Qué hay detrás de la epidemia de balazos en el país de la violencia

En Washington se sabe que en este asunto de la proliferación de las armas de fuego es el dinero el que marca las jugadas.

10/11/2017
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Foto: diariopuntual.com
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Hay claras evidencias de la incapacidad de los Estados Unidos de abordar seriamente el problema de la violencia con armas de fuego, pese a que durante años ha existido un debate para el control de las mismas.

 

Acaban de asesinar a la mitad de los feligreses en una pequeña iglesia en Texas, incluyendo ocho menores. Un mes antes un tirador sin motivo cierto disparó ráfagas sobre una multitud de 22,000 asistentes durante un concierto en Las Vegas, matando a 58 personas y otras 500 quedaron heridas, todo ello con un arsenal portátil de 42 rifles, ametralladoras y otras armas (y miles de cartuchos de municiones) adquiridas legalmente en las ocho semanas previas al acontecimiento.

 

Ocurren docenas de hechos de ese tipo cada año. Entre los más impactantes: en la secundaria Columbine (muertos 12 estudiantes y un maestro; Colorado, 1999), la escuela primaria Sandy Hook (20 niños; Connecticut, 2012); cine de Aurora (12 muertos y más de 70 heridos, Colorado, 2012); iglesia en Charleston (9 personas, Carolina del Sur 2015), la discoteca Pulse de Orlando (49 personas, 2016) y otras. La lista de masacres seguirá creciendo sin parar hasta que la sociedad asuma el debate y se promulgue un control de armas sensato.

 

Cuando se han incrementado los asesinatos de personas negras a manos de la policía, sin embargo, ante la proliferación del uso de armas letales y asesinatos masivos como los mencionados, el gobierno se muestra incapaz para enfrentar el problema e impotente para cumplir de una de sus funciones básicas de proteger a la ciudadanía.

 

El resultado es que sin dudas Estados Unidos padece una epidemia de balaceras y asesinatos masivos, cada vez más brutales e impactantes. Mientras los homicidios con armas de fuego han decrecido, los asesinatos en masa por disparos han incrementado su frecuencia y gravedad en los últimos diez o quince años.

 

Aunque en parte ello viene a ser una prolongación de una larga historia y una cultura marcada siempre por la violencia y el racismo desde los días de la expansión hacia el oeste y del casi exterminio de la población indígena originaria, así como de los linchamientos ejecutados por el Ku Klux Kan y otros, tales hechos no están ajenos a la extrema polarización, la actual decadencia social y al deterioro moral en extensos segmentos del país.

 

Las encuestas señalan que una considerable mayoría de estadounidenses están a favor de mayores controles en la venta y posesión de armas de fuego, y por la prohibición de aquellas más mortíferas.

 

Pero, aunque minoritarios, son muchos también los que abogan por el derecho a portar armas de fuego, bien con propósitos deportivos de cacería, o como protección ante la delincuencia y algunos con la ilusión de poder defenderse de la epidemia de violencia. Detrás está el aliento y la manipulación por una minoría poderosa e influyente en el quehacer y las decisiones que se adoptan en Washington.

 

Estos tienen su fuerte en la influyente National Rifle Association (NRA), en el arraigo de los derechos a la caza y el deporte, y en la intromisión en la política de la poderosa rama fabricante de armas del país. Actualmente hay unos 300 millones de armas de fuego en manos privadas en Estados Unidos. Los datos indican que no es alta la proporción de aquellos que las utilizan para la caza. No hay ninguna nación del mundo que se acerca siquiera a tales per cápita de armas de fuego ni de muertes ocasionadas por las mismas.

 

Actualmente armas diseñadas para propósitos bélicos están disponibles para la venta individual vía Internet y en muchas armerías sin mayores requisitos ni controles efectivos. De eso se nutre en parte la ocurrencia en los últimos años de una oleada de violencia por parte de ciudadanos enfurecidos quienes protagonizan balaceras y cacerías humanas periódicas en escuelas, centros comerciales y otros lugares públicos. Según informe del Center of Disease Control and Prevention entre 2001 y 2013, habían muerto por armas de fuego dentro del país 406,496 estadounidenses, o sea, más de 30.000 por año.

 

La mayor frecuencia de tales hechos es más que alarmante. Hay algo enfermizo e inhumano en la proliferación de individuos que toman sus armas e indiscriminadamente y a mansalva disparan contra transeúntes o feligreses sin motivo alguno, o motivados quien sabe por qué traumas o instintos primitivos.

 

Se ha tratado de apuntar a que son acciones individuales aisladas de personas malvadas o poseídas por el demonio, y más recientemente a inmigrantes musulmanes u otros, cosa que las estadísticas no respaldan. Aunque los asesinos tienen distintos perfiles se observan patrones causales complejos que incluyen la tradición violenta y racista con que se conformó el país, su glorificación en el cine y otros medios, las brutales acciones recientes en el exterior, así como las frustraciones y la ira acumulada en muchas personas en medio de la fragmentación y el actual deterioro social en gran parte del país.

 

Buena parte de los perpetradores son personas mentalmente inestables, interesadas en las armas de fuego y los explosivos, con cierta fascinación con la muerte y el satanismo y, muchos, veteranos de las diversas guerras que el imperio realiza en todos los confines; guerra que han librado de forma continuada durante 16 años sin lograr una victoria, pero donde cientos de miles de soldados pasan por experiencias traumáticas mientras ellos, o ante su vista, se asesina a la población civil, cometen brutales violaciones, etc.

 

En los últimos años estas intervenciones y acciones bélicas se libran bajo el supuesto de la “guerra contra el terrorismo”, parte de la cual ha sido el uso de mercenarios y el auspicio de grupos terroristas locales, lo que provoca también una reacción en cadena que se revierte en actos terroristas en suelo estadounidense.

 

La Segunda Enmienda constitucional y su manipulación

 

La cuestión de la masiva posesión de armas en manos de la población – incluyendo armas automáticas y de combate, de libre acceso en varios estados para cualquiera que se disponga a comprarlas y sin necesidad de trámites ni de presentar documentos de identidad –, se escuda en una formulación anexa a la Constitución del país.

 

Se trata de la Segunda Enmienda, ratificada por los trece estados originales allá por 1790, pero luego sujeta a controvertidas interpretaciones. El texto reza así:

 

Siendo necesaria para la seguridad de un Estado libre una milicia bien organizada no se coartará el derecho del pueblo a tener y portar armas”.

 

Se aludía a “una milicia bien organizada” y en un contexto bien diferente al actual. De tal enmienda se han derivado los derechos a contar con escopetas de caza hasta el libertinaje actual a tener ametralladoras y armas de combate por individuos de toda calaña.

 

Algunos señalan categóricamente que parte de la culpa de la actual crisis de violencia con armas de fuego recae sobre los miembros conservadores de la Corte Suprema y que sus dictámenes en casos recientes relativos a la Segunda Enmienda han estado políticamente motivados.

 

La interpretación actual dista bastante de la original. La Corte Suprema ha afirmado que el derecho a portar armas es un derecho individual que tienen todos los estadounidenses. Y por tanto que ni el gobierno federal de los Estados Unidos ni los gobiernos estatales y locales pueden infringir ese derecho.

 

Aunque la mayoría de la población favorece exista algún grado de control básico que evite que tales masacres ocurran, el apoyo a la Segunda Enmienda se ha incrementado progresivamente desde la década de 1990 tanto entre votantes liberales como conservadores. En 2016, el 76% de los estadounidenses se opone a la derogación de la Segunda Enmienda; esta cifra era solo del 36% en 1960.

 

La industria de producción de armas de fuego

 

En la intimidad de los círculos de Washington se sabe que en este asunto de la proliferación de las armas de fuego es el dinero el que marca las jugadas. El dinero, del que los productores de armas y la Asociación Nacional del Rifle (NRA) son una fuente fácil para nutrir fondos electorales y prebendas. Son esos, sobre todo intereses comerciales capitalistas, los que están detrás de las interpretaciones de la Segunda Enmienda y los dictámenes de la Corte Suprema en favor de la plena libertad de tenencia individual de armas de fuego.

 

La extensa rama industrial de fabricantes de armamentos comercializa cada año unos $ 49 mil millones USD y mantiene una estrecha y añeja alianza con el gobierno.

 

El crecientemente agresivo papel de los Estados Unidos en el mundo hace crecer los contratos gubernamentales y asegura caudalosas y estables ganancias para esas compañías. Ello se complementa dada la obsesión de millones de ciudadanos con poseer armas de fuego que, obviamente, contribuye sustantivamente a ese caudal de ingresos.

 

Un reportaje a comienzos de 2016 señalaba que las industrias de fabricación de armas de fuego están en crecimiento: de 5,6 millones de armas fabricadas en 2009 a casi 11 millones en 2013.

 

Después de cada masacre de las que escuchamos cada semana – y mientras más horripilantes son- aumentan el valor de las acciones y las ventas de tales corporaciones dada la fiebre ciudadana por pertrecharse con nuevas armas de fuego en sus hogares, pero también por el temor de que finalmente se establezcan mejores leyes para el control de armas; temor que es estimulado por la industria.

 

Al propio tiempo ésta y la NRA hacen fluir mayores sumas hacia sus muy efectivos y bien financiados grupos de presión y hacia los propios comités de campaña de los miembros del Congreso a fin de ganarlos para sus posiciones, o intimidarlos para garantizar que el libertinaje sobre la venta y porte de armas siga prevaleciendo, por sobre los que reclaman que se establezca en todos los estados un registro y licencias de armas, requerimientos de antecedente y otros para su venta, etc.

 

Con la ayuda de la NRA y sin poner en peligro sus lucrativos contratos gubernamentales, los mayores productores de armas, durante décadas, han frustrado regulaciones de la mayoría de los estadounidenses apoyan.

 

Muy por el contrario el libertinaje aumenta. En febrero de 2017 el Presidente Trump firmó una ley ya aprobada por el Congreso que hace más fácil adquirir armas, incluyendo rifles semiautomáticos, por personas con un historial de enfermedad mental.

 

Y actualmente continúan los preparativos para lograr la aprobación de una ley eufemísticamente nombrada “para el mejoramiento recreacional y la tradición de los deportistas” que también haría más fácil importar rifles de asalto, transportar las armas de un estado a otro y la compra de silenciadores.

 

Si no ocurre un milagro en la corrupta política del país, parece que desafortunadamente veremos nuevas ocasiones en que algún estadounidense, incluso considerado hasta entonces un buen ciudadano, accione su gatillo ejerciendo “su derecho y su libertad” bajo la manipulada Segunda Enmienda.

 

Un informe en 2009 del ministerio de protección nacional (Homeland Security) alertó que los problemas económicos y la elección del primer presidente negro podrían exacerbar las ansiedades económicas y raciales y provocar reacciones violentas de los supremacistas blancos y de todos aquellos que perciben que la raza blanca estaría bajo acoso.

 

Muchos de estos enarbolan una retórica demagógica, que llega a tener tintes fascistas y es un espejo de las políticas bélicas del país, anima a sectores desesperados a cometer acciones violentas con armas como actos de ‘autodefensa’ y a organizarse en milicias para librar ‘cruzadas’ de diverso tipo. En algunas regiones la paranoia y el discurso de odio se expanden, incluso entre los adolescentes.

 

Para muchos el poseer un arma es libertad; Hollywood ha enmarcado las armas como sinónimo de heroísmo, virilidad y valentía. “Un buen americano posee su arma”.

 

Otros asuntos, como la llegada de inmigrantes, la demonización de latinos y musulmanes, siguen siendo polarizantes y manipulados por los políticos, así como desde los púlpitos fundamentalistas y las entidades de derecha, muchas de las cuales están fuertemente armadas.

 

De hecho, entre 2001 y 2015, más estadounidenses resultaron muertos por extremistas de derecha que por supuestos terroristas islámicos.

 

Muchos estereotipos refuerzan la ignorancia, la intolerancia y el racismo. Un creciente número de norteamericanos blancos que han caído en la marginalidad o en condiciones de vida precarias, albergan altos grados de prejuicio y resentimientos, y son receptivos a las ideas conspirativas, ultranacionalistas y racistas.

 

En algunos, ello alimenta un temor y un egoísmo mezquino, y hasta el fenómeno del ‘angry white male’ (hombre blanco colérico) que ha dado pie a varios de los más connotadas acciones de violencia racista. Las experiencias bélicas brutales y desmoralizantes de cientos de miles de soldados desmovilizados y mercenarios también se reflejan en la viciada atmosfera nacional.

 

En un artículo de octubre de 2015 en Huffington Post, el experto Howard Fineman señalaba que “una mezcla tóxica de historia, cultura, política y dinero está evitando -y continuará evitando- que se restrinja la tenencia privada de armas de fuego”.

 

 

 

 

https://www.alainet.org/fr/node/189142
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