Las cuatro estaciones de Ollanta Humala
- Opinión
Antonio Vivaldi, en el plano artístico, dio a las cuatro estaciones un sentido musical, ritmo más bien homogéneo y claro, capaz de cautivar la atención del oyente. Hoy, en el plano político, y en el Perú de nuestro tiempo, bien puede hablarse de las 4 estaciones de Ollanta Humala en un sentido distinto: un proceso de formación confuso y decantamiento ambigüo, contradictorio, pero al mismo tiempo pleno de interrogantes.
Como ellas tienen que ver con la perspectiva casi inmediata que se abre al Perú y a sus habitantes, bien vale diseñar líneas fundamentales de su proceso ligado al convulso escenario nacional de las últimas décadas. Los inicios Aunque se ha hablado mucho acerca de los “antecedentes familiares” de Ollanta Humala ubicando a su padre en la condición de “antiguo comunista”, don Isaac, recientemente dio al traste con esa versión asegurando que jamás fue militante de partido alguno y que, en todo caso, tuvo apenas “inclinaciones marxistas” en sus años de juventud.
De ese modo, mató dos pájaros de un tiro. Por un lado, eludió los cargos referidos a su pasado ciertamente oscuro y por otro destiñó el color de su herencia asegurando que ella se limitó a “algunas ideas”. Pero los inicios de Ollanta no se circunscriben al plano familiar. Es público el hecho que su carrera militar transcurrió en una etapa muy compleja de la vida peruana cuando la institución estaba virtualmente copada por manejos turbios, influencias nefastas y procedimientos dolosos. Nada se movía en la estructura castrense sin la autorización y el aval del todopoderoso Jefe de los Servicios de Inteligencia que se reunía con la jerarquía castrense en la salita del SIN y tenía a todos tomados por el cuello.
En aquellos años, Ollanta hizo una carrera militar privilegiada a la sombra de poderosos protectores. El general Cano Angulo, Jefe de la Región Militar con sede en Arequipa y actualmente preso por la comisión de diversos delitos, fue uno de ellos. Se encargó de asegurar para el oficial un lugar destacado en una guarnición de frontera, el puesto de Locumba, que hizo noticia un 29 de septiembre del 2000. Es conocido que el dominio absoluto de Vladimiro Montesinos sobre Alberto Fujimori estuvo basado en su capacidad de control sobre la institución castrense.
El “asesor” convenció al Presidente que en la Fuerza Armada tenía enemigos, conspiradores, oportunistas y alzados y que sólo él –y nadie más que él- estaba en capacidad de domesticarlos porque los tenía en la mano: les daba plata y otras gollerías que dejaba escrupulosamente registradas. Cualquier cosa se le podría ocurrir al Mandatario, entonces, menos prescindir del único que podría tener acorralada a la fiera. Por eso, cuando por el peso de factores ajenos a su voluntad el Mandatario se vio obligado a dejar de lado los servicios de VMT y forzarlo a irse del país; éste decidió confirmar su poder, desatando un caos controlado que hiciera saltar al cobarde Presidente.
Así se inscribe la llamada telefónica que hizo desde el velero Karisma –y por teléfono satelital- al fuerte Locumba para hablar con el Comandante Ollanta, sublevado de inmediato. Nunca se ha revelado, sin embargo, el contenido real de esa conversación, ni se ha sabido si ella se produjo en forma directa o a través de terceros. Pero ocurrió. En ese esquema, cuando en enero del 2005 Antauro Humala se alzó con sus reservistas en el puesto policial de Andahuaylas, los núcleos del fujimorato que no tuvieron reparo en apoyar la amnistía parlamentaria a Ollanta que le permitiera continuar su carrera militar, buscaron darle a esa acción un carácter que no tenía: la presentaron como la insurgencia de un sentimiento de rechazo al proceso democrático con todas sus limitaciones. Inmediatamente después, buscaron “copar” a los Humala rodeándolo de seguridades y garantías.
A esa estación pertenecen los lazos con el Fujimorismo: Fernan Altuve como “asesor”, los Wolfenson en pleno apoyo, la propaganda de “La Razón”, el amparo legal de Torres Caro y el respaldo del rescoldo militar depuesto expresado a través de altos oficiales en actividad y en retiro. El APRA en la escena La segunda estación tiene otro sentido. En el confuso escenario electoral en el que tradicionalmente se elige al mandatario en una segunda vuelta dado que en la primera tiene obtiene mayoría, los cálculos y las maniobras abundan.
El APRA sabe, en efecto, que posee una votación cautiva que le asegura potencialmente el pase de su candidato a la segunda vuelta. Pero es consciente también que en ella, la unión de todas las fuerzas que resisten al APRA, provocará su derrota. Todas las encuestas aseguran, en efecto, que en una hipotética segunda vuelta, Alan García pierde con Lourdes Flores, con Valentín Paniagua o con cualquier candidato que enarbole las banderas del antiaprismo. Para García, sin embargo, existía una probabilidad hipotética: desplazar a Lourdes Flores y asegurar una segunda vuelta con Ollanta Humala, que le permitiría polarizar las cosas de otro modo: presentarse como el exponente del orden, la democracia, la paz y la tranquilidad, frente al caos, la violencia, la subversión y el pánico. Puesto ante esa disyuntiva –supone el APRA- el electorado optará finalmente por García, como ocurrió en 1985, cuando la polarización incluyó dos opciones: aprismo, o socialismo. Por eso la consolidación de la candidatura de Ollanta Humala no fue desdeñada, sino más bien alentada por el cogollo alanista del APRA. Eso explica que en las encuestas García haya caído hasta el 11% cuando todos le atribuyen sensatamente un respaldo que bordea los 23 puntos.
Una tercera estación comienza cuando Humala adquiere una potencialidad reconocida en el escenario electoral. Se proyecta y crece como un “out sider” y gana adhesiones en el interior del país. Busca, entonces, consolidar lazos con su hermano Antauro, inscribir al Partido Nacionalista Peruano como su propia fuerza, pero inicia tratativas con otros sectores a los que procura ganar para su proyecto. Le tiende la mano, así, a la Izquierda oficial. La iniciativa no cuaja por razones muy simples: Cada pastor cuida sus ovejas y nadie quiere permitirle al otro mirar en su rebaño. La intransigencia de unos y otros conduce al fracaso lo que pudo haber sido un acuerdo si se hubiesen puesto en primer plano las tareas políticas y el programa, y no las agendas electorales que se frustraron por ambiciones subalternas. Hay que subrayar, sin embargo que, en este periodo, Ollanta insistió en considerar “superada” la dicotomía “izquierda-derecha” y puso más bien énfasis en una oscura mezcla de nacionalismo, indigenismo y racismo.
En busca de definiciones Una cuarta estación comenzó ahora, abruptamente, luego del reciente viaje a Caracas del candidato peruano y su publicitada entrevista con el Comandante Hugo Chávez en la que participó también el nuevo Presidente de Bolivia Evo Morales. Los medios de comunicación de nuestro país -y el propio gobierno de Toledo- han puesto su parte para escandalizar en el tema. En realidad, para hacer “antichavismo” sembrando la idea de una “injerencia externa” que califican de “inaceptable”. Es claro que las razones expuestas por Hugo Chávez son legítimas y justas. El simboliza un proceso en marcha, enfrentado al más poderoso enemigo del mundo: el Imperio Yanqui. Busca, y necesita, abrir espacios, ganar aliados, influir en gente. Y si en el Perú hay fuerzas que se dicen “patriotas” y “nacionalistas” ¿por qué no sumarlas al grueso contingente continental que lucha hoy contra el Imperio? Para eso, sin embargo, hay que darle una cierta orientación al proceso.
Y Chávez ha buscado recrear el mensaje y la experiencia de Velasco Alvarado y añadirla al consistente discurso bolivariano que norma su accionar en la región. El tema, entonces, es otro: Ollanta Humala… ¿asumirá ese mensaje? Habría un cambio significativo en su actitud, porque hasta hoy no ha tenido el oficial peruano un mensaje consistente, ni progresista, ni revolucionario. Incluso cuando ha aludido a Velasco, lo ha hecho superficialmente y sin convicción, tomando la forma, pero distanciándose del contenido. Hoy, para dar sustento al viraje, Ollanta ha llamado “a todas las izquierdas” a sumar fuerzas en un solo torrente. Invitación sugerente, sin duda, que podría abrir paso a una nueva estación. Ella dependerá de tres elementos básicos. Por un lado, del carácter del acuerdo que se propone. Sería un error, en efecto, circunscribirlo a un escenario electoral -“unirnos para las elecciones”- y más bien un acierto ampliarlo para forjar una unidad política basada en puntos definidos de un programa concreto y acciones a implementar más allá de los resultados electorales que se produzcan. De todos modos, la composición de las listas parlamentarias será un escollo, porque allí radicó la divergencia que hizo imposible la alianza anterior. Si la izquierda realmente quiere la unidad, tiene el deber de sacudirse de las tentaciones electorales y de las cuotas personales y partidistas que la acosan. El tercer elemento, y quizá el decisivo, sea el referido al propio Ollanta Humala.
Los acontecimientos y las contradicciones del proceso peruano, finalmente lo han colocado en el vértice de las definiciones. La ruta que tome en la perspectiva, dependerá en buena medida de su propia consistencia. Podrá, en efecto, perfilarse en términos positivos, como ocurrió con el Hugo Chávez del 92; o negativos, como el Lucio Gutiérrez del 2001. Eso dependerá, sobre todo, de su propia consistencia personal, de un integridad humana, aunque también, sin duda, de los duros avatares de la lucha de clases. Cuando se habla de Revolución, de Liberación Nacional y de Socialismo, se asumen palabras mayores. ¿Será capaz Ollanta Humala de vencer su pasado, superar sus oscuras estaciones y abrir un nuevo derrotero al proceso peruano? Tendremos a corto plazo algunos indicadores: ¿Se concretarán las conversaciones con la Izquierda oficial? La lista parlamentaria que presentará Ollanta en febrero de este año ¿reflejará una, u otra, de estas estaciones ya descritas? ¿Se elevará el discurso político para ubicarse en los términos de la confrontación social que el país vive? Por lo pronto, cada fuerza está tomando posiciones y el fujimorismo, en peligro de ver vetada la candidatura del ex mandatario hoy preso en Chile, desliza ya la idea de votar por Ollanta como una manera de “repudiar el sistema y a la clase dirigente”. ¿Será eso gratis? Probablemente no, pero permitirá saber si, finalmente, la Mafia toma partido hoy por un candidato que crece en medio de la confusión y el caos.
- Gustavo Espinoza M. pertenece al Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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