De los náufragos de Esquipulas a la Revolución Bolivariana
29/09/2003
- Opinión
Entrevista a Maurice Lemoine, reportero y director adjunto de Le Monde
Diplomatique.
¿Cuántos graduados en periodismo, estancados en las capitales y creyendo que
sus impresiones personales son una marca de independencia, piensan en pedir su
camino o en dar marcha atrás? Ya que fue enterrado el derecho al seguimiento,
¿acaso nos queda tan sólo el "gran mercado de la información" para saber qué
pasa en Managua o en Tegucigalpa? El libro de Maurice Lemoine, "Naufragados de
Esquipulas" (1) nos recuerda a tiempo que otro periodismo sí es posible.
El autor recorrió durante veinte años una América Central que, si bien aún
ayer era mítica, hoy es tierra desconocida por los grandes medios de
comunicación. Ochocientas páginas tan densas como el "cinturón de fuego" que
corre de Panamá al Petén. Frases que a veces le costaron un día completo de
caminata. Cada tierra pisada es descrita. La tierra encerrada en los pulmones
de los salvadoreños exilados en Honduras y que regresan a su casa entre dos
convoyes militares. La tierra esponjosa que tapa "felizmente" los gritos de
los recién nacidos, protegiendo así a los "fugitivos de lo indecible" de los
confines de Guatemala. La bebé solita que llora desconsolada en la cocina, sin
que nadie la escuche. La indígena, anciana desgastada, que aguanta sus
lágrimas entre dos fogatas. Son los naufragados de Esquipulas, a quienes
Maurice Lemoine se niega a olvidar, con pasión: "Este libro, se lo debía antes
que nada a los centroamericanos".
En agosto de 2003, Maurice Lemoine está de visita en Venezuela. Se escapa de
Caracas para pasar dos semanas entre los protagonistas de la reforma agraria
bolivariana. Su reportaje será publicado en la edición de Le Monde
Diplomatique de octubre de 2003 (2).
La siguiente entrevista pretende echar luces sobre la joven revolución
bolivariana, comparándola con la larga marcha de los centroamericanos, y
tratar de entender las causas de la actual miseria del periodismo sobre
Venezuela.
Thierry Deronne – "Centroamérica. Aprender a conocerla para aprender a
quererla". Esta frase del novelista nicaragüense Sergio Ramírez resume muy
bien tu libro, pues realmente te has tomado el tiempo de investigar. ¿Cómo
definirías tu praxis periodística?
Maurice Lemoine – Es verdad que este libro representa veinte años de
Centroamérica. Me impactó mucho, e incluso me afectó, el hecho de que durante
los años de guerra en Centroamérica, muchos europeos se identificaron con
quienes intentaban cambiar la situación allá, en particular en Nicaragua con
los Sandinistas, pero también en el Salvador o en Guatemala. Pero cuando
aparentemente regresó la "paz", estos mismos europeos abandonaron a estos
pueblos a su soledad. Tengo el sentimiento de que, de haber vencido los
movimientos revolucionarios, aquellos que los apoyaban estarían todos allá
hoy, en los pasillos del poder. Sin embargo, en la catastrófica posguerra,
tras la derrota frente al neoliberalismo, todo el mundo se olvidó de América
Central. Me parecía muy importante decir, en primer lugar a los
centroamericanos, que no los hemos olvidado. Sentía que yo les debía algo,
contar estos veinte años de sus vidas, de sus muertes, de sus martirios. Y
también practicar el derecho al seguimiento. La guerra es algo espectacular y,
al igual que la guerrilla, les gusta mucho a los periodistas, sobre todo si
son europeos. Pero la posguerra es tal vez lo más importante. Uno de los
problemas del periodismo en general es que se salta de un hecho a otro,
olvidándolo todo quince días después. Un periodista no puede estar un día en
Nicaragua, luego otro en Venezuela, luego en Chile, haciendo escalas tras
escalas, ignorando así el derecho del lector al seguimiento.
T.D. – Recuerdas estos bares vaciados de sus periodistas apenas terminó la
guerra. Los acuerdos de paz en Centroamérica fueron firmados lejos de los
pueblos, entre políticos. ¿De lo que ves en Venezuela, hay algo distinto en la
relación del pueblo con la política?
M.L. – En realidad diría que no. Si uno ve el caso de Nicaragua, uno se
recuerda los últimos años, con los errores, los fracasos, y a veces la
corrupción de algunos dirigentes sandinistas. Pero no hay que olvidar que en
los comienzos de la revolución, después del derrocamiento de la dictadura de
Somoza, existía un vínculo estrecho entre el pueblo y los nueve comandantes,
al igual que aquí con el presidente. Uno recuerda lo que pasó en el Salvador y
ve lo interesante, porque a veces, en Europa, se presenta a este movimiento de
guerrilla que fue el FMLN como una vanguardia aislada en las montañas, cuando
en realidad, en los años 80, el movimiento popular había tejido poderosos
lazos con sus dirigentes. Lo que ocurrió —y debería ser debidamente tomado en
cuenta aquí en Venezuela— es que el enemigo, tanto interno como externo,
realizó un trabajo muy bien pensado para desconectar a los dirigentes del
pueblo. En Nicaragua, tras el triunfo sandinista, Estados Unidos impuso la
guerra a través de la Contra, causando tantos sufrimientos en la población
que, a la hora de las elecciones, la gente, en mi opinión, dijo "si seguimos
con la Revolución nunca saldremos adelante e iremos al desastre". Así que
renunciaron. Esto es lo que se pretende hacer aquí en contra de Chávez. A
través del golpe de Estado. Pero sobre todo a través del golpe económico y
social. Quieren crear un abismo entre el pueblo y el gobierno, para que la
gente se canse y diga "Mientras tengamos a Chávez, tendremos problemas". Es
toda una estrategia pensada. En Centroamérica lo hicieron, causando cientos,
miles de muertos. Aquí aún no llegan a eso. Pero hay que saber que lo van a
intentar. Van a crear una avalancha de problemas para que, al final, la gente
se agote y renuncie.
T.D. – Cuando mencionas una posible desintegración, pueden contemplarse varios
frentes: las fuerzas armadas, el pueblo y el presidente Chávez. Tomemos las
fuerzas armadas. En tu libro describes a estos militares salvadoreños
obligados a reevaluar su propio papel. ¿Crees que aquí en Venezuela las
fuerzas armadas pueden ser un factor de cohesión frente a estos intentos de
desestabilización, y hasta un factor de desarrollo, o al contrario, crees que
hay un riesgo de tener una clase media militar que terminaría volviéndose en
contra del proceso revolucionario?
M.L. – Es un tema complicado. Es que nunca se sabe a ciencias ciertas lo que
realmente ocurre dentro del estamento militar. Hay mucha desinformación. En
Centroamérica, al igual que aquí, las fuerzas armadas estaban vinculadas con
la doctrina de la Seguridad Nacional desde finales de los años 40 y siguen
impregnadas de ella. Teníamos, pues, ejércitos de represión y guerra, aun
cuando en el Salvador, por ejemplo, hubo militares que, antes de iniciarse la
guerra, intentaron echar las bases de un proceso más democrático,
revolucionario. Recordemos algunas excepciones, como la de Omar Torrijos, en
Panamá: un oficial que, de alguna manera, es parecido a Chávez y que logró, a
través de los acuerdos Carter-Torrijos, devolver el Canal a la bandera
panameña. Pero la clave aquí fue un solo hombre, porque después llegó Noriega,
quien lo arruinó todo. La fuerza armada estaba más o menos pro-norteamericana,
lo que se comprueba durante la invasión: el ejército como tal no peleó, salvo
algunos "batallones de la dignidad". Venezuela me parece ser un caso muy
extraño.
Aquí hay que separar lo imaginario y lo real. Lo imaginario, lo que te dicen
aquí, es que la fuerza armada es del pueblo; que se trata de un proceso
cívico-militar, lo que es cierto, en parte. Pero todo en realidad se debe más
que nada a un hombre, que se llama Hugo Rafael Chávez Frías. Es una situación
muy excepcional. Ciertamente parte de la fuerza armada obedece a esta línea de
alianza con el pueblo. Pero estoy totalmente convencido de que, como lo vimos
durante el golpe de Estado, parte de la fuerza armada no participa de esta
visión y se mantiene muy vinculada con Estados Unidos, tanto histórica como
sociológicamente. Una mayoría de los oficiales que protagonizaron el golpe de
abril de 2002, como Vásquez Velasco o Manuel Rosendo, han sido instructores en
la Escuela de las Américas, en Panamá, una institución apodada la "Escuela de
los Asesinos". Creo que aquí hay un equilibrio frágil. Hay que ver cuál es la
relación de fuerzas entre los militares que quieren aliarse con el pueblo, y
los demás. También existe una parte de la fuerza armada que se mantiene
neutral y dice "soy soldado y, aunque todo esto me molesta un poco, después de
todo aquí hay un Presidente y una Constitución que yo debo respetar".
T.D - ¿Cuál es el elemento decisivo?
M.L. – El factor externo. Todo depende, si Washington decide definitivamente
desestabilizar al gobierno, como lo hizo el 11 de abril de 2002 con unos
sesenta militares, o si apuesta por la otra carta, la de la oposición
"democrática", con o sin comillas. También está el factor del tiempo. Hay
militares a quienes les gusta apoyar las marchas populares, estar entre
tomates y verduras. Pero hay otros que odian esto. Sin embargo, hay algo
interesante que no se había visto en América Central: es que en Venezuela,
después del Caracazo (3), cuando el presidente Carlos Andrés Pérez mandó a
masacrar a miles de civiles, hubo una reacción muy fuerte por parte de un
sector importante de la fuerza armada. En Centroamérica, en cambio, los
militares cometieron carnicerías. Recuerdo la masacre del río Sumpul, El
Salvador, donde perecieron seiscientos civiles, mujeres y niños. En Guatemala,
los militares eliminaron a doscientas mil personas, sin nunca pararse a
pensar: "¿Qué estamos haciendo?" Aquí estoy más optimista en cuanto al proceso
militar. Si los militares venezolanos supieron reaccionar después de tres mil
muertos, cuando en América Central fueron incapaces de hacerlo después de
centenares de miles de cadáveres, entonces es que la situación es muy
distinta.
T.D. – El retrato que tú haces del general panameño Omar Torrijos —hijo de
maestros, iniciador de una reforma agraria, amado por los sectores populares,
sin ideología muy definida— recuerda mucho a Chávez. ¿Qué agregarías o
restarías para describir al presidente venezolano?
M.L. – Creo que lo que distingue a Chávez de otros dirigentes —porque sí es
diferente— es que le habla al pueblo. Como se dice aquí, "habla criollo". Es
algo muy particular y también muy misterioso para nosotros, los europeos, ver
esta relación, este vínculo estrecho, carnal, entre Chávez y el pueblo. A
pesar de los errores que comete, como cualquier otro, una de sus grandes
cualidades es que cree en lo que hace. Me sorprendería realmente mucho si,
dentro de diez años, se descubre que Chávez tenía cuentas en las islas Caimán
o en bancos suizos. Creo que el pueblo lo sabe, lo siente: "Este hombre es
bueno". A veces su bondad desborda su política, aunque posee un dominio de la
política que es sorprendente, desde más de un punto de vista. Logra salirse de
crisis en las que todos lo creían perdido. Es como un gato que siempre cae
sobre sus patas. Creo que la razón por la que el pueblo ama a Chávez —porque
de verdad se trata de "amor"— es que cumplió con sus promesas, como la de la
Asamblea Constituyente, la reforma agraria y ahora el Plan Barrio Adentro (4).
A la gente no le interesa saber si es comunista, anticomunista, marxista,
cristiano. Cuando los habitantes de los barrios populares ven a un médico que
va a visitarlos, no se preguntan si es cubano o si es venezolano. A la gente
que atiende las clases de alfabetización no le interesa saber si Chávez es
marxista o no. Dicen: "Por fin estoy aprendiendo a leer y a escribir, soñé con
esto toda mi vida". En Europa se escucha "Chávez es populista". Pero ¿por qué
habría que admirar a presidentes con traje y corbata de última moda, como ese
ex presidente de la Coca Cola, que empieza prometiendo y termina engañando a
la población? ¿Acaso él es el "correcto", mientras que aquel que realiza
verdaderos cambios es el "populista"?
T.D. – Retomemos un momento el tema de Nicaragua y los sandinistas. La prensa
europea los tachaba de totalitarios, autoritarios, etc. Hoy, sin embargo, los
opositores de Daniel Ortega, como Sergio Ramírez, reconocen que, si bien no
han vencido la pobreza, los sandinistas al menos restauraron la democracia.
¿Por qué la prensa europea ahora ataca a la Venezuela Bolivariana, donde no
hay ni un solo preso político, ni indicio de torturas o desapariciones, en vez
de interesarse por ella e incluso defenderla en cuanto democracia ?
M.L. – Este tema es muy interesante, porque los venezolanos deben saber que
esto ya ocurrió en otros países. Las campañas mediáticas, en Caracas, alcanzan
niveles de locura, como nunca los he visto en ningún otro país. Recuerdo que
en Nicaragua no se hablaba de populismo, sino de castro-comunismo. Después de
la Revolución, las elecciones de 1984, realizadas con la presencia de
observadores internacionales, las ganaron los sandinistas, democráticamente. Y
pese a esta victoria, se nos hablaba de "dictadura". En el 84, el sector
público en Nicaragua era menos importante que en Francia. Y aun así, se nos
hablaba de un "modelo soviético"… Ya en aquel entonces se trataba de una
campaña mediática contra un proceso, con adjetivos que tienen una carga
afectiva muy fuerte en Europa, pero que no se corresponden con la realidad.
Hoy en día, también dicen que "los sandinistas llevaron el país al caos
económico". Pero ¿cómo lograr el éxito económico cuando te imponen una guerra
que te obliga a dedicar el 50% del presupuesto nacional a la defensa? ¿Qué te
queda para la política social?
Ahora bien, ¿qué ha pasado aquí en Venezuela? En diciembre de 2002 y enero de
2003, se calcula que las pérdidas oscilan entre seis y diez mil millones de
dólares, a raíz del lock-out organizado por la oposición. Y estos miles de
millones, al gobierno los necesita para sus programas sociales. La manera en
que los medios tratan a Venezuela en Europa es sobre todo ideológica. De hecho
me asombra mucha la actitud de los medios. En Venezuela, puedo entenderlo,
pues los medios de comunicación están vinculados a grupos económicos cuyos
intereses se ven amenazados por la elección de Chávez. Así que es su obsesión:
"Chávez, Chávez, Chávez", como si este proceso se resumiera a Chávez
solamente, y no tuviera que ver con los campesinos, el pueblo, todos.
Los periodistas europeos, y los franceses en particular, a quienes conozco
mejor, pertenecen a la clase media. El problema no es criticar a alguien por
ser rico, pobre o de clase media. Pero esto sí tiene una enorme influencia en
el análisis. Cuando un periodista francés llega a Venezuela, se identifica con
la clase media, aunque ésta sea minoritaria. Y esto es natural. No significa
que este periodista sea una persona mala o cínica. Simplemente valora más las
tesis de la clase media que las tesis de la gente a la que conoce menos, a la
que a veces teme, pues los barrios populares, donde vive el 80% de la
población, son presentados como guaridas de delincuentes. Además, la clase
media europea, incluso la izquierda, se ha dejado convencer por las ideas
neoliberales. Somos los hijos de lo que ocurrió en el Este de Europa, en
particular en 1989, fecha clave del "fracaso del comunismo". Cuando se habla
de revolución en Europa, la gente tiene ese miedo de ser engañada otra vez. Te
dicen: "Ya hemos dado con Nicaragua, el Salvador, la Unión soviética; es otro
engaño más", etc. Se descarta por completo el análisis de la realidad y se
prefiere rechazar y criticar el proceso revolucionario, aun a costa de retomar
las tesis de una derecha fascista.
T.D. – Tú mismo, antes de descubrir el proceso bolivariano, ¿cómo lo veías
desde París?
M.L. – Con mucha cautela. Chávez es un militar. Para los europeos de
izquierda, un militar en América Latina recuerda a Pinochet, Banzer, Videla.
Recuerdo que, en 1992, algo me gustó (5). Alguien que se rebela ante una
situación inaceptable de injusticia social, se vuelve simpático. Y luego uno
dice, "bueno, hubo otros simpáticos como él, que se volvieron nefastos para su
país y su pueblo". Lo que ocurrió es que viajé a Venezuela para observar lo
que pasaba y olvidar mi condición de europeo, pues aquí la situación y la
cultura son muy distintas. Lo que me impresionó, en primer lugar, fue la
campaña mediática. La observé como periodista. Y me pareció increíble
semejante grado de violencia, deshonestidad y desinformación. Me dije que si
se usaba tanto la desinformación, entonces este señor no era tan malo. Porque
si de verdad fuera malo, no haría falta tantas campañas mediáticas y mentiras
tan grandes que dan risa. Salvo que el golpe de Estado de abril de 2002, co-
organizado por los grandes medios de comunicación, dio un saldo de más de
cincuenta muertos. Luego estudié la situación, escuché mucho al presidente,
sus proyectos, su discurso sobre las relaciones internacionales, su voluntad
de mundo multipolar, su afán de reorganizar la OPEP. Todo esto es una política
que parece buena, sensata. Al igual que su voluntad de organizar una reforma
agraria responsable, pues cuando se observa cómo es implementada la Ley de
Tierras, se ve que no se tocan las tierras productivas, por ejemplo.
El gran propietario que produce, lo dejan en paz, lo que me parece correcto.
Claro, si hay centenares y centenares de miles de hectáreas de tierras
abandonadas, hay que dividirlas. La Ley de Pesca es muy razonable. Todos los
ecologistas del mundo la aplaudirían. Y decir que PDVSA, la compañía petrolera
nacional, debe apoyar la economía del país para desarrollar proyectos
sociales, ¿qué problema hay en esto? En conclusión: hay un proyecto político
con muchas cualidades, pese a sus errores. A la clase media venezolana le
pregunto: ¿qué le quita la Ley de Tierras? Nada. ¿Qué le quita la Ley de
Pesca? Nada. No entiendo su rabia, salvo, por supuesto, al ver la campaña
mediática masiva. Sinceramente quisiera decir algo, aunque no me gusta
decirlo, pues no me gusta despreciar a una clase social, pero la clase media
ha sido totalmente descerebrada por los grandes medios de comunicación. Ya no
analiza nada; quedó entrampada en un drama pasional: "sacar a Chávez, sacar a
Chávez". No se dan cuenta de que Chávez representa tal vez la última
oportunidad de evitar la violencia en Venezuela. Como testigo directo del
golpe de Estado, me di cuenta de que aquí hay un proceso democrático, mientras
que en la acera de enfrente hay una oposición que pretende ser democrática,
pero que es de naturaleza fascista, como lo vimos durante el golpe. Gente de
esta clase media me dicen: "No queríamos ese golpe de Estado, esta dictadura.
Sólo queríamos sacar a Chávez". Está bien, pero el lock-out de diciembre y
enero pasados, ¿quiénes lo lideraban? Carlos Ortega y Carlos Fernández, del
sector empresarial, ¡los firmantes del golpe de Estado! ¿Ahora qué contesta
esta oposición que se dice democrática? Si hubiesen cambiado sus dirigentes,
entonces de acuerdo. Como periodista mantengo un margen de apreciación, pero
de alguna manera apoyo este proceso porque no es una dictadura y porque busca
salvar a Venezuela del caos que viven otros países latinoamericanos.
T.D. – En tu libro Los Náufragos de Esquipulas, cuentas cómo comunidades
populares, pese a la represión, inventaban la participación diaria:
comunidades en resistencia en Guatemala, cooperativas campesinas en El
Salvador. Experiencias que todas quedaron invisibles en la prensa europea.
¿Podría decirse que se trataba de una prefiguración, una preparación de la
participación ciudadana que hoy se observa en Venezuela?
M.L. – Es muy interesante comparar América Central con Venezuela, porque en
realidad se vive el mismo proceso, pese a las diferencias. En América Central
han borrado la fuerza del movimiento social. Pero no hubo solamente guerrillas
allá. Una guerrilla sin movimiento social no puede subsistir; fracasa
rápidamente. Esto se vio en Venezuela durante los años 60: el pueblo no
apoyaba a la guerrilla. Así que podemos comparar Venezuela con El Salvador,
Nicaragua y Guatemala, en el sentido de que existen, en efecto, poderosos
movimientos populares. Con dos diferencias: Centroamérica era el patio trasero
de Estados Unidos, en plena Guerra Fría. Washington intervino con todo su peso
contra el "peligro comunista", masivamente en El Salvador, a través de la
Contra en Nicaragua, con una guerra abierta. En Venezuela la cosa es más
complicada. A pesar del discurso del "castro-chavismo", Chávez definitivamente
no es comunista. Y si lo es, en todo caso no se ve ningún partido único,
existen diversos medios de comunicación, estamos en democracia. Así que es más
difícil para Estados Unidos intervenir abiertamente, como en Chile. Las
maniobras son más subterráneas. La segunda diferencia es que aquí hay un líder
—algo que en general no me gusta, por los riesgos y el aspecto reductor—; en
Venezuela hay un pueblo, como en Centroamérica, y hay un líder, lo que no
tienen los centroamericanos. Fuera del contexto de guerra de América Central,
aquí se ve un movimiento social pacífico que se tradujo políticamente a la
cabeza del Estado. En toda América Latina el movimiento social está listo.
Quiere el cambio, pero desde hace veinte años le hace falta líderes
verdaderamente capaces de encarnar las aspiraciones populares. El error de
muchos analistas es creer que aquí el fenómeno se limita a Chávez.
Precisamente lo interesante en Venezuela es la correlación Chávez-pueblo o,
para no caer en los errores de la oposición, la correlación entre Chávez y
parte de la población. Ni la oposición ni los chavistas pueden decir "Nosotros
los venezolanos". Ninguna de las partes representa a Venezuela, pero hasta
ahora, el presidente de la República Bolivariana ha ganado seis elecciones.
Representa la mayoría. Y el proyecto político es el proyecto de una mayoría.
T.D. – Los Acuerdos de paz de Esquipulas, como bien lo recuerdas, no fueron
solamente una fachada, sino un intento por parte de los centroamericanos por
resolver los conflictos entre ellos, de manera autónoma, antes de que Estados
Unidos retirara los dados de la mesa. ¿Crees que, alrededor de la Venezuela
Bolivariana, existe un potencial diplomático capaz de hacerle contrapeso a
Estados Unidos?
M. L. – Lo que ocurrió en América Central tiene mucho interés y uno no puede
limitarse a un análisis simplista de lo que allá pasó. Por supuesto la
posguerra centroamericana fue una cruel decepción. Sin embargo, hay un aspecto
positivo: de las guerras revolucionarias nació la democratización de América
Central. Todos aquellos que dejaron su juventud o perdieron a algunos
parientes en las montañas dicen "No estamos satisfechos con esta posguerra",
pero reconocen que, antes de la guerra, estar en la oposición significaba
estar en el cementerio. El aspecto negativo es la intervención masiva de
Estados Unidos, su peso en la correlación de fuerzas, que impidió, a la hora
de firmar la paz, que se incluyeran los problemas sociales en la negociación.
Se negoció la paz, mas no las causas profundas de la guerra. De ahí que hoy
tenemos la misma situación de desasosiego que antes de la guerra. Tenemos una
democracia excluyente; la tragedia neoliberal para los pueblos
centroamericanos. Por ejemplo, uno de los recursos principales de América
Central, el café, ha colapsado. Miles y miles de pequeños productores han
terminaron sin nada. ¿El culpable? Un modelo económico impuesto desde afuera,
desde la Bolsa de Londres. Otro ejemplo: los sandinistas habían llevado a cabo
una reforma agraria, como aquí, pero la victoria de la derecha en las
elecciones de 1990 significó una contrarreforma agraria. Es lo que aquí
hubiera pasado, después del golpe de Estado, si el pueblo no hubiera salido a
la calle. Si mañana logran a sacar a Chávez, eliminarán la Ley de Tierras,
como el 12 de abril de 2002. En Nicaragua, los campesinos se vieron privados
de ayuda, créditos, mercado, así que tuvieron que vender las tierras recibidas
del gobierno revolucionario. Ahora pueblan los cinturones de miseria de
Managua o de Masaya. Lo que pasó en América Central es una lección. Si en
Colombia se firmara un acuerdo de paz con los mismos errores, la situación se
volvería catastrófica. A causa de las decenas de miles de combatientes de la
guerrilla o de los paramilitares. Si se firma la paz sin proyecto social, sin
integrar a los ex combatientes en condiciones decentes, entonces el país se
enfrentará a una generación que, al igual que en América Central, pasó entre
diez y quince años con un fusil en las manos y no sabe hacer otra cosa que
utilizar un fusil. Sin integración, el país irá directamente al caos, porque
estos hombres utilizarán la única herramienta que conocen: el fusil. Por ello
la guerrilla colombiana, que es criticable por sus métodos violentos, tiene
razón cuando dice que firmar un acuerdo de paz no puede reducirse al silencio
de las armas, sino que hace falta un proyecto social que rompa realmente con
el neoliberalismo. El proyecto del gobierno bolivariano no cuadra con la
globalización liberal, por lo que se ha ganado muchos adversarios.
T.D. – En tu libro nos llevas constantemente adonde ya nadie va, a estos
territorios sin plusvalía mediática, como la Mosquitia, en la costa atlántica
de Nicaragua, donde analizas la evolución política del movimiento indígena, o
a estas cooperativas del Salvador, donde los ex guerrilleros se están
reintegrando. Hoy regresas de otro no man's land mediático: el campo
venezolano...
M.L. – Es verdad que, cuando se habla de Venezuela, aquí o en otras partes, se
habla sobre todo de Caracas. Se habla de Chávez y de la oposición, punto y
aparte. De lo que pasa en el interior del país, nada se dice. Ya el año pasado
quedé impresionado, cinco semanas antes del golpe de Estado, cuando estaba por
San Cristóbal, o en el Estado Amazonas, y realmente todo estaba tranquilo.
Nada, pero nada que ver con la locura de Caracas. La gente me decía: "Estos de
Caracas, habría que ponerlos en una isla, de tanto que nos tienen cansados".
¿Cómo se puede analizar lo que pasa en Venezuela sin ir al campo, o a Petare,
a Caricuao o a Catia (barrios populares, NDT)? ¿Cómo analizar lo que pasa en
Venezuela si te quedas en Altamira, entre la clase media? El año pasado conocí
a la clase media y la entrevisté. Pero frente a la deficiencia de los medios
de comunicación, siento que hay mucho trabajo que hacer: ir adonde no van los
demás. ¿Qué hace un periodista al llegar a Venezuela? Sólo tiene una obsesión:
"Quiero ver al presidente. Quiero entrevistar a Chávez". Todos quieren
entrevistar a Chávez o al opositor Teodoro Petkoff. No sé por qué. Tal vez
porque habla francés, lo que facilita las cosas. Cuando regresas al periódico
o a tu familia y dices "Entrevisté al presidente de la República Bolivariana",
te vuelves alguien importante. Pero si llegas al periódico y dices "Entrevisté
a unos campesinos", te contestan: "¿Y qué?" El periodista tiene su ego, le
gusta el contacto con la gente "importante". Pero termina olvidando a los
demás.
T. D. – Además de las reformas agrarias de todo tipo que conociste en el
Salvador, Nicaragua o Guatemala, ¿qué tal te parece la reforma agraria en
Venezuela?
M. L. – Sabemos que una de las chispas que provocó el golpe de Estado de 2002
fue el paquete de 49 decretos-ley, entre los cuales la Ley de Tierras. Por
ello quería evaluar dicha ley in situ, pasando dos semanas en los estados
agrícolas de Cojedes, Barinas, Yaracuy, Alto Apure y Portuguesa. La primera
evidencia: la necesidad de esta reforma, más allá de cualquier ideología. En
efecto, hay decenas de miles de hectáreas cercados con alambre de púa, donde
pastan apenas doscientas reses… Es absurdo para un país que importa el 70% de
su alimentación. ¡Económicamente absurdo! Incluso desde el punto de vista
capitalista. Al lado, ves a decenas de miles de campesinos —17% de la
población— que no tienen ni la más mínima parcela de tierra, ni siquiera para
vivir de ella… Segunda evidencia que he podido comprobar: los campesinos
apoyan esta reforma con todo corazón, con todas su fuerza. Los ancianos te
dicen "Es la primera vez en la vida". Y con sus setenta años las ancianitas
del campo, que han vivido toda su vida en las dificultades, te lo dicen
también: "Por primera vez, vamos a tener algo propio, una parcela de tierra,
vamos a poder trabajar la tierra". Y no te lo dicen únicamente desde su punto
de vista egoísta, sino que te aclaran: "¡Vamos a producir para todo el país,
para la cuidad, el barrio, las cantinas en los hospitales!" Esto te demuestra
que ya tienen pensado un proyecto general de desarrollo. Me impresionó mucho
el alto nivel de conciencia de muchos campesinos. Me impresionó la rapidez del
proceso, al punto que me preocupa un poco. Y es que distribuir dos millones de
hectáreas en tan poco tiempo, sin duda va a producir algunos errores. Pero
sentir tanta voluntad colectiva te aleja de la idea según la cual "Todo esto,
es Chávez". Claro, cada cinco minutos te hablan de "nuestro comandante Hugo
Rafael Chávez Frías", pero al mismo tiempo te recuerdan que "estábamos listos
para esto", que hace años que están luchando por la tierra, afrontando la
represión de la Guardia Nacional y las policías. Por supuesto no todo es color
de rosa: aún hace falta créditos para estos campesinos, hace falta profundizar
la cultura cooperativista, a sabiendas de que, al igual que todos los
campesinos del mundo, el venezolano es individualista. No es tan sencillo
entrar en una historia nueva, la del trabajo en común. Pero sin duda, el
proceso avanza. Podrá haber fracasos, pero también puede conducir a grandes
éxitos. Y hoy los campesinos te hablan un "éxito global".
T.D. - ¿Cuál es la lección principal que el proceso centroamericano podría
brindar a la Venezuela Bolivariana?
M.L. – Yo aconsejaría a la oposición venezolana abrirse hacia el mundo
exterior, analizar lo que ocurrió en América Central. Allá las guerras se
iniciaron porque los poderes de turno se negaron a aceptar las reformas. El
Salvador: 75.000 muertos. En Nicaragua, insurrección y luego
contrarrevolución: 80.000 muertos. Guatemala: 200.000 muertos. A la clase
media —yo mismo soy de clase media, aunque procedente de una clase muy pobre—
le diría que mire hacia el vecino país, hacia Colombia, donde en 1948 se
asesina a un líder popular, Jorge Eliécer Gaitán, porque la elite rechazaba
toda reforma, y comenzó una guerra terrible. A estas personas les diría:
piénsenlo bien. En esta Venezuela tan rica —al contrario de América Central
que sólo produce banano, café y algodón— si no se emprenden las reformas, el
país se dirige hacia una situación muy grave, que les afectará mucho más que
el proyecto de Chávez. Si están en la oposición, muy bien, es su derecho, pues
hay democracia, hay una Constitución. Elíjanse sus dirigentes, preparen un
proyecto, que tal vez sea mejor que el de Chávez, y vayan a elecciones
normalmente. Pero no con un golpe de Estado, primero militar y luego
económico. La constitución Bolivariana les permite realizar un referendo para
pedir la salida del presidente. Pero si gana Chávez, ¿qué harán? ¿Otro golpe
de Estado? Yo les digo: ¡cuidado! Pueden matar a Chávez, o sacarlo, pero aquí
hay un pueblo. Chávez no fue quien creó la fractura. Ya estaba allí antes que
él. La mejor prueba es el Caracazo de 1989, y los miles de muertos de Caracas
que dieron inicio a este proceso. Si apuestan por el fracaso de las reformas,
pueden esperar consecuencias muy graves. Un pueblo que recobra la esperanza y
a quien se le quiere quitar esta esperanza, puede recurrir a la violencia.
(1) Maurice Lemoine, Les naufragés d'Esquipulas , Ed. Atalante, Nantes 2002,
www.editions-l-atalante.com.
(2) www.monde-diplomatique.fr
(3) El Caracazo fue la primera revuelta antineoliberal del continente (1989).
El presidente de turno, Carlos Andrés Pérez, había querido aplicar el programa
del FMI. En respuesta a la sublevación de los barrios populares, llamó a la
tropa. Saldo: tres mil muertos, ante la indiferencia del mundo.
(4) Barrio adentro es un vasto programa de salud pública. Se trata de crear
una red de atención primaria y cuidados preventivos, para los sectores
populares, en una sociedad en la que la medicina es básicamente curativa y
comercial. Actualmente doscientos venezolanos están recibiendo formación en
Cuba para graduarse de médicos. Paralelamente, médicos cubanos están
atendiendo las necesidades más urgentes de decenas de miles de habitantes a
quienes hasta ahora se les negaba la atención médica.
(5) En 1992 Hugo Chávez encabeza una insurrección de oficiales nacionalistas
contra la corrupción y la injusticia social del régimen de Carlos Andrés
Pérez. La operación fracasa y Chávez asume públicamente la responsabilidad,
con lo que ganará mucha popularidad. Arrestado y juzgado, pasará dos años en
la cárcel.
* Thierry Deronne es fundador de la Escuela Popular de Cine de Maracay y
cofundador de la televisión comunitaria Teletambores, Maracay, Venezuela.
Traducción del francés : Gil B. Lahout (Caracas, agosto de 2003)
https://www.alainet.org/pt/node/108468?language=en
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