Un año de la Cuarta Transformación (4T)

02/12/2019
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Análisis
amlo_mexico.jpg
-A +A

“… es bueno ser realistas exigiendo lo imposible,

pero también utópicos exigiendo lo posible aquí y ahora”.

Armando Bartra

 

Sin duda, Andrés Manuel López Obrador está imbuido de buena voluntad. Pero, las buenas intenciones no bastan para revertir el estado actual de cosas; unas que vienen del pasado inmediato –de la etapa neoliberal, pues—, y otras, de más atrás. Más, cuando desde el inicio del sexenio, que cumple su primer año, se ha proclamado la cuarta transformación (4T), divisa de su gestión de gobierno.

 

Históricamente, las tres anteriores transformaciones, fueron la Independencia, la Reforma y la Revolución. De ahí que, igualmente, la imagen de su gobierno se identifique con las figuras de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Lázaro Cárdenas, este último gestor de la expropiación del petróleo, símbolo inequívoco de nacionalismo económico y palanca de desarrollo. Las tres, como hoy la cuarta transformación, de ninguna manera significa romper con el sistema capitalista, sino adecuarlo a las necesidades del país.

 

Algo que tiene en contra es, precisamente, el tiempo. Para la magnitud de la tarea que se ha propuesto, se halla contra reloj. Es cierto que cada presidente toma distancia y se desmarca de su predecesor, prometiendo hacer mejor las cosas. Pero, él se ha propuesto una transformación histórica, del tamaño de las tres anteriores.

 

Si puede hablarse de su estilo personal, éste se expresa ampliamente en las conferencias diarias mañaneras, en las que él es voz cantante, una voz pausada, en extremo se diría, que rompe con la del político tradicional. Al marcar la agenda del día, actúa sin intermediarios, como vocero de sí mismo. El resultado es un cierto cansancio y desgaste físico y emocional. Por su salud, debería espaciarlas a cada semana.

 

A la inseguridad y la violencia que deja, como saldo la llamada guerra contra las drogas, recrudecidas en los dos sexenios anteriores, con su estela de corrupción e impunidad, se agrega la violencia estructural, propia del modelo neoliberal, en el predominan precariedad y sobreexplotación. El resultado es un crecimiento mediocre (dos por ciento anual) en los pasados seis sexenios, reconcentración del ingreso y mayor pobreza económica y desigualdad social.

 

Si no se parte de cero, sí de recursos escasos (cuya administración es el objeto de la economía tradicional) y de la austeridad, que significa, reorientar el gasto público, para subsanar una añeja deuda social. Así, “primero los pobres” se tradujo en programas de ayuda a jóvenes y personas de la tercera edad, punta de lanza de la política de desarrollo social, que incentivan el consumo y el mercado interno. Del otro lado, se halla el ambicioso Plan Nacional de Infraestructura, con el objetivo de detonar la inversión y la producción, vía la conectividad.

 

Se comprometió a superar esa a duplicarla, a fin de instalarla en cuatro por ciento anual, más cercana a las necesidades del país, siempre por debajo de su potencial de seis por ciento de la etapa del desarrollo estabilizador. Mientras que unos sectores productivos tienen problemas, otros están en auge, como el financiero. No nos encontraremos en una fase de recesión (tres trimestres consecutivos a la baja), pero sí de estancamiento estabilizador. “No habrá crecimiento económico, pero existe una mejor distribución del ingreso, revira.

 

Una de las apuestas es el Tratado México-Estados Unidos-Canadá, TMEC (TLCAN recargado), que es una pieza clave de la relación con Estados Unidos, en particular con Donald Trump, quien desde su anterior campaña electoral, y ahora que busca su reelección, agarró a los mexicanos de sus puerquitos, al acusarnos de todos los males que sufre su país: desde la migración indocumentada, que le quita su empleo a la población trabajadora, hasta el narcoterrorismo, causante de la muerte de cien mil estadunidenses por el consumo de drogas. Con ello, deja abierta la posibilidad de una intervención. Cooperación, no injerencia, es la respuesta diplomática del gobierno mexicano.

 

Para que se renegociara el tratado comercial, sindicatos de Estados Unidos y Canadá presionaron para que en México haya mejores condiciones de trabajo, toda vez que, como constata la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL), aquí es donde los salarios son más bajos, lo que se mira como ventaja competitiva desleal. Quedó intacto el esquema del outsourcing o subcontratación, que facilita, sobretodo, el despido de personal.

 

Sin quitar el dedo del renglón sobre la construcción de un muro a lo largo de tres mil kilómetros de la frontera sur, que separa no sólo a dos naciones, sino desarrollo y subdesarrollo, Trump ha amenazado con imponer aranceles, si no detiene la oleada migratoria, y obligó a la recién creada Guardia Nacional a estrenarse en la frontera sur de México, a fin de contenerla. A todo esto, López Obrador ha respondido, tratando de no enojarse ni provocarlo, con llamados de amor y paz, abrazos y no balazos. “En teoría este Presidente tiene tendencias socialistas, pero creo que es un hombre muy bueno”, dijo de él Trump. Quien habla es el diablo naranja

 

No ha dejado, López Obrador, de denostar a sus críticos, de derecha e izquierda, que también los hay, a los que descalifica de conservadores –en el sentido juarista de reaccionario— y que denomina fifís, término que recuerda a los tiempos porfirianos. Estos críticos ven tanto excesos como deficiencias. En respuesta, afirma que muchas cosas, como la violencia e inseguridad, son herencias prianistas.

 

La cancelación de la ampliación del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, debido a contratos dudosos, y el combate a los huachicoleros, que drenan u ordeñan los ductos de Petróleos Mexicanos (Pemex), se inscriben en su cruzada contra la corrupción. Al hacerlo, el Presidente se enemistó con algunos grupos de empresarios, con lo que se generó, desde entonces, un clima de descontento y desconfianza.

 

Un camino que va del cielo prometido a la tierra. Una tierra invadida y ocupada, arrancada y despojada, erosionada y contaminada, que hay. No obstante, hay que recuperar y regenerar, reconciliarnos con ella. Tierra, es decir, territorio. De aquí la férrea oposición de pueblos y comunidades a los megaproyectos, los que llevarían mejores empleos, ingresos y condiciones de vida. Como una forma de aprobación, ha acudido al acto simple de la mano alzada, junto a la pregunta condicionada: “¿Verdad, que sí…”.

 

Entre lo imposible –por falta de tiempo y de recursos, al menos—, exijamos, en la tesitura de Armando Bartra, “lo posible, aquí y ahora”. Y lo posible, lo inmediato, es la serie de medidas que López Obrador ha ido desplegando desde los primeros días de su gobierno. Medidas que desgranó, el 1 de diciembre, ante un Zócalo pletórico, al cumplirse el primer año de su sexenio, con su tercer mini-informe o súper mañanera, que remató con una frase de Benito Juárez: “Con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”.  El pueblo, señor y amo, pero, también, “mi ángel de la guarda”,

 

Momentos antes, había reiterado, retomando otra frase de Juárez, que “el triunfo de la reacción es moralmente imposible”. Lo que nos remite, precisamente, a la época juarista, de la Reforma y la intervención francesa, cuando salieron a relucir las armas de la crítica, si no la misma razón del pueblo mexicano, que condujo ya a la segunda transformación.

 

Finalmente, lo de Ayotzinapa/Iguala, que cumplió el pasado día 26 62 meses de la desaparición forzada de los 43 estudiantes, es un crimen de Estado. Habrá cambiado el gobierno, pero es el mismo Estado. Cambiar la naturaleza de este Estado sería uno de los objetivos de la 4T.

 

 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/fr/node/203606?language=es

Del mismo autor

S'abonner à America Latina en Movimiento - RSS