El ascenso en la popularidad de Carlos Gaviria
03/05/2006
- Opinión
Cuando Carlos Gaviria apareció en el escenario político nacional dando conceptos como miembro de la Corte constitucional muchos sentimos la alegría que da saber que no todo está perdido en este país. Algo extraño se producía porque pocas veces en nuestra historia institucional volcábamos nuestras expectativas a los fallos que se produjeran en corporaciones como estas. La tutela se volvió parte de nuestro alimento cotidiano gracias al protagonismo que esta corte le imprimió en la defensa de los derechos fundamentales. Es más, se podría decir que en mucho contribuyó y aporta para que hasta el analfabeto sepa que tiene derechos. Sin demeritar el aporte de otros magistrados tendríamos que admitir que Gaviria se volvió emblemático por esa característica particular de la prudencia que da los alcances de la sabiduría, la pedagogía propia de los más grandes maestros, y el buen hablar, práctica natural de los literatos egregios.
Cuando salió de la Corte en muchos se produjo una especie de orfandad por el vacío que dejaba ante el apremio de los grandes problemas que esa corporación debe afrontar. Sin embargo, con el conocimiento de los resultados electorales del 2002, que le dieron el quinto lugar en votación para el senado con 114.886 votos, ese segmento de opinión que allí se expresaba, y otro mucho más amplio que lo recordaba, concluía que el ámbito legislativo se aireaba con su presencia. Ahora con otro grupo de adalides de las causas justas en que se desenvolvió con la fuerza de sus argumentos y la vocación de quienes se niegan a enterrar las esperanzas. Ya no solamente con la suficiencia del saber jurídico sino también, y fundamentalmente, con el compromiso político que desde su aval para el senado con el Frente Social y Político, lo circunscribió al ámbito de la izquierda posible en nuestro país.
Quizá tendríamos que reconocer que es factible que los grandes esfuerzos de unidad que se produjeron en la izquierda durante los dos años anteriores se deban al papel que él pudo haber jugado para lograrla. Primero con Alternativa Democrática y luego con el Polo Democrático Alternativo. Porque mientras los grupos de izquierda sigan con unos líderes que no abandonan la mal entendida ortodoxia y se asuman como inamovibles en las direcciones difícilmente podremos contar con una unidad que le muestre al país una real vocación de poder y no la repetición de la politiquería y el caudillismo que se quieren superar. De tal manera que sin caer en el culto a la personalidad, personajes como este pueden aportar mucho a la superación de las dificultades que ha tenido la izquierda para consolidarse.
Hay tres tareas que el Polo Democrático Alternativo ha definido como prioritarias para ejercer tan pronto Gaviria gane la presidencia: presentar al Congreso dos proyectos de ley: uno que garantice que en dos años todos los colombianos tengan acceso a los servicios de salud en condiciones de equidad; y otro que derogue la ley de flexibilización laboral para que favorezca a los trabajadores de ahora y a los que luego se vinculen, y convocar una consulta popular que defina si el TLC debe ir al congreso para su aprobación y qué mandato establece en ella. El llamado del candidato a que el Estado retome la dirección de la economía de inmediato se entrelaza con la posibilidad de que se disminuya la pobreza, se atiendan la educación y la salud, se brinde techo y créditos para el campo. Pero quizá lo que gana adeptos en la gente común y corriente es que Gaviria no es un ladrón, no es un corrupto, y no es un guerrillero. Ah! Y es gente buena. Pareciera que se estuviera dando un fenómeno parecido al que se produjo en el Cauca cuando ganó el Taita Floro Tunubalá. No prosperan tanto los discursos como la posibilidad de salir de la soledad y del desengaño en que por tantos años ha estado sometido el pueblo colombiano. De tal manera que el aporte del candidato de ser radical “en la defensa de la igualdad y de la justicia” pega más en el ciudadano y ciudadana comunes y corrientes que los grandes discursos sobre el TLC y el neoliberalismo que dirigentes de izquierda defienden que se deben sostener.
No se trata de renunciar a ellos sino de entender que este es otro de los pocos momentos en que la izquierda debiera escuchar más al carretillero, al vendedor ambulante, al ama de casa, al conductor de servicio público, al maestro de escuela raso; en fin a aquellos que se asumen como los olvidados de siempre. Por eso preocupa que pareciera que la campaña no despegara y que mientras el presidente, y candidato, se conecta con las emisoras de provincia, diera la impresión que la campaña de Gaviria se ejerciera desde la capital. Quizá la franja de opinión que hay que conquistar no es aquélla que vota por Uribe y por Serpa sino la indecisa o la que por años se hastió de la politiquería y del engaño, y renunció a ejercer este espacio de la política. Y a fe que algo está pasando en el comentario popular que no sabemos para dónde va, pero de lo cual hemos tenido ejemplos como el del Perú que podría propiciar grandes sustos no sólo a los fallidos encuestadores sino también a los cálculos de otras campañas que no ven en Gaviria más que aun hombre bonachón que no les podrá disputar su reconocido poder. Si la inventiva de la izquierda y del candidato sigue poniéndose a prueba no es extraño que tengamos grandes sorpresas.
Diego Jaramillo Salgado es Profesor Titular de Filosofía Política. Universidad del Cauca. Email: djara@unicauca.edu.co. Diario Jurídica al día, Popayán, mayo 3 de 2006.
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