Assange: farsa judicial
- Análisis
El presidente del Perú, Martín Vizcarra, se pronunció recientemente sobre la persecución política que viene encarando Julian Assange. El mandatario señaló que el creador de WikiLeaks “de ninguna manera debía ser extraditado”, ya que, seguramente, “sería sometido a las arbitrariedades y abusos del gobierno norteamericano”. Al llamado se sumaron Lenín Moreno y otros líderes de la región, así como la Sociedad Interamericana de Prensa.
No corra a hacer un “fact-checking”, lo que acaba de leer es, por supuesto, pura invención, “fake news”. ¿Se imagina a Vizcarra, Moreno, Duque o Piñera –o a los oligarcas de la SIP–, saliéndose de esa manera del libreto? ¿Qué diría Mike Pompeo?
Lo que no es invención es que la fiscalía estadounidense pide 175 años de cárcel para Julian Assange, a razón de 17 cargos de espionaje y uno de piratería computarizada. Meras justificaciones que la decadente superpotencia viene empleando –con éxito, desgraciadamente– para perseguir, torturar y, eventualmente, echar mano del jáquer y periodista de 49 años.
Los cargos que pesan sobre él se desprenden de sus legítimas coordinaciones con las fuentes de información y “whistleblowers” detrás de las bien conocidas filtraciones de WikiLeaks. Una de esas fuentes es la también perseguida Chelsey Manning, por ejemplo. El deterioro psicológico de ambos, Assange y Manning, ha sido denunciado por Amnistía Internacional y Naciones Unidas en varias ocasiones, y es producto de prolongados y crueles regímenes de aislamiento, sumados a años de persecución y acoso.
Manning, exsoldado, filtró el horrible video de un helicóptero del ejército estadounidense masacrando a un grupo de hombres inocentes en Iraq, entre ellos, a un camarógrafo de la cadena de noticias Reuters. Esa filmación salió al aire en abril de 2010, hace más de una década.
Las evidencias de tortura, cárceles negras y vuelos de rendición, junto con las del espionaje de decenas de presidentes y líderes extranjeros, aceleraron drásticamente la implosión de la imagen estadounidense en el mundo. Miles de millones gastados en propaganda se fueron al basurero de golpe, con la exposición de algunas fotos tomadas en las mazmorras de Abu Ghraib. La obra de WikiLeaks puso de manifiesto que el crimen de guerra es casi una segunda naturaleza para ciertas potencias occidentales que suelen venderse como bienhechoras.
El acoso, encarcelamiento y potencial extradición del creador del sitio de filtraciones más importante del mundo sientan un precedente nefasto para la libertad de expresión, por mucho que sus supuestos defensores en los principales diarios y noticieros finjan que no está pasando nada, que el juicio político en curso nada tiene que ver con su libertad y los principios democráticos. Hay mucha culpa en ese silencio mediático: Assange fue el blanco del lodo de la prensa “mainstream” durante años.
Como revisaremos, la finísima capa de legalidad con la que se ha intentado recubrir el circo judicial en curso no aguanta ni la más mínima indagación. Trump quiere secuestrar a un incómodo ciudadano extranjero, encerrarlo en algún infierno comparable a Guantánamo y tirar la llave, y está usando todas las armas a su disposición.
Como explica el columnista inglés Peter Hitchens, del conservador Daily Mail, si Assange fuera extraditado, cualquier periodista en posesión de material clasificado estadounidense –de la nacionalidad que fuere–, “correría el mismo peligro”.
Cronología de una traición
Hacía falta una derecha caradura como la de Trump para acabar con WikiLeaks, pues la derecha liberal y (de retórica) progresista de Barack Obama nunca se atrevió a tanto. En 2013, cuando el demócrata aún gobernaba –y esto revela el tinte político de la persecución de Assange– un entonces vocero del Departamento de Justicia de EE.UU. señaló lo siguiente: “Si no vamos a perseguir periodistas por publicar información clasificada, cosa que el departamento no hará, entonces no hay forma de perseguir a Assange”.
Esa sería la posición oficial hasta la conveniente invención de “Russiagate”, ese esperpento concebido a mediados de 2016 entre las sombras del Estado profundo y los pantanos de sus agencias de espionaje. Con ese montaje se politizaría el trabajo de WikiLeaks.
En un breve paréntesis, necesario para zanjar el asunto “Russiagate” de una vez por todas, citaremos la conclusión de un conocido periodista norteamericano sobre la investigación que condujo, por encargo del Departamento de Justicia de EE.UU., el exdirector del FBI, Robert Mueller: “(La) masiva investigación no corroboró ninguna de las teorías de conspiración que una parte enorme del Partido Demócrata, la comunidad de inteligencia y los medios estadounidenses le vendieron al público por años… La doble teoría… (1), que Trump, su familia y su campaña conspiraron o coordinaron con Rusia para interferir en la elección de 2016, y (2), que Trump se encuentra sujeto a la autoridad del presidente ruso Vladimir Putin, no solo fueron rechazadas por el reporte final… fueron destrozadas, de manera innegable y definitiva” (Glenn Greenwald, The Intercept, 18/04/19).
Pero la realidad es irrelevante si tienes el control del discurso, por lo que el mundo creyó y sigue creyendo lo que nos “vendieron por años”, como dice Greenwald. Y nos lo vendieron rabiosa e inescrupulosamente, repitiendo en coro que Assange estaba coludido con Vladimir Putin, ¡quien a su vez controlaba a Trump! Todo basado en información de inteligencia estatal. Gracias a la mentada teoría de conspiración con el sello de la CIA, el gobierno estadounidense pudo etiquetar a WikiLeaks como: “servicio de inteligencia hostil”, permitiéndole al gabinete de radicales republicanos de Trump asumir una posición bastante más agresiva que sus antecesores en la administración Obama.
En esa línea, el actual presidente republicano declararía, en abril de 2017 –a solo 4 meses de asumir su mandato–, que arrestar a Assange, su “aliado”, era una “prioridad”. Hasta entonces, la prensa decía que la idea de que el gobierno norteamericano quería arrestara al australiano era pura teoría de conspiración, excusas del editor de WikiLeaks para asilarse y huir de otros “cargos criminales” (como las ya descartadas investigaciones suecas; solo investigaciones).
Fue la prensa que ahora calla la que garantizó el éxito de toda la estrategia contra Assange y WikiLeaks. Abrazando la propaganda del gobierno norteamericano, ella traicionó a quien previamente fuera su fuente, tildándolo de “espía ruso”, de aliado de las derechas radicales del mundo, de Breitbart y Steve Bannon.
Luego de haber lucrado de sus filtraciones y recogido unos cuantos premiecillos, la prensa también participó de montajes propagandísticos de sospechosa factura. El ejemplo más claro lo ofrecieron The Guardian y el inescrutable Luke Harding, uno de sus principales periodistas. Harding se inventó que un asesor de Trump había visitado a Assange en varias ocasiones, promoviendo así la idea de la alianza entre el republicano y WikiLeaks. A pesar de que, supuestamente, esas reuniones se habrían dado en el corazón de Londres, bajo la atenta vigilancia de decenas de cámaras de seguridad –por no mencionar al personal espía del consulado ecuatoriano–, jamás se presentó evidencia. Como suele suceder en estos casos, ni Harding ni su editor en The Guardian dieron la cara para explicar cómo sucedió tal “desliz”.
Finalmente, y corroborando lo denunciado en esta columna en varias ocasiones, el pasado 10 de septiembre, Noam Chomsky resaltó para el diario inglés The Independent que lo que se está juzgando “no es la personalidad de Assange”, por mucho que “el gobierno norteamericano así lo pretenda”. Es interesante observar que tanto el mencionado gobierno como la prensa corporativa jugaron ese juego, mostrando al mundo los detalles banales de la vida privada de Assange en el consulado ecuatoriano en Londres. Esas “distracciones predecibles”, como las llama Chomsky, enfocaron la atención del mundo en la personalidad del creador de WikiLeaks. ¿Y de dónde salieron esas imágenes de “reality show”?
La CIA y sus espías españoles
La compañía de seguridad contratada por el gobierno ecuatoriano para dar servicios de seguridad a su consulado, UC Global, se coludió con la CIA para vigilar a Assange. El producto del espionaje, filmaciones del australiano en calzoncillos –entre otras delicias de tabloide–, eran luego filtradas a la prensa servil. Siguiendo la estrategia, ella convirtió al creador de WikiLeaks en el protagonista de un “Gran Hermano” donde el acoso y el ataque a la reputación eran el plato fuerte.
El dueño de UC Global, un exmarino español llamado David Morales, redactaba perfiles de los visitantes de Assange y los archivaba en un servidor computarizado al que la CIA accedía remotamente. En una ocasión, los empleados de Morales se sumergieron en los basureros del consulado en busca de los pañales de los hijos de Assange, pues querían examinar su ADN. Entre los contratistas españoles y la CIA también se mencionó la posibilidad de secuestrar o envenenar al asilado político.
Otro de los objetivos encomendados a UC Global por la agencia de inteligencia más poderosa del mundo era la vigilancia detallada de cualquier visitante de nacionalidad estadounidense o rusa (El País, 09/10/19). Sin duda, la idea era crear o identificar un vínculo creíble, que luego sería usado para asociar al australiano a Trump o Putin. Los abogados de Assange también serían espiados, dejando en claro los extremos a los que Estados Unidos ha llegado para montar el circo judicial en curso, repleto de violaciones al debido proceso… una parodia digna de nuestros tiempos.
-Publicado en Hildebrandt en sus trece (Perú) el 18 de septiembre de 2020
Del mismo autor
- COP26: mentiras verdes 17/11/2021
- Pandemia como política 28/07/2021
- Haití: golpe mercenario 21/07/2021
- Canadá: Genocidio fundacional 13/07/2021
- El Perú es un espejismo 21/06/2021
- Comunistas y terrucos 15/06/2021
- Agonía de “El Comercio” 08/06/2021
- Jacarezinho: el modelo conservador 18/05/2021
- ¡Se les fue de las manos! 05/05/2021
- Pasaportes biológicos: distopía en ciernes 28/04/2021