El virus y la economía: sin respuestas al problema de fondo (II)
- Análisis
Lo que va a conseguir el BCE es lavar los balances de los bancos, rentabilizar la inversión de grandes poseedores de fondo y dar a los bancos una liquidez que no es seguro que vaya a empresas que lo necesiten
En un artículo anterior (El virus y la economía: mucho peor de lo que dicen) señalé que la pandemia a la que nos enfrentamos (ya reconocida como tal por la Organización Mundial de la Salud) tendrá efectos muy graves no sólo por lo que ella misma implica sino porque va a "despertar" otros fallos latentes o medio dormidos en nuestro sistema económico.
En este segundo artículo voy a exponer brevemente qué sabemos sobre los efectos económicos de la pandemia, luego las cuestiones económicas que hay a su alrededor, las circunstancias en las que se produce, y que son las que van a complicarnos la situación en los próximos meses y, por último, las razones por las que creo que las respuestas que han empezado a darle los gobiernos y las autoridades internacionales son de momento bastante insuficientes y en algún caso muy inadecuadas. E incluso que pueden servir para agravar problemas estructurales de la economía mundial.
La pandemia
En este momento, parece que ya tenemos algunas certezas sobre la pandemia:
Antes que nada, hemos de ser conscientes de que nos encontramos ante un problema sanitario. Deben ser los científicos y los técnicos de la salud lo que nos digan qué hay que hacer para acabar cuanto antes con ella.
Parece ser que estos últimos nos dicen que esta pandemia producirá un caos sanitario si el número de infectados sigue aumentando exponencialmente como lo viene haciendo hasta ahora. Y que sólo es posible evitar que los contagios aumenten con medidas tajantes de cuarentena y distanciamiento social
Por tanto, lo primero y más importante que habría que hacer sería ayudar a que las autoridades, siguiendo los criterios de los expertos sanitarios, hagan lo necesario para garantizar que deje de extenderse cuanto antes.
Con independencia de ello, resulta que esta pandemia (como seguramente cualquier otra) tiene unos efectos económicos y, por lo tanto, que requiere no sólo un tratamiento sanitario sino también económicas.
El defecto económico será un shock de demanda inmediato: frenazo de gasto privado fruto del aislamiento, aumento de despidos y caída de ventas de empresas
En este artículo sólo me voy a referir a esos efectos económicos y financieros, dando por hecho que las autoridades van a adoptar las medidas sanitarias más oportunas para combatir la epidemia.
Pues bien, los efectos económicos inmediatos de la pandemia son de dos tipos:
a) Un shock de demanda bastante inmediato, es decir, un frenazo en el gasto privado como consecuencia del aislamiento, del posible aumento de despidos, de la caída de ventas de las empresas y del miedo o la reserva de la población ante el futuro.
Este efecto sobre la demanda se caracteriza porque su inmediatez y por la rapidez con que se está dando, así como por la asimetría con la que se produce. Es decir, que no afecta por igual ni a todas las personas o grupos sociales ni a todas las actividades económicas. Se da en mayor medida en las personas en situación económica más precaria, en las que pierdan el empleo, en las que no dispongan de ayudas específicas o colchones para este tipo de situaciones y también en los sectores o actividades vinculadas al consumo social, aquellos en los que el gasto se lleva a cabo en proximidad con otras personas.
El shock de consumo afectará en mayor medida a las personas en situación económica más precarias, las que pierdan en empleo, las que no dispongan de ayudas específicas y sectores vinculados al consumo social
El shock en el consumo de las familias puede durar el tiempo que duren las medidas de aislamiento y el temor ambiental. La recuperación del gasto de las empresas está vinculada a la del consumo familiar pero también a que las empresas vuelvan a tener una percepción de que la situación va a mejorar efectivamente. Y esto, como ya he apuntado y comentaré después, es algo que desgraciadamente no tiene que ver sólo con la evolución de la pandemia.
No es posible saber si la pérdida de gasto que suponga el shock durante las semanas o meses en que se produzca se pueda recuperar. En una parte es posible que sí, pero lo más seguro es que la mayor parte de esa pérdida de gasto (ingreso) se pierda y produzca un daño duradero y, en algunos casos, incluso irreversible en algunas empresas con menos capacidad de resistencia.
b) Un segundo efecto de la pandemia es el shock de oferta que se traduce en una caída en la producción de bienes y servicios como consecuencia de las bajas laborales, de la ruptura de las cadenas de aprovisionamiento y de la caída de ventas que lleva consigo menos pedidos subsiguientes.
Este shock (paralelo al anterior) se produce también muy rápidamente, aunque sus efectos pueden manifestarse con mayor retardo, quizá meses después, y puede que los costes que inicialmente produce sean más fácilmente recuperables.
Los efectos del shock de demanda pueden manifestarse con mayor retardo, quizá meses después, y se traduce en una caída de producción de bienes y servicios
Algún modelo econométrico que ha tratado de cuantificar las consecuencias de un shock de este tipo (aunque circunscrito al Reino Unido) señala que si el aislamiento y las paradas de producción no duran mucho (hasta un mes) la producción se puede recuperar con relativa facilidad, por ejemplo, mediante horas extraordinarias o nuevos contratos. Si las cuarentenas durasen más de cuatro semanas su coste se multiplicaría por tres y si fuese por un trimestre o más, el daño sería seis veces mayor. En el peor de los casos, quizá podría producirse una caída del 6%, un coste realmente alto, pero no excesivamente dramático (el estudio aquí).
Hasta aquí los efectos en general previsibles de una pandemia como la que estamos viviendo. Pero el problema con la actual es que se está produciendo en una situación específica: en medio de una ralentización notable de la economía que venía de hace ya unos meses y de una serie importante de problemas económicos y financieros que afectan a ámbitos clave de la vida económica.
Eso es lo que explica que no estemos contemplando ni tengamos miedo tan sólo del daño sobre la salud de una pandemia o el de sus efectos económicos más o menos graves, pero siempre manejables que acabo de mencionar, sino la posibilidad de una crisis económica y financiera mucho mayor.
En condiciones normales, una pandemia como la actual no tendría por qué hundir las bolsas ni paralizar en tan gran medida, como se teme, a la economía. Lo puede hacer porque, como he dicho, coincide con otras circunstancias. Y son estas otras circunstancias las que la hacen especialmente peligrosa la expansión del coronavirus y las que hemos de tener en cuenta a la hora de valorar la eficacia y los efectos de las medidas de todo tipo que se estén tomando.
El entorno de la pandemia
En otras condiciones, para evaluar los efectos de la actual pandemia bastaría con tener en cuenta las circunstancias anteriores. Pero, como señalé en el artículo anterior, resulta que la pandemia se está produciendo en un determinado contexto que, a mi juicio, es auténtico determinante de lo que va a ocurrir en los próximos meses. Concretamente, hay que tener en cuenta lo siguiente:
Aunque se han adoptado medidas que sin duda han mejorado la situación, el sistema financiero no se saneó completamente después de la anterior crisis financiera. Muchos bancos siguen teniendo graves problemas de solvencia y, al haberse concentrado muchísimo más, el sector se ha hecho todavía más sistémicamente peligroso.
Las bolsas han vivido un proceso de excesiva capitalización que ha provocado un desajuste estructural al alza de las cotizaciones. Su situación es muy inestable y volátil y desde hace meses están mostrando que su reajuste a la baja y en gran magnitud es completamente inevitable.
De la mano del gran poder de la banca en todo el planeta, la deuda no ha parado de crecer en los últimos años. La global es ahora unos 70 billones de dólares más elevada que la de hace diez años y va acompañada de multitud de burbujas y del mantenimiento de miles de empresas zombis en todo el planeta.
Como consecuencia de todo ello, en los últimos meses se venía produciendo una ralentización generalizada en casi todas las economías. Muy particularmente en la china y la alemana que actúan de motores de una buena parte de la industria y el comercio mundial, y también en la de Estados Unidos.
Es muy importante tener en cuenta que esta ralentización tenía su principal manifestación en la caída de la producción industrial y del comercio internacional asociado y, tal y como señalé en el artículo anterior, en una caída continuada de la rentabilidad del capital físico cuando el financiero que se invierte en operaciones especulativas proporciona beneficios menos problemáticos y mucho más rápidos y abundantes.
Además, tampoco puede olvidarse que estos factores de estabilización inmediata de todo el sistema económico se plantean en medio de otros trances no menos problemáticos y peligrosos, como el estar en la antesala de una nueva y profunda revolución tecnológica, el incremento continuado de la desigualdad, el cambio climático y, dese otro punto de vista, la pérdida de vigor de las democracias.
Las respuestas inadecuadas
Los gobiernos y las autoridades internacionales no fueron conscientes desde el primer momento de la trascendencia económica del coronavirus. Tardaron días hasta que reconocieron que se trataba de un problema extraordinario y entonces prometieron tomar medidas. Los ministros de economía del G7 y los responsables de los grandes bancos centrales prometieron el 2 de marzo pasado "todas las herramientas políticas adecuadas" aunque, eso sí, no dijeron entonces nada sobre cuáles podrían ser las que adoptaran.
Más tarde, y poco a poco, han ido tomando diversas medidas ante un escenario que, según la presidenta del Banco Central Europeo, "recordará a muchos de nosotros la gran crisis financiera de 2008".
Las medidas que han anunciado o han tomado hasta el momento pueden ser de dos tipos, de política monetaria y de política fiscal, y a mi juicio van a ser inútiles o, en el mejor de los casos, muy insuficientes por las siguientes razones.
Medidas de política monetaria
La Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco de Inglaterra han bajado los tipos de interés con el propósito de producir un impulso a la economía. Algo que se espera conseguir porque se supone que con tipos más bajos se puede incentivar el consumo y la inversión.
En mi opinión, los resultados de esta medida no van a ser efectivos por varias razones. En primer lugar, porque no ayudan selectivamente a la población sino que son de carácter general. Y ya he dicho que el shock de demanda se caracteriza porque se va a sufrir de modo muy asimétrico entre los consumidores y empresas.
Las bajas de interés de los bancos centrales no van a ser efectivas porque no ayudan selectivamente a la población y porque una bajada de tipos siempre tarde en producir efectos
En segundo lugar, porque una bajada de tipos siempre tarda en producir efectos (si los produce) y también he señalado que los dos shock de la pandemia son efecto muy inmediato. En tercer lugar, porque los tipos ya están de por sí muy bajos y cuando no se ha incentivado el gasto a niveles tan reducidos no se va a conseguir hacerlo por más que se sigan reduciendo (algo, además, que ya casi no se podrá seguir haciendo porque están prácticamente en negativo).
En cuarto lugar, porque con tipos más bajos, los bancos se verán obligados a prestar más, pero en condiciones de menor solvencia, creándose así un problema añadido. En quinto lugar, porque la caída en el gasto no se ha producido sólo por razones de coste sino de expectativas, de temor o incluso de imposible presencia en los centros de gasto. Y, en sexto lugar, porque, como suele decirse, la política monetaria a través de cambios en los tipos de interés puede llevar el caballo al agua, pero no puede obligarle a beber. Es decir, puede abaratar el gasto, pero no obliga a gastar.
La compra de acciones por parte de los bancos centrales le hace un buen servicio a los tenedores de títulos, pero es difícil que eso evite el derrumbe de las bolsas
Para hacer frente a la caída de las bolsas, la Reserva Federal y otros bancos centrales están dedicando docenas de miles de millones de dólares a comprar acciones. Les hacen así un buen servicio a los tenedores de títulos, pero a la vista está que va a ser muy difícil por no decir imposible que eso evite el derrumbe de las bolsas cuando éstas están en la estratosfera y sujetas a una capitalización artificialmente excesiva. Con muchos cientos de miles de millones de dólares se puede frenar durante algún tiempo la caída pero no que se vengan definitivamente abajo antes o después.
Por su parte, el Banco Central Europeo acaba de anunciar otras medidas que no sólo no van a resolver el problema sino que van a agravar otros los fundamentales.
Se propone aumentar la compra de bonos en los mercados secundarios y subsidiar a los bancos que utilicen el dinero que les proporcione para dar más créditos a las pequeña y medianas empresas. Pero el hecho de que tenga que subsidiar a quienes da el dinero es la prueba manifiesta de que ni el propio BCE tiene confianza en que sus medidas tengan los efectos que se propone. Es decir, que el dinero que le da a los bancos se destine finalmente a incrementar la financiación a los sujetos económicos que la necesitan.
Lo que va a conseguir el BCE es lavar los balances de los bancos, rentabilizar la inversión de grandes poseedores de fondo y dar a los bancos una liquidez que no es seguro que vaya a empresas que lo necesiten
Lo que va a conseguir el BCE es lo mismo que viene consiguiendo hasta la fecha con su política de flexibilización cuantitativa: lavar los balances de los bancos quedándose con los títulos basura, rentabilizar la inversión de los grandes poseedores de fondos y títulos (a costa de aumentar la desigualdad) y, en suma, dar a los bancos más liquidez que ni mucho menos es seguro que vaya a ir destinada a las empresas que lo necesiten. Y es natural, los bancos no son una ONG que preste para hacer favores a empresas en apuros.
Incluso en el supuesto de que esa estrategia del BCE funcionara y los bancos pudieran incrementar su negocio prestando más a las pequeñas y medianas empresas, ¿qué se conseguiría? Pues simplemente drogar a más empresas porque lo que en realidad necesitan estas no es acumular deuda sino que se solucione el problema estructural de rentabilidad que las atenaza regularmente y no sólo en esta coyuntura. Está bien alargarles un poco la vida pero ¿no sería más lógico plantearse que vivan sin necesidad de la respiración asistida que significa su deuda creciente?
Por otra parte, el Banco Central Europeo le hace otro par de favores a la banca que para nada van a servir para mejorar la situación de las empresas y los consumidores afectados por el coronavirus: aplazar la realización de test de stress y relajar los requisitos de capital de la banca. Es decir, que el BCE va a permitir que aumente el riesgo sistémico de la banca sin que a cambio se garantice que las ayudas que pueda recibir se destinen efectivamente a financiar a quienes ahora puedan necesitar liquidez puntualmente. Y eso es sumamente chocante. Cuando las cosas se van a poner difíciles ¿no es cuando más debería cuidar el BCE de que los bancos sean más solventes y tengan mayor fortaleza de capital?
No diré que todas estas medidas no tengan efecto positivo alguno, que pueden tenerlo en algunos casos. Pero sí que son completamente inútiles en comparación con la magnitud del problema que se tiene por delante.
Los gobiernos, por ejemplo, van a seguir teniendo un respiro con el programa de compra de bonos del BCE, pero seguirá siendo a costa de aumentar su deuda y de quedar sometidos a la presión de los mercados mientras no se tomen medidas complementarias para limitar el poder de los grandes fondos especulativos.
Medidas de política fiscal
Tanto el gobierno de Estados Unidos, sobre todo, como los de otros países han anunciado rebajas de impuestos para hacer frente a los dos shocks de la pandemia.
Es evidente que eso reduce los costes de las empresas y la carga que soportan los consumidores. Aunque en diferente medida, según cuáles sean finalmente los impuestos que desaparezcan. Y eso puede esconder (como casi siempre que se dice que bajan los impuestos) medidas que sólo beneficien a los más ricos.
Pero, incluso con independencia de esto último, reducir impuestos no es lo más adecuado para frenar los efectos tan problemáticos que va a tener la pandemia por varias razones.
Como he dicho, se necesitan medidas discrecionales y no generalistas puesto que esos efectos se manifiestan de modo muy diferente en los distintos grupos de población y actividades económicos.
Las bajadas de impuestos como respuesta pueden producir efectos colaterales mucho peores, como la reducción de gasto público o el mayor endeudamiento, muy peligroso cuando hay que reforzar servicios públicos
Con carácter general, las recaudaciones impositivas ya actúan como estabilizadores automáticos, es decir, que reducen la carga fiscal cuando las cosas van mal sin necesidad de que se tomen medidas complementarias. Pero lo que puede ocurrir con estas bajadas de impuestos que se anuncian es que se produzcan efectos colaterales mucho peores.
Por ejemplo, la reducción de impuestos va a obligar a reducir gastos públicos (o a endeudarse más) lo cual es muy perjudicial cuando se está en medio de una pandemia y hay que reforzar la actuación de los servicios públicos (el más reciente informe -aquí- sobre los posibles efectos del coronavirus concluye diciendo que lo principal que hay que hacer en el futuro inmediato es fortalecer la sanidad pública).
Algunos países (Japón, Corea, Italia, por supuesto China, y España, aunque aquí sin demasiada concreción hasta el momento) han anunciado programas de gasto público inmediato pero estos programas, aunque imprescindibles, no son completamente efectivos en cualquier condición. Deben dirigirse exactamente a población y a las empresas más afectadas y, aunque son necesarios para paliar el daño del shock de demanda, no van a poder resolver los problemas del lado de la oferta. Además, se van a dar en países con un nivel de deuda ya elevada, de modo que desde el primer momento van a suponer un coste de financiación adicional para los gobiernos que puede ser muy peligroso a poco que se vaya saliendo de la pandemia.
El virus y la economía (I): mucho peor de lo que parece
Particularmente torpe e imitada en este aspecto es la medida anunciada por parte de la Unión Europea en el sentido de que va a aligerar o flexibilizar las condiciones de estabilidad presupuestaria. Si bien eso puede posibilitar formalmente aumentar el gasto, es evidente que lo que no evita es que aumente la deuda y el peso que habrán de soportar los gobiernos. Como explicaré en el próximo artículo es algo muy diferente lo que se necesita en material de política de gasto.
En cuanto a las medidas de este tipo, también hay que subrayar que es evidente que no se encuentran al alcance de todos los países, de modo que se van a provocar nuevos desequilibrios financieros internacionales que van a dificultar la adopción de medidas justamente cuando lo que se tiene enfrente es el resultado de una globalización desgobernada, asimétrica y sin gobernanza que no sea la que imponen los intereses de los grandes grupos empresariales y financieros.
En la Unión Europea es impensable que puedan ser efectivos unos programas de gasto que no sean resultado de una estrategia común y de la financiación de Banco Central Europeo
En el seno de la Unión Europea, en concreto, es impensable que puedan ser efectivos programas de gasto frente a la pandemia que no sean el resultado de una estrategia común y de la financiación del Banco Central Europeo.
También hay que señalar que incluso los programas de gasto a través de ayudas que estén bien dirigidos hacia quienes soporten la principal carga de la pandemia pueden ser, desgraciadamente, bastante ineficaces si lo que se ha producido es un cambio en el comportamiento de gasto como resultado no sólo de la carencia de ingreso sino de las expectativas o el temor. Con la actitud tan poco transparente y cómplice de los gobiernos, sin liderazgos democráticos potentes, sin credibilidad y con el rechazo actual de la población hacia la clase política ni siquiera con mayores ayudas públicas se va a recuperar la confianza necesaria para que aumente el gasto a cortísimo plazo, como sería necesario.
Salvar las vidas es lo primero. Pero hay que evitar también el desastre económico y financiero
Cuando pasa lo que está pasando, cuando hay miles de vidas en peligro lo primero debería ser salvarlas. Y para ello lo principal, como dije al principio del artículo, es seguir las directrices de los expertos en medicina y epidemiología. Creo que es imperativo cerrar filas con los gobiernos que tratan de seguir sus instrucciones. Pero mi obligación como un modesto analista de la economía es señalar que la pandemia comporta otro peligro: que se desencadene un crisis económica y financiera mundial que destruya miles de empresas, millones de empleos y riqueza en todo el mundo.
Las autoridades han empezado a ser conscientes de que la pandemia también es un peligro económico y financiero, pero sus medidas serán absolutamente ineficientes
A mi juicio, eso es posible porque las autoridades vienen tomando medidas equivocadas desde hace años que han creado fallos muy peligrosos en el sistema económico. O, más que equivocadas, que solo buscan el beneficio de una minoría.
Ahora han empezado a ser conscientes de que la pandemia no es sólo un peligro sanitario sino también económico y financiero y están tomando medidas. Pero mi tesis es que esas medidas, como he tratado de explicar, van a ser ineficaces para evitar esas consecuencias fatales de la pandemia sobre las economías. No digo que vayan a ser completamente inútiles, pero sí absolutamente insuficientes.
Por razones muy sencillas de entender:
Si no hubiéramos estado en medio de una ralentización generalizada, el shock de oferta se resolvería en unas semanas.
Si las bolsas no estuvieran sobre una bomba especulativa no estaríamos corriendo el peligro de que la pandemia sea una chispa que las hace saltar llevando a la quiebra a miles de empresas e inversores.
Si no se hubieran producido los recortes tan nefastos en inversión pública los sistemas sanitarios no estarían tan al borde del colapso.
Si no se diera prioridad a la investigación militar o la que está vinculada con los grandes intereses comerciales o a la que es simplemente especulativa e inútil, tendríamos antes vacunas y medidas preventivas.
Si no hubiera aumentado tanto la desigualdad y no se hubieran casi desmantelado los sistemas de protección social no habría miles de personas sin poder estar en cuarentena o sin poder hacerse la prueba para saber si están infectadas.
Si no se hubiera dado privilegios fiscales y de todo tipo a las ganancias especulativas y financieras, la rentabilidad de las empresas que generan actividad productiva y empleo no habría caído, provocando la ralentización que veníamos sufriendo.
Si no se hubieran establecido políticas de austeridad tan nefastas, los gobiernos no estarían ahora la borde del precipicio por tener que hacer frente a gastos imprescindibles para salvar la vida de miles de personas.
Si no se hubieran consentido que los banqueros que provocaron la crisis anterior se salieran con la suya, ahora tendríamos un sistema financiero capaz de financiar a empresas y consumidores en apuros.
Que nadie se engañe. La expansión de un virus que contagia y enferma a cientos de miles de personas es siempre un drama, pero lo que está ocurriendo con el coronavirus y lo que va a ocurrir no es su consecuencia directa. Es el resultado de las políticas que se vienen aplicando en los últimos años. Es cierto que las medidas que se están anunciando comportan cierta excepcionalidad pero mientras no se reviertan la lógica dominante para aplicar otras sobre principios bien diferentes será imposible evitar el desastre que se avecina y los que vendrán después. Afortunadamente, hay alternativas y de ellas hablaré en el siguiente artículo.
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