Tiempos acelerados
- Opinión
Se han movido tanto las cosas en el último tiempo que cuesta recordarlas. Ubicar en toda esta telaraña los actos individualmente, medirlos. Recordar. Pensar en ese diciembre de 2012, cuando los mayas decían que el mundo se iba a acabar y ver la cara larga de Ernesto Villegas goteando nuevas sobre la salud del Comandante y la llegada del 2013, con su eterno mes de febrero y su inefable mes de marzo.
Perder a Chávez fue un asunto violentísimo, trascendental. De los que hubiesen ameritado quedarse en cama pero no hubo tiempo. Venían elecciones al jingle de “Chávez te lo juro, mi voto es por Maduro” después aquella primera guarimba que mató adolescentes chavistas que festejaban en el Zulia, luego este proceso cada vez más difícil en el tema económico que nos fue poniendo contra la pared. Porque estemos claros, el bachaqueo es una trampa, un desafío a todos los principios que hizo suyos el chavismo.
Quizás nosotros podamos explicar y odiar profundamente el “bachaqueo corporativo” pero que difícil eran aquellas horas donde las inmediaciones de los supermercados se fueron llenando de pueblo que dedicaba su tiempo a impedir que otros obtuvieran las cosas a precios regulados y a herirlos, cuando se hicieron dueños de un mercado paralelo a precios insolentes. Insostenibles para los salarios de obrero.
Las soluciones al fenómeno también fueron complicadas. Atacarlo por acciones militares era criminalizar sectores populares e incluso indígenas. Hacerlo, liberando los precios era cambiar del sistema en el que vivimos y el poder adquisitivo que recuperó la Revolución. Esto como fondo, con sus picos y sus mutaciones hasta llegar a estos días donde se libera el control de cambio, se intenta cambiar radicalmente el concepto de los subsidios y finalmente han logrado dar tantos tijerazos en la calidad de vida de la gente.
¿Puede condenarse a un pueblo a la muerte con el pretexto de defender su derecho a la democracia? Quisiéramos contestar que no pero la historia cuenta que si. La democracia entendida como una concepción del mundo a la norteamericana, donde las distancias entre la gente están claramente definidas y la política es votar o no, cada tanto tiempo.
¿Puede apagarse la capacidad política de un continente? Quisiéramos contestar que no pero el presente cuenta que si. ¿Alguien puede creer que todos los ex Presidentes de un continente estén presos o estén siendo juzgados por corrupción? Si, aunque vemos la fuerza del lawfare en Argentina, en Brasil o en Ecuador, casi todos los Presidentes que existieron en el Continente la década pasada están siendo juzgados.
¿Somos un Continente condenado a no ser libre y a que los modelos políticos se rindan a favor de alguna forma renovada de tutelaje externo? No importa si nos tutelan los organismos internacionales, los gobiernos extranjeros, los vecinos que quieren dar la impresión de ser el alumno aventajado del nuevo mundo. Es la libertad de todos la que está en entredicho.
De vuelta a casa, tenemos infinitas cosas inusuales, que se habían tardado décadas en repetirse o que nunca habían pasado, sucediendo a la vez. Pensemos esto, ya son tas las declaraciones extremas que se han hecho que ya nos sentimos incapaces de sorprendernos.
Estamos desde hace dos años en un Estado de Excepción, ese régimen que está puesto al final de la Constitución para los supuestos más graves. Tenemos una normalización del irrespeto a la noción fundamental del Estado que no es otra que en virtud de su soberanía ser capaz de autodeterminarse. Tenemos una Asamblea Nacional Constituyente que es un llamado al Poder originario. Tenemos un inicio de juicio penal internacional. Tenemos ex Ministros otrora autodefinidos como socialistas que piden la privatización de la estatal petrolera. Tenemos una Asamblea Nacional en desacato que ha autorizado el antejuicio de mérito, el abandono del cargo mientras que no se define si quiere suplir a la Cancillería o al Banco Central de Venezuela.
Tenemos un puñado de militares presos. Un ex Ministro preso, un diputado asilado en Caracas en una Embajada que no se decide a entregarse o a irse del país. Tenemos al menos un Estado donde hace más de siete meses, la electricidad no es un servicio público continuo e ininterrumpido. Tenemos un país vecino enemigo, otro, en el que gobierna un Presidente que nadie votó que nos cierra la frontera. Tenemos un estado de fe en el realismo mágico en una generación que pasó de querer ser campeona del mundo a querer irse a cualquier parte del mundo.
Es imposible que nosotros en medio de esto hayamos podido preservar nuestra salud mental sin una sola fisura. Cada uno de nosotros exhibe aunque intente ocultar las suyas. Puede que tengamos terribles ataques de angustia, crisis de negación, nos aferremos al pasado antes de todo este estado de conmoción permanente pero allí está, esta queridos todos es la guerra.
Palabra fea pero real, propia de los tiempos que estamos viviendo. La guerra de las periferias para sobrevivir, la guerra de aguante geopolítico a los deseos de los amos del centro de tragarse todos los territorios. La guerra hibrida dentro de Venezuela que no es otra cosa que ser un territorio de ese juego. Somos libres o caemos. Somos parte del Eje del Mal o nos transformamos en una guardería de cachorros agradecidos con los amos.
¿Sentimos que es mucho, que ha pasado mucho tiempo desde que esto comenzó? Pues tan sólo han ocurrido aproximadamente cinco años, incluso un poco menos, lo que no es más que 1.825 días o 43.800 horas.
Intentar saber qué es el tiempo ha sido una apuesta para la filosofía y la física. Quizás a nuestros efectos baste con decir que no es el movimiento mismo y hoy sintamos que esa oscilación se está apretando.
El tiempo no ha durado lo mismo desde la muerte de Chávez, hace tanto tiempo de esto si pensamos en todo lo que ha pasado y tan poco si nos acordamos de lo que queremos, pero también, el tiempo parece que cambia desde finales de julio en Caracas.
Parece que quiere ir más rápido después de unos meses que parecía un poco más tranquilo. Tras el 25 de julio, con los anuncios del Presidente Nicolás Maduro Moros y la fijación del 20 de agosto de 2018 como inicio del nuevo ciclo económico parece que la sucesión de los eventos extraños aumentó sus revoluciones.
Así, los cada día más alineados voceros del “legadismo” se pronuncian casi al mismo tiempo pidiendo el fin del gobierno de Nicolás Maduro Moros de manera inmediata. Lo que suena a la vez que los tan repetidos discursos de la casa de Nariño, hoy por cierto, objeto de transición. Se promueven con más fuerza discursos que quieren quebrar el bloque del chavismo que aún sigue reunido en la figura de Nicolás Maduro Moros.
Se cae la luz en el momento justo que se dan declaraciones en el congreso del PSUV demostrando que el control de ese sistema lo tiene otro, el que generó un corte total en Caracas al día siguiente y ocurre el atentado en contra del Presidente Nicolás Maduro, el que, a diferencia de lo que suele ocurrir cuando se dan hechos terroristas, no genera un rechazo unánime en la escena internacional.
Incluso, durante los minutos que reinó la confusión algunos dudaban de si celebrar que había llegado el final y este era de la manera que siempre lo desearon, mediante un asesinato buscando justificarlo como en otros capítulos algunas risas del terror festejaron el homicidio de Muamar el Gadafi.
Despejada la duda y clarificado que el atentado no logró sus objetivos, algunos sectores nacionales e internacionales, comienzan a intentar generar una matriz donde la víctima sería culpable por las causas y consecuencias del atentado. Rompiendo así algo tan elemental como que, cada quien en caso de que infrinja la ley, tiene que responder penalmente por ello o que, el que rete las instituciones fundamentales del mundo moderno es llamado terrorista y perseguido sin cuartel.
Habló en este sentido desde Primero Justicia hasta Pepe Mujica, con una similitud que nos desplaza del espanto a la suspicacia. Justo ayer, en simultáneo, pasaba lo que decíamos el cierre (que ahora está en un si pero no pero si) de la entrada a Brasil a través del Estado de Roraima a la vez que, el nuevo Presidente de Colombia anunció actividades en la frontera e invitó a Nikki Haley, la misma que cedió su silla a Luis Almagro para que de manera informal hablara de Venezuela en el Consejo de Seguridad.
Esto sucedía al mismo tiempo que, desde un salón en Colombia, ocurría un acto más del teatro del paratribunal donde acudía Luisa Ortega, que se ha hecho del lenguaje del Estatuto de Roma para referirse a Venezuela y que, con intención o no, se le fue una frase infeliz en un tweet donde aclaraba que reconocía la legitimidad de los hechos acaecidos en Caracas el sábado y que si ella lo hubiese realizado, hubiese logrado asesinar a Nicolás Maduro Moros.
Todas estas cosas han ocurrido en menos de quince días, sólo trescientas sesenta horas. Por eso, que firmo desde Caracas con esta sensación que produce ir de pasajero en un vehículo en el que alguien parece estar acelerando.
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