con cierto predominio del verde.
Esto nos conduce a otros problemas. Recordemos que una de las alegorías centrales de la mitología azteca, que aparece hoy en la bandera mexicana, representa la lucha de una serpiente con un águila. La cultura azteca es mucho más joven que la maya y que muchas otras que se diseminaron por el continente. En muchos casos, aparecen diferentes versiones de Quetzalcóatl, ya sea como Kukulcan o como el más distante y nunca asociado Viracocha en Perú.  Quetzalcóatl, increíblemente, contiene a ambos: la serpiente o dragón y el quetzal o el ave del paraíso. De este período, probablemente, procede uno de los rituales más particulares del mundo, originado antes del periodo clásico y vivo aún hoy en día en México: los hombres voladores. Originalmente los participantes (4+1, como en el calendario) se vestían con plumas de quetzal.
Por si fuese poco, el mito fundador de Huitzilopochtli parece reforzar este cambio de Eras. Su hermana, Coyolxauhqui (cara pintada de cascabeles), intenta matar a su madre Coatlicue porque ésta se embaraza de una forma deshonrosa con un abola de plumas que cae entre sus senos (o con una pluma que entra en su vientre) mientras barría la Montaña de la Serpiente. Aunque la virginidad del dios es recurrente en mucho smitos alrededor del mundo, tal como lo demostró Joseph Campbell, no era un alor central en las culturas americanas. Al menos son como en el mundo cristiano y musulmán. El problema debió ser otro: el celo del cambio de una Era por otra. No debe ser casualidad que Coatlicue en náhuatl significa “falda de serpientes” y que haya sido embarazada por una pluma, que es una poderosa representación simbólica de una traición o adulterio, un cambio de una Era, la de la serpiente, por otra, la del ave. Antes que Coatlicue (mujer-serpiente) diese a luz a Huitzilopochtli (hombre-ave), Coyolxauhqui (mujer-serpiente) intenta matar a su madre. Pero el recién nacido Huitzilopochtli, vestido de plumas, mata a su hermana (cuya cabeza se convierte en la luna) y a sus seguidores, a quienes arroja al cielo para hacerlos estrellas.
 
https://www.alainet.org/pt/node/159566?language=es
Subscrever America Latina en Movimiento - RSS