La arrogancia del rey
13/11/2007
- Opinión
El presidente Hugo Chávez es descuidado y franco en lo que habla. Usa, en su retórica antiimperialista, metáforas casi divertidas, como llamar diablo a Bush. Pero no exageró al calificar al ex primer ministro español José María Aznar de fascista. Aznar, producto típico del Opuse Di, que se reorganiza con nuevo aliento en España, siempre trató a América Latina con desdén. En 2002, en Madrid, se atrevió a dar órdenes al presidente Eduardo Duhalde, de Argentina, para que acepte y cumpla las exigencias del FMI. Reincidió en la grosería, al llamar a Buenos Aires, poco después, como un dueño de hacienda llama a su capataz, a fin presionarle la firma inmediata con el organismo.
Como dijo el propio ministro de Relaciones Exteriores de España, Miguel Angel Moratinos, Aznar dio órdenes al embajador de España en Caracas para que apoye el golpe contra Chávez en 2002. Con el presidente elegido preso por los golpistas, el embajador fue el primero en saludar el empresario Pedro Carmona, que, también con el entusiasmado aplauso del representante de Estados Unidos, tomaba posesión del gobierno, para ser desalojado del Palacio de Miraflores horas después.
No se puede pedir a Chávez que trate bien al ex primer ministro español, aunque quizás hubiese sido mejor ignorarlo en el encuentro de Santiago. Pero, como comentó, en la edición de ayer del País, el periodista Perú Egurdide, hay un creciente malestar en América Latina con la presencia económica española, identificada como "segunda conquista". España opera hoy servicios relacionados con la banca, el agua, la energía, la telefonía y las carreteras, que no satisfacen a los usuarios. Incluso en la noche del viernes, en reunión reservada, Lula y Bachelet trataron el asunto con Zapatero, de forma vehemente, lejos de los periodistas.
Pero si Chávez, mestizo venezolano, hombre del pueblo, pasó por alto el lenguaje diplomático, el rey Juan Carlos fue imperial y grosero, al decirle que se calle. El rey, creado por Franco, está dejando la majestad de lado para intervenir cada vez más en la política española, como El País critica en su editorial de ayer. En razón de eso, las reivindicaciones federalistas de los pueblos españoles (sobre todo de los catalanes y de los vascos) se exacerban e indican una tendencia hacia la forma republicana de gobierno. Pequeños episodios revelan el conflicto latente entre los españoles y su rey. Ya en 1981, cuando del frustrado golpe contra el Parlamento Español, el comportamiento de su majestad dejó dudas. Él se demoró algunas horas antes de definirse por la legalidad democrática. Para muchos, el golpe dirigido por Millan del Bosch pretendía que todos los poderes fuesen conferidos a Juan Carlos, en un franquismo monárquico.
Los dirigentes latinoamericanos intentarán, diplomáticamente, suavizar la repercusión del estrago, pero el "cállate la boca" de Juan Carlos dolió a todos los hombres honrados del continente. El rey actuó con intolerable arrogancia, como si fuesen los tiempos de Carlos V o Felipe II. EL lenguaje de Zapatero fue de otra naturaleza: pidió a Chávez que moderase el lenguaje. Como súbdito en un régimen monárquico, no pudo exigir de Juan Carlos el mismo comportamiento, lo cual sería lógico en el incidente.
Durante los últimos años de Franco, la oposición republicana española se refería al príncipe con cierto desdén, considerándolo poco inteligente. En realidad, él nada tenía de bobo, pero, sí, de astuto, venciendo a otros pretendientes al trono y asumiendo el mando del Estado. Ahora, sin embargo, merece que América Latina le devuelva, y con razón, la ofensa: es mejor que se calle. (Traducción ALAI)
Como dijo el propio ministro de Relaciones Exteriores de España, Miguel Angel Moratinos, Aznar dio órdenes al embajador de España en Caracas para que apoye el golpe contra Chávez en 2002. Con el presidente elegido preso por los golpistas, el embajador fue el primero en saludar el empresario Pedro Carmona, que, también con el entusiasmado aplauso del representante de Estados Unidos, tomaba posesión del gobierno, para ser desalojado del Palacio de Miraflores horas después.
No se puede pedir a Chávez que trate bien al ex primer ministro español, aunque quizás hubiese sido mejor ignorarlo en el encuentro de Santiago. Pero, como comentó, en la edición de ayer del País, el periodista Perú Egurdide, hay un creciente malestar en América Latina con la presencia económica española, identificada como "segunda conquista". España opera hoy servicios relacionados con la banca, el agua, la energía, la telefonía y las carreteras, que no satisfacen a los usuarios. Incluso en la noche del viernes, en reunión reservada, Lula y Bachelet trataron el asunto con Zapatero, de forma vehemente, lejos de los periodistas.
Pero si Chávez, mestizo venezolano, hombre del pueblo, pasó por alto el lenguaje diplomático, el rey Juan Carlos fue imperial y grosero, al decirle que se calle. El rey, creado por Franco, está dejando la majestad de lado para intervenir cada vez más en la política española, como El País critica en su editorial de ayer. En razón de eso, las reivindicaciones federalistas de los pueblos españoles (sobre todo de los catalanes y de los vascos) se exacerban e indican una tendencia hacia la forma republicana de gobierno. Pequeños episodios revelan el conflicto latente entre los españoles y su rey. Ya en 1981, cuando del frustrado golpe contra el Parlamento Español, el comportamiento de su majestad dejó dudas. Él se demoró algunas horas antes de definirse por la legalidad democrática. Para muchos, el golpe dirigido por Millan del Bosch pretendía que todos los poderes fuesen conferidos a Juan Carlos, en un franquismo monárquico.
Los dirigentes latinoamericanos intentarán, diplomáticamente, suavizar la repercusión del estrago, pero el "cállate la boca" de Juan Carlos dolió a todos los hombres honrados del continente. El rey actuó con intolerable arrogancia, como si fuesen los tiempos de Carlos V o Felipe II. EL lenguaje de Zapatero fue de otra naturaleza: pidió a Chávez que moderase el lenguaje. Como súbdito en un régimen monárquico, no pudo exigir de Juan Carlos el mismo comportamiento, lo cual sería lógico en el incidente.
Durante los últimos años de Franco, la oposición republicana española se refería al príncipe con cierto desdén, considerándolo poco inteligente. En realidad, él nada tenía de bobo, pero, sí, de astuto, venciendo a otros pretendientes al trono y asumiendo el mando del Estado. Ahora, sin embargo, merece que América Latina le devuelva, y con razón, la ofensa: es mejor que se calle. (Traducción ALAI)
https://www.alainet.org/pt/node/124223
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