México: después del neoliberalismo en el campo, ¿el transicionismo?
- Opinión
Se acaban de publicar en México los resultados de la Encuesta Nacional Agropecuaria, edición 2019. Ojalá sea la última fotografía del campo neoliberal en México. Porque cuando dicha encuesta se aplicó apenas empezaban a aplicarse los nuevos programas de la Cuarta Transformación, iniciada por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, para el sector agropecuario.
Los resultados de la encuesta presentados por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, (INEGI) y la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, (SADER) ofrecen información vinculada con los programas prioritarios de esta dependencia. Sería un buen punto de partida. La fotografía del antes del tratamiento. De un marco de 4 millones 650 mil 783 unidades de producción, se estudiaron 3 millones 667 mil 827 unidades que producen uno de los 25 cultivos o 4 especies agropecuarias que se seleccionaron. Se tomó una muestra de 69 mil 124 unidades de producción.
Este estudio científico les da la razón a los campesinos que desde hace muchos años se vienen quejando de los males que aquejan al campo mexicano. Documenta su pesimismo: las añejas inercias y la inveterada problemática de nuestro agro siguen ahí, tozudas, rebeldes a cualquier transformación.
La famosa Ley de San Garabato, “Comprar caro y vender barato” sigue vigente: tres de cada cuatro productores siguen reportando como principales problemas el alto costo de los insumos y los energéticos y el estancamiento del precio de sus productos.
Después de muchos años y muchos millones de pesos transferidos a distintos esfuerzos de comercialización por parte de los productores organizados, ahora resulta que el 53.1% de las unidades de producción de granos comercializan a través de intermediarios y 25.1% directamente con el consumidor.
Las reformas neoliberales arrasaron con el crédito al campo al desaparecer o minimizar las instituciones de crédito y seguro agropecuarios. Sólo el 8.4% de las unidades de producción obtuvieron algún crédito o préstamo, según la ENA 2019. Las principales fuentes del crédito fueron las cajas de ahorro con 26.0%, seguidas de personas o empresas que compran la producción con 20.5% y posteriormente Financiera Rural con 16.9%. Hallazgo importante: los mecanismos solidarios y cooperativos de ahorro salen al rescate ahí donde la banca de desarrollo o comercial fallan. Por otro lado, sólo el 5.1% de las unidades que obtuvieron crédito lo dedicaron a la compra de maquinaria o equipo, lo que indica que la modernización tecnológica se está postergando. Un ejemplo, un 60.2% de las unidades productivas utilizan coa o azadón mientras que sólo el 29.2% emplea sembradoras.
Las prácticas agroecológicas siguen siendo minoritarias. Por ejemplo, prácticamente dos de cada tres unidades de producción usan fertilizantes químicos y sólo una cuarta parte, abonos naturales. La falta de capacitación y asistencia técnica, así como la pérdida de fertilidad del suelo son reportados respectivamente, por el 30.8% y 27.9% de las unidades de producción, como problemas en el desarrollo de las actividades agropecuarias.
Las mujeres siguen siendo minoritarias en la dirección de las unidades de producción y las y los jóvenes se alejan de las actividades agropecuarias. El 17% de los productores agropecuarios, responsables de la toma de decisiones en las unidades de producción son mujeres y 83% son hombres. El 89.9% de los productores tienen 40 años o más, 44.1% tienen entre 40 y 60 años y el 45.8% reportaron una edad mayor a 60 años. Y se toma muy poco en cuenta que casi uno de cada cuatro productores agropecuarios (23%) habla una lengua indígena.
El mayor volumen de la producción de alimentos básicos se sigue concentrando en las unidades mayores de 5 hectáreas: 75.4% del maíz blanco, 99% de la producción de trigo. Las unidades mayores de 5 hectáreas representan el 88.5% de la población sembrada de frijol de riego y el 71.4% de la superficie sembrada de arroz. La mayoría de esas unidades superiores a cinco hectáreas se concentra en el noroeste y norte del país.
Este es el panorama de un campo concentrado, excluyente e injusto, luego de casi 40 años de neoliberalismo. Habría que ver otro aspecto ir más allá de la ENA e investigar de cerca las resistencias de la gente. Las diversas prácticas que los campesinos y pequeños productores han implementado para sobrevivir. La potenciación de las economías familiares y las formas de economía social y solidaria que han puesto en marcha. El rescate de saberes ancestrales y su conjugación con tecnologías apropiadas para construir nuevas prácticas agroecológicas. Todo esto deben saberlo quienes dirigen el campo desde la 4T.
Ante esta fotografía del campo mexicano después de la batalla neoliberal, hay las tres alternativas que señala Boaventura de Sosa Santos
(https://www.alainet.org/es/articulo/209467): el negacionismo, que intente restablecer el neoliberalismo, más excluyente, con más vigilancia y represión. El gatopardismo, que reconoce que se deben hacer algunas reformas para asegurar el sistema actual, por ejemplo, hacer más inclusivos los programas de siempre, pero sin cambiar la devastación de la naturaleza y el productivismo-consumismo sin fin.
La tercera es el transicionismo. Un avance gradual pero sólido hacia un nuevo modelo civilizatorio, basado en el cuidado de la especie humana, de la naturaleza, de nosotros mismos. Es un horizonte utópico al que se debe tender con políticas públicas de diversos órdenes. En el aspecto de la agricultura y el medio ambiente implica una opción por la agroecología, por poner fin al extractivismo, proscribir los transgénicos y agroquímicos como el glifosato, una opción por apoyar la diversidad regional y étnica de nuestras unidades productivas.
Ésta debe ser la única alterativa para el campo que opere la Cuarta Transformación encabezada por Andrés Manuel López Obrador..
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