Kofi Annan, el último Secretario General que pagó caro por su independencia
- Análisis
Roma, Sept. 2018 – Este testimonio acerca de Kofi Annan, llega un mes después de su muerte. Mucho se ha escrito, y recordar sus esfuerzos por la paz y la cooperación internacional es ahora superfluo. Mejor poner su figura en un contexto fundamental: cómo las grandes potencias han reducido gradualmente la figura del Secretario General de las Naciones Unidas, cobrando un alto precio a los que han tratado de mantener la independencia del sistema.
En primer lugar, hay que recordar que las Naciones Unidas nacieron, en gran parte, por el fuerte empuje propulsado de los Estados Unidos. Estos, los grandes ganadores de la Segunda Guerra Mundial (con 416.800 soldados y 1.700 civiles muertos, frente a 8 millones de soldados y 24 millones de civiles rusos), querían evitar una repetición de un nuevo conflicto mundial.
Por lo tanto, querían construir un sistema multilateral en el marco del cual su hegemonía económica y militar, en un mundo en ruinas, se mantuviese en tiempos de paz. Se comprometieron a contribuir con 25 por ciento del presupuesto de la organización, a albergar su sede, y ceder su soberanía nacional a un nivel sin precedentes.
Estas relaciones especiales sufrieron un brusco primer revés con la elección de Ronald Reagan en 1980. Poco después de su elección, en la Cumbre de Jefes de Estado para el diálogo Norte-Sur, celebrada en Cancún, México, el presidente estadounidense Unidos dejó en claro que consideraba a las Naciones Unidas una camisa de fuerza para los intereses de EE.UU.
Según él, no era aceptable que su país tuviera solo un voto como todos los otros países en el mundo, y que fuera obligado por el voto de la mayoría, a menudo expresada por los países en desarrollo, para seguir caminos reñidos con la política estadounidense.
A partir de este momento comienza la política de Washington para reducir el peso político de las Naciones Unidas y para tratar de tener un Secretario General de ONU que tomara en cuenta el peso de EE.UU.
En aquel momento el Secretario General de ONU era Javier Pérez de Cuéllar, un diplomático peruano tranquilo, que por su naturaleza y su formación evitaba enfrentamientos. Los Estados Unidos comenzaron sin embargo un proceso de desvinculación que llegó a su fin con la elección de George Bush, un moderado de la vieja escuela, que vio más positivamente las Naciones Unidas como un lugar para hacer valer el poder estadounidense.
El muro de Berlín ya había caído, y los votos de la Asamblea General no podría ser explotados por el bloque socialista.
Pérez de Cuéllar fue sucedido por un diplomático egipcio, Boutros Boutros-Ghali, con el apoyo de Washington, que consideraba a Egipto un aliado tradicional.
Pero Boutros-Ghali resultó sorprendentemente independiente. Comenzó una profunda campaña de revitalización de las Naciones Unidas, con una serie de conferencias mundiales, desde el clima a la población, desde los Derechos Humanos a la equidad de género, con una cumbre social en Copenhague, que estableció una agenda de fuerte compromiso. Elaboró un programa de paz, un programa de desarrollo, y muchas otras iniciativas que Estados Unidos no podía dejar pasar.
El resultado fue que en 1996 el veto estadounidense impidió una segunda gestión, a pesar del voto favorable de los otros 14 miembros del Consejo de Seguridad: Boutros- Ghali fue el único Secretario General de la ONU que tuvo solo un mandato.
Bill Clinton era el presidente de los Estados Unidos, y su mandato no fue en absoluto de signo único. Clinton era abiertamente internacionalista y durante la guerra en Ruanda emitió una declaración presidencial en la que afirmaba que los Estados Unidos impedirían cualquier operación de mantenimiento de la paz que no beneficiara directamente a la política exterior de los Estados Unidos.
De la misma manera fue Clinton quien abolió una ley de 1933, la Ley Glass-Segall, que mantuvo estrictamente separados los bancos de depósito de los de la especulación.
La consecuencia de eso fue el boom de las finanzas especulativas, que utilizaron las cuentas corrientes y de ahorros de los ciudadanos para dar la supremacía a las finanzas sobre la economía y la política.
Con el veto a Boutros-Ghali, el gobierno de los Estados Unidos encarnado por Madeleine Albright — promovida de embajadora ante Naciones Unidas a la Secretaría de Estado por su batalla contra el Secretario General– quiere dar una señal clara: Estados Unidos está decidido a prohibir un Secretario General que no respete la voz de Washington. Y precisamente a propuesta de Albright, un respetado funcionario africano, el economista ghanés Kofi Annan, fue nombrado por el Consejo de Seguridad sucesor de Boutros Ghali (en el sistema de la ONU Egipto es parte de África).
Y aquí está la magnitud de Annan. Quien había sido considerado un hombre ligado a Washington, hizo una profunda reforma administrativa de las Naciones Unidas, para que fueran más transparentes y eficientes.
Recibió el Premio Nobel de la Paz en 2001, junto con la organización, “por su trabajo por un mundo mejor organizado y más pacífico”. Una confirmación más del nivel de su prestigio y autoridad.
Pero en 2001, George W. Bush fue elegido Presidente de los Estados Unidos, y presentó como una agenda prioritaria la dominación de la supremacía estadounidense en un mundo cambiante, retomando así gran parte del espíritu de Reagan.
Y quien accedía a las confidencias de Kofi Annan, sabía cómo Bush quería el apoyo incondicional de este, a pesar de su resistencia.
Bush comenzó su mandato con la decisión de derrocar al presidente de Iraq, Saddam Hussein.
En el año 2003, al no contar con el apoyo del Consejo de Seguridad que no estaba convencido de que hay suficiente evidencia sobre la existencia en Iraq de Armas de Destrucción Masiva (particularmente dura fue la negativa de Francia), Bush inventó la “Coalición de los Dispuestos”, una alianza de varios estados promovida con el apoyo del primer ministro británico Tony Blair, que sin recibir la legitimidad de las Naciones Unidas, invadió Iraq, con los resultados que todos conocemos.
Kofi Annan se opuso a la invasión y en 2004 la declaró ilegal.
La represalia estadounidense fue rápida. En 2005, se estableció un programa de asistencia, mediante el cual las Naciones Unidas venderían el petróleo del país, y el producto proporcionaría alimentos y medicinas a los civiles.
Bajo presiones del magnate de la prensa Rupert Murdoch, la derecha estadounidense inventó un escándalo que comprometió a la ONU y a Annan, a través de su hijo, minando la credibilidad del organismo.
De nada sirvió el que una comisión de investigación dirigida por el ex gobernador del Banco Federal, Paul Volcker, declarara que las compañías estadounidenses y británicas, y el mismo Saddam Hussein, se beneficiaron de transacciones ilegales. A esas alturas, la imagen de las Naciones Unidas estaba irremediablemente comprometida.
Kofi Annan se comportó con extrema dignidad y terminó su mandato en 2006, iniciando una vida de acción para la paz y la cooperación internacional.
Emblemático de su personalidad fue el hecho de que en febrero de 2012, la Liga Árabe y las Naciones Unidas le confiaron la mediación para poner fin al conflicto civil en Siria. Tardó solo cinco meses en renunciar a su trabajo, denunciando que el conflicto había sido internacionalizado, y que nadie estaba interesado en la paz.
Mientras tanto, desde 2007 hasta 2016, el diplomático coreano Ban Ki Moon fue elegido Secretario General. Se comenta que las instrucciones de Bush a la delegación estadounidense fueron las de elegir el más inocuo. Pese a que tras la presidencia de Bush en 2009 siguió la del presidente Barack Obama, que creía en una política estadounidense basada en la cooperación y la distensión, el mandato de Ban Ki Mon dejó un legado de iniciativas mínimas.
Las Naciones Unidas son ahora una especie de Súper Cruz Roja, dedicada a sectores que no afectan la gobernanza de la economía, las finanzas y la política. Tal es el caso de los refugiados, la educación, la salud, la agricultura y la pesca. Los dos grandes motores de la globalización, el comercio y las finanzas, les son ajenos. La ONU ya no es el lugar de debate y consenso para la humanidad. El Foro Económico de Davos atrae a más líderes que la Asamblea General.
Se puede ver que la crisis de las Naciones Unidas tiene muchos factores. Pero la retirada progresiva de los Estados Unidos del multilateralismo es una causa fundamental. Hoy Estados Unidos ya no necesitan a la ONU, con Donald Trump queriendo ya no una política de “América Primero”, sino solo de Estados Unidos. Después de Reagan y Bush, es el tercer clavo en el ataúd de la ONU.
El nuevo Secretario General, el portugués Antonio Guterres, tiene una carrera personal de muy alto nivel. Fue elegido, sin precedentes, por la Asamblea General e impuesto al Consejo de Seguridad. Había sido primer ministro de Portugal. Pero evitó cualquier postura, inmovilizado por la advertencia de Trump de retirar a Estados Unidos de las Naciones Unidas. Pero esta inmovilidad aumenta el declive de las Naciones Unidas…
Aquí también se puede observar que la crisis del multilateralismo y el retorno al nacionalismo es un fenómeno general. No solo los Estados Unidos, sino también China, India, Japón, Filipinas, Myanmar, Tailandia, por no mencionar a numerosos países europeos, entre ellos Italia, Polonia y Hungría, que están redescubriendo las viejas trampas: en nombre de Dios, en nombre de la Nación (y ahora en nombre del dinero), usando el nacionalismo, la xenofobia y el populismo para cancelar el proyecto europeo.
¿Es razonable señalar que hacen falta los Kofi Annan, que anteponen valores e ideales a intereses personales, a la preservación al sillón del cargo, para que en esta era de sonambulismo los ciudadanos sean llamados a un debate de ideas, por aquellos que se atreven a resistir el poder que se avecina?
Roberto Savio
El periodista y economista ítalo-argentino, Roberto Savio fue cofundador y director general de Inter Press Service (IPS), de la que ahora es presidente emérito. En los últimos años fundó Other News. También es asesor del Consejo de Cooperación Global y de INPS-IDN, la agencia insignia del International Press Syndicate.
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