La fuerza de Dios en su laberinto

02/05/2014
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1
Releamos este párrafo que, como ciertos libros sagrados, parece haber existido desde la eternidad, a tal punto es inmodificable:
 
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
 
2
Alguna vez remarqué que en esta primera oración aparece la figura retórica de la inversión, para trasponer la sucesión de la biografía del protagonista. Arranca de un tiempo indefinido: “Muchos años después” -sin aclarar después de qué- para saltar al paralizado presente de la ejecución, abismarse posteriormente en la “tarde remota” de la infancia cuando se conoció el hielo -agua paralizada- y dar paso, en la oración siguiente, al agua licuada de un río que corre sobre huevos prehistóricos -los dos símbolos clásicos del devenir- y a una historia anterior al nacimiento del protagonista, que culmina en la anulación del tiempo mediante la agobiadora repetición de personajes e incidencias. Comprenderemos, entonces, por qué en la novela el acontecer está tan trastrocado y enrevesado como en las líneas que la inician o como en el recuerdo de toda la vida que pasa en unos instantes ante los ojos del agonizante. La soledad, como la retórica, puede hacer un solo segundo dure un siglo, o que un siglo cristalice en el aliento necesario para leer el más breve párrafo eterno de la literatura universal.
 
3
Mil y una galerías existen para penetrar el laberinto de Gabriel (del hebreo Gavri´el: Fuerza de Dios), pero sabemos que en él acecha el Tiempo. El dédalo, símbolo de la matriz, nos encierra en un devenir sin culminación, pues nunca accederemos al centro, y sin libertad, ya que jamás hallaremos otra salida que las provisorias alas de la imaginación. Gabriel José de la Concordia García Márquez nace en 1927 en el pueblo de Aracataca, villorrio que sus habitantes quisieron después convertir en imaginario llamándolo Macondo. Diez años antes había muerto allí el escritor venezolano Manuel Vicente Romero García, siempre soñando, como el coronel Aureliano Buendía, comandar un nuevo alzamiento que lo llevara triunfante a Caracas. El padre de Gabriel lo deja hasta sus nueve años al cuidado de sus abuelos Tranquilina Iguarán y el coronel Eligio García, quien lo lleva a conocer el circo y el hielo. Paradoja fulminante la del niño, emblema del porvenir, que comienza la vida con ancianos, símbolos del pasado. El del anciano es un tiempo sin más proyecto que la memoria. En este permanente crepúsculo el niño apropia como recuerdos las experiencias que no ha vivido. Los más importantes personajes de Gabriel son viejos. El Señor muy Viejo tiene alas muy grandes. Algunos, como Isabel, pierden todo sentido del tiempo viendo llover en Macondo. Sus pueblos parecen detenidos en malas horas, en un tiempo que no avanza ni retrocede. A diferencia del doctor Fausto, Gabriel detuvo el instante, no el instante perfecto, sino el momento insoportable de la postergación, del desamor, del fracaso, por sí mismo eterno.
 
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La literatura es dédalo de pasillos infinitos; sin embargo hay autores que no hacen más que repetir su primera página exitosa. Laberinto es emblema de proliferación, no sólo numérica, sino además cualitativa. Las galerías de Gabriel son tan numerosas como diferentes. Podemos encontrar el absurdo frontal en Ojos de perro azul, el agobio narrativo en los párrafos interminables de La hojarasca, la farsa barroca en “Los funerales de la Mamá Grande”. Cien años de soledad adopta lo maravilloso como caballo de batalla, pero ni un solo milagro o prodigio alivian la pungente cotidianidad de El coronel no tiene quien le escriba o de La mala hora. Estas narraciones prodigan un castellano terso, al cual sólo su vivacidad impide caer en lo académico: sin embargo en El otoño del Patriarca hay la sucesión de voces y de puntos de vista que se mezclan con el monólogo interior, la coloquialidad extrema, el torbellino de hablas. Como El General en su laberinto, Gabriel siente que la vida se le va para siempre, que el gran proyecto americano y sus proliferantes galerías pueden ser clausuradas por una tisis o un cáncer: necesario es vencer; indispensable encontrar en los contados días en esta tierra una superabundancia que nos vengue del laberinto del tiempo y de su claustrofóbica limitación.
 
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En ámbitos dominados por el Tiempo todas las alegorías lo aluden. La fabricación de pececitos de plata que nunca nadarán en ningún río. El calor, que lo llena todo. El olor de la guayaba podrida. La cabellera exorbitante de la niña Eva, que ha seguido creciendo después de su muerte. Las gotas de los aguaceros, infinitas e idénticas como los segundos. Las hileras de las hormigas, mínimas y consecutivas. Las procesiones funerarias que nunca terminan de enterrar a la Mamá Grande. La memoria es el intento desesperado de retener el instante, pero el instante detenido deviene agobio insoportable. La mecánica de estas narrativas apasionantes es la inmovilidad. Sus anécdotas claman por un desenlace, una ruptura, que apenas se da como esperanza. Sabemos que nunca el Coronel verá pelear su gallo. Así como jamás Aureliano Buendía ganará ningún alzamiento ni transmutará el plomo en oro, ni Santiago Nasar escapará de su muerte anunciada, ni el General desandará el laberinto de su enfermedad para sanar el cuerpo agonizante de América. El último Buendía nace muerto, con un rabo de cochino que condena la repetición cíclica de las generaciones. Parecería que nunca avanza el tiempo que nos devora.
 
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Así como la Fuerza de Dios es la facultad de crear, su tormento es el de asistir impasible a los horrores de su obra cuando adquiere vida propia. El destino del viejo es la soledad, dijo alguna vez Arturo Uslar Pietri. El joven zarpa hacia su destino y el anciano permanece anclado en el suyo. En los relatos dela Fuerza de Dios recurre el tema de amantes separados por abismos de años. Al Patriarca los áulicos le suministran un harén de libertinas disfrazadas de colegialas. El religioso de El amor y otros demonios ama a una adolescente. El niño de Vivir para contarlo es iniciado por una mujer muy mayor. Situaciones parecidas recurren en Memorias de mis putas tristes. El tiempo, que nos separa de todo, es la principal de las formas innumerables de la soledad. El amor que todo lo vence es nuestra única segunda oportunidad en esta tierra.
 
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Sí, porque todas las pompas académicas, todos los elogios de quienes en vida lo vituperaron, todas las cenas de los emperadores de los nuevos imperios no van a hacernos pasar por alto que la Fuerza de Dios es constante declaración de amor a todas las criaturas aparentemente insignificantes atrapadas en las maquinarias de la miseria, el desamor, la explotación y la represión. La Fuerza de Dios escucha el Relato de un náufrago que cae de un crucero militar porque éste lleva tanto contrabando que las olas le barren la cubierta; también condena la Masacre de la Bananera y llora la hecatombe de las infinitas guerras que dejan viejos huérfanos de sus hijos, y hace suya la voz de Miguel Littin clandestino en el laberinto pinochetista. Todavía en tiempos de necesidad, dona el importe cuantioso del premio Rómulo Gallegos a un partido venezolano que por entonces se pretendía socialista. Durante largos años cuerpos de seguridad estadounidenses lo investigan y le niegan la visa. En todos los pasillos de su laborioso Dédalo permanece Gabriel leal a la Revolución Cubana y a las rebeliones dignas de tal nombre, y de hecho debe huir de su patria porque un cónclave de represores quiere encarcelarlo por supuestos intentos de servir de contacto entre Cuba y el MLN. Decía un déspota mexicano que nadie resiste un cañonazo de cincuenta mil pesos: la Fuerza de Dios enfrenta a pie firme un desestabilizante Premio Nobel sin una sola palabra para congraciarse con los poderes de este mundo. Repito que el talento es independiente de la ideología, pero cuando ambos coinciden en el lado correcto, es motivo para celebrar cientos y cientos de años de solidaridad.
 
1 de mayo de 2014
 
https://www.alainet.org/fr/node/85248?language=en
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