Solo el marxismo puede explicar y transformar los males sociales del siglo XXI
- Opinión
El 5 de mayo de 1818, nació en Tréveris, Alemania, la persona que, como ningún otro, explicó los mecanismos internos de las sociedad capitalista y que sentó las bases para su transformación política: Carlos Marx.
Carlos Marx aportó al mundo no sólo el análisis concreto de la anatomía del sistema capitalista, en especial de la forma en que opera la explotación de clase a la manera moderna, la explotación de trabajo asalariado, la extracción de plusvalía; sino que también elaboró un método de análisis social, el materialismo histórico, aplicable a la compresión de la historia humana presente, pasada y futura; y una doctrina política, el socialismo científico, que no es otra cosa que el programa consecuente de la clase obrera para la transformación revolucionaria de la sociedad con el objetivo de que algún día desaparezca toda explotación de una mayoría por una minoría.
Aplicando a la vida de Marx el propio método que él elaboró, el materialismo histórico, tenemos que decir que su obra y su vida son producto de su tiempo. Nació en el momento justo en que Europa daba el salto a la sociedad industrial capitalista, uno de cuyos productos fue la generalización de relaciones producción capitalista y el surgimiento masivo de la clase obrera. Comprender, explicar y proponer una alternativa a los problemas sociales de su tiempo, es a lo que Marx dedicó su vida.
En la medida en que esa sociedad capitalista industrial, desde Europa, se ha impuesto al resto del mundo, en un proceso maravillosamente descrito en El Manifiesto Comunista, mecanismo que todavía funciona bajo la globalización neoliberal, el método y los conceptos propuestos por Carlos Marx, tomaron carácter universal y siguen vigentes.
Desenmascaró el engaño de relación obrero-patronal como una relación entre iguales
En la medida en que el capitalismo no establece mecanismos jurídicos que impongan la explotación de clase, la relación social de producción, entre obreros y patrones, da la apariencia de ser una relación entre iguales, en la que se hace creer al trabajador que vende su trabajo por su valor y que el capitalista compra ese trabajo de acuerdo a las reglas del mercado. El trabajador tiene la impresión, falsa, de que vende su fuerza de trabajo como si vendiera mandarinas, y que el patrón es un comprador como cualquier otro.
Carlos Marx fue el primero que desenmascaró esa mentira, mostrando cómo el trabajador asalariado ha sido despojado de los medios de producción o de subsistencia, que lo obliga a vender su fuerza de trabajo por un salario. Que en ese proceso, el capitalista paga el valor o menos de la fuerza de trabajo, pero saca de ella un producto o valor adicional, la plusvalía, que es la que se queda para sí, y que constituye la base de la ganancia.
Explicando esto, llegó a la esencia del problema de la economía capitalista y sus crisis: la contradicción creciente entre una producción cada vez más social y una apropiación cada vez más individual de los frutos de ese trabajo social.
Ese solo aporte haría que el nombre de Carlos Marx mantuviera una gran vigencia, ya que importantes sectores de la clase trabajadora sigue padeciendo la alienación de no comprender cómo realmente el sistema les explota, siendo víctimas de las ideologías que buscan explicar las desigualdades en la cultura, la educación y otros factores secundarios.
El materialismo histórico, el método del marxismo
Desentrañando el mecanismo pérfido del sistema capitalista, Carlos Marx y Federico Engels dieron con el método correcto para comprender el funcionamiento de todas las sociedades y su historia. Hasta ellos, la historia de la sociedad humana parecía o un todo caótico, o el producto de los actos de grandes personalidades individuales cuyos caracteres sicológicos parecían repetirse cíclicamente.
Ellos pusieron orden señalando que la sociedad humana, como todos los seres vivos, se relaciona con la naturaleza para sobrevivir y reproducirse. Lo que nos ha distinguido de los animales es que, en la producción de sus medios de vida, la sociedad ha construido una cultura (incluyendo técnicas, conocimientos, organización social y costumbres) que evolucionan con el tiempo.
Y que a partir de cierto grado de desarrollo (la civilización) las relaciones sociales de producción condujeron a la escisión en clases sociales. Donde una clase dominante controla y explota la otra, y que para ello se sirve de un aparato que garantiza ese control, el estado, que incluye gobierno, fuerzas armadas, funcionarios, impuestos, leyes.
Marx probó la existencia de una íntima relación entre las relaciones sociales de producción (economía y sociedad) y la parte jurídica, política, ideológica y cultural de la sociedad. No se puede explicar una sin la otra, lo que quedó sintetizado en la frase del Manifiesto Comunista: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”.
La clase obrera consciente y organizada en partido, puede liberar a la humanidad de toda explotación y opresión
En el Manifiesto Comunista, obra genial de Marx y Engels que todos los trabajadores deberían leer, definen en un pie de página a la clase de los explotados modernos como aquellos que han sido despojados de todo medio de producción propio lo que los obliga a vender su fuerza de trabajo por un salario para poder vivir. Esa definición diáfana extiende la clase trabajadora más allá de los límites de los obreros de la industria, en que algunos han querido encasillarla.
Otro aporte clave, para un siglo XXI en que muchos caen en la trampa de creer que un régimen con partidos y elecciones regulares, y un poquito de “libertad de prensa” constituyen la forma en que podemos resolver los problemas sociales, la afirmación de Marx y Engels de que cualquier forma de gobierno capitalista, aún el más “democrático”, no es otra cosa que el administrador de los intereses del conjunto de la burguesía.
Allí también se describen dos procesos, uno respecto a que la liberación de la clase trabajadora moderna al liquidar la explotación capitalista no necesitará imponer otro sistema de explotación de clases, por ello abrirá el camino a la desaparición de toda forma de opresión y explotación, la sociedad comunista.
El otro proceso es el de la formación de la conciencia de la clase trabajadora que, del individualismo egoísta, se eleva a la conciencia en sí cuando comprende que debe actuar en conjunto con sus hermanos de clase para la defensa y mejora de sus condiciones laborales, y se organiza en sindicatos.
Pero la forma superior de conciencia, es la que se obtiene al comprender que toda lucha sindical solo permite victorias efímeras, y que la única manera de vencer la explotación capitalista es organizarse en partido, para tomar el poder y realizar las transformaciones históricas necesarias para liberar a la humanidad de las miserias del capitalismo.
Ese objetivo supremo del programa político del Manifiesto, la liberación frente a toda forma de explotación, es el que frecuentemente es traicionado por los reformistas de toda laya para tratar de sostener el capitalismo con algunos retoques. Ahí es donde se traza la línea divisoria entre reforma y revolución en el presente.
El mundo es cada vez más capitalista
La sociedad analizada por él ha cambiado algunas formas, pero su médula sigue siendo la misma. Nunca el mundo ha sido tan capitalista como ahora, a inicios del siglo XXI. Nunca como hoy, ni siquiera en tiempos de Marx, todos los países y regiones del planeta estuvieron regidos bajo un mismo sistema de explotación, para beneficio de un puñado de personas.
La crisis social que remece las antes sólidas economías europeas y norteamericana, sólo puede explicarse recurriendo a lo descrito en El Capital, respecto a las crisis capitalistas y los ciclos económicos, y a la absurda racionalidad de una producción cada vez más social y una apropiación cada vez más egoísta de la riqueza.
La crisis humanitaria que sumerge en la miseria más abominable a centenares de millones de personas en todo el mundo que, en última instancia, explica las grandes migraciones que caracterizan este inicio de siglo, tiene su razón de ser en el saqueo imperialista de los recursos naturales de los países de Asia, África y América Latina por 200 transnacionales controladas desde 7 países.
Las guerras civiles y las invasiones extranjeras que se abaten desde Libia a Afganistán, pasando por Palestina, Líbano, Siria e Iraq, sólo se explican por el afán de petróleo de un puñado de empresarios con poder sobre la vida y la muerte de millones de gentes, con el único objeto de saciar el inacabable deseo de lucro capitalista. Otro tanto podríamos decir de la triste historia de los países del centro de África, que han tenido la desgracia de ser ricos en minerales.
Hasta las crisis que remecen las economías de países con gobiernos independientes o “progresistas”, que intentan o han intentado actuar soberanamente frente a al imperialismo norteamericano, ya se trate de Venezuela, Ecuador, Brasil o Argentina, sólo es comprensible por la afectación que producen las fluctuaciones a la baja de los precios de las materias primas, que producen crisis presupuestarias y luchas políticas por el control del estado y de la renta nacional, entre las burguesías y sus partidos de derecha, y los gobiernos reformistas, que intentan sostener algo de sus programas sociales redistributivos en que sustentan sus proyectos políticos.
No es una crisis de la “modernidad”, es una crisis del capitalismo
Contrario a lo que han pretendido teorías sociales postmodernas irracionalistas no se trata de la “crisis de la modernidad”, entendiendo por ello una supuesta crisis de la “razón”, con lo cual el “marxismo” y el “liberalismo” no serían más que caducos “metarrelatos”. Se trata de una crisis del sistema capitalista, como lo explicó Marx hace 150 años.
La supuesta crítica de la “modernidad”, desde diversos autores, pretende lograr patente de revolucionaria y “alter”, frente al sistema, pero al final es una elucubración teórica que, si bien denuncia los males del capitalismo, no es capaz de presentar una verdadera salida, pues desprecia por igual a la clase trabajadora y al socialismo, mostrando su verdadera cara de escepticismo pequeñoburgués.
Contrario a los que alegan otros, no nos encontramos inmersos en una sociedad “postcapitalista”, en la que las contradicciones sociales del capitalismo habrían sido superadas y estaríamos ante algo completamente nuevo. No es cierto, la sociedad actual es más capitalista que nunca y su voracidad de plusvalía es cada vez mayor y las consecuencias de esta explotación ya no sólo causan estragos a la humanidad, sino también a la naturaleza.
El sujeto histórico no ha muerto: nunca hubo tantos obreros asalariados
Hay quienes pretenden que “ha muerto el sujeto histórico” que debía llevar a cabo las transformaciones revolucionarias del socialismo, la clase trabajadora. Según ellos, deslocalización industrial promovida por la globalización neoliberal y el creciente ejército de millones de desempleados, indicarían el final de la clase obrera industrial.
También aducen que los “nuevos movimientos sociales” (indígenas, mujeres, étnicos, Lgtbi, etc.) y su creciente protagonismo en la defensa de sus derechos serían los actores que han reemplazado a la clase trabajadora. Por ello, supuestamente el socialismo como doctrina política de la clase obrera habría perdido vigencia y con ello Marx.
Afirmamos tajantemente que el proceso que se vive es todo lo contrario a lo afirmado por esas voces escépticas y negativas: nunca como hoy ha habido tanta gente sometida al trabajo asalariado, expropiada de toda otra forma de propiedad, ni de otra forma de sustento que no sea mediante la venta de su fuerza de trabajo, nunca ha sido tan grande el “ejército industrial de reserva” (como lo llamó Marx), necesario para abaratar los salarios.
La gran mayoría los indígenas que luchan por sus comunidades y sus tierras son a su vez obreros agrícolas o mineros, y es en el sindicato y la empresa donde han aprendido a luchar por sus derechos, a organizarse e identificar al enemigo, que lo es el enemigo de la clase obrero: el capital agroindustrial, el capital minero transnacional o los especuladores inmobiliarios, todos ellos miembros de la burguesía que regenta el sistema capitalista estatal en alianza con capitales internacionales.
Muchas de las mujeres que luchan por sus derechos, en organizaciones feministas o movimiento de mujeres, han pasado por la escuela del trabajo asalariado, o buscan un empleo, y en eso han hecho conciencia del trato desigual que la sociedad les brinda por su género, así como han sufrido el acoso, la violencia y la discriminación.
En esa lucha, las mujeres combatientes, conocen quiénes son sus enemigos, los mismos enemigos de la clase trabajadora: sectores conservadores de la clase dominante, sus partidos y sus iglesias. Y también conocen a sus aliados, pese a que no son siempre completamente consecuentes, los sindicatos y partidos de izquierda.
Así podríamos seguir señalando otros sectores discriminados por la sociedad capitalista patriarcal, pero lo importante es resaltar que el ataque a los derechos de esos sectores tiene que ver con una sociedad en que la clase dominante no se limita a la mera explotación económica, sino que ataca permanentemente los derechos democráticos y sociales, porque teme perder sus privilegios.
Por ende, la única forma de defender los derechos de todos los sectores, es la unidad de la clase trabajadora bajo un programa político que sume las reivindicaciones colectivas y particulares. Programa cuyo norte sea un gobierno obrero y popular que se proponga sistemáticamente sustituir la explotación de clase por una producción y apropiación colectiva de la riqueza social.
La construcción de ese partido con ese programa sigue siendo la parte débil de la sociedad del siglo XXI, por ello no hemos superado las condiciones históricas descritas por Carlos Marx, ni su conceptualización teórica, ni su método, ni su programa político.
Panamá, 2 de mayo de 2018.
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