Seymour Hersh no tiene quien lo publique
- Opinión
El ya legendario periodista de investigación Seymour Hersh se hizo famoso en la década del 70, cuando destapó para el mundo el terrible crimen de guerra de My Lai, la masacre de varios cientos de campesinos vietnamitas por el ejército norteamericano. Poco después, el neoyorquino nacido en 1937 revelaría una trama de espionaje doméstico de la CIA no muy distinta –excepto en su envergadura– a lo que hace la NSA hoy a escala global.
Seguro hemos escuchado algo de esas y otras investigaciones –fundamentales para entender el siglo XX–, que le dieron a Hersh su merecido lugar en el mundo periodístico y la historia. Pero también es probable que sepamos poco o nada sobre las que viene llevando a cabo en este siglo. Es que Hersh no se ha jubilado, todo lo contrario: sus investigaciones siguen siendo extremadamente molestas para el poder, que sigue empeñado en que no se divulguen.
Así, este intrépido e incansable periodista ha tenido que cruzar el charco en más de una ocasión, en la última década, luego de ver sus artículos rechazados por importantes publicaciones norteamericanas. Más abajo veremos brevemente qué es eso que no cabe en la prensa masiva de la proverbial “democracia” estadounidense.
Sobre el legado de Hersh, Eric Alterman, de la revista The Nation, observa que: “antes había docenas de periodistas intentando igualar sus destapes”. Ahora, la necesidad de Hersh de llevar sus investigaciones a medios europeos culturales, fuera del “mainstream”, como The London Review of Books, sirve para disciplinar a las nuevas generaciones de profesionales de la información: sigan la línea del medio y “hagan carrera” (como en cualquier otra corporación), codéense con los poderosos, disfruten de ser reconocidos cuando salgan a la calle y, sobre todo, nada de andar por ahí persiguiendo la “verdad”, eso es idealismo inútil.
En suma, el periodismo pasó de moda, jovencito. Quedó una burocracia privada operando maquinalmente, un vehículo para transmitir mensajes publicitarios y una visión del mundo afín a los intereses de los anunciantes, toda una cosmovisión construida a partir de eslóganes que ya conocemos muy bien.
Sí, el ser humano conspira
Hersh ofreció una conferencia para la Universidad de Georgetown en Doha, Catar, en enero de 2011. Bajo el sugerente título “¿Por qué Estados Unidos no cambia?”, su monólogo versó sobre la política exterior de Barack Obama –quien entonces llevaba poco más de 2 años en la Casa Blanca– y su parecido en todo lo fundamental con la política exterior de Bill Clinton y Bush II.
Gracias a su amplio acceso a “insiders” del aparato político y militar oficial, quienes muchas veces conversan con él de manera anónima –un recurso por el cual a veces es criticado–, Hersh pudo contarles a los asistentes a su conferencia en la sucursal catarí de la Universidad de Georgetown un poco sobre la mentalidad del Ejecutivo norteamericano que inició la “guerra contra el terror”:
“Cuando Rumsfeld (Secretario de Defensa de Bush) fue preguntado sobre eso (el saqueo de la milenaria riqueza cultural iraquí depositada en sus museos, inmediatamente después de la invasión de 2003), su actitud fue algo así como ‘boys will be boys’ (‘los chicos siempre serán así’)…como si ese fuera el precio de la libertad”, comenta Hersh.
“Pero en la tienda de (Dick) Cheney (vicepresidente de Bush)… la actitud era algo así como ‘¿por qué se preocupan tanto los políticos y la prensa… por los saqueos? ¿…y porque no hay ADM (armas de destrucción masiva) y no hay democracia...? ¿…no lo entienden? Estamos transformando mezquitas en catedrales’.
“Es una actitud que se extiende a un amplio porcentaje del Comando (Conjunto) de Operaciones Especiales –explicó Hersh a la audiencia–, todos ellos son miembros o apoyan a los Caballeros de Malta… muchos de ellos pertenecerían también al Opus Dei”.
La observación de un hecho perfectamente comprobable, como la pertenencia de algunos sujetos poderosos a una o dos organizaciones religioso-militares elitistas –como las hay tantas–, le ganó a Hersh comentarios burlones, pocos días después de la charla, por parte de dos editores de la revista Foreign Policy:
“Hersh acusa que la política exterior de EE.UU. ha sido secuestrada por una cúpula de cruzados neoconservadores… una diatriba confusa cargada de conspiraciones”, señalaron estos editores para la revista que, durante décadas, ha expresado fielmente la opinión e intereses del poderoso Council on Foreign Relations, “think tank” dirigido por los barones de varios rubros corporativos y Wall Street. Siguiendo la tradición del propagandista, los sujetos no rebatieron los argumentos de Hersh ni se dignaron a intentar comprobar los hechos señalados.
Y resulta que sí, la oficina de Dick Cheney y, en general, la élite política relacionada a la política exterior norteamericana, ha estado tradicionalmente llena de “cruzados” de la Orden Soberana de Malta (entre otros grupos elitistas bastante herméticos). Ella fue creada en 1048 como una orden militar para participar de la Primera Cruzada, pero hoy sus miles de miembros y voluntarios se dedican a la “ayuda humanitaria, la asistencia médica y social”, según su propia información. Otro autor de Foreign Policy agregaría luego que la “letanía de teorías paranoicas es meramente un subproducto del secretismo de los Caballeros, su estatus político sui generis y su asociación con las Cruzadas”.
Los miembros de la Orden, espías, multimillonarios y aristócratas del mundo Occidental, gozan de estatus diplomático. Entre 1970 y 1981, la cabeza de los servicios de inteligencia de Francia era un Caballero de la Orden llamado Alexandre de Marenches, mientras que muchos altos mandos de la CIA, como James Angleton y William Casey –director de la agencia durante la era Reagan–, también han formado parte de la Orden. De Marenches fundaría posteriormente un grupo de inteligencia privado, el “Club Safari”, que se vería envuelto en el escándalo del BCCI, el banco internacional mafioso que también operó en el Perú en los tiempos de Alan García.
Por su parte, el Opus Dei poseía en Chile un centro de investigación, el Instituto de Estudios Generales, que fundó y administró durante algunos años pero que, para 1972, era operado por los agentes chilenos de la CIA, una veintena de opositores al gobierno de Salvador Allende que operaba desde los locales de El Mercurio, llevando a cabo la propaganda estadounidense y varias operaciones de guerra psicológica, como manifestaciones sociales y paros. Esta contraélite formaría luego el gobierno de Pinochet.
Según Russ Baker, de la revista WhoWhatWhy, los servicios de inteligencia occidentales originados en la Guerra Fría y las organizaciones religiosas de extrema derecha tenían por “conducto natural”, para su colaboración, a los Caballeros de Malta. “Con su estratégica asociación ya forjada en el nombre del anticomunismo, el reforzamiento de esta red (ahora), en el nombre de la ‘guerra contra el terror’, debería sonar más predecible que paranoica para un estudiante de la política exterior estadounidense…”.
El arsenal de Gadafi
Si a los voceros de la élite no les gustó que Hersh expusiera la naturaleza criminal de la política exterior norteamericana y la radicalización anti musulmana de un sector del gobierno de George W. Bush, mucho menos les gustaría su destape de abril de 2014. Turquía, Estados Unidos y Reino Unido habían operado juntos en el contrabando de armas libias, incluyendo gas sarín –el arsenal del derrocado y asesinado Muamar Gadafi–, hasta Siria, donde las armas irían a manos de varios grupos yihadistas y otros “rebeldes moderados” opuestos al gobierno de Bashar al-Assad.
“América ha hecho su mejor esfuerzo para mantener en secreto su rol en suministrar a la oposición armada siria… –escribió Patrick Cockburn para The Independent, uno de los pocos medios que cubrió el destape de Hersh publicado en el London Review of Books, luego de ser rechazado por el Washington Post– …la atención se ha centrado en si acaso Jabhat al-Nusra, un grupo yihadista sirio, ayudado por la inteligencia turca, podría haber estado detrás del ataque con gas sarín del 21 de agosto (2013), en un intento por provocar a Estados Unidos a un ataque militar…”.
El coro de la prensa corporativa insistiría con vehemencia en la versión que inculpaba a al-Assad, negando la capacidad de Jabhat al-Nusra de emplear gas sarín. El ataque se había producido luego de que Obama advirtiera al régimen sirio que un ataque químico constituiría una “línea roja” que no debía cruzar.
Khan Sheikun
Hersh volvería a ser llamado “teórico de la conspiración”, además de apologista y vocero del régimen al-Assad, en junio de 2017, cuando se opuso al consenso mediático –casi siempre monolítico– sobre la alegada autoría siria de otro ataque químico, ocurrido en abril de ese año en la localidad de Khan Sheikun, entonces bajo control yihadista. El artículo, titulado “La línea roja de Trump”, fue publicado en el diario alemán Die Welt, luego de no encontrar lugar en la prensa norteamericana (ni en el London Review of Books). Hersh aseguró ahí que EE.UU. no contaba con evidencias de la responsabilidad siria y que eso era conocido por su aparato militar y de inteligencia.
En este caso Hersh criticó el rol de la prensa, que celebró por todo lo alto el ataque de Trump en retaliación, que mató a nueve civiles, incluyendo a cuatro niños. Un periodista de MSNBC describió como “hermoso” el espectáculo de 49 misiles Tomahawk siendo lanzados desde el mar. También es “hermoso” que este vil aparato de propaganda esté siendo expuesto y comprendido, cada vez por más gente.
Publicado en Hildebrandt en sus trece (Perú), el 14 de febrero de 2020
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