Premio Nobel unilateral pero oportuno

10/10/2016
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Coincido con la excandidata presidencial colombiana Ingrid Betancourt, ahora radicada en Francia y quien fue rehén de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia de 2002 a 2008, respecto a que la guerrilla más antigua e influyente de la aldea global, merecía el Nobel de Paz al igual que Juan Manuel Santos. “Me es muy difícil decirlo, pero creo que sí”, afirmó la controvertida Betancourt por el espectáculo que montó el gobierno de Álvaro Uribe para liberarla, utilizando incluso logotipos de la Cruz Roja Internacional en los helicópteros militares, y para quien el premio no sólo es merecido, sino que “invita a un momento de reflexión en Colombia, de esperanza, de paz”.

 

La decisión del Comité Nobel sorprendió a muchos por haber premiado sólo a Santos Calderón y no al máximo líder de las FARC, Rodrigo Londoño (Timochenko), quien figuraba junto con el mandatario como favorito para recibir el galardón. Incluso no son pocas las voces que consideran que los gobiernos de Cuba y de Venezuela debieron compartir el premio con los líderes de las partes beligerantes, en virtud de que en La Habana negociaron durante cuatro años y tanto los gobiernos de Raúl Castro como de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro desempeñaron un destacado papel como auspiciadores de los acuerdos firmados el 26 de septiembre, tras 220 mil muertos, 6.9 millones de desplazados y 45 mil desaparecidos, en 52 años de guerra.

 

Lo que acaba de hacer el Comité Noruego del Nobel en Oslo y su presidenta Kaci Kullman Five ignora su trayectoria, como fue la entrega del galardón por la paz a Henry Kissinger, el 10 de diciembre de 1973, por su trabajo en la negociación del cese al fuego contenido en los Acuerdos de París, junto a Le Duc Tho, negociador por el gobierno de la República Democrática de Vietnam. El 30 de abril de 1975, el imperio más agresivo y poderoso recibió la derrota militar más estrepitosa de su historia.

 

O bien, cuando en 1994 fueron galardonados los gobernantes israelitas Isaac Rabin y Shimon Peres, junto con Yasser Arafat, el líder histórico de los palestinos. Experiencia hay y sobre todo sentido común, no se puede premiar sólo a una de las partes en conflicto, pues la pacificación se construye entre las partes y por lo general una multiplicidad de actores.

 

La excepción colombiana intenta explicarla la presidenta con juegos retóricos característicos de los políticos mexicanos, al jurar que debe “considerarse un homenaje al pueblo colombiano, que a pesar de grandes adversidades y abusos no abandonó la esperanza de un acuerdo de paz justo, y a todas las partes que contribuyeron a este proceso”.

 

Tan sencillo como explicar que el Comité Noruego considera necesario coadyuvar al fortalecimiento del presidente colombiano, una semana después de que fue derrotado en el plebiscito en torno al acuerdo pacificador, por su antes jefe institucional y padrino político Uribe Vélez, sujeto al que organizaciones de defensa de los derechos humanos vinculan a grupos paramilitares de ultraderecha. Recuérdese, además, que Santos fue un belicoso ministro de Defensa de Uribe. La derrota por estrecho margen (50.21 frente a 49.78 por ciento) es inconcebible sin el robusto abstencionismo ciudadano. Y ya fortalecido, Uribe apuesta a que “la entrega del premio conduzca a cambiar acuerdos dañinos para la democracia”.

 

El jefe máximo de las FARC, quien también debió ser reconocido con el Nobel, puntualiza que el movimiento guerrillero “sólo aspira a un único premio, el de paz con justicia social y sin paramilitarismo para Colombia”.

 

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