Revolución Soviética y retroceso neoliberal en América

24/01/2018
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Hace un siglo, la Revolución de Octubre sacudió las utopías de todo el mundo, dando a la humanidad un nuevo aliento libertario, en medio de la carnicería inter-imperialista que fue la Primera Guerra Mundial (1914-1918) – acontecimiento que expuso el hecho de que la Modernidad, con su ciencia experimental avanzada y sus técnicas de punta, había fracasado en promover un efectivo “desarrollo humano”.

 

Con la victoria bolchevique, en la década de 1920 se crean la mayoría de los Partidos Comunistas de América, y nuestro continente pasa a figurar en el campo de visión del socialismo internacionalista que entonces se consolidaba. Conforme el marxismo se desarrolla entre nuestros pueblos, una cuestión gana el centro de los debates: ¿cuál sería la naturaleza de nuestras revoluciones latinoamericanas? ¿Democrático-burguesa o socialista? ¿Armada o parlamentaria? ¿Qué sujeto social la promovería: el obrero urbano, el campesino, o quién sabe los trabajadores en alianza con parcelas (pretendidamente “nacionalistas”) de la burguesía?

 

En los primeros años posteriores a la revolución, la recién formada Internacional Comunista (1919) tuvo el mando del “genio de Lenin”, con su liderazgo y diálogo que mantuvo firme la unión partidista – como analiza el inestimable marxista portugués que nos dejó este el año, Miguel Urbano Rodrigues. En la posición de gran “Partido Mundial”, la IC desempeñaría entonces una influencia marcadamente revolucionaria entre nuestros aún incipientes pensamiento y política comunistas – defendiendo que la tarea de concluir las tareas incompletas de la “revolución burguesa” (metas democráticas fundamentales, jamás realizadas en nuestras naciones, como la reforma agraria), debería ser a partir de ahora tarea del propio pueblo trabajador: de los “obreros en alianza con los campesinos”, juntos en un frente contra la “alianza conservadora” (entre el imperialismo estadounidense y las burguesías nativas a él asociado).

 

Sin embargo, con el fin de la Primera Guerra, las potencias capitalistas de la época, tan pronto pudieron respirar, parten para acosar a los bolcheviques, reforzando la oposición de las élites rusas y profundizando la ya devastadora guerra civil. Así, con la penuria causada por esta guerra fratricida, los avances de los primeros años revolucionarios se van reduciendo, especialmente en la medida en que crece la amenaza alemán-nazi.

 

Con todos sus percances, victorias y derrotas, la Revolución Rusa fue la más “universal” de la historia, pues no sólo sacudió las estructuras de mando de las naciones del mundo (como lo hizo también la francesa), pero alcanzó inculcar en la conciencia de la humanidad como un todo – particularmente en la de cada clase subalterna y explotada – una verdadera perspectiva de la emancipación. Por detrás de cada “conquista” humana tras 1917 – incluido el efímero y frágil “estado del bienestar social” de las naciones más poderosas –, se puede ver la acción decisiva de organizaciones políticas y sociales que la victoria bolchevique inspiró por los cuatro rincones.

 

En cuanto a nuestra América, la Revolución Soviética en un primer momento parecía haber resuelto, con su asalto popular al poder, la querella del socialismo latinoamericano, pues la “socialdemocracia” pacifista (pro “alianza de clases” con supuestas “burguesías nacionales”) apoyó la entrada de Alemania en la Primera Guerra – “nacionalismo chovinista” que destruiría el país y desmoralizaría esa corriente. Sin embargo, con la retracción defensiva de la URSS, a mediados de los años 1930, las directrices venidas de Moscú cambiarían el rumbo de esta disputa: desde entonces, son las corrientes “aliancistas” que prevalecen en los PPCC.

 

Hoy, pasados todos estos años, teniendo el ser humano probado de la experiencia aterrorizante de la Segunda Guerra, consecuencia obvia de la irresolución y ambición desmedida de los vencedores de la Gran Guerra anterior, la impresión – desde cierta perspectiva histórica – es la de que poca cosa ha cambiado. Pero eso en apariencia: pues en los subterráneos de los rascacielos del capital, la organización popular se mueve, gana solidez, y con eso más conciencia y poder discursivo, más diversidad de “voces” – malgrado la permisividad de la “democracia liberal” hacia el fascismo (como suele ocurrir en tiempos de disputa ideológica abierta, tal cual vivimos).

 

De la “Era de la Catástrofe” al reformismo desarrollista del siglo XXI

 

Después del debilitamiento del campo socialista mundial (con la guerra económica que destruyó el proyecto soviético), las tentativas de asalto al poder y de transformaciones estructurales profundas se dejaron de lado, dado el desequilibrio de los años 1990 y el ascenso de las fuerzas neoliberales.

 

Así, en varias naciones subalternas del mundo, particularmente en América, sería puesta en práctica la experiencia del “reformismo desarrollista”, mal denominado “socialismo del siglo XXI” (aunque correcta la denominación “socialismo” a los intentos diversos de orientarse la sociedad hacia la emancipación, el término ambiguo puede sugerir que se trataría de una experiencia radicalmente “nueva”, para un contexto completamente nuevo – que no hay –, haciendo “tabula rasa” de los intentos anteriores y de sus aprendizajes).

 

Esa experiencia reformista, sin embargo, resultaría más lenta y más corta de lo previsto: cerca de dos décadas después, con la explosión de la crisis económica mundial derivada de la caótica desregulación capitalista, las escasas (pero fundamentales) políticas sociales implementadas serían violentamente reducidas, precarizadas, cuando no abortadas, por la presión bélico-económica del capital. Esto se da por medio de guerras económico-electorales (de modo general, pero nítidamente en Argentina); la corrupción institucional (parlamentaria-judicial-mediática, etc. – caso clásico de Brasil, Paraguay y Honduras, entre otras “repúblicas bananeras”); o incluso con intentos de destrucción directa por la fuerza (caso de los sicarios bancados por las élites venezolanas, asociadas a “Fundaciones Ford” y “Institutos Millenium” de la vida – que aterrorizan y desestabilizan la nación bolivariana, ya golpeada por su imprudente dependencia del petróleo (ahora en baja).

 

El escenario que se observa hoy en América Latina es visiblemente de regresión, con relación al lento proyecto mínimo de las naciones periféricas (cuya meta sería la de buscar un respiro social para la constitución, aunque tardía, de Estados realmente independientes).

 

En cuanto a los capitalistas, los “vencedores” del siglo pasado, es bastante nítido que ellos nada aprendieron con todo este proceso de “crisis” que compone la “Era de la Catástrofe” (término como el historiador Eric Hobsbawm se refiere a la catástrofe casi sin tregua que fue el siglo XX). En primer lugar, después de la Primera Guerra, hicieron de Alemania “tierra arrasada”, dando espacio al surgimiento del nazismo, al propiciar que se incubara el “huevo de la serpiente”, con la esperanza de que el capitalismo xenófobo y autoritario de Hitler hiciera el servicio sucio que las potencias de la época no tenían fuerzas para hacer (debilitadas por el proceso bélico): es decir, destruir a los comunistas.

 

Como se sabe, la Unión Soviética vencería esa II Guerra (con todos los méritos y perjuicios inherentes a ese hecho), con el apoyo táctico discreto de EEUU y de sus aliados europeos-occidentales – asustados con las ambiciones crecientes del irracionalismo fascista que sembraron.

 

Más tarde, con su victoria contra los soviéticos en la Guerra Fría, el capital pasaría a “liberar” nuevamente a las fuerzas fascistas de la “caja de Pandora” neoliberal (como vemos hoy), pero sin cambiar en absolutamente nada la estructura rígida capitalista – neopositivista, ilógica, sin sentido y destructiva (del hombre y del planeta) – con que sigue rigiendo hegemónicamente la política y la economía mundial: excluyendo inmensos contingentes humanos a cada nueva “modernización” industrial, y consumiendo los últimos bosques y santuarios y aguas potables en busca de posponer su crisis final (que ojalá vendrá antes del colapso final de la vida en la Tierra).

 

Por su parte, la URSS “venció” a la II Guerra sólo en el corto plazo, pues sale por demasiado desgastada del conflicto, mientras sus enemigos se convierten en la superpotencia imperialista que pasaría a comandar el mundo tras la derrota soviética en la Guerra Fría (1991). El franco dominio estadounidense duraría una década, la llamada “década perdida” – o “neoliberal”.

 

Revolución Rusa y América Latina

 

En el campo progresista-humano, la Revolución de Octubre fue la concretización de la secular utopía humana de la libertad.

 

Se trata de una “experiencia profunda” (en el término de Walter Benjamin), que a pesar de su derrota “en sí” (internamente), legó al mundo lecciones, para constituirse como una guía para nuevos procesos revolucionarios; no como un “modelo” a ser copiado, sino más bien como una “brújula” a corregir “sentidos” (según el concepto de “sentido de la historia”, de Caio Prado).

 

Sin embargo, las experiencias reformistas “nacional-desarrollistas” (de Hugo Chávez a Lula) – en un espectro que recorrió una variada intensidad de reformas, pero sin nunca llegar a transformaciones “estructurales” –, están hoy en retroceso, dados los diversos golpes que se intensificaron en la última década, con la gran crisis capitalista de 2008.

 

Esto se debe en parte a que, con la correlación de fuerzas de principios del siglo XXI, en muchos aspectos esos gobiernos no pudieron ir más lejos en sus intentos de profundizar los cambios en las estructuras: pues estaban vinculados a las alianzas de clases, para el mantenimiento de su “gobernabilidad” (motivo por el cual el lulismo confió al vil esposo de Marcela Temer el cargo de vice-presidente).

 

Como excepción, vale aquí recordar que a partir de 2007 Chávez promueve la nacionalización de algunos bancos y empresas nacionales y extranjeras. La consecuencia de esto, como se sabe, fue que él es acometido por un cáncer, que lo mataría pocos años después – proceso de guerra económico-mediática y desgaste político que lanza a Venezuela en esa inestabilidad que lleva años. Y eso se da antes de que fuera posible a esta nación cambiar la base petróleo-dependiente de su economía nacional.

 

Por otra parte, se haga aquí un aparte para mencionar el cuestionamiento del sociólogo Atilio Borón, quien pone en jaque esa tan dudosa “coincidencia” – que une bajo el signo de la desgracia el destino de tantos (¡la mayoría!) de los presidentes progresistas de América en las últimas décadas: Néstor Kirchner (cáncer en el intestino y problema cardíaco), Lula (cáncer en la garganta), Fernando Lugo y Dilma (linfomas), Fidel (estómago), Evo Morales (cáncer nasal). Esto se hace aún más “extraño”, cuando los archivos de wikileaks venidos al público dan cuenta de que un comité de investigación del senado estadounidense reveló, ya en 1975, que la CIA había desarrollado una pistola de microdardos envenenados, que causaba ataques del corazón y cáncer, y sin dejar rastros.

 

Imagínese cómo la tecnología pudo desarrollarse desde entonces. Pero bien, como se sabe, a estos “pre-golpes” ocultos,  seguirían los golpes a la luz del día.

 

 Una conclusión bastante nítida de ese proceso, es que nuestros frentes nacionales-progresistas se basaron en alianzas de clases hechas de modo descuidado, sin atentar a la fundamental relación con las bases populares. Como ya observaron grandes pensadores marxistas de nuestra América (como Mariátegui), por esas tierras nunca existió una "burguesía nacional": nuestras elites nativas, aunque sean mestizas, se sienten blancas, quieren ser europeas, desprecian al pueblo, con quien no se sienten identificadas, y prefieren comprar las más recientes inutilidades de lujo, de que adquirir cultura, estudiar o pensar un proyecto "nacional"; su meta no es la "nación", sino "dejar la nación".

 

La Revolución Latinoamericana podría y debería haber aprehendido esa gran lección de Lenin y de la Revolución Soviética, así como las reflexiones de nuestros mayores marxistas: una "alianza nacional", cuando es necesaria, tiene que ser "puntual", buscando las reformas más urgentes (como las dirigidas a los hambrientos); no se puede perder las riendas del proceso, dejándolo en manos de pandillas de la burguesía, como ocurrió en Brasil con el gobierno paralelo de los bandidos del PMDB (este hijo de la dictadura).

 

Yuri Martins Fontes es doctor en Historia Contemporánea de América Latina (USP/CNRS), con formación en Filosofía e Ingeniería; ejerce actividades como investigador, ensayista y periodista, además de coordinar proyectos de educación popular en el Núcleo Práxis de la Universidad de San Pablo.

 

 

 

https://www.alainet.org/fr/node/190583?language=en
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