El G-17 supuestamente argentino se pone del lado británico

En la cuestión Malvinas, hay intelectuales argentinos <I>very british</I>

29/02/2012
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 El G-17 no es ningún grupo de países centrales como el G-8 y el G-20. Es el grupo de los 17 intelectuales y académicos argentinos que parecen ingleses por el modo de denostar los reclamos de soberanía por Malvinas.
 
 La cuestión Malvinas sigue ganando intensidad política en el país. En Londres tienen otros problemas más acuciantes, como la falta de trabajo, la crisis capitalista y los ajustes pergeñados por su clase dirigente junto a la Unión Europea y los organismos financieros internacionales. En su caso, y a raíz del intento por semiocultar tales dramas, el premier David Cameron trata de poner las islas en el centro del tapete. Cree que de ese modo, como en 1982 hizo Margaret Thatcher, su antecesora partidaria conservadora, podrá capear ese temporal social interno.
 
En Argentina la furiosa oposición conservadora acusa a Cristina Fernández de Kirchner de instalar lo de Malvinas con la mala intención de posponer asuntos más importantes.
 
Una de las más desvergonzadas integrantes del G-17, Sylvina Walger, escribió en “La Nación” que en nuestro país hay una crisis “griega” y que eso explica la aparición del tópico isleño en la agenda oficial. La mediocre escritora afirmó: “El ajuste "griego" que la Argentina ha comenzado a aplicar, después de habernos convencido que estábamos a punto de ser potencia. No debería sorprender entonces el renacer de la causa Malvinas aunque no me queda claro si huele a ignorancia o a desesperación”.
 
Las islas son hoy un asunto político importante. No es el más importante, pero está entre los primeros por una razón de coyuntura y otra más general.
 
La inmediata, es que el próximo 2 de abril se cumplirán treinta años de la breve recuperación de Malvinas. Ese hecho de 1982 fue conducido, muy mal conducido política y militarmente por la Junta Militar, pero eso no le quita relieve al acontecimiento objetivo. La otra razón es que el Reino Unido vino profundizando sus agresiones, militarizando el Atlántico Sur, depredando la riqueza ictícola, comenzando la exploración petrolera, etc.
 
Se entiende que la ministra de Industria, Débora Giorgi, haya hablado con los titulares de 20 empresas radicadas en Argentina (no necesariamente nacionales), para pedirles que corten las importaciones de bienes e insumos desde Londres.
 
Aunque muy limitada, la sugerencia ministerial es acertada. Va en línea con la idea de que para recuperar las islas no basta con la diplomacia y exhortaciones. La economía debe cumplir su papel para que una parte de los ingleses entre en razones. Mucho mejor sería sancionar a Shell, Laboratorios Glaxo, banco HSBC, Unilever y otros pulpos ingleses que siguen haciendo pingües negocios aquí como si fueran de un país neutral.
 
 Los gurkhas de acá
 
Durante la guerra de 1982 se hicieron tristemente célebres los gurkhas de la fuerza colonialista fletada por la Thatcher (un dato cultural de la sociedad anglo-norteamericana, Hollywood le dio el Oscar a Meryl Streep por la mediocre “Dama de Hierro”). Se trataba de mercenarios nepaleses que mataban a sueldo de Downing Street 10, la residencia del primer ministro.
 
En febrero pasado tomó forma un grupo gurkha pero argentino, armados de plumas veloces y salvajes, capaces de descuartizar las razones geográficas, políticas, históricas y diplomáticas que esgrime Argentina para sostener sus reclamos de soberanía sobre Soledad, Gran Malvina y demás islotes (más las islas Georgias y Sandwich del Sur, los mares adyacentes y el sector Antártico).
A ese grupo el cronista lo alude como G-17 y está integrado por los escritores Beatriz Sarlo, Juan José Sebreli, Santiago Kovadloff, Rafael Filippelli, Emilio de Ipola, Vicente Palermo, Marcos Novaro y Eduardo Antón; los periodistas Jorge Lanata, Gustavo Noriega y Pepe Eliaschev; los historiadores Luis Alberto Romero e Hilda Sábato; los constitucionalistas Daniel Sabsay, Roberto Gargarella y José Onaindia, y el ex diputado de la CC, Fernando Iglesias.
 
Los medios monopólicos, también interesados en atacar al gobierno y debilitar la reivindicación de las islas, venían difundiendo notas del grupo. El 22 de febrero estaba prevista la difusión del documento de ese espacio, pero debió postergarse debido a la catástrofe ferroviaria.
 
Lo difundieron después y lleva por título "Malvinas, una visión alternativa". Arranca con una crítica al pueblo que en 1982 apoyó la recuperación de las islas. Cuestionan eso, en vez de golpear sobre el gobierno inglés que desde entonces consumó el despojo ininterrumpido desde 1833. Obvio, en vez de recuperación hablan de “trágica aventura militar” para no echar las culpas al Reino Unido.
Los firmantes están en contra de los reclamos pacíficos de CFK. Afirman que se les quiere imponer a los isleños “una soberanía, una ciudadanía y un gobierno que no desean”. Peor aún, Sarlo y demás desmalvinizadores apoyan el planteo de “autodeterminación de los isleños”, en su mayúscula coincidencia con la política imperial británica.
 
Como les han contestado varios políticos y periodistas (Daniel Filmus, Aníbal Fernández, Horacio Verbitsky y Atilio Borón entre otros), la autodeterminación de los pueblos corresponde cuando hay una población nativa oprimida por una potencia extranjera. Y en Malvinas, por el contrario, hay un país mutilado por una potencia que ocupó, deportó a la población original e implantó población propia, con prohibición para emigrar allí a ciudadanos argentinos.
 
No hubo posesión pacífica inglesa sino usurpación con continuas denuncias del país afectado, con reclamos bilaterales al Foreing Office y ante la comunidad internacional. En este caso no corresponde la autodeterminación sino la integridad territorial. Pero estos intelectuales, de grandes luces, tienen la bombita quemada. O mejor dicho, se creen parte del Commonwealth, la Mancomunidad británica.
 
 Son menemistas
 
El documento de los 17 opositores sigue la huella abierta por Joaquín Morales Solá, quien desde TN decía que la táctica de Cristina le hacía recordar a la belicista de Galtieri, que la retórica era la misma.
Identificando a los Exocet con los módicos reclamos del canciller Héctor Timerman en la ONU, aquellos desmalvinizadores cuestionan que el país reclame negociaciones diplomáticas sobre la soberanía. Dice el manifesto: ”es necesario poner fin hoy a la contradictoria exigencia del gobierno argentino de abrir una negociación bilateral que incluya el tema de la soberanía al mismo tiempo que se anuncia que la soberanía argentina es innegociable”.
 
Sólo la óptica de Londres, traspasada a estos académicos, puede calificar de contradictoria la postura de Argentina. Esta pide negociar y que no continúe el despojo unilateral. Y advierte al ocupante que la soberanía no será concedida.
 
Los firmantes, con esas críticas a la tesis de la soberanía, están muy cerca de la postura de Carlos Menem y Domingo Cavallo, quienes en 1990 reiniciaron las relaciones diplomáticas con Inglaterra, colocando la soberanía bajo “el paraguas” (léase bajo tierra). Ese paraguas sirvió al que lo tenía por el mango, o sea Londres, con su ocupación, su base militar, la explotación de los recursos naturales, etc. Sarlo y Cía. son en este punto menemistas. 
 
El título de la columna en “La Nación” firmada por Luis A. Romero es reveladora de cuán profundo ha calado la desmalvinización en ese autor: “¿Son realmente nuestras las Malvinas?” (14 de febrero de 2012).
 
Y Walger no le fue en zaga al día siguiente en la misma tribuna de doctrina londinense: “Por favor, dejemos en paz a esos isleños que tienen muchas más posibilidades que nosotros de llegar a ser un país en serio”.
 
Una Argentina democrática, que ha crecido económicamente y defiende los derechos humanos, sería poca cosa comparada con una población exótica a las islas. Al gobernador de éstas lo elige Londres; sus relaciones diplomáticas y militares escapan a su control porque las ejerce el imperio, etc. Y sin embargo para SW ese sería en poco tiempo un “país serio”.
 
El documento de los 17 (17, la desgracia, en números de la Quiniela) ha motivado muchas críticas. En tiempos de guerra, su crítica apunta contra la Junta Militar y no contra Margaret Thatcher que hundió el crucero General Belgrano. En época de paz, su artillería va contra el gobierno de Cristina y no contra Cameron, sus barcos de guerra, el submarino nuclear y la depredación de los recursos naturales.
 
En lo que el cronista no coincide es con la parte del análisis de Horacio Verbitsky (Página/12, 26/2), donde sostiene que las posiciones antiargentinas de los 17 tienen que ver con sus antecedentes marxistas y con que se habrían quedado en el Manifiesto Comunista de 1948. Pobres Carlos Marx y Federico Engels si además de cargar con sus propios errores deben responder también por algún que otro renegado del marxismo, como Sarlo. A pesar de la chicana de Verbitsky, “El Capital” está entre los libros más leídos y consultados en Europa y el mundo, a raíz de la brutal crisis capitalista que no cesa desde 2008. Marx murió el 14 de marzo de 1883 pero sigue dando que hablar bien en marzo de 2012, por más que algunos de sus ex discípulos renegaran de sus ideas.
 
https://www.alainet.org/pt/node/156196?language=es
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