Educar para qué?
25/11/2002
- Opinión
Hablar de educación es hablar de sociedad. Uno de los reflejos de la
educación cartesiana que tenemos de la educación es que las distinciones
son más acentuadas que las conexiones. Por eso hoy se habla en
concepción holística de la educación, tratando de reunir a los que
estamos desunidos por la modernidad cartesiana.
Dice la Constitución Brasileña: "La educación es responsabilidad de la
familia, de la escuela y de la sociedad". A veces imagino a los
promotores, o sea al Ministerio Público entrando con recurso junto a la
Unión, penalizando a la sociedad por no cumplir su papel educativo. En
naciones indígenas tribalizadas, la educación de un niño depende de toda
la comunidad; no es responsabilidad de la escuela, que no existe, ni de
los padres, porque toda la comunidad es concebida como la familia de
crianza del joven. Es evidente que esa utopía ya no es realizable en
nuestras ciudades, que incluso fueron concebidas no en función de la
humanización de las personas sino como burgos. De ahí el nombre de
"burgués": el que vivía en una confluencia, en un cruce de caminos donde
se llevaba a cabo el trueque de mercancías.
Lo que marca el origen de las ciudades en Occidente, tales como las
conocemos hoy, es el interés económico. Todo el planteamiento viario de
la ciudad está hecho en función del flujo de la economía y no de la
calidad de vida de los ciudadanos. Aunque Brasil tenga hoy más del 80%
de su población en ciudades, todavía resisten en el campo casi un 20%. Y
es en el campo donde se encuentra el mayor contingente de mano de obra
entre los 64 millones de trabajadores brasileños. ¿Cómo es posible que
la agricultura represente todavía el sector que absorbe más mano de obra
(23%) -siguiendo el sector de servicios (que emplea el 21%)- si hay tan
poca gente en el campo? Por desgracia eso es perfectamente explicable si
trabajáramos con el factor eventuales. Personas que todas las madrugadas
se desplazan desde un centro urbano para trabajar, o personas que pasan
períodos en la zona rural en busca del sustento. Lo cual no significa
que Brasil tenga un mundo urbano en contraposición al mundo rural, pues
hay una progresiva unificación de la mentalidad de los brasileños gracias
al avance de los medios de comunicación.
En esa red de comunicación el vehículo más poderoso es la televisión.
Según el censo del 2000, 86% de los hogares brasileños tienen televisor.
Datos de la Unicef 2000 revelan que en Brasil los adolescentes pasan como
media 4 horas al día en la sala de clase y poco menos de 4 horas ante la
televisión. Ambas medias están muy distantes del índice de Cuba, el país
más avanzado en educación de toda América Latina, donde los alumnos pasan
12 horas al día en el aula de clase.
Ciudadanía versus consumismo.
Hay una dicotomía o tensión entre el propósito educativo y el contenido
predominante en la televisión brasileña. No tengo nada contra las
emisoras; el problema está en el contenido, que, salvo raras
excepciones, trata de formar consumidores y no ciudadanos. Por otra
parte están la escuela, la familia, las iglesias, que en principio
quieren formar ciudadanos. Eso explica nuestro desasosiego como
educadores.
Con frecuencia me preguntan algunos educadores: "¿Por qué en nuestra
época éramos tan disciplinados en el aula y ahora son tan agitados?" La
respuesta, según mi modo de ver, es obvia: porque ahora a la muchachada
le gustaría cambiar al profesor como cambia de canal. Aguantar durante
40 ó 50 minutos un tono monótono no es fácil, sobre todo cuando el
profesor no está dotado de pedagogía para hacer atractiva su presencia en
el aula.
La TV brasileña es una concesión pública; el Estado debería, en nombre
de la sociedad y como proveedor, no sólo de nuestro bienestar sino
también de nuestro crecimiento cultural y espiritual, exigir a las
emisoras ciertos parámetros educativos; lo cual no sucede. Las emisoras
son el mejor regalo que unas pocas familias pueden recibir de ese Estado
clientelista que privilegia a determinados segmentos de la sociedad. Ni
se exige a esas familias "dueñas" de los canales de TV lo mínimo que se
espera en cualquier país decente, o sea la devolución a las arcas
públicas de una parte de los fabulosos ingresos de publicidad. Imaginen
si el 10% de esos ingresos de esos fueran destinados a la educación
fundamental. Sería una revolución, sobre todo considerando que, de los
gastos destinados a la enseñanza fundamental, apenas un 8% llega al
segmento que representa a los 20% más pobres de la población; y de los
gastos destinados a la enseñanza superior, casi la mitad va al 20% de los
más ricos.
Es un embudo al revés. O se cambia eso, modificando la política de
orientación educacional, o continuaremos remando contra corriente y
haciendo un trabajo inocuo, porque las fuerzas contrarias son más
poderosas que nuestros buenos propósitos. En el caso de la TV la
cuestión es seria porque el contenido es hegemónico. Estoy hablando de
la TV abierta, mayoritaria, que llega al 86% de los domicilios del país.
No me refiero a la TV de pago, de más calidad. La TV abierta ejerce un
papel deseducativo de desinformación y deformación de las nuevas
generaciones brasileñas, porque tiene como prioridad fortalecer el
mercado. Lo que rige la grada de programación de TV es aquello que da
índices de audiencia, porque implica mayor contingente de consumidores.
No importa si esa prioridad consumista hiere principios, parámetros y
elementos éticos que la familia, la escuela, la iglesia y la sociedad
quieren inculcar en los jóvenes. Lo que importa es aumentar el nivel de
consumo. Lo cual no sería tan grave si no hubiese un antagonismo. No es
una competición, sino que hay un conflicto ético entre la formación y la
deformación de una persona. Una persona no puede ser simultáneamente
ciudadana y consumista. Hay un momento en que una de esas dimensiones es
prioritaria en su vida. La publicidad sabe muy bien que cuanto más culta
es una persona -cultura es todo aquello que engrandece nuestro espíritu y
nuestra conciencia- tiende a ser menos consumista. Un pequeño ejemplo:
quien gusta de la música clásica, será raro que contribuya a enriquecer
la industria fonográfica. Quien aumenta la fortuna en esta industria es
el consumidor que día a día desea experimentar una nueva banda, un estilo
diferente, porque si no fuera así, si sólo le gustaran media docena de
compositores clásicos, el consumo sería menor, pues apenas comprará las
nuevas interpretaciones de las obras de su preferencia.
La TV abierta no trabaja mirando cómo favorecer la cultura, porque la
cultura crea discernimiento crítico, sino que trabaja con el
entretenimiento que estraga nuestros principios éticos. ¿Qué es el
entretenimiento? Es el conjunto de enlatados que vienen de los EE UU,
películas violentas, dibujos animados, programas humorísticos, etc., en
resumen lo que vemos el domingo, Día Nacional de la Imbecilización
General. Imbéciles el presentador, los participantes y el público que
permanece en ese siéntate-levántate aplaudiendo. Todos obedecen a
programadores invisibles, que el teleespectador no ve. Imbéciles
nosotros que, en lugar de ir a pasear con la familia, quedamos sentados
en el sofá, creyendo que estamos absorbiendo alguna cosa útil cuando en
realidad estamos rompiendo el diálogo familiar, la diversión de los
niños, el contacto con la naturaleza y toda una serie de actividades
saludables.
Y lo peor es que nos avisan: ¡Sal de abajo! La gente no sale y
despierta el lunes con resaca espiritual. O alertan: ¡Cuidado: alta
tensión!, pero continuamos insistiendo y marcando puntos en el índice de
audiencia. ¿Cuál es el secreto del entretenimiento? Quien trabaja en
publicidad o en ambientes de enlatados conoce la alquimia. No es fácil
crear entretenimiento, porque no se puede dar sustancia al espíritu y a
la conciencia del público; apenas se deben dar unos toques sensibles
capaces de hipnotizar al público. La radio por ejemplo es universal;
puede ser oída manejando el carro, cocinando, plantando etc.; la TV no.
Ésta exige una actitud de sumisión, provoca hipnosis. Tengo que estar
frente al aparato. Yo creo que ya es hora de que las escuelas lleven la
TV a las aulas, como hacen con los textos; debatiendo el contenido de
las imágenes los alumnos educarán su propio mirar con más discernimiento
crítico.
¿Cómo se logra la alquimia del entretenimiento? Gracias a los
conocimientos del doctor Freud sabemos que nuestro inconsciente gira en
el diapasón inicio de la vida/fin de la vida. Somos el único animal que
sabe que nació y que va a morir. Ningún otro tiene esa conciencia.
Todos los animales son contemporáneos de su presente. Son todos aquí y
ahora. Nosotros no sólo oscilamos en el nivel de lo consciente, como
tenemos un gran peligro en la vida, que es el de no ser contemporáneos
del propio presente, como enseña por ejemplo la tradición budista.
Envejecemos más rápido cuando vivimos con nostalgia de lo que pasó o con
ansiedad de lo que vendrá, y no somos capaces de ser presentes en la
actualidad. Por eso me gusta mucho un poema que dice: "El pasado pasó /
el futuro vendrá / pero eso aquí y ahora / es de hecho un presente". Sin
embargo es necesario saber disfrutarlo.
El diapasón de la industria del entretenimiento es transformar el
comienzo de la vida en sexualidad, pornografía, y el fin de la vida, la
muerte, en violencia. Unen ambas cosas y ahí está el éxito, ahí está el
crecimiento del índice de audiencia, ésa es la formación de los
consumidores.
Apreciamos ser espectadores de algo que es incitante en nuestro
inconsciente y se mueve con las profundidades de nuestro psiquismo. Pero
no podemos estar permanentemente en una actitud de Eros. Todavía no
llegamos a la fase de humanización en que las estructuras de nuestro
cerebro, tributarias de reptiles y primates, hayan sido totalmente
superadas. Suelo ponerme alerta cuando me dicen que necesitamos "escoger
políticos que tengan diploma de carrera universitaria", pues las bombas
de Hiroshima y Nagasaki fueron construidas por grandes científicos, todos
ellos doctorados en física, química, etc.; los hornos crematorios de
Auschwitz fueron construidos por ingenieros, las armas biológicas por
médicos. O sea el hecho de que alguien tenga alta calificación desde el
punto de vista erudito, académico, significa poco.
Sentido de la educación
Educación es formar personas verdaderamente humanizadas y felices. Eso
significa formar personas con mucha ética, principios y proyecto de vida.
Sin ello no es posible ser humano y ser feliz. ¿Qué educación es esa que
forma un mundo de desigualdad, que forma un mundo en que la
competitividad es un valor superior a la solidaridad? ¿Qué educación es
esa que, ella misma, es factor de estímulo a la competitividad, en forma
de pruebas, premios, humillación de los que no pasaron de curso, de los
que no avanzaron, y que son la mayoría? La mayoría no alcanza el primer
lugar. Me acuerdo de cuánto sufrí en la secundaria, en la enseñanza
fundamental, por no ser premiado, por no estar mi nombre en el cuadro de
honor, no recibir medalla, no figurar entre los primeros de la clase,
como cuento en mi libro Alfabetto. Autobiografía escolar. Me consideraba
un perdedor. La educación me enseñaba a tragar mi humillación de ser un
perdedor. Entonces ¿qué educación es esa que no consigue trabajar la
formación de principios éticos?
Criado en Belo Horizonte, iba al centro de la ciudad a comprar clavos
para mis carritos de pasamanos o para las manivelas que yo mismo
fabricaba. En aquella época, felizmente no existía la palabra marca, la
gente hacía sus propios juguetes. Mi padre me alertaba: "No pases por
determinadas calles del centro". Era por donde quedaba la zona bohemia
de la ciudad. ¿Cómo un padre va a decir eso hoy a un hijo si al prender
la televisión se le mete dentro de casa la zona bohemia y el burdel
entero? Uno de los desafíos más difíciles y urgentes que hay que
afrontar es la formación sexual y afectiva de los niños y de los jóvenes.
Pasé 22 años en las bancas escolares y nunca las escuelas a las que
asistí abordaron las situaciones-límite de la vida, por las que todos
pasamos o habremos de pasar. La escuela nunca habló de dolor, pérdida,
ruptura afectiva, carencia, muerte, espiritualidad. Por suerte sólo
estudié cuatro años en colegio religioso; los otros fueron en escuela
pública. En los 4 años como alumno de colegio religioso oí hablar de
doctrina y de moralismo pero no de la experiencia de Dios, de valores
evangélicos ni del amor preferencial a los pobres.
La escuela nunca me habló de sexualidad; hoy habla de cuidados
higiénicos, para evitar enfermedades de transmisión sexual. ¿Y la
educación afectiva? ¿la educación para el amor? La relación afectiva es
determinante en la vida de todas las personas. Actualmente la media
brasileña de duración del matrimonio es de 7 años. (Quien pasó de esa
media puede festejarlo, porque ya es ganancia). Es curioso que algo tan
determinante no tenga un mecanismo educativo que ayude a esa formación.
Más curioso es que haya una excepción paradójica: la única escuela de
formación afectiva-conyugal que existe en todo el país es la Iglesia
Católica, que exige el celibato de sus sacerdotes y religiosos, pero no
celebra casamientos sin que la pareja haga un curso de novios. Por
suerte la mayoría de los cursos los dan los laicos.
Una vez me dijo una amiga: "Betto, no voy a bautizar a mis hijos ni
educarlos en ninguna religión. Que ellos cuando tengan 20 años decidan
si quieren seguir alguna religión y cuál. Fui alumna de un colegio de
hermanas y pagué análisis durante años para que me libraran de tabús y
advertencias que me fueron inculcados". Y yo le dije: "Usted como madre
y su marido como padre tienen todo el derecho de educar a sus hijos como
mejor entiendan, aunque no concuerdo con su punto de vista. Usted no
tiene disyuntiva: o educa usted o educa Xuxa, no hay alternativa. Si
usted no da educación religiosa a sus hijos -educación entendida aquí
como valores evangélicos, principios éticos, apertura a la trascendencia-
, será Xuxa quien les enseñe lo que es cierto y lo que es falso, lo que
es bueno y malo, quién es sinvergüenza y quién buenagente, cual es el
juego ético, aético o antiético de la vida social. Usted no tiene
disyuntiva, o sea, la formación de la subjetividad es una cuestión
educativa de la mayor importancia".
La escuela, en su tradición occidental y brasileña, por razones
históricas y cartesianas, olvida la cuestión de la subjetividad, una de
las dos dimensiones esenciales del ser humano.
(Traducción de José Luis Burguet)
https://www.alainet.org/pt/node/106652?language=en
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