La “entidad hostil”
27/09/2007
- Opinión
Hace unos días, el Gabinete de Asuntos Políticos y de Seguridad del Gobierno israelí acordó declarar a la Franja de Gaza “entidad hostil”. Esta velada declaración de guerra, destinada a acabar con el poderío de Hamas, implica el corte de los suministros de fluido eléctrico y de gas. Drásticas restricciones aplicables a las importaciones de mercancías, así como la prohibición total o parcial del tránsito de personas por los puntos fronterizos controlados por el ejército hebreo. Sin embargo, las autoridades de Tel Aviv se resisten a calificar la medida ideada por el titular de Defensa, Ehud Barak, (“el pacificador”), de castigo colectivo. Según el establishment hebreo, se trata de una mera estratagema que consiste en presionar a Hamas para que prohíba el lanzamiento de cohetes Kassam contra objetivos civiles situados en suelo israelí. No es ésta la percepción de los pobladores de la Franja, del millón y medio de palestinos que sobreviven en este gigantesco campo de concentración cercado por alambradas. Los habitantes de la “entidad enemiga”, “hostil”, corren el riesgo de asfixia; de una asfixia mortal.
Recuerdo mi primer viaje a Gaza. Sucedió allá por la primavera de 1988, escasos meses después del inicio de la primera Intifada. Cruzamos la Franja en un viejo coche, conducido por una periodista francesa que había abandonado la mesa de redacción de un prestigioso diario parisino para dedicarse a la labor humanitaria. “Aquí me siento útil; hay muchas vidas que salvar”, confesó mi guía. Muchas vidas, muchos contrastes, mucha desigualdad. La carretera principal, única vía asfaltada, era la frontera entre dos mundos: a la izquierda se hallaba el microcosmo de la opulencia, de los chalés y las mansiones que recuerdan las lujosas urbanizaciones de California. Al otro lado, a menos de quince metros de distancia, se encuentran los campamentos administrados por la UNWRA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos), donde viven hacinadas dos, tres y hasta cuatro generaciones de refugiados. Los campos están aquí desde la década de los 50. Se trata de pequeñas construcciones “provisionales”, destinadas en su momento a una o dos familias. Sin embargo, las actuales estructuras, idénticas a las de hace medio silgo, deben acoger a los descendientes de las personas desplazadas en 1947-1948.
Coincidí con el representante especial de la ONU en los territorios palestinos, quien advertía: “En el caso de celebrarse elecciones libres, más del 40% de los habitantes de Gaza votaría a los candidatos de Hamas. ¿Motivos? La desocupación, el hambre, la miseria, la ocupación…”. Unos años más tarde, en la primavera de 1991, los emisarios del Gobierno israelí se entrevistaron en Túnez con Yasser Arafat, ofreciéndole la gestión de Gaza. No se trataba de una casualidad: la clase política israelí recordaba el asombro del mítico líder sionista, David Ben Gurion, quien al visitar la Franja en l968, le comentó al oficial que lo acompañaba: “Hay que salir de aquí; es una bomba de relojería”. El oficial era un joven Sharon.
Israel trató de deshacerse de Gaza en reiteradas ocasiones. Sin éxito. En 1988, intentó entregar el territorio al rey Hussein de Jordania. La respuesta del monarca hachemita: “No, gracias pero no”. El 1991, Arafat supeditó la aceptación de la oferta a la inclusión en la lista de una ciudad cisjordana. Los gobernantes de Tel Aviv se negaron a ofrecerle Ramallah. A cambio, le propusieron Jericó.
La retirada “unilateral” de Ariel Sharon, acogida con excesivo entusiasmo por los políticos y los medios de comunicación occidentales, fue una simple maniobra destinada a eludir cualquier acuerdo con la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Se trataba de una medida ficticia: Israel volvió a atacar la Franja pocos días después de la retirada. Las intervenciones militares continuaron, recrudeciéndose aún más tras la guerra civil entre milicias de Hamas y las fuerzas de Al Fatah.
Para los habitantes de la “entidad enemiga”, la alta política internacional presupone desocupación, hambre y miseria. Los mismos ingredientes de 1988, que desembocaron en la radicalización de los residentes de la Franja. Las estadísticas hablan por sí solas: el paro afecta al 70% de las personas en edad de trabajar; el 85% de las empresas tuvieron que cerrar; el 80% de los habitantes vive por debajo del límite de pobreza; decenas de miles de alumnos son incapaces de seguir los cursos escolares: el hambre les impide concentrarse. Y la situación aún podría empeorar.
Sin embargo, Dov Weisglass, ex portavoz de Ariel Sharon, prefiere desdramatizar las consecuencias de la decisión gubernamental: “No se pretende matar de inanición a los palestinos, sino pura y simplemente de ponerlos a dieta”.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
Recuerdo mi primer viaje a Gaza. Sucedió allá por la primavera de 1988, escasos meses después del inicio de la primera Intifada. Cruzamos la Franja en un viejo coche, conducido por una periodista francesa que había abandonado la mesa de redacción de un prestigioso diario parisino para dedicarse a la labor humanitaria. “Aquí me siento útil; hay muchas vidas que salvar”, confesó mi guía. Muchas vidas, muchos contrastes, mucha desigualdad. La carretera principal, única vía asfaltada, era la frontera entre dos mundos: a la izquierda se hallaba el microcosmo de la opulencia, de los chalés y las mansiones que recuerdan las lujosas urbanizaciones de California. Al otro lado, a menos de quince metros de distancia, se encuentran los campamentos administrados por la UNWRA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos), donde viven hacinadas dos, tres y hasta cuatro generaciones de refugiados. Los campos están aquí desde la década de los 50. Se trata de pequeñas construcciones “provisionales”, destinadas en su momento a una o dos familias. Sin embargo, las actuales estructuras, idénticas a las de hace medio silgo, deben acoger a los descendientes de las personas desplazadas en 1947-1948.
Coincidí con el representante especial de la ONU en los territorios palestinos, quien advertía: “En el caso de celebrarse elecciones libres, más del 40% de los habitantes de Gaza votaría a los candidatos de Hamas. ¿Motivos? La desocupación, el hambre, la miseria, la ocupación…”. Unos años más tarde, en la primavera de 1991, los emisarios del Gobierno israelí se entrevistaron en Túnez con Yasser Arafat, ofreciéndole la gestión de Gaza. No se trataba de una casualidad: la clase política israelí recordaba el asombro del mítico líder sionista, David Ben Gurion, quien al visitar la Franja en l968, le comentó al oficial que lo acompañaba: “Hay que salir de aquí; es una bomba de relojería”. El oficial era un joven Sharon.
Israel trató de deshacerse de Gaza en reiteradas ocasiones. Sin éxito. En 1988, intentó entregar el territorio al rey Hussein de Jordania. La respuesta del monarca hachemita: “No, gracias pero no”. El 1991, Arafat supeditó la aceptación de la oferta a la inclusión en la lista de una ciudad cisjordana. Los gobernantes de Tel Aviv se negaron a ofrecerle Ramallah. A cambio, le propusieron Jericó.
La retirada “unilateral” de Ariel Sharon, acogida con excesivo entusiasmo por los políticos y los medios de comunicación occidentales, fue una simple maniobra destinada a eludir cualquier acuerdo con la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Se trataba de una medida ficticia: Israel volvió a atacar la Franja pocos días después de la retirada. Las intervenciones militares continuaron, recrudeciéndose aún más tras la guerra civil entre milicias de Hamas y las fuerzas de Al Fatah.
Para los habitantes de la “entidad enemiga”, la alta política internacional presupone desocupación, hambre y miseria. Los mismos ingredientes de 1988, que desembocaron en la radicalización de los residentes de la Franja. Las estadísticas hablan por sí solas: el paro afecta al 70% de las personas en edad de trabajar; el 85% de las empresas tuvieron que cerrar; el 80% de los habitantes vive por debajo del límite de pobreza; decenas de miles de alumnos son incapaces de seguir los cursos escolares: el hambre les impide concentrarse. Y la situación aún podría empeorar.
Sin embargo, Dov Weisglass, ex portavoz de Ariel Sharon, prefiere desdramatizar las consecuencias de la decisión gubernamental: “No se pretende matar de inanición a los palestinos, sino pura y simplemente de ponerlos a dieta”.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
https://www.alainet.org/pt/node/123516?language=es
Del mismo autor
- Brexit: ¿Quién gana? ¿Quién pierde? 30/06/2017
- Qatar: ¿primera víctima árabe de la era Trump? 16/06/2017
- Ataques informáticos y guerra digital 19/05/2017
- Rumanía: ¿escudo o diana? 05/05/2017
- Preludio a las guerras donaldianas 12/04/2017
- Turquía: “No”, la palabra vedada 03/03/2017
- Populistas de todos los países… 16/12/2016
- ¿Vuelve el mundo bipolar? 09/12/2016
- Rumanía y la geopolítica del caos 25/11/2016
- Me llamo Trump, Donald Trump 18/11/2016
Clasificado en
Clasificado en:
Guerra y Paz
- Prabir Purkayastha 08/04/2022
- Prabir Purkayastha 08/04/2022
- Adolfo Pérez Esquivel 06/04/2022
- Adolfo Pérez Esquivel 05/04/2022
- Vijay Prashad 04/04/2022