Sin el más mínimo interés

23/08/2017
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Análisis
12cuotassininteres_small.jpg
-A +A

Si visitas el sitio web del SERNAC, ese desdentado perro guardián que vela por los consumidores chilenos, te llevas más de una sorpresa.

 

Las informaciones relativas a la TMC –tasa de interés máxima convencional– precisan que “Desde el 15 de septiembre de 2014 hasta nuevo aviso” los usureros locales pueden aplicarte tasas de interés de hasta un 40,95% anual si la operación es inferior o igual a 50 unidades de fomento (UF), o bien un 38,95% si la operación es igual o inferior a 200 UF y superior a 50 UF. Si tienes la suerte de ser un jubilado y te deducen las cuotas directamente de tu pensión, pueden aplicarte tasas de interés de solo un 28,95% anual.

 

No sé si te interesa, pero las tasas de interés de los Bancos Centrales están en cero %, o muy próximas a cero %, desde el año 2009 (FED-USA y BCE-UE).

 

El término usurero, en su origen, designó a toda persona, física o moral, que practicaba el crédito con intereses. Con el tiempo, la comunidad financiera se las arregló para limitar su contenido semántico a quienes cobran intereses excesivos. Justamente. Cobrar intereses de un 40,95% al año… ¿es excesivo?

 

San Lucas, en los Evangelios (VI, 27-38), precisa: “…haced el bien y prestad sin esperar nada. Entonces vuestra recompensa será grande y seréis los hijos de Dios…” He ahí la base evangélica de la condena de la usura, “uno de los más graves obstáculos jamás puesto al desarrollo económico”, como dice algún alma piadosa.

 

Los teólogos escribieron abundantes páginas sobre la ilegitimidad del interés, y los padres conciliares formularon una y otra vez la prohibición, particularmente en el Concilio de Latran en el año de gracia de 1215.

 

Puede que ni los Evangelios ni el Antiguo Testamento tuviesen pretensiones de ortodoxia económica como las teorías actuales, pero no quita que este último recuerda que no hay que comportarse con un compatriota (Éxodo, XXII, 24), o un pariente (Levítico, XXV, 35), como un usurero con un cliente. De donde uno pudiese inferir que la usura es legal entre extranjeros.

 

El Santander está libre de pecado: las Sagradas Escrituras son explícitas: “Podrás prestarle con interés a un extranjero, pero le prestarás sin interés a tu hermano” (Deuteronomio, XXIII, 20). Los Salmos alaban la generosidad de Dios (aun cuando es difícil pedirle un crédito) y el profeta Ezequiel maldijo a los usureros.

 

El principio de todo argumento escolástico –dice Jean Favier– consiste en poner como premisas algunas “autoridades” (como los mendas que escriben citando a Pedro, Juan y Diego con el propósito de ganar la discusión por secretaría…) y desde hace dos mil años ninguna autoridad rivaliza con las verdades reveladas de los Evangelios.

 

Lo cierto es que la prohibición de la usura reposó sobre razones filosóficas, teológicas, e incluso morales. Lucas agregó la concisión: Mutuum date, nihil inde sperantes.

 

Durante siglos el mundo estuvo (¿está?) marcado por los fundamentos teológicos del trabajo y del lucro. El trabajo es uno de los castigos del pecado original. El hombre está condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente, como la mujer está condenada a parir en el dolor.

 

Toda ganancia que no provenga del trabajo es vergonzosa: el turpe lucrum (ganancia sucia) es un engaño ante dios, y ante los hombres un robo. Pierre Lombard, gran teólogo parisino, en su Libro de las Sentencias (1150), puso la usura en la lista de los pecados asimilables al robo. Robert de Courçon, legado del Papa que le dio sus primeros Estatutos a la Universidad de París (1215), lanzó la idea de un Concilio para extirpar la usura del mundo cristiano.

 

Jean Favier señala que los filósofos iban aún más lejos. En la posteridad intelectual de Aristóteles –escribe– se sabía que el dinero es en sí una cosa estéril. El dinero no produce riquezas sino por el efecto del trabajo, no por el efecto del tiempo (prueba a poner un capitalito –dos o tres mil dólares– en un frasco cerrado y espera a ver cuánto tiempo pone ese dinero en multiplicarse…).

 

El tiempo es de Dios, y el dinero creado por el tiempo es –en sentido propio– dinero robado a Dios. Apropiarse del fruto del tiempo es el pecado de orgullo por excelencia. Una forma del pecado original. Tomás de Aquino, prolongando a Aristóteles, emite el mismo juicio que los canonistas que comentan el Génesis. El interés es el producto del ocio. ¿Porqué 100 mil pesos harían luego 120 mil pesos por la gracia del tiempo que pasa? ¿De dónde vienen los 20 mil pesos del interés?

 

De modo que la usura mixtifori (de fuero mixto: delito que, indistintamente, podía ser juzgado por el tribunal eclesiástico y el tribunal civil) era castigada por la justicia laica como un delito, y por la autoridad eclesiástica como un pecado. La proscripción por parte de la Iglesia de los préstamos con interés fue levantada solo en 1830, y declarada lícita apenas en el año 1917 (entonces apareció el banco del Vaticano…).

 

Hasta ahí la cosa oficial. Porque nunca nada les impidió a los mercaderes cristianos ni a los cambistas cristianos practicar la usura con entusiasmo y dedicación. Reyes y príncipes, cuyo poder encontraba su origen en el Divino, vivieron a crédito durante siglos, pagando intereses que frecuentemente alcanzaban tasas del 80% anual.

 

El rey Charles VI de Francia (1386-1422) llegó a empeñar su propia corona, y para recuperarla –pagando principal e intereses– tuvo que crear un nuevo impuesto sobre la sal. Hubo casos en que la corona real fue descuartizada y sus trozos transformados en valores cesibles en el incipiente mercado financiero.

 

Edouard III de Inglaterra (1312-1377) empeñó su corona de oro y de piedras preciosas, y los 45 mil florines que le había prestado el… arzobispo de Tréveris.

 

Así, los príncipes solían legislar sobre la usura, pero nunca la prohibieron, a pesar de la condena de la que era objeto por parte del Poder Originario (Dios).

 

Los Papas no fueron la excepción. El tesorero de Clemente VII –un obispo– menciona clara y frecuentemente en sus cuentas el pago de sumas pro interesse, pro lucro e interesse, pro dampno e interesse, cuando no derechamente mutuum cum usuris o mutuum sub usura. Tú ya sabes: los pecados solo sirven para asustar al personal y, cuando hace falta, para equilibrar la tesorería papal gracias a la venta de indulgencias.

 

El Papa Inocencio VII le entregó su propia mitra (o tiara) en garantía de un crédito a Giovanni di Bicci de’ Medici. La tiara pasó de manos de un banquero a otro banquero, y cuando su último detentor, el florentino Antonio di Giovanni Roberti, se la devolvió finalmente al Papa Gregorio XII en abril del año 1409, cobró la módica suma de 12 mil florines. Para pagarle, Gregorio XII tuvo que pedir otro crédito, acompañado de otras garantías.

 

Entretanto, su rival, el Papa Benedicto XIII, empeñaba los ingresos de la Cámara Apostólica ante los banqueros de Lucques y de Asti.

 

Así las cosas, teólogos, filósofos y pensadores (los expertos aun no aparecían sobre la superficie de la Tierra…) dedicaron durante siglos lo mejor de su tiempo, hicieron esfuerzos inauditos y se devanaron los sesos, intentando encontrar alguna justificación que permitiese practicar la usura a la luz del día.

 

El truco que consiste en adjudicarle a los judíos el préstamo con interés no es sino una cortina de humo para ocultar que los más grandes usureros siempre fueron –y son– cristianos de tomo y lomo. Los judíos accedían apenas a la clientela pringada: el pobrerío y los miserables.

 

Un franciscano italiano, Luigi Peresi, llegó a pronunciarse públicamente contra los usureros de Auvergne (Francia) lamentando la indulgencia de los reyes y los Papas ante los pecados más comunes:

 

“Si el Papa o el Rey le ordenasen bajo pena de muerte a los usureros renunciar a sus usuras, y a las mujeres renunciar a sus cuernos, ¡todos ellos obedecerían rápidamente!”

 

Desafortunadamente para la ingenuidad de Luigi Peresi, los príncipes y los Papas disfrutaban de unas y otros. Eso explica que en una época en la que te torturaban, te hervían vivo, te despellejaban y/o te descuartizaban por herejía, blasfemia, hechicería, sacrilegio y/o agresión contra un clérigo, no se cuente ninguna víctima de una condena a muerte en virtud de la práctica de la usura.

 

No esperes del SERNAC la condena que omitieron reyes y Papas. El SERNAC está ahí, como dicen en Brasil, Para o inglês ver. Una cosa es el ser, y muy otra el parecer.

 

Mala cosa. Porque la Antigüedad ya había aportado, contra la usura, otro argumento cuya modernidad asombra: inspirándose en los hektémoros de Atenas. Un hektémoro era un campesino que alquilaba la tierra que trabajaba. Toda ayuda que recibía debía rembolsarla, y solía estar asociado a un prestamista que cobraba lo que cobraba. En resumen, el hektémoro vivía endeudado, lo que llevó a los atenienses a considerar que el endeudamiento conduce a la pérdida de la libertad. Desde ese punto de vista… más del 70% de la población chilena no es libre.

 

Puede que el mismísimo John Maynard Keynes lo haya comprendido así cuando sugirió en su conocida obra “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” (1936) eutanasiar a los rentistas: esos que viven de los intereses.

 

Es una de las razones por las que en nuestros días las Escuelas de Economía no le acuerdan a Keynes el más mínimo interés.

 

 

©2017 Politika | diarioelect.politika@gmail.com

 

 

https://www.alainet.org/fr/node/187598

Del mismo autor

S'abonner à America Latina en Movimiento - RSS