Memorias del subdesarrollo (I)
29/12/2010
- Opinión
La producción mal distribuida
En mi última estadía en Uruguay he escuchado algunas veces en reuniones de amigos repetir un chiste del gran Luis Landriscina: un paisano indolente se la pasaba durmiendo a la sombra; cuando un inglés le preguntó por qué no hacía producir su campo, le respondió “¿para qué?” “Para poder descansar luego”, le dijo el inglés. “¿Y qué estoy hacienda ahora?”, concluyó con astucia el eterno cansado.
Esta historia no sólo es graciosa sino que algunos la defienden como alta sabiduría. No está mal como filosofía personal, es muy ecológica y de paso les damos una bofetada dialéctica a esos imperialistas que tanto nos han fastidiado la historia. Por otra parte, el campesino latinoamericano y el gaucho rioplatense son propietarios de una larga lista de otras virtudes morales y humanas en general (la franqueza, la avaricia rara o escasa, el sentido de una fraternidad humana y no meramente institucional). Si a eso agregamos una larga historia de sufrimientos y explotaciones, resulta difícil cualquier crítica radical contra alguna de sus características personales o culturales. Pero nadie es perfecto y se impone separar la paja del trigo.
Este tipo de filosofía, que más bien es una práctica (no pienses en mañana; Dios proveerá al hombre como provee a los pájaros, según Jesús y los Evangelios, en el fondo es cristiana aunque haya sido el cristianismo quien la ha enterrado más profundo en nombre de uno de sus productos contradictorios, el capitalismo), y este tipo de personaje victimizado, que por corrección política defienden hasta los trabajadores más explotados, todavía se extiende de diversas formas en la geografía social de América Latina.
El problema surge cuando el sabio indolente, gurú criollo o simple pícaro holgazán necesita alguna ayuda urgente y apela a la solidaridad, maldiciendo al resto de la sociedad (o al imperio de tuno) porque “la riqueza está mal distribuida”.
Entonces, por corrección política, nadie se atreve a reconocer que también la producción está mal distribuida, en una familia, en un país y en el mundo entero. Y que no siempre los productores son los explotadores, no siempre los inventores que patentan sus esfuerzos intelectuales son los responsables de la mala distribución de la riqueza y de la pobreza de este mundo sino, tal vez, todo lo contrario.
¿En qué momento hemos llegado a esta falta extrema del carácter? ¿La debilidad del carácter es una corrupción de la civilización o pertenece a la naturaleza más primitiva de la especie humana? ¿O es simplemente (confundir la pereza propia con solidaridad ajena) un fallo intelectual del pensamiento moral, de la voluntad creadora?
¿Un nuevo pensamiento de izquierda?
Probablemente sea necesario refundar un nuevo pensamiento de izquierda. Soy consciente que un pensamiento no puede ser etiquetado y acorralado de antemano. Si es pensamiento auténtico, al iniciarlo no podemos saber hacia dónde puede llevarnos. Eso sólo es posible en teología donde uno parte de unas premisas sabiendo de antemano que básicamente las conclusiones serán las que deseamos que sean, la confirmación de una verdad; no un cuestionamiento radical.
Sin embargo, sólo a los efectos expresivos, tal vez podríamos hablar de una refundación o de un nuevo pensamiento de izquierda: uno que esté liberado de anacrónicas complacencias populistas al tiempo que no pierda su radicalismo en su crítica a las fuentes de los poderes sectarios, incluyendo en la probable categoría de sectas desde los lobbies hasta el sindicalismo corporativista.
Claro, no es que este tipo de pensamiento de izquierda crítico y autocritico no exista. El problema es su invisibilidad debida a su condición no complaciente.
Obviamente, no podemos albergar demasiadas esperanzas de que prenda fuerte en la clase política, porque su naturaleza es otra. En parte podemos excusar a los políticos porque deben lidiar con las aguas impuras de los acuerdos prácticos y estratégicos, a veces, sólo a veces, en procura de un bien mayor (me remito a mi breve ensayo, “Piensa radical, actúa moderado”). Pero sí podemos exigírselos al resto de la sociedad. Empezando, sobre todo, por su clase intelectual que, contrariamente a su verdadera función pública, no debería preocuparse tanto por evitar su histórica condición de aguafiestas. No debería temerle ni buscar complacer al César (intelectual de derecha) ni a su propio pueblo (intelectual de izquierda).
Al fin y al cabo eso significaba profetizar, ya desde los antiguos críticos sociales de la Biblia, terriblemente confundidos con los llamados profetas.
Jorge Majfud
Diciembre 2010
https://www.alainet.org/pt/node/146460?language=en
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