COVID-19: miedo, calidad de vida, pánico, profilaxis… extraño bamboleo
- Análisis
El COVID-19 está ahora, fin de marzo, comienzo de abril, en casi todos los países del mundo. Aunque con muy diferentes impactos. Su presencia y el tratamiento; el encare de la situación, se ha complejizado. Respecto de su origen, las versiones se han multiplicado y diversificado con la exuberancia de nuestro universo mediático actual.
No es de extrañar, dada la presente globalización de casi todos los acontecimientos humanos que crece únicamente pareja con nuestra creciente heteronomía; cada vez sabemos más de todo; cada vez decidimos menos. Y aun tratando de entender con más recursos que nunca antes, nos cuesta más reconocer las causas de las cosas (pensemos por ejemplo en la contaminación del mar océano que lleva décadas y hace apenas unos meses empezamos a enterarnos, masivamente, de los “microplásticos”).
Nos vamos a permitir entonces apenas apuntar algunos aspectos de esta situación.
Un presente nuevo o cómo cerrar una época e iniciar otra
Somos cada vez más conscientes que la marca de esto que llamamos pandemia será si no eterna, al menos histórica. Como que todos nos vamos dando cuenta que la sociedad que vivimos hasta comienzos de 2020 “ya fue”, que lo que “viene” será distinto.
En ese sentido, la secuencia de este coronavirus, COVID-19, repite otro momento histórico, cercano: el 11 de setiembre de 2001, con el derribo de las dos torres que resultaron tres, y fuimos conminados a dejar las sociedades existentes y fuimos introducidos en otra, la sobreviniente, con un incremento notorio de la “seguridad”: el orden policial avanzó otro casillero.
Con el COVID-19 alterando ritmos, economías, destinos personales, dañando un poco a los integrados a los que viven (vivimos) del lado más seguro, y dañando muchísimo a los que ya sufrían estar “afuera”, “por debajo”, en las periferias del planeta. E introduciendo miedos en todos lados, teniendo que abandonar el mundo que habitábamos e ingresar en otro, desconocido. Que nos “suena” mucho más regimentado.
El miedo ha probado una vez más su eficacia y los elencos que deciden buena parte de los aconteceres sociales, tomarán nota de ello.
Como con las torres neoyorquinas, que sirvieran para espectáculo televisivo mundial durante veinte horas, el COVID-19 aumentando casos día a día ha generado a su vez un antes y un después. De la pandemia.
Tanto en un caso como en el otro, aunque de muy distinto carácter, podemos hablar de un pasado y, a partir del acontecimiento, un porvenir modificado.
Por las enormes incógnitas que caracterizan a la pandemia que estamos viviendo, nos parece sensato iniciarnos con las preguntas habituales.
La histórica trayectoria de la test tube war[1]
Tiene medio siglo por lo menos, según declaraciones de los mismos militares estadounidenses, ventiladas cuando surgiera el SIDA/AIDS, y se discutía si era una “producción” civil o militar (estadounidense), o la naturaleza nomás.
Reconocían entonces que desde hacía décadas se dedicaban a la guerra bacteriológica. Pero podríamos hablar de varias décadas más si tenemos en cuenta que desde la IIGM, EE. UU y sus servicios secretos empezaron a usar a científicos japoneses dedicados a investigar los resultados de envenenamientos de ríos y ciudades chinas, y a investigadores alemanes que el nazismo había impulsado para el desarrollo de productos químicos tóxicos con valor militar.
No tener en cuenta la tan programada guerra bacteriológica y considerar la aparición del COVID-19 como natural excede toda naturalidad y bonhomía para caer en penosa credulidad.
Esta politización de la mirada, que consideramos insoslayable, no nos permite obviar los aspectos sanitarios, ciertamente.
Todavía algún otro aspecto histórico que nos parece pertinente traer a luz, a ver si ilumina tan complejo estado de situación como nuestro presente planetario.
La ruta de la seda o una nueva globalización
Hace pocos años, China anunció la Ruta de la Seda, considerado por algunos analistas “el proyecto estratégico más importante de la historia”. China anunciaba su proyecto globalizador restaurando las viejas comunicaciones de Europa y el Lejano Oriente, aquella que hiciera famoso a Marco Polo a fines del siglo XIV. Por tierra. Proyecto bizarro, si los hay, en un mundo navegado y sobre todo interconectado por aire (aunque con un tremendo desgaste ecológico).
La Ruta de la Seda está pensada incluyendo a 60 estados y al 70% de la población planetaria y se estima que a más de la mitad de la economía global. Este proyecto fue anunciado públicamente por China en 2013 cuando su presidente Xi Jinping visita Kazajstán e Indonesia.
La Ruta de la Seda tiene dos vías, la terrestre y otra marítima. Llama la atención los principales anclajes terrestres desde China hasta Europa Occidental: Irán, Turquía, Italia.
Es indudable que el proyecto de esta globalización “a la china” no cuenta con la simpatía de los estados que constituyen el eje EE.UU., Reino Unido, Israel.
No podemos dejar de observar que los países más castigados por el COVID-19 han sido inicialmente China, Irán e Italia. Puede ser casualidad, pero sabiendo que la guerra bacteriológica tiene precisión micrométrica, uno no puede dejar de preguntarse por qué en Irán e Italia el coronavirus ha tenido tanto “éxito”.
Pero el mismo desarrollo de la pandemia problematiza este cuadro, con EE.UU. y particularmente Nueva York en el núcleo de los contagios.
Claro que puede haber otras muchas explicaciones, como el extorsionador bloqueo que EE.UU. por orden de Israel lleva contra Irán, o en otro sentido, diametralmente opuesto, la construcción del tren de alta velocidad que partiendo de China trazará la Ruta de la Seda a través de Teherán: para ese tren, se han instalado recientemente muchos técnicos y estudiantes chinos en la capital iraní.
Por otra parte, el cuadro de situación es muy cambiante. Países que inicialmente resultaron los más castigados han ido cediendo ese poco glorioso lugar a otros países inicialmente algo más ajenos a la pandemia. En esos cambios de posición, pasan a tener relevancia las políticas sanitarias diversas. Por ejemplo, Corea del Sur, con muchos casos iniciales; uno de los 5 o 6 estados más castigados, redujo la epidemia gracias a una masiva inversión en análisis para la detección de contagiados, ellos sí, aislados, pero sin afectar a toda la población y permitiendo que la estructura social no se afectara tanto.[2] Con otros métodos también se han logrado resultados apreciables, como la baja mortalidad en el país de los checos, en donde se implantó férreamente el uso generalizado de tapabocas.
Covid-19: ¿deliberación, azar, negligencia, soberbia?
El lector ya se habrá cuenta que dejamos abiertas posibilidades incluso opuestas respecto a la epidemia del COVID-19. Pero tanto la test tube war como la competencia globalizada que sabemos tan encarnizada (en un momento Reino Unido-Alemania; más tarde EE. UU-URSS, ahora EE.UU.-China) no nos permite albergar la hipótesis de una pandemia espontánea.
Se han disparado mil y una hipótesis para explicar lo que está aconteciendo; políticas de control poblacional proclamadas por los Gates; el forcejeo para quedarse con la posición preponderante en el mercado mundial que hemos señalado más arriba; la denuncia de Wuhan como sede principal del 5G, una técnica electrónica en plena instauración; el implante malévolo de virus en determinadas poblaciones (que no hemos podido desechar como hipótesis en el caso de Irán, conociendo el estilo israelí de golpear y esconder la mano); la asbestosis en Lombardía que parece haberse prolongado en el tiempo más que en otras partes y que podría explicar que esa región italiana es la que recoge el mayor empuje del COVID-19 en el mundo entero; las diferentes pirámides etarias, relevantes en este caso por cuanto el COVID-19 aunque ataca a todos los organismos humanos, afecta más a los más envejecidos (o desgastados);[3] los estilos de comportamiento social, donde parece que las sociedades más disciplinadas o disciplinarias (Corea del Sur, China), han logrado conjurar el avance de la enfermedad y aquellas más liberales han sufrido un avance tan arrollador que se han ido plegando a disposiciones cada vez más disciplinarias (como EE.UU. Reino Unido, México).
Conceptos: mortalidad, morbilidad, contagiosidad, detección
Concentrémonos en nuestro coronado presente.
La mortalidad del COVID-19 se presenta como notoriamente más alta que sus equivalentes para la gripe común y las neumonías “comunes”. Sin embargo, como la cantidad de contagiados del COVID-19 abarca a lo sumo, hasta ahora, 4 meses no cabe la comparación. Porque lo cierto es que las gripes comunes y más aún las pulmonías matan al año mucho más que hasta el momento el COVID-19, aunque con una mortalidad mucho menor (aunque la del COVID-19 tampoco es alta). No es fácil conseguir estas estadísticas para el mundo entero, pero he aquí las correspondientes a EE.UU., un “universo” medianamente interesante puesto que se trata de más de 300 millones de seres humanos.
La contagiosidad de la gripe común es en EE.UU. del 0,05%. La contagiosidad del COVID-19, en cambio, se registra como mucho más alta: promedio mundial, 4%, corriéndose cada vez más al 5%. Dentro de EE.UU., inicialmente 1%, ahora, 2%. En todos los casos, decenas de veces más alta que la de la gripe común.
Pero en EE.UU. mueren al año 14 mil de gripe común (de gripes). Sobre un promedio de 26 millones de enfermados al año. Si el tendal de muertos por COVID-19 en EE.UU. mantiene la tasa actual, en cuatro o cinco meses el COVID-19 habrá matado más población que la gripe habitual. El tiempo dirá, entonces, si su letalidad es mayor o menor a las gripes comunes.
Muchos epidemiólogos sostienen que existe, a grandes rasgos, una proporción inversa entre letalidad y contagiosidad (ejemplo con ébola; mortalidad del 50%, pero alcance reducido).
El COVID-19 ha observado, hasta ahora, una letalidad del 0,2 % en países como Noruega o Alemania, alrededor del 1-2% en países como Corea del Sur o Suiza, del 4% en Francia, Holanda, Reino Unido, Japón, y tasas particularmente más altas; en Irán arriba del 7%. También se registran países donde la letalidad ha aumentado considerablemente: EE.UU. tenía inicialmente poco más del 1% de muertos sobre contagiados, está ahora entre 2% y 3%; Italia, que a mediados de marzo tenía el mayor porcentaje de muertes en el mundo, 7,5%, la ha incrementado todavía más y está hoy con 11,4%; España, que inicialmente rondaba el promedial 4% está hoy con una mortalidad del 8% respecto de los infectados. La República Checa, que estuvo semanas sin registrar muertos, poco a poco ha sufrido algunos, hoy, alrededor del 1%.
Como se ve, hay también un amplio arco de diferencias en intensidad.
Políticas sanitarias
Carecemos de datos sobre el uso del kit de detección, país por país, pero sabemos que Corea del Sur apostó a un uso masivo. Rápidamente ubicó contagiados (que fueron aislados preventivamente) y bajó muchísimo la curva de contagiados y muertos. En EE.UU., observamos que, aunque mantienen en menos del 2% la mortalidad, se ha expandido de manera harto preocupante la cantidad de contagiados, seguramente porque los contagiados no están detectados (que es lo que pasa en muchos países, como Argentina o Uruguay).
AISLAMIENTO: ¿PROFILAXIS O DISCIPLINAMIENTO?
La policía se acerca a las playas montevideanas y “exhorta” a quienes allí están, echados en grandes superficies de arena, a abandonar la playa, el aire libre, la rambla, e internarse en sus hogares. ¿Por qué? El paseante solitario o en pareja por un parque, una costanera, una montaña, no está en mayor riesgo de contraer el COVID-19 que cualquier habitante en su hogar.
Lo que daña el paseante no es la profilaxis. Daña un presunto orden. Que algunos gobiernos quieren impulsar con mano policial (o militar).
Daña una imagen. No la realidad.
¿Salud o economía?
Las medidas profilácticas y reguladoras del comportamiento humano, empresarial, incluso afectivo están ocasionando grandes daños a las sociedades. Se hace inevitable comparar –lo hace por ejemplo el gobierno mexicano– el alcance del deterioro sanitario manteniendo todo lo posible la actividad económica, o el deterioro económico sujetándose al aislamiento médico y social dispuesto por gobiernos como el argentino.
Las miradas dependen de si se considera que el empuje virósico está agotándose o, al contrario, tomando velocidad.
Las verificaciones a través de las estadísticas nos dicen que el cuadro mundial tiene diferencias locales claras. Que en algunos países como Corea del Sur y China la pandemia está menguando acentuadamente, en otros, como Italia o España, y últimamente EE.UU. sigue el empuje en alza.
En todos los casos, baja letalidad. Y con cifras de mortalidad y morbilidad tan bajas como las argentinas o las uruguayas, entendemos que es mucho más el sacrificio económico, material y psíquico de toda la sociedad, que el desgaste asistencial.
Vamos a “pagar” mucho más con la pérdida de libertad ambulatoria, de trabajos por cuenta propia, de salud psíquica por falta de libertad de movimientos, que lo que vamos a ganar impidiendo todo contagio (siempre hablando de esta enfermedad con baja letalidad). Otra sería la situación viviendo los índices de enfermedad y muerte de Irán o Italia, que no asoman en nuestra región.
Biología sintética o el juego del aprendiz de brujo
Hay una información que nos parece decisiva para rastrear. En 2015, un equipo periodístico de la RAI, italiano precisamente, informó de investigaciones que se llevaban adelante en China con quimeras; la designación utilizada para mencionar seres vivos de laboratorio; generados por ingeniería genética.
Con más precisión tecnológica que conocimientos mitológicos, los aprendices de brujo de Monsanto empezaron la búsqueda de tales seres, transgénicos ya en el siglo pasado, explicando con orgullo corporativo que no se iban a quedar apenas con “cortar y pegar” algún gen en una planta, por ejemplo, para facilitar su uso agroindustrial, como el caso proverbial de la soja transgénica. Que el objetivo de fondo era una biología sintética, generadora de quimeras.
Con ese “espíritu” entonces tenemos en 2015 a un laboratorio chino re-creando un coronavirus para hacerlo más agresivo. La investigación era conjunta con un laboratorio estadounidense que habría frenado su coparticipación considerando que dicha investigación había ido demasiado lejos, que se estaba arriesgando demasiado…
Los expertos chinos, en cambio, consideraron importante avanzar en la gestación de los engendros biológicos sintéticos; ese rasgo tan humano del saber más, conocer más, aumentar el control sobre la materia. Todo el tiempo estaba presente el riesgo de un error “humano” que dispare algo indeseado; un escape. Ya se discutió eso mismo, y mucho, con el AIDS/SIDA.
Y sobrevino en 2019 la pandemia. Habría un dato que podría funcionar como “prueba del nueve” de la hybris experimental china: que a mediados de marzo, con la pandemia ya totalmente desatada, el gobierno chino acusó a EE.UU. del origen del virus: “China acusa al ejército de EE.UU. de instalar el COVID-19”.[4] Y todavía un segundo indicio, más problemático; falta verificar que la médica china Ai Fen, que denunció públicamente la falta de manejo adecuado ante el brote de COVID-19, esté, como se denuncia, virtualmente desaparecida, en China.
Lo que vemos en nuestra región es el miedo que nos insuflan los medios de incomunicación desde todos lados. El miedo en la población, que recurre al alcohol en gel como maná salvador y se indigna si falta, como si con esa frotación –lámpara de Aladino– pudiéramos conjurar todo peligro. Un miedo absurdo cuando todavía no sabemos si esta infección respiratoria mata más que la gripe común. Ésa que mata lo que mata y a pocos preocupa.
- Luis E. Sabini Fernández es docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de Futuros.
http://revistafuturos.noblogs.org/
[1] Guerra de los tubos de ensayo.
[2] Una foto: el 9 de marzo, cuando ya la pandemia había tomado mucho vuelo y el tendal de muertos crecía día a día, EE.UU. emplea el kit en 4300 casos; ese mismo día, Corea del Sur emplea 196 000 kit. Repare el lector que la población de EE.UU. es 6 veces mayor que la de Corea del Sur, lo cual agiganta la diferencia de tratamiento. Y la consiguiente política de diagnóstico.
[3] El promedio de edad en Italia anda por los 45, a diferencia, por ejemplo, del de EE.UU., 38; 31 en Brasil y 16 en Níger, probablemente el país más empobrecido del planeta.
[4] Por ejemplo: El País, Montevideo, 14/3; CNN, 13/3; La Vanguardia, Barcelona, 19/3.
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