A Fidel

28/11/2016
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manos simobolo lucha
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Alguien, en la Nicaragua revolucionaria de mediados de los años 80, un compa, un campesino, hoy ya no lo recuerdo, me pasó un libreto recién publicado en La Habana. Se titulaba No hay otra alternativa: la cancelación de la deuda o la muerte política de los procesos democráticos en América Latina. Lo puse en mi mochila y me encaminé “a raicito” (haciendo dedo) con los “IFAs” de las fuerzas populares, hacia la comunidad a la que iba a pasar la próxima semana.

 

Me dejaron a unos kilómetros de la misma y tenía que esperar a que pasara otro camión de transporte con sitio para mí. Como quiera que empezó a llover, desenrollé el amplio plástico transparente que llevaba, me lo eché por encima, saqué el libreto, me senté en un pedrusco en el cruce de dos caminos, y me puse a leerlo.

 

Era la primera vez que leía un texto de Fidel. Tenía veintitantos años y estaba como internacionalista en la Nicaragua sandinista.

 

Su lectura fue como un pelotazo en la cabeza. Durante las dos horas que tuve que esperar me dio tiempo a leerlo entero (todavía lo conservo con el burdo subrayado de un boli rojo mojado). Poco a poco empecé a mirar los montes, los cafetales, los caminos y los bosques que me rodeaban, de otra forma. Y me sentí a la vez inquieto y en paz, mis sentidos más límpidos, como una pequeña parte de un cosmos al que quería aportar, mientras la lluvia suave lo iba mojando todo.

 

Incluso el joven resuelto y ya politizado que yo era se encontró frente a la dimensión y la perspectiva que le abría un grande. Meses después leería Fidel y la religión, de las conversaciones con Frai Betto, y no haría sino consolidar lo que Fidel me iba enseñando.

 

¿Cuántos como yo no aprendieron con Fidel?

 

La larga distancia de una mirada revolucionaria. Por supuesto. Pero creo que sobre todo nos enseñó que la revolución no era un sueño. Que se podía hacer y se podía mantener.

 

Nunca he sido devoto de líderes. No busco la imposible perfectibilidad de los seres humanos ni de sus obras. No me recreo contando ni proezas ni errores. Me conformo con los procesos que mejoran sustancialmente las vidas de las grandes mayorías, me identifico con quienes se la juegan día tras día por eso.

 

Aquí radica la dimensión política y con ella la grandeza de lo humano, la que lo eleva al umbral de comunidad, la que hace pensar la propia vida y los propios intereses en función de lo colectivo. No otra cosa es ser comunista.

 

Millones de personas entendieron eso en miles de luchas a lo largo del siglo XX.

 

Fidel era el último depositario vivo de la dignidad acumulada en ese siglo. Su figura queda ligada a ese inexcusable compromiso de quienes abrieron los ojos, que es el internacionalismo.

 

Por eso tenemos una deuda con él difícil de pagar.

 

Pero al menos… No nos dejemos arrancar la memoria, que no nos hagan arrepentirnos de nuestras victorias. No escondamos nuestras ilusiones en los armarios viejos de la historia.

 

Hoy estoy triste porque con Fidel puede morirse un poco todo aquello.

 

Pero al mismo tiempo me siento en alguna medida acicateado. Porque sé que Fidel está repartido ya por el mundo entero. Miles de fideles siguen luchando todos los días, en todas partes. Miles de nuevos fideles nacerán para empuñar las armas de la dignidad y se repartirán por todos lados. Y volverán a sembrar de vida muy especialmente Nuestra América.

 

Porque tus enemigos, que son los nuestros, no pudieron contigo.

 

Ni siquiera les vas a dar festín en tu muerte, a los gusanos.

 

¡Hasta la victoria siempre comandante!

 

https://www.alainet.org/fr/node/181995
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