Biden, sin rumbo en Afganistán
El primero de mayo se cumple el plazo para la retirada de los efectivos de Estados Unidos en Afganistán, según un acuerdo firmado entre Trump y el Talibán. ¿Qué hará Biden?
- Opinión
El tiempo se hace escaso para encontrar la solución definitiva a la cuestión afgana, ya que en términos prácticos y estratégicos el primero de mayo está la vuelta de la esquina y para esta fecha, según el acuerdo de Doha (Qatar) entre Estados Unidos y el Talibán, ya no deberían quedar efectivos estadounidenses en Afganistán, terminando así con la guerra más larga de la historia norteamericana.
La urgencia de Trump por concretar ese acuerdo, además de que le permita cerrar, con cierto disimulo, uno de los fracasos militares más notables de la historia norteamericana, estaba en poder exhibir esa derrota militar como un éxito político, durante la campaña electoral que derivaría en las elecciones de noviembre pasado.
Finalmente, ese acuerdo no alcanzó hasta ahora aplacar mínimamente la guerra, sino todo lo contrario, ya que desde que se firmó cumplirá un año a fines de febrero solo ha beneficiado al Talibán, al que se le ha reconocido, su cabal dimensión, su importancia militar y su poder político.
La torpeza de Trump con Afganistán, ahora, entre tantas otras, la deberá salvar el presidente Joe Biden, aunque este escollo, ya lo ha enfrentado en otras oportunidades. Como vicepresidente de Barak Obama, se opuso al aumento de las fuerzas estadounidenses que el entonces presidente aprobó en 2009. Aunque hoy, la situación en Afganistán quizás sea más critica que en ese año. Biden, posiblemente se siga aferrando a la idea de la reducción de los efectivos norteamericanos, aunque sabe que no solo en mayo no alcanzará esa meta, sino que, para entonces los 2500 hombres que todavía permanecer en Afganistán, sean demasiado pocos. Ya que, de continuar con la actual escalada de violencia del Talibán, necesitará más que “buenos gestos” para que cumpla con los acuerdos, y detenga los ataques y atentados. La cuestión afgana es de tal envergadura que el nuevo presidente norteamericano prefirió mantener en su puesto a Zalmay Khalilzad, el enviado especial de Trump y quien llevó a cabo las negociaciones en Doha, y les habría generado confianza a los muyahidines.
Washington, para cumplir con lo pactado, debe esperar que las negociaciones intraafganas, que comenzaron en Doha en septiembre del año pasado, a buen ritmo a pesar de la renuencia del presidente Ashraf Ghani, el que según los talibanes es un mero “títere” de Estados Unidos, alcancen a resolver cuestiones tan espinosas como el intercambio de prisioneros que en la actualidad se encuentran estancadas. Otro aspecto es que se reduzcan de manera significativa y rápida las operaciones cada vez más sangrientas, contra efectivos del Ejército Nacional Afgano (ENA), edificios gubernamentales y atentados a periodistas, maestros, médicos, activistas de derechos humanos, funcionarios de todo nivel, religiosos, que han resultado heridos y asesinados en ataques como el que le costó la vida a dos juezas de la Suprema Corte el pasado enero. Al tiempo que se registra un incremento notable en el número de los ataques contra las mujeres por no adoptar las normas de la sharia.
Si bien es cierto que el accionar de los talibanes sigue siendo el gran escollo para la paz, no es menos cierto que otro de los factores fundamentales que están impidiendo la concreción de los acuerdos es la corrupción de la clase política afgana, y los altos mandos del ENA, que se ha enriquecido de manera escandalosa con el desvío de los fondos aportados por los Estados Unidos y sus socios occidentales, para sostener la guerra , construir infraestructura y mejorar las condiciones de vida de la población civil.
La negativa de Ghani y de sus socios políticos a admitir la realidad, con el riesgo de ser procesados por corrupción, y si no se llega a un acuerdo definitivo, puede conducir a un final trágicamente parecido al del ex presidente Mohammed Najibula, asesinado por los talibanes en 1996, tras la retirada de los soviéticos, y el país puede sumirse en una nueva etapa de guerra interna. El resultado más previsible sería que el Talibán retorne al poder como lo estaba en 2001 y que estos veinte años de guerra, con sus correspondientes gastos en vidas y recursos financieros, hayan sido absolutamente inútiles, además de confirmar lo que para muchos es ya una realidad: Afganistán ha sido otro Vietnam en la historia norteamericana.
Frente a las constantes acusaciones a los talibanes por sus acciones militares, las que siempre asume con particular “hidalguía”, éstos dicen no ser los únicos responsables de la violencia y responsabilizan a otros grupos que operan en el país como el Daesh Khorasan, un jugador cada vez más importante en ese panorama y a los que el Taliban, como parte del acuerdo de Doha, deben ayudar a combatir. Aunque el punto más crítico a cumplir por parte de los hombres del mullah Hibatullah Akhundzada sigue siendo romper la antigua y fuerte alianza con al-Qaeda.
Dado el marco de situación, el Instituto de Paz de Estados Unidos (USIP), con una vasta experiencia en el terreno durante muchos años, en su último informe ha recomendado a la nueva administración norteamericana no concretar el retiro de tropas, postergar mayo como fecha límite para la retirada de las fuerzas estadounidenses y en vez de plazos fijos, establecer condiciones.
Esperando a los bárbaros
Tal como en la prodigiosa novela del Nobel sudafricano John M. Coetzee, todas las ciudades afganas se encuentran “esperando a los bárbaros”, los informes cada día son más alarmantes y a pesar de las bajísimas temperaturas, esas sombras indefinibles se mueven ágiles en torno a las ciudades, que se han convertido solo en puestos de avanzadas, esperando el asalto día tras día. El Talibán, este año, tras la ofensiva de otoño con la que capturaron amplias áreas de territorio, al contrario de otras oportunidades, no las han abandonado, sino que la mayoría fueron mantenidas, a pesar de los intentos del ENA y los ataques aéreos estadounidenses, con el fin de presionar para cuando se reanuden las congeladas negociaciones de Doha. Como sucede con la norteña ciudad de Khunduz, capital de la provincia del mismo nombre, ya tomada en diferentes oportunidades por los talibanes, los integristas han establecido puestos de control y vigilancia en sus cercanías y atacan bases militares con pequeños drones artillados.
En proximidades de Pul-i-Khumri, capital de la provincia de Baghlan, no solo han tomado diferentes tramos rutas, amenazando la comunicación con Kabul, sino que ya están asediando a sus pobladores. En el sur del país, en la mítica ciudad Kandahar, cuna del movimiento talibán y de su fundador el mullah Omar, de gran importancia política y económica, para todo el sur del país, y fronteriza con Pakistán, los muyahidines se han hecho de varias aldeas vecinas, acercándose a esa capital provincial como no lo habían hecho desde que la debieron abandonar tras la invasión norteamericana.
Donde se apunte, siempre surgen los mismos síntomas de la debacle, los soldados cada vez peor pertrechados, los muertos ni siquiera son reportados, para que sus sueldos sean repartidos entre los jefes; los heridos deben permanecer en sus puestos, mientras los mandos rapiñan suministros militares, víveres y combustibles, con los que se cree, con bastante certeza, negocian con los terroristas por dinero u otras “prebendas” como sus propias vidas. Estas realidades han impedido la entrega a las fuerzas de seguridad afganas del campo aéreo de Kandahar, otrora una importante base norteamericana, por ahora resguardado por un pequeño número de efectivos estadounidenses y de la OTAN, en apoyo de hombres del ENA, mal entrenados y sin espíritu de combate.
Se cree que en las próximas semanas el equipo de analistas de Biden, podrán presentarle un informe detallado de la verdadera situación afgana, con lo que el presidente podrá determinar un plan a seguir, aunque ya los hombres del mullah Akhundzada, que según fuentes indias habría muerto tras un ataque aéreo en Queta, la capital de Beluchistán (Pakistán), informaron que ante cualquier modificación al acuerdo de Doha lo declararían nulo, precipitando a los Estados Unidos y la OTAN, que todavía mantiene cerca de 10 mil hombres en el territorio, a una guerra en que Biden no tiene rumbo.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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