La invención del enemigo
La guerra como forma de acumulación
18/03/2003
- Opinión
La guerra contra Irak encubre la debilidad del dólar frente al euro y la irreversible decadencia de Estados Unidos como única potencia mundial. Sólo a través de la guerra puede Washington mantener su dominio planetario, aun a costa de despertar el rechazo más grande que ningún país generó desde los desdichados días del Tercer Reich.
La opinión pública internacional intuye, con entero acierto, que en realidad el inminente ataque contra Irak no pretende derrocar a Saddam Hussein sino controlar los yacimientos de petróleo que posee ese país. Nadie en su sano juicio puede pensar que Irak es una amenaza para una superpotencia que mantiene una superioridad militar apabullante sobre el resto del mundo. Además, día a día va quedando claro que la ocupación del país busca crear una situación que le permita a Washington una situación más ventajosa en una de las regiones clave del planeta.
Sin embargo, aun partiendo de que los análisis en boga responden a una lectura básicamente correcta de los objetivos de Estados Unidos, su irracional empeño guerrero merece algunas explicaciones más detalladas y, sobre todo, parece necesario desnudar la imbricación entre la guerra, la supremacía como superpotencia y su relación con la economía. En general, tiende a subestimarse el importante papel que juega, y jugó, la guerra como mecanismo de acumulación de capital y de mantenimiento del sistema actual como modelo dominante.
Guerra y política
Habitualmente se considera, en línea con el pensamiento del gran estratega Karl von Clausewitz, que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Otros análisis, sin embargo, sostienen lo contrario. Así, Michel Foucault, en uno de sus cursos del Collège de France, se empeñó en estudiar el papel de la guerra como “analizador de la historia”. En su hipótesis, “el papel del poder político sería reinscribir perpetuamente esa relación de fuerza, por medio de una guerra silenciosa, y reinscribirla en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el lenguaje, hasta en los cuerpos de unos y otros”. Por eso creyó necesario invertir el aforismo de Clausewitz, señalando que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”.(1)
Comprender el papel de la guerra como “hacedora” de la historia supuso cambiar la mirada: en vez de fijarla en la soberanía, o sea en los estados, lo que supone mirar la sociedad desde arriba, Foucault se propuso partir del sujeto, de la dominación, y centrar su análisis en las relaciones de poder. Cambiar la mirada le permitió comprender que los mecanismos de dominación son, efectivamente, mecanismos de guerra estrechamente vinculados a la institución militar: el panóptico, entre las más destacadas formas de control y dominación; pero también el conjunto de estrategias de sometimiento, del niño al adulto, del aprendiz al maestro, del ignorante al culto, de la familia a la administración. Incluso algunas de las técnicas productivas más eficaces, como el taylorismo, supusieron convertir las fábricas en verdaderas cárceles militarizadas.
La conclusión es evidente: “La guerra es el motor de las instituciones y el orden: la paz hace sordamente la guerra hasta en el más mínimo de sus engranajes”.(2) No estaría de más recordar que Karl Marx, en uno de los capítulos más notables de El Capital, el destinado al análisis de la acumulación originaria, concluía que el capital llegó al mundo “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”.(3) En este sentido, el triunfo histórico del capitalismo se debió, entre otras razones, al hecho de que las elites desataron una guerra implacable, abierta o sorda, contra las masas de campesinos y pobres urbanos, para despojarlos de sus bienes y obligarlos a venderse por un salario. La historia de la colonización de América Latina es un ejemplo incontestable que avala el aserto foucaultiano.
De ahí que no resulte sorprendente el análisis de Samir Amin, cuando sostiene que Estados Unidos –al que define como un verdadero “Estado canalla”– utiliza el dominio militar para mantener la hegemonía económica, a través del control del planeta.
Contener la decadencia
El economista egipcio sostiene en un reciente artículo, como la mayoría de los analistas independientes, que en los terrenos político, cultural y sobre todo en el económico, la única superpotencia no está en condiciones de competir con sus adversarios “en un mercado verdaderamente abierto como imaginan los economistas liberales”.(4)
En efecto, su déficit comercial se agrava cada año, pasando de 100 mil millones de dólares en 1989 a 450 mil millones en 2000. Estados Unidos es la principal nación deudora del mundo (su deuda supera el 60 por ciento del producto bruto) y ya no puede competir ni siquiera en los bienes de alta tecnología, como lo demuestra la competencia exitosa entre Ariane y los cohetes de la NASA. En este sentido, la supremacía tecnológica que mantuvo respecto a la Unión Soviética, clave de su triunfo frente a esa superpotencia, se ha evaporado ante la competencia europea y asiática.
En el único rubro en que Estados Unidos mantiene una ventaja importante es en la venta de armamento. Pero en ese sector no rigen las reglas del mercado, ya que se beneficia de un importante apoyo del Estado y de un mercado cautivo, forzado por la presión de Washington a sus satélites para que compren armas que nunca serán utilizadas, como sucede con varios países islámicos, entre ellos las monarquías petroleras del Golfo, que invierten en armas-chatarra buena parte de sus ventas petroleras. Esto es un buen indicador de la militarización de la economía de Estados Unidos, lo que paradójicamente la pone en desventaja frente a sus competidores pero a la vez la empuja frenéticamente hacia la guerra.
Un segundo factor que contrarresta la decadencia estadounidense es también extraeconómico: el monopolio de la emisión de dólares, moneda en la que se realizan las cuatro quintas partes de los intercambios internacionales. Así las cosas, mientras el mundo produce, Estados Unidos, cuyo ahorro nacional es casi nulo, consume. O, como señalan otros, el comercio entre naciones se ha convertido en una bomba de succión de la producción que la superpotencia paga con papeles verdes. “La ‘ventaja’ de Estados Unidos es la de un depredador cuyo déficit está cubierto por el aporte, consentido o forzado, de terceros”, apunta Amin. Esto le permite pagar, por ejemplo, la brutal factura petrolera a precios de risa, gracias al privilegio de poder emitir sin respaldo.
La decadencia económica venía siendo contenida gracias a la Guerra Fría, y muy en particular merced al sólido anticomunismo del que los potenciales competidores hacían gala. Mientras el temor al comunismo mantuvo a las elites europeas a raya, esta falsa hegemonía funcionó, aun con visibles desperfectos. Desde la caída del socialismo real, todo el entramado se vino abajo, en apenas diez años.
El eje del mal y el euro
Si Irak no es el verdadero enemigo, puede inferirse que tampoco lo son Irán ni Corea del Norte, como viene sosteniendo la administración de George W Bush desde que formuló la tesis que incluye a esos tres países en su Eje del Mal. ¿Quiénes entonces?
En el caso de Irak, y de la intervención en la zona, parece claro que uno de los objetivos es controlar el suministro de petróleo a Europa, que tiene una dependencia mayor del oro negro que Estados Unidos. Con la ampliación de la Unión Europea (UE), el área del euro tendrá un producto bruto similar al de Estados Unidos y la doblará en población, convirtiéndose en el primer mercado del mundo y en una potencia económica sin igual.
En cuanto a Irán, posible próximo objetivo, se trata de un país fronterizo con la ex Unión Soviética, donde la influencia yanqui desde la revolución de 1979 que derrocó a la dinastía Pahlevi se evaporó en el aire. Por otro lado, parece un hecho que desde el 11 de setiembre la tradicional alianza con Arabia Saudí, la más estable en toda la región, se ha deteriorado, y Estados Unidos necesita reforzar su presencia en la región ante un eventual colapso de sus relaciones con la monarquía saudí.
Tener en la mira a Corea del Norte significa una dura advertencia a China, país que se supone estará en una o dos décadas en condiciones de erigirse como la primera potencia económica mundial, y que realiza importantes inversiones para fortalecer sus fuerzas armadas.
Pero no quedan ahí los problemas de Washington. Apenas empiezan. “¿Qué pasaría si de repente la OPEP se pasara al euro?”, se pregunta el analista Paul Harris en un revelador artículo.(5) Sencillo: la hegemonía estadounidense colapsaría. Si el dólar no se ha devaluado, cosa que debería haber sucedido dado el inmenso déficit de Estados Unidos, es por las “subvenciones globales” de que disfruta, toda vez que cuatro quintas partes de las transacciones internacionales, la mitad de las exportaciones y dos tercios de las reservas globales de divisas se hacen y están en dólares. Pero las cuentas de la eurozona están más saneadas que las de Washington y su participación en el mercado global es mayor.
Una de las claves del inmediato futuro es, en efecto, el petróleo. La Unión Europea compra ella sola más de la mitad del crudo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Según los expertos, es cuestión de tiempo que se pasen al euro.
Es necesario saber que el primero que dio el paso, en noviembre de 2000, fue precisamente Irak. Todo un desafío que se le quiere hacer pagar muy caro al régimen de Saddam. Porque, detrás de Irak, vendrá el resto. Corea del Norte ya no usa el dólar en su comercio internacional, Irán ya tiene sus reservas en euros. Brasil también vende sus bonos del tesoro en euros y Venezuela estudia esa opción.
Pero hay más, y mucho más grave para Estados Unidos: ¿Qué pasaría si Japón, que tiene las mayores reservas del mundo, las transfiriera a euros? Por lo pronto, en mayo de 2001 la Unión Europea acordó con Rusia la posibilidad de que pronto el intercambio entre ambos se haga en euros, siendo que el 40 por ciento de las ventas rusas se dirigen a Europa, contra sólo el 8 por ciento de las de Estados Unidos. El fin del monopolio mundial del dólar será un duro golpe para una potencia en declive inexorable, que está dipuesta, según todos los análisis de que disponemos, a evitarlo a cualquier precio.
El profesor William Clark, de la Universidad John Hopkins, es claro: “El control militar del petróleo de Irak permitirá a Estados Unidos desmantelar el control de precios de la OPEP”. Y añade: “Esta guerra será por la divisa global para el petróleo”.(6)
Economía militarizada
Este conjunto de datos permite comprender la vasta alianza tejida contra la guerra. Explica los porqués de la oposición francesa y alemana y las razones de Moscú para integrar la alianza. Por primera vez en sesenta años, como señala Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, Europa abandona sus miedos y su complejo de cenicienta. Nunca había existido una alianza tan vasta (desde el papa hasta los punks de todo el mundo) capaz de desafiar a la única superpotencia.
Pero existen por lo menos dos aspectos adicionales que empujan a la administración estadounidense a la guerra. Ambos se relacionan con la militarización de la economía de la superpotencia y son estructurales. La superioridad militar tiene un costo muy elevado, que profundiza el déficit congénito de Estados Unidos. Esos costos deben ser transferidos a terceros, de ahí la necesidad de contar con aliados. En paralelo, los costos del armamentismo sólo pueben ser absorbidos si en cierto momento pueden encadenarse a la economía civil a través de la producción de nuevas mercancías que utilicen las nuevas y costosas tecnologías usadas para la guerra. Este mecanismo funciona por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial, y se ha convertido en uno de los factores que explican la creciente dependencia de las grandes transnacionales de la tecnología para la guerra.
En segundo lugar, la continuidad de la hegemonía estadounidense impone rediseñar el mundo. Las grandes transnacionales pasaron de representar el 25 por ciento del producto bruto mundial en la década del 80, al 50 por ciento a comienzos del nuevo siglo. Para que puedan seguir aumentando sus ganancias debe registrarse un importante crecimiento económico o, en su defecto, como sucede actualmente, unos deben crecer a expensas de los otros. Las sucesivas reuniones de la Organización Mundial del Comercio (OMC) revelan que entre la llamada Tríada (Estados Unidos, Japón y Europa) ya no existen acuerdos sustanciales. De ahí la febril búsqueda de nuevos alineamientos, que se sintetiza en la tendencia a la creación de diversos ejes (UE-Rusia; UE-Rusia-China; Brasil-Sudáfrica-India, entre otros).
Lejos de asistir al fin de la historia, estamos viviendo un formidable reacomodo a escala planetaria, en el que cada nación o grupo de naciones va tejiendo nuevas alianzas en función de una multiplicidad de intereses y afinidades. La guerra de los medicamentos genéricos, por poner apenas un ejemplo, fue perdida por las transnacionales afines a Estados Unidos gracias al empuje de países del Tercer Mundo como Brasil, India y Sudáfrica, lo que pone de relieve la creciente vulnerabilidad del imperio. Otras guerras están en curso. La del petróleo es una de las más importantes, pero a ella pueden sumársele las variadas guerras comerciales, la vinculada con la producción de transgénicos y con las patentes biológicas, entre otras.
En un período signado por el estancamiento, cuando la producción de mercancías dejó hace tiempo de ser rentable por la creciente disminución de la tasa de ganancia, y cuando ya no funciona ni el refugio de la especulación financiera, que está provocando nuevas e imprevisibles crisis en todo el mundo, la rapiña es la única forma de aumentar el trozo de pastel. Y, en la rapiña, todos saben que el único vencedor es Estados Unidos. De ahí el novedoso empeño pacifista de países de tradición colonial e intervencionista –como Francia–, de otros con pasado y vocación expansionista –como Rusia–, y aun de China, que sólo puede seguir creciendo si los intercambios comerciales mantienen una mínima fluidez.
Si los verdaderos contrincantes son Estados Unidos y Europa, y las transnacionales vinculadas a cada bloque, esta guerra de agresión que se prepara ha mostrado que a lo largo de la última década surgió, como apuntaba un editorial de The New York Times después de las gigantescas marchas del 15 de febrero, “una segunda superpotencia: la opinión pública mundial”. Sólo ella, la socidad civil mundial, puede darle a la coyuntura una salida que no desemboque en la clásica guerra entre potencias, que provocó ya dos carnicerías mundiales.
Notas:
1. Michel Foucault, Defender la sociedad, FCE, Buenos Aires, 2000, pág 29.
2. Ídem, pág 56.
3. Karl Marx, El Capital, Libro Primero, Volumen 3, Siglo XXI, 1975, pág 950.
4. Samir Amin, “La ambición criminal de Estados Unidos: el control militar del planeta”, www.nodo50.org/csca.
5. Véase www.yellowtimes.org.
6. Rafael Poch, “Una guerra contra el euro”, en La Vanguardia, Barcelona, febrero de 2003. El artículo puede consultarse en www.eleconomista.cubaweb.cu.
https://www.alainet.org/pt/node/107229?language=es
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