Hermanos en la tragedia

01/11/2011
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Las tradiciones las vivimos de distinta manera, aun cuando tengamos raíces comunes. En México, el Día de Muertos es una conmemoración hermosa, llena de colorido, de reencuentros, de alegorías, de altares y calaveritas de azúcar o de chocolate, con bellos diseños alusivos a los oficios o profesiones de aquellos a quienes se obsequiarán, que no lo recibirán como nosotros lo interpretaríamos, que nos desean la muerte, sino con un espíritu jocoso. La cultura culinaria también engalana la fiesta. Las casas de la Cultura de las delegaciones, las escuelas, los edificios públicos.
 
Todos ponen su ofrenda de muertos, que son verdaderos monumentos artísticos. En uno de los centros de atención a los niñitos pequeños, Cendis, conocidos por nosotras como guarderías, se dedicó el día a homenajear a Francisco Gavilondo Soler, Cri Cri, y los pequeñitos vistieron a sus calacas de cartón con los personajes de este inolvidable compositor, que representa a uno de los tantos talentos de los mexicanos que nos legó hermosas y significativas canciones, las que afortunadamente no se rindieron ante el plástico waldeynisiano.
 
En nuestro país, además de recordar a nuestros seres amados que ya están en otra dimensión, con visitas a los cementerios, adornos de flores, algunas familias, las privilegiadas, se unen para la preparación del fiambre, el ayote, los jocotes en miel o para degustarlos —y de paso llevarse “su plato”—. Los barriletes, con sus mensajes a los antepasados, confeccionados por manos talentosas, además de que convocan a numerosas personas para presenciar el arte y la tradición, han trascendido fronteras. Pero otros seguramente no tienen ni fiambre, ni flores, ni barriletes, tal vez ni comida completa para ese día.
 
En ese marco, la semana última, se llevó a cabo el acto por la dignificación de dos intelectuales, luchadores sociales, humanistas, comunistas, personas honorables que buscaban el bien para los demás. Me refiero a los padres de amigos de mi infancia, mis vecinos y cómplices de sueños y de ideales, Carlos y Lucy, hijos de los psicólogos, Carlos Alberto Figueroa Castro y Edna Ibarra de Figueroa, asesinados por el Estado de Guatemala durante la dictadura luquista.
 
En su alocución, Carlos recordó a otro matrimonio asesinado al ser confundido con sus padres, a quienes extendió el acto, al considerarlos hermanos en la tragedia. Hizo un recuento del contexto represivo en el cual perdieron la vida cientos miles de personas, debido al terrorismo de Estado que persiguió, asesinó, desapareció y masacró a la población.
 
Recordó lo que su padre siempre le dijo: “El enemigo no es personal, es social”; lo que le ha ayudado a no guardar odio hacia los autores materiales del deleznable crimen. Recibieron la carta de perdón y aceptaron el acto de resarcimiento porque es un reconocimiento del Estado de Guatemala de que no mató a delincuentes, sino a personas de bien, como fueron sus padres.
 
Esta es otra forma de conmemorar a las víctimas, esas más de 200 mil asesinadas, las 38 mil desaparecidas, que aún no han sido reconocidas, ni han recibido un acto de dignificación.
 
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, es directora de la Agencia CERIGUA
 
https://www.alainet.org/pt/node/153751?language=en
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