La caminata de la discordia

29/01/2020
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Los dirigentes de la Caminata por la Verdad, Paz y Justicia, de Cuernavaca a la Ciudad de México y que durante tramos se transportaron en camiones, Javier Sicilia y Julián LeBaron, muestran una notable incapacidad autocrítica para valorar los limitados resultados de una movilización que tuvo las condicione para ser muy numerosa y más diversa, pero que erróneamente apostaron todo a ser recibidos por el presidente Andrés Manuel en Palacio Nacional.

 

Ni el poeta y activista de causas variopintas, incluidas las universitarias y electorales, ni el “simple campesino”, como se presenta el exitoso agricultor con tablas de político, muestran aptitud para asimilar el error cometido y que los llevó a discursos contradictorios como el mencionado, para después anunciar que Sicilia se hacía a un lado para que AMLO recibiera a los caminantes –200 al comienzo, 500 al llegar a la capital y finalmente en el Zócalo un millar que Sicilia convirtió en 5 mil–, con el propósito de vender el argumento de que las diferencias entre don Javier y AMLO podrían ser de índole personal, a lo que el poeta juró y perjuró a Ricardo Raphael: “Yo no tengo ningún problema personal con Andrés Manuel” (“A ras del suelo”, La Octava, 27-I-20).

 

El columnista Pedro Miguel (también en 88.1 de FM y 8.1 de televisión abierta con Julio Astillero, el mismo día), estableció que Sicilia en las marchas de su Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad insultaba a Obrador llamándole incluso “criminal”, por lo cual el jornalero periodista le preguntó: ¿Es necesario que siempre insultes a Obrador si sus partidarios participan en tus marchas?

 

A la vez que sin aludir directamente al movimiento que encabeza el poeta, AMLO advirtió que “mantendrá sus críticas a los conservadores que callaron como momias cuando se recrudeció la violencia en el sexenio calderonista y ahora alzan la voz”.

 

Por supuesto que enseguida se puso el saco Sicilia al responder que “A él se le olvida que el 8 de mayo de 2011, subiendo al templete con el Zócalo lleno (sic), yo pedí la cabeza de Genaro García Luna”, le dijo a Carmen Aristegui. Es evidente que AMLO se refiere a Isabel Miranda Torres y María Elena Morera y familia, ahora aliadas a Sicilia y quienes maquillaron la imagen a García Luna y Enrique Peña a cambio de dinero y el derecho a cometer arbitrariedades con algunos presos. Y por desgracia nunca hubo “Zócalo lleno”.

 

Lo que no informa el colaborador de Proceso son las razones o sinrazones de su ausencia en la plaza pública durante el gobierno de Peña Nieto y sus retiros espirituales en España sin que las víctimas le interesaran como ahora, hasta el punto de aspirar a imponer su agenda al presidente AMLO y que “asuma el beso que me debe”. Costumbre que aún práctica pero se pitorrea de la “estrategia de abrazos no balazos”.

 

El hecho es que el viernes 24, Obrador evaluó ante los colegas que cubren las mañaneras la reunión del gabinete de seguridad y sostuvo que a los familiares de víctimas se les deben garantizar sus libertades y dar atención especial. Sin embargo, ratificó sus razones para no estar presente en el encuentro: el recorrido de todos los fines de semana, y porque “no quiero que se presenten situaciones de conflicto en las que yo tenga que estar directamente involucrado”. Varios días antes hizo alusión a “no prestarse al show” (de Javier Sicilia) y proteger “la investidura presidencial”.

 

Frases de las que sigue agarrado el coro mediático de los intelectuales orgánicos encabezados por Héctor Aguilar Camín (“¿Cuántos miles de muertos vale la investidura presidencial?” y jura que AMLO “les echó a sus partidarios” a los cientos de protestantes dominicales); Jesús Silva-Herzog Márquez –quien como su padre exprime los apellidos de su respetabilísimo abuelo don Jesús–; Denisse Dresser, Sergio Sarmiento y muchísimos más que se citan y aplauden entre sí, cual mafia del comentario que satura textos de adjetivos, saca de contexto las afirmaciones presidenciales, inventa declaraciones y gritan sus enojos, más que contextualizar hechos y explicarlos, lo que es su obligación.

 

La trampa que encierran los iracundos juicios de los analistas es confundir un problema gravísimo, como es la abundancia de víctimas de la violencia criminal e institucional de presidentes a los que justificaron y hasta defendieron, con un “liderazgo” que no prende por los excesos protagónicos de un par de señores que son muy respetables por el dolor que cargan, mas no como figuras públicas dispuestas a partidizar que no es lo mismo que politizar, pues todo asunto que se ventila en la plaza pública de suyo es político, el respetabilísimo dolor de millones víctimas de la violencia.

 

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