Intenciones, programas y resultados

28/10/2016
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enrique pena nieto
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“Ningún presidente del país se levanta por las mañanas pensando cómo joder a México, sino cómo hacer bien las cosas”, aseguró Enrique Peña Nieto en el seminario organizado por el Grupo Interacciones-Bloomberg que encabeza Carlos Hank Rhon, hijo de aquel humilde profesor que dio cátedra sobre cómo encumbrase en la política y los negocios mezclándolos sin recato, muy rentables como para formar parte de la plutocracia y no parecer en Forbes.

 

Y quizá tenga razón el presidente, salvo la mejor opinión de los expertos en los problemas de la psique, como el doctor Alexis Ibarra Martínez y el doctorando José Luis Musi. Pero de los padecimientos de la azotea ningún ser humano está exento y mucho menos los poderosos de la política, la economía y la sociedad.

 

Solamente que en la política, y el quehacer gubernamental es una de sus expresiones más acabadas, poco importan las intenciones del funcionario sino sobre todo los resultados obtenidos con tal decisión, política o programa.

 

No es gratuita la afirmación que establece que “De buenas intenciones está sembrado el camino del infierno”. Y, en efecto, una excelente intención del titular del Ejecutivo federal puede conducir a resultados lamentables, como generar la repulsa generalizada a la visita de Donald Trump a Los Pinos, en particular cuando “la forma de hacerlo y de haberlo instrumentado hubiese sido distinta, de una manera distinta a cómo la hice, y como tal asumo la responsabilidad de haber abordado el tema”, como bien asegura Enrique Peña.

 

La aseveración que abre esta nota, recuerda la frase dicha como letanía por el conductor que fue sustituido del espacio noticioso estelar de Televisa por la pronunciada pérdida de credibilidad en las audiencias: “Siempre he dicho, si le va bien al presidente, le va bien a México”.

 

Hacer de los intereses del inquilino principal de Los Pinos una expresión directa y automática de los intereses nacionales, es una caricatura de la complejidad del tema y un afán por sobresalir como lisonjero desde los tiempos del presidente José López Portillo.

 

Veamos. A Miguel Alemán Valdés le fue –dicen en mi tierra– “a todisíma madre”, mientras el país quedó saqueado en el erario y bienes nacionales. La historia no fue distinta, acaso peor, con Carlos Salinas, apodado por Porfirio Muñoz Ledo como “Homúnculo criminoide”.

 

El problema central, entonces, no es de buenas o malas intenciones de Peña Nieto. Él puede tener las mejores intenciones en comparación con los 65 antecesores en la historia del Ejecutivo federal mexicano, sino de resultados.

 

Y los resultados, no solamente tienen que ver con la “volatilidad de los mercados” y el “complejo entorno económico y financiero internacional”, como todos los días arguyen para explicar el “mediocre crecimiento económico de los últimos 30 años (Luis Videgaray dixit), sino también de los últimos cuatro años, con todo y las 13 reformas estructurales tan festejadas por el oficialismo, travestido a crítico incluso en el oligopolio mediático.

 

En el caso de la reforma educativa Peña pide “10 o 15 años” para ver “sus frutos”. Es la misma demagogia futurista que vendió sin éxito Felipe Calderón: “México será la quinta economía del mundo en 2040”. O Salinas de Gortari que juró llevaría a México “al primer mundo”.

 

El problema central no es de intenciones ni de futurismo sin ningún sustento. Es de modelo económico y de los programas y las políticas que se ponen en juego para apuntalarlo desde 1982 y con magros resultados.

 

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