La guerra mediática y la necesidad de reinventar el discurso y reimaginar la izquierda
- Opinión
Hoy, todas las luces de alarma permanecen encendidas en el norte y en el sur del sur ante la ofensiva restauradores del viejo orden neoliberal. Las fuerzas más reaccionarias del mundo han intensificado sus campañas para desestabilizar nuevamente a varios gobiernos latinoamericanos, en una experiencia que bien puede ser aplicada en cualquier país latinoamericano cuyos recursos naturales sean apetecidos por las potencias centrales.
La creciente y orgánica participación de los medios de comunicación cartelizados –nacionales y extranjeros– en la preparación y el desarrollo de las guerras y planes desestabilizadores del poder fáctico jurídico-policial-parlamentario-promovidos por y desde Estados Unidos, pero también desde Europa, demuestra que estos se han convertido en verdaderas unidades militares.
Si hace 40 años necesitaban de fuerzas armadas para imponer su proyecto, hoy el escenario de guerra es simbólico y hoy no hacen faltas bayonetas ni tanques: les basta con el control de los medios hegemónicos para imponer modelos políticos, económicos y sociales. La guerra se traslada al espacio simbólico, a la batalla ideológica, a la guerra cultural y, por ende, las armas para esa nueva confrontación son diferentes.
Ya no son metralletas, sino micrófonos, computadoras, teléfonos, cámaras de video… La guerra por imponer imaginarios colectivos se da a través de medios cibernéticos, audiovisuales y gráficos. Y para esas batallas hay que saber cómo usar esas armas, apropiarse de las nuevas tecnologías, saber cuál es la masa crítica a la que queremos dirigirnos, aprender a diseñar y producir contenidos de calidad para poder pelear en ella: no copiar formatos, agendas, discursos ni estéticas de los medios hegemónicos.
Los medios comerciales de comunicación han incautado la libertad de expresión y, precisamente, la han aprisionado para usarla como rehén. Ante ese poder los individuos no valen, no valemos nada.
Hoy somos víctimas de lo que se da en llamar la guerra de cuarta generación y que los sufrimos en nuestros países como terrorismo mediático, donde la cartelización de los medios imponen imaginarios colectivos, verdades virtuales muy distantes de la verdades reales, pero que influyen en la conducta de los pueblos. Los ejemplos son muchos: Venezuela desde 2002 hasta hoy, Ecuador, Bolivia, los golpes “blandos” en Paraguay y Honduras, la desestabilización financiera en Argentina en 2015 y el golpe judicial-parlamentario.mediático de hoy en Brasil
En medio de esta pelea por masificar nuestros mensaje, para romper el bloqueo informativo y comunicacional, nos damos cuenta que la caja de herramientas con que contábamos ya no nos sirve. No logramos masificar nuestro mensaje, porque carecemos de medios masivos o porque no hemos sabido crear redes que masifiquen mensajes.
Seguimos perdiendo por goleada, porque tarde nos dimos cuenta que una ley de medios no es más que un marco jurídico que sirve para no respetarlo, porque seguimos siendo reactivos y no proactivos, porque no sabemos informar sino denunciar, porque seguimos copiando modelos exógenos, seguimos comprando espejitos sin lograr sacudirnos el coloniaje cultural.
¿Para qué queremos nuevos medios, nuevas frecuencias si no contamos y sumamos nuevos contenidos que tengan que ver con nuestras idiosincrasias, nuestras luchas, nuestros anhelos, nuestra memoria? ¿Cuándo vamos a construir nuestra propia agenda y dejar de de ser reactivos a la agenda del enemigo? ¿Cuándo vamos a salir del eventismo, cómo vamos a romper esta ilógica lógica comunicativa desde organizaciones verticales? La horizontalidad ayuda a construir unidad, en procesos de organización, con movilización.
Tenemos doctorados en lloriqueo y denunciología, y creemos que eso es resistencia. Llevamos más de 500 años de resistencia que hay un cambio de y no hemos comprendido que vivimos un cambio de época, en el que debemos comenzar a construir: una nueva comunicación, base elemental en la lucha por una sociedad más democrática, participativa.
Pero, claro, es más fácil denunciar y llorar. La construcción se hace desde abajo, ladrillo a ladrillo, hom,bro con hombro, colectivamente. Lo único que se construye desde arriba… es un pozo…
Reimaginar la izquierda
La tarea de reimaginar la izquierda no se puede desarrollar desde los esquemas tradicionales (sean o no oficialistas), desde añejadas ortodoxias. Debemos asumir no solo las derrotas electorales sino –lo que es más grave y difícil de digerir- la derrota cultural.
Hace rato que la izquierda tradicional está agotada, sin capacidad para abandonar sus viejos nichos, para pensar una alternativa para amplias franjas –incluidas aquellas que no se definen de izquierda– y pasar a la disputa de conciencias con una derecha que, pese a su crisis, sigue avanzando en la reconquista de diversos escenarios sociales y en la restauración conservadora.
Y cuando hablamos de izquierda, no nos estamos refiriendo a partidos marxistas, leninistas o trotskistas, sino a todos los movimientos que impulsaban (e impulsan) -desde sindicatos, partidos, organizaciones sociales, estudiantiles, campesinas, indígenas-, los cambios estructurales que desembocaran en sociedades inclusivas, equitativas, justas.
Lo cierto es que la izquierda todavía no generó valores alternativos, por ejemplo, al mundo de valores neoliberales centrado en el consumismo, el individualismo y la falta de solidaridad.
No caben dudas: hay que reconstruir el pensamiento de izquierda. Y en esta reconstrucción hace falta la academia, hacen falta los intelectuales para sumar capacidades de reflexión y formulación de propuestas alternativas al pensamiento hegemónico. Durante más de tres décadas se denostó el modelo neoliberal, pero no se avanzó en la elaboración de una propuesta alternativa.
El discurso de la izquierda tradicional quedó anclado en la etapa de la resistencia, por incapacidad propia, por no entender que se transita una nueva etapa de construcción, sobre todo de estas propuestas y teorías alternativas al liberalismo, vinculadas a los desafíos del siglo XXI.
La intelectualidad “progre”, olvidada o ignorante del pensamiento crítico latinoamericano, no participa activamente en los nuevos procesos políticos, muchas veces anclada en el “marxicismo” (narcisismo marxista), en la denunciología permanente (y su paralelo lloriqueo) o en la repetición de consignas y firma de solicitadas (que engruesan los listados de organismos de seguridad de los países centrales), lo que algunos confunden con militancia.
Se necesitan nuevas teorías para poder ponerle freno a este proceso de vaciamiento democrático que caracterizó por décadas a los gobiernos neoliberales, dictatoriales o no. Y en eso nueva academia está en deuda: en América latina la praxis está 30 años por delante de la teoría.
Se enfrenta una arremetida contra la unidad latinoamericana y especialmente contra los avances y logros que generaron los gobiernos y los pueblos en la integración.
Uno de los objetivos de ese uno por ciento de los “dueños del mundo” es neutralizar, aniquilar todo movimiento de resistencia en su contra, desde los partidos progresistas hasta los movimientos populares. No hay lugar para aquellos que no siguen a rajatabla el libreto neoliberal, extractivista, depredador. Para ello trabajaron en la domesticación, el adocenamiento, incluyendo la inserción o cooptación de líderes de movimientos y partidos de izquierda en la estructura del poder fáctico.
Pero como esto no alcanzó, trabajan en la desestabilización y los golpes de estado, cruentos o blandos, para lo cual cuentan con una estructura de poder donde confluyen las grandes corporaciones nacionales y trasnacionales, las elites que dominan los aparatos judiciales y financieros, junto al terrorismo mediático desarrollado por las usinas de imposición de imaginarios colectivos de la prensa hegemónica.
Sin duda no es lo mismo el acceso al mercado de consumo, muchas veces sacando de la pobreza a importantes sectores sociales, que jugarse por cambios estructurales que garanticen la inclusión, la equidad, la igualdad de oportunidades en educación, salud, nutrición y la gestación de democracias participativas y no meramente declamativas.
Es hora de pensar a largo plazo, con sentido estratégico y no ahogarse en esa confusión de que resistencia significa denunciología y lloriqueos permanentes. Es la única forma de construir nuevas sociedades, nuevas democracias, y no continuar ayudando a gestionar las dificultades de este sistema antipopular.
Y, lamentablemente, seguimos comprando los espejitos de colores que nos ofrecen desde las usinas del colonialismo, en Estados Unidos o Europa. Ese colonialismo cultural, que aún no hemos logrado sacudirnos, hace que no creamos en nuestras fuerzas, en nuestras soluciones colectivas, y nos dejemos llevar por cantos de sirenas de quienes jamás entendieron quiénes somos, cómo somos y qué queremos ser.
- Aram Aharonian es periodista y docente uruguayo-venezolano, director de la revista Question, fundador de Telesur, director del Observatorio Latinoamericano en Comunicación y Democracia (ULAC).
* Texto de la participación del autor en el conversatorio Guerra mediática y desafíos para la democracia en América Latina, del Foro Latinoamericano y Caribeño de Comunicación Popular y Comunitaria – II Congreso Internacional sobre Comunicología del Sur, Quito junio 2016
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