La izquierda en medio de la tormenta

11/03/2016
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El proceso de lucha contra el neoliberalismo y por la construcción de una alternativa democrática y nacional está en un “punto crítico”, tanto en las naciones latinoamericanas y caribeñas en las que la izquierda lucha por la conquista del poder, como en las que la izquierda se convirtió en mayoría política y en gobierno.

 

 

América Latina y el Caribe forman parte de la confrontación geopolítica y geoeconómica que domina la escena internacional en estos momentos, que bien pueden ser calificados como “críticos”, a la luz de los últimos acontecimientos, signados por ataques terroristas, tragedias humanitarias, avances de fuerzas conservadoras, emergencia de nuevas fuerzas democráticas, sisma político generalizado, desestabilización, invasiones militares, caos y guerras.

 

El gobierno de los Estados Unidos mantiene su línea estratégica de reconquistar su rol de única potencia, en lo económico, en lo militar –que nunca dejó de serlo-, en lo cultural y, obviamente, en lo político. La confrontación militar en el Oriente Medio es uno de sus ejes de acción, apoyándose en los problemas internos de los países y en los conflictos entre las naciones del área, por demás, estratégica, porque de allí se extrae la mayor cantidad de petróleo que alimenta a la industria, al comercio y a las comunicaciones del mundo. El otro eje, es la desestabilización y la derrota política de los gobiernos populares de América Latina. De alcanzar estos objetivos trazados por el imperialismo, se habría reconstituido la hegemonía unipolar estadounidense, pero, como siempre, la terca historia no se detiene ni ha llegado a su estadio final.

 

Las democracias radicales latinoamericanas

 

La carta de presentación de las élites estadounidenses durante siglos, fue la de ser la democracia por excelencia, el sistema político perfecto, el ejemplo a seguir, el patrón de medida de los regímenes políticos. Sin embargo, esa visión triunfalista, indiscutible, imbatible, se ha venido desvaneciendo, sobre todo, al  quedar al descubierto que la tan aplaudida democracia estadounidense no es otra cosa que una plutocracia, todo lo contrario a un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, según la conocida fórmula de Lincoln. Se ha cobrado conciencia que la relación expoliadora de Estados Unidos con otros países del mundo es contraria a cualquier principio democrático, además, con el crack económico de dos mil ocho en adelante, se revela también, que las desigualdades sociales se profundizan en la meca del capitalismo. Estados Unidos que es un país de inmigrantes, hoy, construye muros para que no pasen los seres humanos que quieren vivir el “sueño americano”. ¿Estará llegando a su límite histórico el sistema político y socio-económico estadounidense?

 

La crítica al sistema político plutocrático norteamericano no es nueva. Lo nuevo, lo desafiante, viene dado por el impacto que las democracias radicales latinoamericanas provoca en el mundo, como acción política y como reflexión teórica, las constituyentes y los cambios políticos imponen procesos que inauguran una nueva relación ciudadano/Estado, la participación popular, la atención a la pluralidad, y el rescate de un principio fundamental: la soberanía popular. Las clases subordinadas comienzan a jugar un rol protagónico y ese hecho aterra a las élites.

 

La respuesta de los think tank de la política imperial no se hizo esperar, el poderoso entramado de la dictadura mediática expresa en sus líneas maestras, que los procesos populares latinoamericanos son: “populistas”, “autoritarios”, “dictatoriales” y más adelante, usan un argumento peligroso: la democracia no es solo de origen sino de desarrollo, es decir, que no basta con gobernar con la mayoría del electorado, sino que aquel gobierno que no siga las directrices de Washington es antidemocrático, “violador de los derechos humanos y de la libertad de expresión”, y… hasta “sospechoso” de tener vínculos con terroristas. Toda una construcción política que busca minar las democracias y preparar a la opinión pública para poner en marcha planes sediciosos, para legitimar el golpismo, que, en definitiva, es su método por excelencia, y ello se constata en una simple mirada a la historia reciente de la región.

 

Cada día, los voceros del Departamento de Estado y del Congreso de los Estados Unidos, manifiestan su “preocupación” por la situación de la democracia en los países con gobiernos populares, reagrupan a la derecha oligárquica y neoliberal, financian a ONGs, que no son otra cosa que estructuras de fachada para sus planes desestabilizadores y, obviamente, ponen todo su peso económico, al servicio de su estrategia antipopular, que, por cierto, se vale de todas las formas de lucha, la violencia callejera, el golpe parlamentario, el golpe de Estado y la vía electoral. A lo que se suma una de las más grandes aberraciones de la política norteamericana, como son las calificadoras de “riesgo país”, con las que se presiona y bloquea financieramente a las naciones, cuyos gobiernos se atrevan a levantar banderas de redención social o de independencia.

 

Desde mucho antes de la desaparición de la Unión Soviética, una buena parte de la izquierda latinoamericana debatió sobre la democracia como principio revolucionario, partiendo de una realidad concreta, el enfrentamiento a las dictaduras es el denominador común de la lucha popular, desde el Rio Grande hasta el Polo Sur. Cuando la izquierda asumió la bandera de la democracia se convirtió en fuerza social multitudinaria. 

 

Los fundamentos democráticos de la izquierda tienen su origen en una acción práctica y en una reflexión teórica, y una vez convertida en gobierno, intenta poner en marcha –con mayor o menor éxito- la democratización integral de la sociedad y del Estado, pero todo eso se da en el fragor de las batallas.

 

A lo interno de algunos países se registra una situación contradictoria, los gobiernos populares avanzan en la erradicación de las desigualdades sociales, en la lucha contra la pobreza y la exclusión, empero, están a la defensiva, no logran percibir las nuevas demandas de la sociedad, y mientras que la crítica es desdeñada desde algunas instancias, una suerte de conservadurismo se expande peligrosamente en los predios de la izquierda.

 

La experiencia histórica señala que la efervescencia en la lucha de los pueblos no se sostiene indefinidamente en el tiempo, una vez alcanzados o no los objetivos, el movimiento entra en una fase de reflujo, los combates en las barricadas dan paso a nuevas formas de participación, en esos momentos, para los gobiernos populares, la capacidad de respuesta a las necesidades materiales del pueblo se convierte en el eje de la política.

 

Es prioritario, para la izquierda en el poder, contar con una acertada política económica en un momento de precios bajos de las materias primas en el mercado internacional, ese es el punto crítico de la cuestión política actual.

 

Es relevante apuntar algunos hechos: la izquierda no logra avanzar en las elecciones de México en dos mil doce; en medio de la conmoción por la ausencia física del Comandante Chávez, el chavismo vence pero su votación baja en dos mil trece; la derecha aplica un ingenioso plan en Brasil en los comicios presidenciales que gana Dilma, aunque la izquierda es colocada a la defensiva; la última contienda salvadoreña significa un triunfo para el FMLN pero por un margen muy pequeño; por el contrario, la victoria del Frente Amplio de Uruguay es contundente. A fines del dos mil quince: la derecha derrota al candidato del peronismo en Argentina y en los comicios parlamentarios de Venezuela, las fuerzas bolivarianas pierden la mayoría en la Asamblea Nacional.

 

Los bruscos giros de la política también alcanzan a Bolivia, de una victoria en toda la línea, en los comicios presidenciales de dos mil catorce, en el dos mil dieciséis, el movimiento revolucionario pierde el  referendo en el que se decidía si Evo Morales y Álvaro García Linera podrían postularse de nuevo. Otro caso es el que se registra en Ecuador, luego de una victoria espectacular en las elecciones parlamentarias, cuando va a la contienda por los gobiernos locales, Alianza País pierde en Quito y en Cuenca y no recupera Guayaquil.

 

Una nueva articulación política popular no se vislumbra en las naciones en las que gobierna la derecha, algunos analistas aseveran que la ausencia de unidad de la izquierda no posibilita su avance y eso es verdad, pero tal argumentación es insuficiente, las carencias están vinculadas a la lectura inadecuada de la realidad, a la inexistencia de un proyecto nacional-popular integrador, base sobre la cual se pueda construir una unidad real y un plan político de poder.

 

El problema central de toda revolución es el problema del poder del Estado, sin una meridiana claridad acerca de este asunto, sería imposible conducir la revolución y trazar una perspectiva de cambios estructurales  al sistema capitalista neoliberal.

 

En materia de política económica, no basta con asegurar el consumo de los ciudadanos de manera circunstancial, los avances en las políticas sociales se desvanecen sin continuidad en el tiempo, la visión estratégica de largo plazo es imprescindible, si se quiere encontrar una ruta de certidumbre en medio de la tormenta.

 

Si quedaba alguna duda sobre la necesidad de articular un plan político común de la izquierda, frente al plan férreamente coordinado de la derecha, los últimos acontecimientos se han encargado de confirmar que la revolución, o es internacional, o no es.

 

Los heterogéneos procesos políticos populares del área, tienen  en común,  el hecho de enfrentar problemas similares, como el de la exclusión social, la explotación de los trabajadores, -duramente cuestionada por el Papa Francisco en México-, la depredación de la naturaleza, la tragedia humanitaria de las migraciones, la violencia delincuencial generalizada y, en especial, la pobreza, en una región que cuenta con inmensos recursos naturales.

 

Quienes hablan de “fin de ciclo” de los gobiernos de izquierda, pareciera que se les olvida que a los movimientos populares y a la izquierda en su conjunto “nadie le ha regalado nada”, su avance se debe a grandes sacrificios y a cruentas luchas. No tiene nada de nuevo la aguda confrontación con la derecha, hoy, unificada, con un solo discurso, con una estrategia y una táctica común, y abiertamente monitoreada desde Washington. Algunos analistas olvidan los golpes de Estado contra Chávez en [2002], contra Evo Morales en [2008], contra Rafael Correa en [2010], que fueron golpes fallidos, no obstante, los golpes contra Zelaya en Honduras [2009] y contra Lugo en Paraguay [2012] alcanzaron sus objetivos.

 

Actos sediciosos, presión mediática, conspiraciones, violencia callejera,  ataques económicos, soportan los gobiernos de la izquierda.

 

Por su parte, la derecha no tiene otra respuesta política que la represión a las organizaciones populares y un programa neoliberal de shock, por cierto, nada original. En los países en los cuales existen gobiernos conservadores o de derecha, se aplica el recorte abrupto de los derechos sociales, la brecha de las desigualdades sociales se amplía y núcleos neofascistas asoman la cabeza en la arena política.

 

Es una tarea pendiente la profundización y colectivización de los estudios sobre los límites históricos del sistema capitalista: rescatar para la economía política, nociones como la de explotación y los conflictos de clases; lo que se conoce como reprimarización del proceso de acumulación del capital; la denuncia de Fidel Castro sobre el cambio climático y la protesta del Papa Francisco en su encíclica “Laudato Si, sobre el cuidado de la casa común”; los estudios de Harvey sobre acumulación  por desposesión; la inviabilidad económica de un sistema financiero internacional que no se corresponde con el comercio real y la producción, según el criterio de Joseph Stiglitz, Paul Krugman, Jeffrey Sachs, Anthony Atkinson y otros; ello aplica de igual manera para  la reflexión de García Linera sobre la nueva composición y universalización de las clases trabajadoras.

 

La derecha lanza una consigna: ¡El socialismo del siglo XXI fracasó! ¡El ciclo de los gobiernos de izquierda llegó a su fin! De nuevo, la máxima de Francis Fukuyama, el intelectual más conocido del neoconservadurismo, quien anunció “el fin de la historia”.

 

No obstante, el discurso de la derecha tiene tres desafíos a vencer: en primer lugar, sus gobiernos aplican en la actualidad el recetario neoliberal y ello provoca la depauperación creciente de la situación material de los pueblos; en segundo lugar, el agresivo plan antipopular del presidente argentino devela los fuertes compromisos de la derecha con las élites oligárquicas, y en tercer lugar, que los pueblos reconocen, y ello es constatable, que los gobiernos populares luchan contra la pobreza, contra la exclusión social y cultural y contra las desigualdades, aún con los errores que hayan podido cometer.

 

“Cuando un barco no sabe a qué puerto se dirige, ningún viento le es favorable”, dice un conocido aforismo de Séneca, para la izquierda en este siglo veintiuno, la ventaja está dada en que sabe a qué puerto navegar: la convicción de la necesidad de democratizar el Estado, como condición indispensable para la reducción de las desigualdades sociales, que éstas no pueden reducirse sin cambios estructurales del modelo económico y que la ruta de la izquierda es construir economías con una sólida base productiva, con distribución progresiva del ingreso, con la prioridad puesta en las políticas sociales, aún en medio de las tormentas que tenga que atravesar.

 

Un análisis particular espera por tres hechos políticos que tienen  y tendrán incidencia en la situación general de la región, la visita del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama a Cuba, el momento decisivo del proceso de paz entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC y las elecciones en Estados Unidos, particularmente, la campaña de Bernie Sanders, que cuestiona a fondo el sistema político y económico de su país. Dice Piketty sobre Estados Unidos, “que una revolución popular está en camino”.

 

En la misma dirección, puede analizarse el avance de la izquierda en España, tanto Podemos como IU,  la experiencia de Siryza en Grecia, el triunfo de un líder de avanzada como Jeremy Corbyn en el laborismo inglés, de Sinn Feinn en Irlanda, de la alianza de izquierda en Portugal, de Die Link en Alemania, de Sdruzena Levica en Eslovenia, mientras la vieja socialdemocracia se adhiere al proyecto neoliberal, abandonando sus banderas.

 

Un debate político no puede soslayar el cambio de la situación militar en Siria, ahora, con la participación de las fuerzas militares rusas, al lado del gobierno de Bashar al Saad y el inicio de una precaria tregua que podría abrir paso a una solución negociada a la guerra.

 

La lucha contra el modelo neoliberal

 

Carlos Marx estudió un fenómeno que es propio del sistema capitalista: sus crisis cíclicas. Nicolás Kondratieff expuso su tesis acerca de los ciclos largos de las crisis de la economía mundial, ahora bien, sin ir muy lejos en el tiempo, es posible afirmar que desde la segunda guerra mundial hasta mediados de los setenta del pasado siglo, la economía mundial vivió un momento de crecimiento y de estabilidad, la “edad de oro del capitalismo” según Eric Hobsbawm, cuando la hegemonía fue detentada por las grandes corporaciones industriales de carácter monopólico y el Estado de Bienestar fue su correlato político.

 

Ese modelo de desarrollo capitalista entró en crisis, la merma en el proceso de acumulación de capital precipitó el colapso, así como también, dos hechos de significación: “…. Cuando en Bretton Woods se adopta el dólar estadounidense como moneda referencial internacional, se decide también que estaría garantizado con el patrón oro de $35/onza. Una decisión que por muy discutible que sea, aportó un largo período de estabilidad y crecimiento económico en las llamadas economías industrializadas, no obstante, ese pacto es roto por los Estados Unidos en 1971, el mismo año en el que deja de ser exportador de petróleo para convertirse en importador neto. La Reserva Federal comenzó a emitir dólares sin fondo para cubrir su déficit fiscal y su déficit comercial. Este hecho tendría consecuencias en los años siguientes.” [Daza. (2015): La ruta del humanismo radical.]

 

¿Cuál es la caracterización desde el punto de vista histórico del neoliberalismo? Muchos son los autores que aportan elementos para el análisis, uno de ellos, Thomas Piketty, señala que:

 

“Cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso –lo que sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con volverse la norma en el siglo XXI-, el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas. Sin embargo, existen medios para que la democracia y el interés general logren retomar el control del capitalismo y de los intereses privados, al tiempo que rechaza, los repliegues proteccionistas y nacionalistas”. [Piketty: 2015: El capital en el siglo XXI]

 

El estudio de Piketty, que bien puede ser catalogado como Ciencia Histórica de la Economía Política, ubica el tema de las desigualdades sociales del presente e intenta una reinterpretación, a todas luces, correcta y llena de aportes, no obstante, el economista Vincenc Navarro incorpora una línea analítica en la que expresa: “es imposible entender la evolución de las rentas del capital sin entender la evolución de las rentas del trabajo. Las dos están íntimamente relacionadas, ya que el crecimiento desmesurado de las rentas del capital en los últimos años, se ha llevado a cabo a costa del descenso de las rentas del trabajo”, y más adelante adiciona: “no se puede intentar corregir las desigualdades sin alterar y cambiar las relaciones de propiedad del gran capital, dejándolo en manos privadas, es decir, en manos de la minoría –los super ricos- que continuará ejerciendo un enorme poder, no solo económico, sino también, político y mediático”. [Vincenc Navarro: Las desigualdades y las insuficientes propuestas para reducirlas. 21/01/2016 Diario Público]

 

Cuando se habla de desigualdad en el mundo los datos son muy precisos: los llamados super ricos, que son el uno por ciento de la población, tienen actualmente, el 50 % de la riqueza mundial, y es esa una relación insostenible, de allí, la crisis, las guerras…

 

¿Qué proposiciones existen para superar esta situación? Podría decirse que hay consenso en líneas muy generales, en cuanto a que debería aplicarse un fuerte impuesto a las rentas del capital, la expansión de la fiscalidad progresiva, el crecimiento de la proyección social, el aumento de las rentas del trabajo y la prohibición de los paraísos fiscales.

 

Estas políticas son aplicables si se propina una derrota política a la derecha neoliberal –hoy a la ofensiva-, empero, no hay que perder de vista que la erradicación de las desigualdades solo es posible, si se superan los fenómenos estructurales que le dan origen, como el aumento de la explotación al mundo del trabajo.

 

Emir Sader -en otra dirección- aborda un tema cardinal: “En algunos países [con gobiernos populares] no se ha cuidado debidamente el equilibrio de las cuentas públicas, lo cual ha generado niveles de inflación que han neutralizado, en parte, los efectos de las políticas sociales, porque los efectos de la inflación recaen sobre los asalariados. Los ajustes no deben ser  trasformados en objetivos, pero sí en instrumentos para garantizar el equilibrio de las cuentas públicas y eso es un elemento importante del éxito de las políticas económicas y sociales”. [Emir Sader: La crisis de la izquierda latinoamericana. alainet.org]

 

Ahora bien, la crisis de la economía mundial ha tenido un fuerte impacto  en las economías de todos los países del continente, pero ello tiene una connotación claramente política en los casos de Venezuela, Brasil y Argentina, pilares del proceso de integración, junto a Paraguay, Uruguay, Ecuador y Bolivia. La brusca caída de los precios de las  materias primas en el mercado internacional abre un período de serios problemas económicos, sociales y, obviamente, políticos.

 

Alicia Bárcenas, secretaria ejecutiva de la Cepal, señala que en las actuales circunstancias, América Latina está frente a ocho retos fundamentales, tales como: 1.- Existe un comercio menor y ello impacta negativamente el crecimiento; 2.- La inversión es insuficiente; 3.- Hay una baja recaudación fiscal; 4.- Existe un alto endeudamiento de los países del Caribe; 5.- Baja competitividad y baja productividad; 6.- Insostenibilidad ambiental de la economía; 7.- Poco comercio intrarregional; 8.- Acentuada desigualdad social.

 

Es ésta una síntesis de agudos problemas que requieren de virajes profundos en las políticas económicas de todos los países de la región, ninguna de las economías nacionales está en condiciones de encontrar salidas en solitario, es en el esfuerzo mancomunado como pueden afrontarse los grandes desafíos del momento. La guía general, bien puede ser, el plan contra el hambre, la pobreza y las desigualdades, aprobado por los presidentes de las naciones que forman parte de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac, en Quito.  Es ése un buen punto de partida.

 

Cabe señalar que las previsiones de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, OCDE, indican que el crecimiento de la economía mundial para este año será de 3 por ciento, un poco por debajo de las estimaciones iniciales, y agrega que la economía estadounidense crecerá a un 2.0 por ciento, la alemana a 1.3 por ciento;  que la desaceleración de la economía china será de 6.5 este año, y de 6.2 para 2017, mientras que se produce un repunte de la economía india, con 7.7 % y la zona euro, para este año, con un crecimiento de 1.4. En el caso de Brasil la OCDE prevé una contracción de 4.0, mientras que la contracción de Venezuela para 2016 será de 5.5 %, según la Cepal, además de un crecimiento de 0.7 % en Argentina.

 

La integración: un asunto estratégico.

 

La respuesta a esta situación en el plano económico ya ha sido formulada, más no pareciera formar parte de las agendas políticas específicas de los partidos y organizaciones que conforman el Foro de Sao Paulo, más allá de las declaraciones genéricas, cabe señalar que los procesos de integración no pueden hoy dar respuesta a la crisis actual, dado que buena parte de sus planes no han sido puestos en marcha con la celeridad que la situación reclama, estos son: la definición de una política común de explotación de sus inmensos recursos naturales, tomando esta ventaja comparativa, como la palanca de una nueva industrialización a lo interno de la región, pero también, utilizándola como arma de negociación en un mundo en el cual se están configurando nuevos núcleos de poder.

 

La perspectiva hacia adelante, en materia de integración está en los asuntos referidos a la economía: 1.- La creación de un fondo de estabilización macroeconómica; 2.- El Banco del Sur; 3.- El Sistema Unitario de Compensación de Pagos –Sucre-; 4.-  Calificadoras de riesgo con base a la realidad económica de la región; 5.- Cadenas productivas y de servicios; 6.- Coordinación en políticas de salud pública; 7.- Cambios en el campo educativo para superar la baja productividad de nuestras economías; 8.- Cooperación en infraestructura de transporte y vialidad; 9.- Trabajo conjunto en investigación científica y tecnológica; 10.- Ciudadanía latinoamericana.

 

No cabe duda que una de las respuestas a la crisis económica es la integración, pero hay que superar una de sus paradojas: mientras sus exportaciones hacia Europa, Estados Unidos o China son de materias primas, en el comercio intrarregional el intercambio es con productos elaborados o semielaborados, lo que significa que en el ámbito del mercado interno latinoamericano, hay ricas vetas que explotar.

 

Principios básicos de la integración, que se han venido alcanzando en estos últimos años, entre naciones que tienen gobiernos de diversos signos ideológicos, son un patrimonio del presente y del futuro de América Latina y el Caribe, ellos son: el manejo adecuado de las asimetrías, la complementariedad, la cooperación, la soberanía y la solidaridad. Atacar con furia estos valores es un eje discursivo de la derecha, mientras que para la izquierda, la defensa de estos valores es una tarea irrenunciable.

 

Planes en marcha como el TPP, (Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica), el acuerdo estratégico entre la Unión Europea y el Mercosur y la Alianza del Pacífico, son proyectos que van en dirección contraria a la integración, son, en definitiva, desintegradores. El interés de Estados Unidos en debilitar al Alba, al Mercosur, a la Unasur, a la Celac, es ostensible, trabajan afanosamente en reconstruir un nuevo Alca camuflado y se apoyan en las debilidades de la integración. Es ése uno de los grandes retos de la hora.

 

“La idea de que el libre comercio beneficia siempre y a todos es simplemente una falacia o una ingenuidad extrema más cercana a la religión que a la ciencia, y no resiste un profundo análisis teórico, empírico o histórico. Mientras que sin duda una adecuada especialización y comercio entre países con niveles de desarrollo similar puede ser de gran beneficio mutuo, una liberalización comercial a ultranza entre economías con grandes diferencias de productividad y competitividad significa graves riesgos para los países de menor desarrollo relativo, dada la probable destrucción de su base productiva y, con ello, la pérdida de puestos de trabajo sin capacidad de crear nuevos empleos, todo lo cual constituye una verdadera catástrofe social”, precisa el Presidente de la República de Ecuador, Rafael Correa, en su texto: “Ecuador: de banana Republic a NO República”.

 

Uno de los dilemas de este tiempo histórico es, precisamente, si las fuerzas que buscan la división de nuestros pueblos alcanzan sus objetivos y fomentan la balcanización de Latinoamérica, o la idea política de crear una Federación Plurinacional de Estados Latinoamericanos y Caribeños emerge desde una realidad mundial, en la cual, diversos polos de poder regionalizados constituirán el nuevo orden de la esfera

 

La izquierda en medio de la tormenta

 

En los distintos países donde la izquierda es gobierno, la derecha ha retomado la iniciativa política o la correlación de fuerzas es tan pareja que se produce una situación de “empate catastrófico”. Vapulean el discurso de las fuerzas populares, pasaron de la denuncia a las manifestaciones callejeras y, recientemente, han avanzado en el terreno electoral, sin abandonar sus planes golpistas.

 

Toda esa contraofensiva se apoya en el hecho de que la caída de los precios de las materias primas que la región exporta a los mercados internacionales afecta a las economías, a lo que habría que agregar los límites objetivos de las capacidades productivas de nuestros países y, además, de los errores que se hayan incurrido en política económica.

 

La izquierda en el poder tiene en marcha programas sociales que abatieron el analfabetismo, redujeron la pobreza extrema, avanzaron en salud pública, dieron empleo, vivienda, aumentaron la matrícula escolar, desplegaron la cultura en todas sus manifestaciones, es decir, toda una política de solidaridad social que hoy se ve afectada –parcialmente- por los problemas económicos.

 

La ausencia de un análisis científico sobre la realidad actual, también ha tenido como consecuencia que los gobiernos populares no han tenido la suficiente celeridad, a la hora de captar las nuevas demandas de una sociedad que en la última década cambió. Una parte de la izquierda no ha logrado llegar con su discurso a amplios sectores de la sociedad, la insistencia en los logros ya alcanzados, no ha sido suficiente para avanzar en el plano político, al faltar un relato político con base en la realidad actual y de cara al futuro, a la generación de esperanza, los problemas políticos afloran.

 

La izquierda en medio de la tormenta está obligada a una reflexión profunda sobre el cuadro político actual, a identificar los errores cometidos en materia económica y corregirlos en breve, a sostener y ampliar el bloque social que hizo posible los procesos de cambio y a poner el énfasis en los más humildes, en el núcleo duro de la revolución.

 

Así como también, a renovar el discurso, a deslastrarse del conservadurismo, a denunciar a la derecha y sus políticas neoliberales, a proponer programas que den respuesta a las aspiraciones, a las necesidades y a los sentimientos del pueblo.

 

El discurso panfletario no sirve para nada, las actitudes prepotentes y arrogantes son repudiadas por el pueblo, la burocracia y la corrupción han de ser combatidas siempre, porque la izquierda que no sepa unir a la política con la ética, en la práctica, se vuelve derecha. La mejor política es la política de principios.

 

Los obstáculos políticos requieren de una gran voluntad para vencerlos, más no de un voluntarismo vacío, es por ello, que los partidos revolucionarios y los movimientos populares han de retomar su rol de articuladores de las luchas sociales, de las políticas públicas, de la batalla de las ideas, resulta inconcebible, a la luz de la experiencia histórica, que la izquierda no afronte las dificultades, porque es en las contradicciones donde hay vida, donde surgen las grandes ideas y los movimientos que cambian la historia. 

 

27 de febrero de 2016.-

 

https://www.alainet.org/fr/node/175996?language=en

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