Europa, gigante con pies de arcilla y una solidaridad de pacotilla

31/03/2020
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
paris_pandemia.jpg
París en tiempos de pandemia
-A +A

Si Europa era el continente donde el desarrollo de todas las componentes de la modernidad burguesa (democracia política representativa, producción y consumo masivos, estado de bienestar) han alcanzado su más profunda expresión pasada, eso quedó en el pasado.

 

El actual desmantelamiento de los sistemas de seguridad social, la anulación y las consecuentes reformas de la legislación laboral, las privatizaciones, la pérdida permanente de derechos sociales que se consideraba derechos adquiridos, retrocesos salarial, avance de la desocupación, deslocalizaciones de empresas, evidencian que no basta construir un bloque continental.

 

Una Europa alejada Siglo de las Luces, no es más que una pálida fotocopia de sí misma, una víctima complaciente de la globalización hasta el punto de transformarse en un bloque económico en crisis de todo tipo.

 

En la medida en que la sociedad y la historia universal es arrastrada como nunca por la globalización, la duda y la desazón se ampara de sus pueblos y las consecuencias no se hacen esperar: el repunte de la extrema derecha fascista, es un signo evidente del estado de ánimo de sus habitantes.

 

Hay otro grave componente político, la ausencia llamativa del debate dialécticamente serio de estos fenómenos en amplios círculos del pensamiento crítico europeo. Sin conciencia crítica solo queda la aceptación tácita de la "americanización de este continente".

 

La generalización de políticas públicas de claro corte neoliberal, llevada adelante por los gobiernos europeos, los han transformados en gestores de las crisis, aplicando e imponiendo a sus poblaciones el mandato de la Troika, es decir, del Fondo Monetario Internacional (FMI), de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo.

 

Sin dudas, vivimos una época de globalización -eso es incuestionable-, pero es la globalización de la angustia y del pánico. La violencia inusual con la cual se debate el gran capital en el saqueo económico e industrial de la Tierra, desde el mar hasta la atmosfera, hace que todo se condensa en un único y terrible escenario la expoliación de nuestro planeta.

 

Y en este sentido el rol central de estas políticas de avasallamiento corresponde sin dudas a Estados Unidos, en sus procesos de reformulación del sistema mundial capitalista. Sería un gran error pensar que la realidad en el seno del gran país del norte es homogénea.

 

Por el contrario, la experiencia en EEUU, donde el capitalismo se manifiesta con toda su crudeza, con escasa protección social y una democracia sumamente limitada, existen fuertes intereses contrapuestos de diferencias sociales y un grado extendido de pobreza.

 

La “iluminación” apagada por el Tratado de Maastricht

 

Algunos años atrás los responsables políticos que lograban llegar a las distinguidas y nobles funciones del Estado, después de una vida de combates y luchas sociales, podían cultivar la esperanza de guiar los destinos del país, modelando a su manera el futuro de sus pueblos.

 

Era la época en que la dimensión del hombre de Estado grabaría con una huella imborrable la historia de su pueblo y, para las generaciones futuras, ésta quedaría plasmada en un monumento, una plaza o en el nombre de una calle.

 

Hoy el hombre de Estado aparece promovido a estos cargos para administrar el “corte de tijera” necesario en el presupuesto de las naciones y su nombre se hace popular en las manifestaciones callejeras y en la bronca de la gente.

 

El Tratado de Maastricht del 7 de febrero de 1992 definió el "proyecto de integración europeo" tras los progresos realizados en el Acta Única de 1986, que prometía, en un mismo paisaje comunitario, "desarrollar la dimensión social de la Comunidad, reforzar la legitimidad democrática de las instituciones y mejorar su eficacia".

 

En la operación de maquillaje, también se quiso presentar el Tratado de Maastricht como la consagración de la “Europa de los ciudadanos” al reconocer el derecho de voto en las elecciones municipales a los residentes de la UE, con independencia de su nacionalidad de origen.

 

Pero lo cierto es que el protagonismo real que la ciudadanía europea debería haber jugado y conquistado, por historia y acervo democrático, sigue ausente. Y aunque introduce el principio de subsidiariedad –del cual ya nadie habla – el Tratado sólo se justifica por su aporte clave a la Unión Económica y Monetaria, fijando al alza, y con acento germánico, los requisitos para la construcción europea.

 

Lo fundamental, la razón de ser del Tratado, sin hipocresías ni funambulismos, fue el anuncio de creación de la nueva moneda europea y los criterios por los que podrían acceder a la misma los Estados miembros que decidieran formar parte también de la unión monetaria, que tienen que ver con la inflación, el déficit, la deuda y el tipo de interés.

 

 La Europa de Maastricht ha transformado de esta manera a cada responsable político a nivel nacional en un “presidente al 3%” encargado de hacer respetar las condiciones de la UE.

 

Vivimos ahora en una Europa sin alma, en una Europa que se hunde en las desigualdades, que se desfigura en esta crisis sin fin del Covid 19, que pone cada día más al descubierto el desgarro de unos procedimientos democráticos vulnerados. 

 

La crisis política está poniendo en el orden del día en Europa propuestas altamente antidemocráticas, con una peligrosa tendencia hacia soluciones autoritarias, con la subordinación de las políticas nacionales ante la insolidaridad manifiesta de muchos líderes europeos.

 

Detrás de la pandemia la realidad salta por los aires

 

La propia estructura de la UE propicia el control de la agenda europea por parte de los mercados. El Parlamento Europeo apenas tiene competencias, las decisiones se toman en consejos.

 

El entramado en Bruselas de la Comisión Europea, el poder ejecutivo real de la UE está organizado de tal forma que sus estructuras quedan ajenas a la fiscalización de los ciudadanos, que, además, no tienen ningún poder de elección directa sobre la composición de sus miembros.

 

Dentro de ese andamiaje aparecen las autoridades monetarias, encargadas de repartir austeridad bajo la bandera del rescate financiero. Pensar que el Banco Central Europeo (BCE) es antidemocrático es un eufemismo. Los Gobiernos nacionales se pliegan a los planteamientos de la troika, que lleva a Europa a una deriva cada vez más autoritaria.

 

La gran banca ha tomado el poder y ha consolidado una Unión fracturada.  Esas fracturas han ido creciendo con el tiempo y se han multiplicado con las crisis económicas, y han explotado con la pandemia actual. Las respuestas de los gobiernos hasta la fecha han sido erráticas, descoordinadas... cuando no mal intencionadas.

 

Sin hacer futurología un nuevo escenario se perfila … más capitalismo

 

La reputación de las democracias liberales occidentales está en juego, por lo menos entre sus ciudadanos. Su capacidad de respuesta y gestión se ha erosionado, en este sálvese quien pueda, y todos los determinantes de salud han encendido sus señales de alerta. 

 

Todo eso significa mayor desigualdad y mayores dificultades para desandar lo andado, hacia una senda de mayor equidad.  Todo nos aleja, de una manera que nos parece irreversible, del retorno hacia sociedades más estables, menos bárbaras, más solidarias y democráticas, necesariamente socialistas.

 

El mundo capitalista –porque de eso se trata– será como mínimo inestable, compartimentado, permanentemente bajo sospecha. Un telón de acero económico caerá sobre el mismo.  Se acelerará el repliegue del comercio internacional, los exportadores ya están reconfigurando sus cadenas de suministros, acercando su producción a costa de eficiencias.

 

Mientras tanto, las importaciones subirán sus barreras arancelarias en respuesta, acelerando un proceso que ya había comenzado con la guerra comercial entre EEUU y China.  Las organizaciones multilaterales ausentes y fuera de juego, y la doctrina de Donald Trump de individualismo geopolítico sale reforzada.

 

La “mano invisible” del mercado global de las naciones es la que establecerá los nuevos equilibrios, frágiles, precarios.  A su vez, el desplome del precio del petróleo pone contra las cuerdas a todos los exportadores y la OPEP podría colapsar por los desacuerdos internos y la carrera suicida a la oferta descontrolada, agravando las crisis de todo tipo. 

 

La crisis abrió la veda para una batería de ajustes que recortan cada vez más y más derechos y preconizan un aumento de las desigualdades a nivel mundial y en la UE en particular.

 

Ya que no todas las restricciones que ahora se imponen se eliminarán tras la normalización, el espacio Schengen será cada vez más cuestionado y las comunidades cosmopolitas vistas con recelo. Mas fricciones al movimiento legal de personas y un sistema de visados más estrictos.

 

Las buenas intenciones contra el cambio climático, y los acuerdos logrados serán suspendidos, los planes pospuestos a otros tiempos, las energías limpias en bancarrota inminente por el abaratamiento del petróleo.

 

Las promesas que se hacen en plena crisis sobre las iniciativas de futuro para solventar las consecuencias actuales y futuras de la pandemia exigirán (para su concreción) de mucha movilización ciudadana, de una lucha organizada, de lo contrario, en todos los países, en todos los casos, los perdedores serán los mismos de siempre.

 

En este marco tiene sentido todavía preguntarse sobre ¿la libertad?  Libres para aplaudir en los balcones al personal sanitario, al cual lo ningunearon y desmitificaron con políticas económicas y sociales de corte regresivo, cerrando plantas enteras de los hospitales públicos.  Frente a esta realidad de ¿qué actividad libre puede hablarse si esta "restringida" por la necesidad?

 

El Covid-19 es la puntilla a la globalización, y por eso, si se trata de salvar al capitalismo –con su enorme capacidad para producir riqueza privada con recursos públicos– debemos aceptar los sacrificios humanos.

 

No es ni será la burguesía, clase social portadora de la acción de valorización del capital la que, en su dinámica de acumulación y reproducción de riquezas, favorezca la apertura y creación de nuevos espacios. Por el contrario, frente a las demandas de las clases más oprimidas siempre se ha respondido con violencia y represión. 

 

Si nada será igual, como piensan algunos, … es porque será peor.

 

Eduardo Camin

Periodista uruguayo acreditado en la ONU-Ginebra, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

http://estrategia.la/2020/03/30/europa-gigante-con-pies-de-arcilla-y-una-solidaridad-de-pacotilla/

 

https://www.alainet.org/fr/node/205599?language=es
S'abonner à America Latina en Movimiento - RSS