Guerra comercial o la crisis del capitalismo mundial
- Opinión
Los analistas advierten que el crecimiento económico mundial puede haber alcanzado su punto máximo al final del primer semestre de 2018 y que nos enfrentamos a la perspectiva de una guerra comercial total, mientras suena entre mis cosas el silencio incontenible de la información.
La Organización Mundial del Comercio, (OMC) envía su comunicado, a un panel de redacciones a lo largo y ancho del planeta, lo recojo y divago, y me interpelo que tal vez en estos tiempos, el vano capricho del hombre solo del ausente no tiene correspondencia ni sonidos, cotidianos. El relato es escueto, dudas e incertidumbres originan los albores de una nueva-eterna guerra comercial.
A pesar de que la lista de países integrantes de la Organización Mundial de Comercio (OMC) no ha dejado de crecer, con un extenso catálogo de limitaciones y (des) acuerdos entre sus países miembros, las estrategias políticas rompen con frecuencia el equilibrio idílico propuesto por esta organización con sede en la ciudad de Calvino. Podríamos una vez más, comenzar por preguntarnos ¿qué es una guerra comercial?
Algunos documentos de la OMC la definen como “la imposición de medidas restrictivas al comercio entre naciones”. Generalmente esta nace de la decisión unilateral de un país de restringir sus importaciones, acompañada de medidas similares de los países exportadores afectados, como represalia. Pronto se genera una espiral de restricciones arancelarias que expande y termina perjudicando a la economía más allá de todas las partes implicadas.
Es cierto que las guerras comerciales han acontecido a lo largo de la historia en repetidas ocasiones y bajo infinidad de diferentes regulaciones. Prohibir las importaciones de un determinado país, o cerrar las fronteras podría ser catalogado como excepción el día de hoy, pero hay varios países que han sufrido de estas medidas. Asimismo, en las últimas décadas se han dado restricciones arancelarias que han tensado las relaciones comerciales entre países.
Pero, los aranceles no han sido las únicas barreras o elementos de coacción que han tenido que sortear los bienes exportados. Existen otras medidas no arancelarias que esconden en su finalidad una restricción directa al comercio exterior como puede ser la implantación de nuevas normas sanitarias, nuevos requisitos de calidad, devaluación de divisas, subsidios a la producción nacional, acuerdos bilaterales entre países, entre otras.
En realidad, asistimos de forma inequívoca a la crisis del capitalismo. La contracción del mercado mundial ha desatado el incremento de las medidas proteccionistas y la política de sanciones con la que las potencias se atacan mutuamente. Por ejemplo, EEUU y Europa no paran de denunciar que China usa sus finanzas públicas para subvencionar empresas deficitarias que venden productos por debajo del costo de producción.
Una política que por otra parte ha sido al mejor estilo de Barack Obama, que hizo lo mismo cuando ‘ayudó’ a sus empresas automovilísticas, por no hablar de las subvenciones a la producción agrícola o el rescate bancario con billones de dólares del presupuesto público. ¿No es acaso ésta la estrategia que utiliza el Banco Central Europeo comprando cientos de miles de millones de deuda pública de las naciones europeas, o directamente deuda privada de empresas?
Las medidas proteccionistas del presidente estadounidense Donald Trump tienen implicaciones tan graves que, de ponerse en práctica, en toda su dimensión, se desataría una guerra comercial con China y Europa de consecuencias catastróficas. Una política de acción-reacción semejante arrastraría a la economía internacional hacia una depresión profunda, y no parece que los sectores decisivos del capitalismo estadounidense -que dependen del mercado mundial- estén saltando de alegría ante este escenario.
Al contrario, dan signos de una elocuente inquietud. Lo que está en juego es mucho, y por eso mismo habrá muchas presiones para impedir que Trump precipite esta situación al extremo.
Las graves contradicciones que corroen el capitalismo del siglo XXI han vuelto a traer a colación los viejos demonios, abriendo la caja de Pandora de todos los problemas acumulados durante décadas.
Y esto afecta también a la productividad del trabajo, que, a pesar del avance de la robótica, las tecnologías de la información, de la globalización, está disminuyendo, lastrada por la caída de la inversión productiva.
La otra cara de la moneda
La crisis de sobreproducción continúa, la lucha por los mercados se agudiza, el capitalismo europeo y estadounidense, junto con China, registraron en un momento un importante crecimiento, interrumpido por los ciclos de crisis y recesiones inherentes al sistema. No obstante, el recurso al endeudamiento masivo y la expansión del capital ficticio ayudaron a prolongar la bonanza más allá de sus límites naturales, y en dar un carácter aún más explosivo a la crisis actual.
La gran interdependencia económica y financiera de la globalización creó el substrato para que la gran recesión que estalló en 2008 se extendiera virulentamente. A partir de entonces nuevas contradicciones se han desarrollado a gran escala. El caso de China es muy relevante.
El gigante asiático fue clave para absorber cantidades ingentes de capital occidental y mercancías de alto valor añadido (provenientes de EE UU, Japón o Alemania), con el que el Estado y la burguesía china levantaron su aparato industrial y exportador. Los efectos en los países desarrollados fueron evidentes, aumentando la tasa de beneficios capitalista, deprimiendo los salarios y reduciendo los costos de producción gracias a deslocalización de la industria.
Pero el auge expansionista de China tuvo también otras consecuencias: al convertirse en el núcleo central de la producción mundial y obtener un superávit comercial extraordinario, se transformó en una potencia económica. China habla el mismo lenguaje que EEUU y la UE y, de representar un factor de progreso para el capitalismo, dialécticamente se ha transformado en una fuente de desestabilización, competencia y contradicción.
Por supuesto, también ha llegado el momento de que China sufra los efectos de la sobreproducción y los males que aquejan al resto de las economías desarrolladas. Los desequilibrios del capitalismo chino se han multiplicado en estos últimos años: la deuda pública se triplicó desde 2008 y roza el 300% de su PIB (4,45 billones de euros); aunque según el FMI la misma se sitúa en torno a 230% del PIB, mientras que los mercados la tasan en el 260%, lo que poco importa a los efectos del análisis,
La realidad es que se ha creado una formidable burbuja bursátil, bancaria e inmobiliaria que ha estallado parcialmente, y la perspectiva de millones de despidos pende como una espada de Damocles sobre la cabeza de los trabajadores
Mientras tanto, sus principales socios de la economía europea caminan con paso firme hacia el abismo. A pesar de que el Banco Central Europeo ha gastado más 1,6 billones de euros en dos años comprando deuda soberana de los países y de los bancos, no han logrado que la inversión productiva remonte.
Mientras, el consumo permanece en encefalograma plano, y el desempleo no deja de crecer en los países centrales del capitalismo. Los gobiernos afirmaron haber extraído “todas las lecciones” del estallido financiero de 2008, y prometieron que las cosas cambiarían. Sin embargo, una década después lo que se constata es lo poco que han cambiado, reinventado los caminos hacia una nueva burbuja inmobiliaria, como es el caso de España, con consecuencias de un alcance inimaginable.
Los planes de ajuste, recortes y austeridad no han logrado generalizar la recuperación y han provocado graves desequilibrios económicos, sociales y políticos. La dinámica caótica del sistema capitalista se observa también en una actividad especulativa frenética. Desde el verano europeo de 2015, a raíz de la abrupta caída de los parqués chinos, las bolsas mundiales acumulan una pérdida de capitalización de más de 18 billones de dólares, y la situación no se ha revertido.
Pero una gran cantidad de este capital es ficticio, no refleja la creación de riqueza productiva. Instituciones como la OCDE, UNCTAD, FMI, BM entre otras, han advertido por activa y pasiva que el mundo está a punto de “entrar en la tercera fase de la crisis financiera”.
Cada vez más economistas neoliberales reconocen que si las tendencias actuales se mantienen, puede ser inevitable una nueva recesión en Europa y EEUU, e incluso una depresión severa de la economía mundial. Sería por lo tanto imprudente infravalorar las maniobras del gran capital para evitar a toda costa una nueva recaída que desemboque en una depresión similar a la de los años 30 del siglo XX.
No obstante, algunos defensores a ultranza del sistema dicen que las tensiones comerciales sirven al menos como un recordatorio de que la economía mundial no tiene fronteras, y destacan que las disciplinas jurídicas de la OMC están funcionando adecuadamente.
Y que pese a todo lo que se habla de guerras comerciales, la economía mundial no se parece en nada a lo que fue en la década de 1930. Sin embargo, algunos datos preocupan: el crecimiento económico mundial (y el estadounidense) puede haber alcanzado su punto máximo en el segundo trimestre de 2018 y actualmente nos enfrentamos a la perspectiva de una guerra comercial total.
Es difícil afirmar de antemano si en el marco actual de la evolución capitalista se conseguirá evitar este desenlace o, por lo menos, si lo aplazarán a corto plazo. Pero de lo que no cabe duda es que la actual situación de estancamiento del comercio mundial, de sus guerras comerciales, de crisis de sobreproducción, de desempleo masivo, pausado por el subempleo informal y la desigualdad creciente, seguirá alimentando la polarización económica, política y social, que a corto o mediano plazo tendrá consecuencias dramáticas.
Eduardo Camín
Periodista uruguayo, miembro de la Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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