El factor etario
13/06/2010
- Opinión
Entre 1958 y 1962 el gobierno de China impuso un paquete de medidas sociales y económicas con el objetivo de modernizar su economía. Las antiguas prácticas agrícolas, el delicado orden económico y cultural que podríamos llamar “econosistema”, fueron modificadas casi por decreto en un intento de industrializar una sociedad agrícola basándose en la teoría de turno sobre las fuerzas productivas. Esta práctica radical se conoció entonces como “El gran salto hacia adelante”.
Se calcula que debido a este gran salto, en tres años murieron de hambre entre 15 y 30 millones de personas. El gobierno de la época, refiriéndose a la sequía que afectó China casi en el mismo periodo, llamó a esta catástrofe “Los tres años de desastres naturales”. La tragedia recuerda una de las frases célebres de Augusto Pinochet para celebrar su golpe de Estado en 1973: “Estábamos al borde del abismo y dimos un paso hacia adelante”.
Hay muchos ejemplos históricos como éste, donde una sola decisión autocrática, casi siempre basada en una teoría de turno y en la fe infinita que algunos líderes se tienen a sí mismos, produjeron tragedias similares.
Claro, también la dinámica del capitalismo incluye una serie conocida de crisis periódicas. En estados Unidos, las recesiones se parecen a las manchas solares que se producen cada once años y están dentro de otro ciclo mayor de leves y peores crisis. Si se trata de un capitalismo periférico, estas manchas no son simple desempleo o descenso del consumo sino que incluyen, con demasiada frecuencia, hambrunas y violencia social. Cuando en Estados Unidos hay crisis económica, la inflación y el dólar bajan junto con la tasa de criminalidad. En los países que antiguamente la izquierda llamaba “del capitalismo dependiente”, la arrogancia del norte clasificaba como “tercer mundo”, los eufemistas decían “en vías desarrollo” y ahora los eufóricos llaman “emergentes”, cuando hay crisis económicas sube la inflación, el dólar y la criminalidad, hasta convertirse en un problema social de primer orden.
Pero el capitalismo está lejos de ser una segunda naturaleza (darwiniana), como pretenden sus ideólogos. Sus gobernantes son casi tan escasos como en un país comunista al peor estilo burocrático y autoritario del siglo XX, aunque no ocupen directamente los gobiernos. Sus lugares naturales son las bolsas de valores, las centrales de inteligencia y los directorios de bancos y de transnacionales. Sus gremios son los temibles lobbies. No presionan en las calles sino en los parlamentos, en los ejecutivos y en la prensa que disemina sus verdades a cambio de apoyo publicitario. La paradoja radica en que la propaganda va en las noticias y las noticias van en la publicidad.
La virtud de la China de hoy (vamos a usar los criterios de éxito definidos por la posmodernidad que todavía nos engloba) consiste en un eclecticismo intolerable para los antiguos modernos del siglo pasado. Aunque veloz, la última etapa de desarrollo de China ha sido producto de una moderación de casi cuatro décadas de comunismo capitalista. Sin las libertades de las democracias burguesas y sin las igualdades del socialismo proletario (dos anacronismos todavía en circulación), la población china fluctúa entre la esclavitud de las factorías administradas por el gobierno o por compañías extranjeras, el mayor acceso a la modernidad de las nuevas generaciones y la euforia de una nueva clase minoritaria de nuevos ricos.
Pero uno de los factores que más ha contribuido a ese desarrollo económico es al mismo tiempo su amenaza más importante: el tamaño de su población, que en términos marxistas funciona como un casi infinito Ejército Industrial de Reserva. Casi infinito no porque sean cientos de millones de desocupados sino por la abismal diferencia de ingresos entre un campesino chino (o indio), potencial obrero citadino, y un obrero en el mundo desarrollado.
Eso en números presentes. En términos históricos no tiene nada de infinito, porque el reloj biológico es el mismo para un país de tres millones que para otro de más de mil millones.
El envejecimiento de la población china, derivado de la política de “un hijo por pareja” podría convertir al gigante ejército industrial en un gigante geriátrico. Aunque esta política afectó a menos de la mitad de la población, estimuló el feminicidio y en los noventa llevó a China a situar su tasa de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo.
Advirtiendo que en algunos países la producción de capitales depende (en un porcentaje creciente y, en casos, mayor que rubros como la agricultura o la industria) de la producción intelectual en universidades y en centros de investigación, el gobierno chino ha invertido de forma agresiva en estimular el acceso de su juventud a las universidades. Si bien ha logrado un incremento en el número de matriculas, por otro lado aparece en el horizonte un signo contrario: el número de estudiantes en las escuelas primarias ha descendido de 130 millones a 100 millones en los últimos quince años.
Aunque Estados Unidos tiene la mayor tasa de natalidad del mundo desarrollado (sobre todo entre los conservadores, porque una alta tasa de natalidad suele ir asociada a un modelo patriarcal), tiene un problema semejante al de China, aunque en menor escala. La explosión demográfica posterior a la Segunda Guerra (“baby boom”) también fue parte responsable de las revueltas juveniles y culturales de los sesenta y, consecuentemente, el declive de la rebeldía juvenil en los conservadores años ochenta. No hay que subestimar este factor. El mismo Ernesto Guevara, cerca de sus cuarenta, observaba un grupo de jóvenes entusiastas y concluía que la edad puede significar una diferencia revolucionaria aun mayor que la clase social. Seguramente por este mismo factor y no por su condición física, los ejércitos que van a las guerras están compuestos por una obscena desproporción de jóvenes, adolescentes sin edad para consumir alcohol.
Ahora el retiro de los “baby boomers” es un problema para Estados Unidos. El mismo factor, amplificado, también es la base de una futura crisis en China, más lenta y más seria que una muy probable burbuja inmobiliaria en curso.
A corto plazo, la principal carta china para atenuar esta crisis es también su población: el incremento del consumo interno de la mayoría aún en la pobreza, aún en la esclavitud asalariada de las factorías. El aumento de los sueldos en China atenuará por un tiempo la crisis de su envejecimiento, al mismo tiempo que atenuará en algo el impacto en otros países exportadores. Pero también exportará inflación al resto del mundo.
Y, como de costumbre, detrás de las crisis económicas vendrán los replanteos existenciales.
- Jorge Majfud, Jacksonville University
https://www.alainet.org/pt/node/142131?language=es
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